Viernes creativo: escribe una historia

¿Te atreves a escribir una historia para esta portada de The New Yorker, ilustrada de manera genial por Adrian Tomine? Usa esta imagen como detonante de tu relato y cuéntanoslo. Sé imaginativo, no caigas en los clichés.

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Te invito a dejar tu historia en un comentario en esta entrada, en facebook, en google+, en twitter, en tu blog o donde quieras, el asunto es escribir. Vamos a ver cuántas historias diferentes nos salen.

56 pensamientos en “Viernes creativo: escribe una historia

  1. Siempre se hace tarde

    En Lexington Av. levanté los ojos del libro, y lo vi en el vagón frente al mío, en el tren que se movía en sentido contrario a mi vida. Nos miramos, nos encontramos en ese punto difuso entre la sorpresa y la vergüenza, y el tiempo se detuvo en el instante en que nos dimos cuenta de que leíamos el mismo libro, la misma página. Lo vi entonces: «ambos se miraron, bajaron del tren y se encontraron en las escaleras que unían uno y otro andén». Lo busqué sin entender, pero él ya corría fuera del vagón, justo en el momento en que las puertas del mío se cerraban.

  2. Psicosis

    Estoy hasta los mismísimos huevos de ella. Siempre, y cuando digo siempre es siempre, me la cruzo en el sentido contrario. Da igual a donde vaya, el caso es que en un momento u otro del trayecto, ella aparece. Se anticipa a mis movimientos y es imposible atajarla. Cuando cambio de andén a toda prisa, la veo en el andén contrario, expectante, sonriente. Es mi espejo, mi alma gemela reflejada en el vidrio de un vagón cualquiera. Es mi sombra, mi puta sombra.

    Sucede

  3. En el vagón de enfrente

    El miércoles pasado la vi por primera vez. El tren paró en Orcasitas, y al levantar la mirada del periódico noté que en el vagón de enfrente una muchacha rubia me observaba fijamente. La casualidad hizo que los dos días siguientes volviera a verla, de idéntica forma, y así se fue creando entre nosotros un vínculo, alimentado por miradas y sonrisas furtivas. El viernes me cambiaron de turno en la empresa y apenado creí que ahí acababa todo. Sin embargo el lunes, otra vez en Orcasitas, los trenes se cruzaron y allí estaba ella. Ayer acudí al médico y entré a trabajar más tarde. Y me la crucé de nuevo. Intrigado, hoy he decidido tomar el tren dos horas antes y he vuelto a encontrármela. Por primera vez me he levantado del asiento, he ido hasta la ventana y me he fijado más en ella. Al ver el título del libro que estaba leyendo, y su sonrisa fofa, la atracción ha dado paso a un sudor frío y un dolor punzante en el pecho.

  4. Chiquilladas
    ——— ~ ———
    Todos los muertos que viajamos en la línea 7 llevamos entre las manos «El Necronomicón».
    La norma dicta que si nos cruzamos con otro debemos hacernos los locos, pero con James hace semanas que no me puedo contener, y le mantengo la mirada pese a la prohibición, y él me responde de igual forma, casi con ternura, diría, y por lo que me cuenta sin palabras, está a punto de descifrar un enigma del libro tercero que podría devolvernos la condición de mortales.
    Hoy me he cruzado con él en Grand Central. No me ha visto, pero está impresionante con ese color rosado que le inunda el rostro, y sonríe con una felicidad que desconocía, casi como si ya fuera un vivo; la misma sonrisa y el mismo color que la chica que lo acompaña, la que le agarra la mano, la que arroja dos libros idénticos bajo el asiento mientras me mantiene la mirada —ella sí— y sonríe.

  5. SE BUSCA

    Las letras que hoy escribo son de encargo y, como comprobarán, forman parte de una nota desesperada, que tiene como objetivo encontrar a una treintañera, de pelo dorado, ojos azules y soñadora empedernida que reside junto a su gato en Queens, y que responde al nombre de Molly; y al mismo tiempo, hallar el paradero de un pelirrojo informático, de origen irlandés, que comparte estudio con su primo en Five Points, y al que todos llaman “Zanahorio”. Y una vez localizados, el fin último es unirlos para devolver a John Silver “El Largo” a sus Mares del Sur y a Anastasia Steele a sus sombras, cada vez más ridículas. Para ayudar en la búsqueda, les relataré brevemente qué sucedió la mañana, de hace dos semanas, en el metro de Nueva York:

    Molly leía ávidamente “Cincuenta sombras de Grey”, porque se lo recomendó su hermana divorciada, y por otro lado, “Zanahorio” se sumergía en las aventuras de piratas de “La Isla del Tesoro”, cuando en Chambers sus vagones se detuvieron uno frente al otro, y sus miradas, impregnadas de literatura, se cruzaron con tanta intensidad, que intercambiaron personajes y los condenaron a sufrir situaciones absurdas en libros cambiados, y lo que es peor, el mundo de ficción quedó impregnado de una confusión dañina que ha trastocado todas las tramas escritas y narradas a lo largo de la historia, y ello, amenaza con trasladarse a la realidad y alterar la armonía de nuestras vidas, si no lo remediamos y devolvemos el orden a la fantasía.

    Así que les ruego que tomen en serio este mensaje de auxilio y ayuden en la búsqueda —por su propio bien— de estos neoyorquinos, pues hoy soy yo al que apuntan con sus armas una horda de personajes indignados de ficción, pero mañana, seguro, pueden ser ustedes.

  6. Extraños en un tren

    Cuánto tiempo, es él, el pelo más corto,tiene mala cara,será feliz,es ella,siempre guapa, está muy pálida,adónde irá,también lee, es mi libro, diosmío te acuerdas,no es posible,eres tú, pero qué hacemos, adónde hemos llegado, eres tú, es ella por favor, que no arranque, un minuto más, me sonríe, quienes somos, es él, esa cara, sus manos, esa piel, tántos besos, los abrazos perdidos, respira ,tranquila, no le mires más, dónde vas, me recuerdas, un segundo todavía, espera,me echas de menos,me he puesto roja, que no lo note, estoy tonto, me salta una lágrima, que no me vea, que arranque este tren, arranca ya, vamos, arranca de una vez, por favor vámonos, arranca, …

  7. Tú y yo, dos trenes que se cruzan, dos caminos que no convergen, pero en un instante somos uno en la intensidad de las miradas, de los deseos contenidos.

  8. CRUCES DE CAMINOS
    Tenía dentro una cóctel de sensaciones cuando ocupé por fin mi asiento. Me sentía rara: alocada pero segura de mí misma. Valiente y asustada. Feliz. La idea había ido madurando a golpes de soledad, de decepción, y otra vez de soledad; y de la peor que existe, esa a la que te envían quienes más deberían arroparte. Tomé mi ropa favorita entre la escasa variedad de la que disponía, me recogí el pelo, eché mano de mis escasos ahorros y me subí al tren que más se alejaba. Llevaba conmigo mi libro favorito, el mismo que llevaba el muchacho que cruzó sus mirada con la mía cuando nuestros trenes se cruzaron. Quién sabe, tal vez él también huía. O regresaba.

  9. En un cruce de trenes

    Se miraron y al instante supieron. A toda velocidad (y no como en su recurrente sueño), ella abrió el libro por la primera página y lo aplastó contra el cristal de la ventanilla. Ponía: “Mañana. 18h. Plaza de la catedral”. Él estaba garabateando algo parecido en la portada de su libro. “Vamos, vamos”, rogó ella. Su tren arrancó con la brusquedad acostumbrada y el libro resbaló hasta caer al suelo. Cuando él levantó, por fin, su ejemplar, la oscuridad del túnel le devolvió su propio reflejo: “Mañana. SPENCER HOLST. 5 tarde. EL IDIOMA DE LOS GATOS. Traducción: Ernesto Schóo. Te espero frente a la catedral. EDICIONES DE LA FLOR”.

  10. Libros que separan.

    Viajo sin rumbo y sin billete. Huyo de todo lo que me recuerda a ti. Me he llevado tu último libro, a ver si en él encuentro explicación a lo que nos está pasando. ¡Y claro que la encuentro!. Está cariñosamente dedicado y lo firma un nombre de mujer. Serán imaginaciones mías, pero, creo que te estoy viendo y llevas mi libro, ya habrás leído la dedicación, sí, y también quien lo firma. ¡Vaya, por fin nos ponemos de acuerdo en algo!, viajamos, al mismo tiempo, aunque en direcciones distintas.

  11. COMO NO NOS VEMOS
    Estaba tan absorto en la pantalla de mi smartphone, que no me había dado cuenta de que el tren no se movía. Soy incapaz de decir cuánto rato llevamos parados, pero debe ser bastante.
    La parada de la 74, hoy tampoco llego.
    En el andén contrario otro tren permanece también en reposo, perfectamente encarado, enmarcado, como dando continuidad al espacio, como esas cristaleras de los modernos, que salen en las revistas, que abren los salones al jardín y a ambos lados del cristal, sus sillas y sus mesas, idénticas, colocadas en perfecta simetría, para realzar el efecto.
    Ambos espacios se corresponden perfectamente, asientos con asientos, barras con barras, puertas con puertas, en forma y ubicación. Me pregunto si el que diseña los andenes y vagones del metro es el mismo que proyecta las casas de los ricos. Y si habrá publicaciones en que se muestren también estas creaciones visuales.
    No sé. Algo falla en esta perfecta estampa pero no caigo en lo que es.
    Entorno mis ojos cansados y hago un barrido.
    Me fijo en la chica que tengo delante a la derecha. Es joven, lee un libro que no alcanzo a reconocer, va bien vestida. Tiene un porte elegante, a pesar de su juventud, y aspecto de universitaria, de buena familia. Al otro lado del cristal un chico, que podría tener la misma edad, lee el mismo libro. Es curioso. Sus rasgos son más marcados, aparenta cansancio. Aunque luce camisa y chaqueta, se ven más toscas, más gastadas, no le acaban de ajustar bien al cuerpo, como si hubiera adelgazado bastante en poco tiempo, o las hubiera heredado de un hermano más mayor.
    Al lado de la chica, un joven, chaparro y moreno, con rasgos latinos, diría, oculta el rostro con la visera de su gorra, nos obsequia con lo que le sobra de volumen a los auriculares de su Ipod. Se le intuyen unas marcas en los antebrazos, no sé decir si son cicatrices o burdos tatuajes. En su simetría, un tipo espigado, de aspecto escandinavo y expresión infantil, pese a su cierta edad, sostiene un violín en brazos, igual que una amante madre portaría a su cría, y lo acaricia con unos dedos largos y finos. A él lo veo bien, lleva la gorra hacia atrás.
    Un poco más allá es otra joven la que sí acarrea a un bebé de verdad, envuelto en un gran pañuelo negro. De este lado, el pañuelo cubre la cabeza de una viejita que de tan arrugada, de tan consumida, parece que hubieran cubierto directamente, con papel de estraza reutilizado, un breve esqueleto humano.
    Parecidas discordancias se repiten en todo el pasaje.
    No me atrevo a mirar justo enfrente de mí.
    Pasan los minutos. Sin movimiento. No es que estemos inmóviles, bueno los trenes sí, pero no parece moverse nada, como si la pesada atmósfera subterránea de Nueva York nos mantuviera en un cierto estado de latencia. Nadie más parece haberse dado cuenta de esta extraña escenificación o, como yo, no pueden mirarse.
    Simultáneamente, ambos decorados comienzan a deslizarse en sentidos opuestos. Antes de perder definitivamente la perspectiva caigo en la tentación de buscarme. Mi contraparte tiene pinta de buena persona.

  12. A través del cristal no pude evitar apreciar tu belleza y leí tus labios. Aprendí de pequeño, poco después de que mis padres se dieran cuenta de mi imposibilidad de oír. La misma novela de Kerouac y el mismo párrafo que yo, ¿casualidad? La misma dirección pero sentidos contrarios. Y las yemas de tus dedos recorriendo el camino. Nuestros destinos, no obstante, condenados a encontrarse. Tú y yo y mi implante coclear y tu bastón blanco.

  13. Un cambio trivial

    Hace muchos años que tomo el metro a la misma hora, todos los días, sin excepción. Es un trayecto largo, pero apenas lo noto, siempre voy leyendo. Excepto en una parada, allí mi vagón coincide con el de él, nuestras ventanas quedan una frente a la otra y dejamos de leer, ambos el mismo libro, para mirarnos. Son apenas unos segundos durante los que imaginamos la vida, juntos en algún otro futuro. Después cuando su vehículo y el mío arrancan en sentido contrario y dejo de verlo, vuelvo a mi lectura. No me cansa esta rutina, me llena de ilusión para soportar el día, aunque lo cierto es que después de cuarenta años me gustaría que nos pusiéramos de acuerdo para leer otro libro, este ya me lo sé de memoria.

  14. DESENCUENTRO

    Almas gemelas trajinando de vida en vida en vagones que se cruzan, en cuerpos que no se reconocen salvo por esa chispa en los ojos; esos ojos que ahora miran expectantes desde otras ventanas.

  15. Necesito hacer una pausa, la lectura es demasiado densa. Allí estás tú; tras el cristal, tras el hueco del larguísimo túnel, tras el cristal. Tienes el tono de piel apagado, el gesto severo y mirada lánguida. Hasta parece que te tiemble el libro entre las manos. La portada es reveladora. Leemos la misma novela. Ahora sé a qué se debe tu estado general. Estás a mitad del capítulo 15; acabas de descubrir que el padre Ángelo cultiva la especie más terrible de planta carnívora de toda la geografía italiana. Y que su hijo bastardo forma parte de la alimentación diaria de semejante planta. Desmenuzado, claro. Aberrante, sí. Sonrío abiertamente. Sospecho cómo te sentirás cuando llegues al capítulo 18. Prepárate, desconocido.

  16. VIDA DESPUÉS DE LA VIDA
    Imposible. Tú no estás. Hace diez años ya. Esta mañana me levanté escuchando nuestra canción, hacía tanto que no la ponían en la radio, que me he sobresaltado. La ducha, el desayuno y, como todos los días, el rápido caminar hacia la estación.
    El tren ha parado por alguna razón que desconozco, no nos han avisado del motivo. Al levantar la vista de mi libro he encontrado tu mirada, me mirabas desde el pasado, desde aquella tarde lluviosa en la que un accidente rasgó tu vida. Pero eres tú, son tus ojos, tu cabello, la transparencia de tu piel me hace dudar. Hasta que miro el libro entre tus manos “Vida después de la vida”, el mismo que he encontrado en el portal al salir de casa ¿Intentas decirme algo? ¿O me estoy volviendo loca?

  17. Todo es posible

    Decididamente mil novecientos sesenta y tres sería su año. Sobre sus manos temblorosas podía percibir el calor de la tinta recién impresa. Miraba con deleite la suave cubierta de cuero y, muy despacio, deslizó sus dedos por las páginas nuevas sin apenas reparar en las palabras que se derramaban por su superficie. Aún no podía creer que, finalmente, su primera novela hubiera visto la luz. Ahora, ojos ajenos leerían sus pensamientos y recogerían las emociones vertidas sobre el papel. Podrían descubrir, a través de los personajes de aquella historia, su propia alma. Cerró los ojos con fuerza y deseó que, alguna vez, alguno de sus lectores consiguiera percibir el indomable espíritu que lo llevó a escribir su libro. Ensimismado, no se dio cuenta de que el metro ya había hecho su entrada en la estación. Apenas unos segundos le bastaron para observar que una chica lo miraba desde el interior de uno de los vagones. En sus manos sostenía un ejemplar de su novela. Aquello no era posible. Él acababa de recibir la primera copia recién editada ¿ Cómo podía ella…?

    Elena terminó de leer la última página y regresó poco a poco a la realidad, mientras su mirada se perdía en el andén. Apretó el libro contra su pecho intentando hacer suya cada una de las emociones vividas con aquella historia. Casi le dolía tener que devolver aquel libro a la biblioteca. Pensó durante unos segundos y al fin se decidió; no bajaría en aquella parada. Abrió el libro de nuevo y escribió su nombre con letra firme. Tal vez se hubiera sentido menos culpable si no hubiera sentido la mirada atónita de aquel chico a través del cristal. Demasiado tarde para cambiar de idea. Continuó con la fecha: dos de septiembre de dos mil trece. El día en que se convirtió en una ladrona de libros.

  18. ¡Pero bueno¡, otra chica con el libro, claro que ella pensará parecido. Con ella si ha habido cruce de miradas, ¿habrá leído ya mi relato?, ¿escribirá ella también?, es más ¿estará aquí publicado?, me pareció linda, sí, y con la oportunidad de que disminuyo bastante la velocidad del suburbano el tiempo de observación fue mayor, por alguna causa; entre tanta pregunta una más ¿fue casualidad o causalidad?.
    ¡Para Enrique¡, para ya, tu imaginación no deja descanso a tu mente, si sigo así hasta puedo encontrar en esta imagen motivo de un relato y entonces oí un estruendo, se apagaron las luces de todos los vagones y dejo de funcionar. Tras un tiempo de espera pudimos abrir las puertas y salir al exterior poco a poco los viajeros íbamos unos detrás de otros hacia el anden, desorientados y algunos magullados, cuando llegamos al final vimos en el otro anden que el otro suburbano también esta parado y sin luces, y al igual que nosotros los usuarios iban en la misma dirección, buscando salida, seguridad, explicación de lo acontecido.
    Una vez en el anden nos ayudaban a subir por unas escaleras y nos iban dando agua, y preguntando si estábamos heridos, necesitados de ayuda, había una gran polvoreda, muchas lenguas distintas, desconcierto y nada de organización, avancé buscando un sitio donde al menos reposar mi espalda o quizá tener la sensación de seguridad, mi espalda cubierta, fui dejando caer mi cuerpo hasta quedar sentado y fue cuando la vi, dentro de semejante situación mi alma de escritor hizo que me levantará y me dirigí hacia ella…

  19. Recolección

    ¿Cómo era posible? Yo misma lo había descuartizado una semana atrás. Fue después de ver al Sr. Horton. Le había entregado mi diario para que lo corrigiese y lo encuadernase. Era una buena edición, muy cuidada, y cara, por cierto. Ya en casa no pude contenerme y, sentada a la brisa que visitaba mi terraza, me dispuse a leerlo. Fue duro regresar a ciertos pasajes y, guiada por mi habitual pronto, comencé a deshojarlo para permitir que sus páginas volasen en libertad edificio abajo. Parecían un batallón de pájaros ebrios cargando contra el enemigo.

    El arrepentimiento me asaltó durante la noche, y a la mañana siguiente regresé junto al editor. No fue fácil conseguir un nuevo volumen, los datos habían sido borrados. Aun así consiguió recuperarlos. Luego le ordené borrar de modo absoluto todo lo concerniente a dicho libro. No puso reparos; era algo habitual. Pero, entonces, aquel hombre, aquel libro…

  20. Vagón

    Sé que me miras, e intento disimular con un libro en mis manos. Ya son varias las veces que hemos coincidido, y siempre es la misma situación. No sé realmente porque lo haces. Quizá te guste el libro, mi pelo, o quizá yo. Mañana se despejarán todas mis dudas. Me armaré de valor y yo misma te haré la pregunta: ¿Por qué me miras?…

  21. Matrix revisited
    Por azar, descubrimos que la introducción en el software de ciertas repeticiones aleatorias, que los humanos toman por causales, mejora el bienestar de los individuos, alarga su vida y aumenta la producción.
    Los resultados de esta aleatoriedad aún nos sorprenden.

    (extracto del CMLIII informe anual al congreso)

  22. Sé que no es viernes, pero espero que dé lo mismo, no podía dejar de decir algo!

    Ahí va:

    Todo el mundo creía que iba leyendo, pero en realidad anotaba mentalmente los pensamientos de la gente que había a mi alrededor, e incluso de aquellas personas que esperaban en las paradas de autobús. Entonces lo vi, llevaba en las manos la misma revista que yo, miraba a todos de la misma forma que yo… ¿Había alguien más con mi mismo propósito? Tendría que averiguarlo.

    María Cañal B. o http://www.mystoriesproject.blogspot.com

  23. Libro roto
    Todas las mañanas camino del trabajo me cruzo con él. Da igual lo que yo esté leyendo, él siempre tiene en sus manos el mismo libro. Esta noche voy a decirle que ya no le quiero.

  24. Voy a batir un record, seguro que nadie tardo tanto en colgarlo. Con lo cual puede resultar hasta ser el primer relato inédito colgado 🙂

    VIDAS CRUZADAS

    Cuando, al cruzarse sus vapores, ella lo vio, supo que algo extraño sucedía. Iba leyendo exactamente el mismo libro: un tratado sobre magia metamórfica, en una extraña edición de la que sólo se conservaban diez ejemplares. No pudo parar de darle vueltas hasta que llegó a su estación de partida, en la que aún le dedicó un último pensamiento, rascándose la barba.

    Miguelángel Pegarz

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