Viernes creativo: escribe una historia

¿Te atreves a escribir una historia para alguna de estas ilustraciones de Karolis Strautniekas? No se trata de que cuentes lo que se ve, sino de que inventes una historia en la que encajar la imagen que elijas. Sé imaginativo, no caigas en los clichés.

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Te invito a dejar tu historia en un comentario en esta entrada, en facebook, en google+, en twitter, en tu blog o donde quieras, el asunto es escribir. Vamos a ver cuántas historias diferentes nos salen.

60 pensamientos en “Viernes creativo: escribe una historia

  1. Como la hoja que tenía ante sí. Así de blanca era su vida. Vacía. Nada. Sin dirección, sin sentido. Y se le ofrecía la oportunidad de llenarla de color: rojo. De color: negro. De color: ¿qué colores verá en ese último estallido? gris y verde, y azul, y blanco (pero de luz). Un segundo de ¿gloria? ¿de lógica? ¿de dolor? Un segundo de existencia, de pura expresión de vida, justo antes de perderla.
    Empezó a escribir. “Sr Juez…”
    by rafarrojas
    http://rafarrojas-lanadaylafuga.blogspot.com

  2. Jeroglífico

    Cada viernes papá nos dejaba un jeroglífico sobre la mesa de la cocina junto al bote de cola cao, el cartón de leche y el pan recién tostado. Entre las dos tratábamos de descifrarlo mientras yo preparaba el desayuno. Aún recuerdo que aquella mañana no lo conseguimos y al ir a su habitación, aún sin la respuesta, lo encontramos sobre la cama, vestido de domingo y con ese color pálido como de papel. El bolígrafo en su mano derecha y una nota en la izquierda: “Nunca dejéis de soñar”.

  3. Escrito de negro

    Tras meses de búsqueda el asesino en serie de escritores, incapaz de absorber el talento de su última víctima, decidió entregarse. Sin remordimiento alguno, relató a los agentes cómo fue cortándole los dedos al Nobel de Literatura siguiendo su ritual macabro. Pero esta vez, tras el tercero, comprendió que algo no iba bien. Supuso que sería zurdo y cambió de mano. Le amputó dos más, pero siguió sin sentir nada. Entonces supo la verdad. Mientras que la policía sigue sin explicarse por qué le dejó vivir, el escritor se recupera del trauma sin importarle el no poder escribir más.

  4. OBRA MAESTRA

    Barroso, después de leer “La crónica de una muerte anunciada”, estimó que su momento había llegado. Se armó de su cuaderno, una estilográfica y de la pistola que heredó de su padre, y se sentó frente a la mesa de su despacho. En la soledad que proporciona la noche, escribió con cuidada caligrafía las tres frases que le perseguían desde el fracaso de su última novela y se detuvo. Luego tomó aire cerca de la ventana, con un vaso de güisqui en la mano y un Ducados en la otra, e imaginó cómo continuar. Minutos después, sonrió al estimar que había encontrado el camino adecuado y regresó a sus letras. Dos frases más escupió sin esfuerzo, debido al impulso de su mente, y se bloqueó de nuevo mientras un lagrimón recorría su cara. Pero ya no había vuelta atrás y descargó su oscuro ingenio, ya sin miramientos literarios, hasta cerrar la descripción perfecta de lo que habría de suceder horas después en casa del famoso editor Fernado Vicente.

  5. Hoja en blanco

    El gato negro pasa rozando cada objeto de la mesa. Ninguno le llama especialmente la atención, olfatea el vaso, arrastra la cerilla con su pata unos centímetros, juega con la ramita de leño e ignora el revólver. Aburrido de merodear se sienta encima de la hoja en blanco. Me estremezco, ¿querrá decir algo ese gesto? Ya se sabe, los gatos son algo chamanes. Arrojo el revólver, me guardo las cerillas, coloco el vaso en el fregadero y empujo al maldito gato del papel. No me queda más remedio: de una puñetera vez, tengo que empezar a escribir

  6. Un puñado de motivos y una sóla razón

    – Tenía tantos motivos para irme que preparé varias formas de marcharme. No contaba contigo y esas dos palabras abrazándome por la espalda.
    Todo cayó al suelo. Sobre la mesa, ahora, nuestros cuerpos aferrándose a la vida y al amor, suicidando ayeres y procreando mañanas _

  7. ahora q llevo tres semanas, creo, atendiendo esto:
    1. me suele gustar el trabajo de dalicia.
    2. ni san Judas Tadeo da señales de mi existencia, y yo escribo para q me lean y me digan a continuación (incluso «vaya caquita»). Ah, sí, tuve un uff, pero fue por error… no sé si me merece la pena el ejercicio.

    • Rafa, yo creo que eres libre de escribir o no en este blog. Y se trata de una propuesta creativa, si disparan tu imaginación y lo quieres compartir con nosotros, genial, si no, es tu decisión. Yo muchos días no recibo comentarios y me gustan tanto como a ti, pero lo que me gusta más es escribir. Y agradezco el chispazo de creatividad que nos regala Fernando cada viernes, que sé que para él supone un esfuerzo.
      Dicho esto, espero seguir leyéndote, comente o no.

      • Te digo lo mismo que Ana, Rafa. Y siento que mi error y mi uffff, te hayan molestado tanto. Y desde luego que a todos nos gustan los comentarios, pero como dice Ana, lo que más nos gusta es escribir.

  8. Las pieles

    Mientras la ciudad duerme acunada en su mullido colchón de silencio volvemos a salir de caza, furtivos, como cada luna nueva.
    Mientras otros jalean a las piezas en la batida, unos cuantos ocupamos nuestros puestos en lo oscuro.
    Una ya enfila el callejón, yo soy sombra inmóvil. Siento la sangre aumentando la presión en mis sienes. Mi presente y su futuro colisionando en un instante de luz, en un fogonazo cargado ya en el percutor.
    En el momento preciso su mirada de fuego se clava en la mía derritiéndome los ojos, se empequeñecen mis viriles armas perdiéndose entre mis manos y allá me quedo, expuesto, inexplicable, ridículo y desnudo a su merced.

  9. Despedida

    Las últimas palabras que Frank pronunció antes de despedirse fueron para recordarme que no debía tocar ningún objeto de su mesa hasta que hubieran transcurrido dos años. Entonces, él regresaría para recogerlos. Me lo hizo jurar por todo lo que yo considerara sagrado.
    Al día siguiente, sobre la mesa de su despacho, al que no entraba jamás, encontré un pliego de papeles, una cerilla junto a su caja, un vaso con un resto de ron, una ramita de un arbusto del jardín y su pistola. Conociendo las manías de Frank no era difícil deducir que los objetos no estaban colocados al albur, que tenían una finalidad. Lo que más me intrigaba era saber qué había escrito en los papeles. ¿Algo relativo a nuestra agria vida en común? ¿Su testamento?
    Retiré la rama de arbusto y abrí el pliego. Estaba todo en blanco. Ni una sola palabra, ni una mención hacia mí. Nada. Lo cerré con rabia. Encendí la cerilla y lo quemé. Supuse que la pistola contendría una sola bala, por si, tras la rabia, llegaba el odio y me quería suicidar. El cargador estaba vacío ¡Qué ingenuo¡ pensé. Mi vida comenzaba ahora, sin él. Tomé el vaso y bebí un trago de su mejor ron, ese que nunca compartía con nadie. A los pocos instantes, cuando comenzó la sensación de ahogo, me pareció escuchar la risa de Frank.

  10. TU FIRMA

    Tras las gruesas barreras de agua que hacen de mis ojos un callejón sin salida, se atropellan los recuerdos que olvidaste en el zaguán. Encontré las huellas de tu espalda adheridas a mi lengua, tus garabatos mutando en cenizas en la chimenea, los surcos de tu mano pacificando mi vanguardia, tu voz de otoño, de hojas de otoño, de pies sobre las hojas, tus pupilas siempre medio llenas, siempre asesinas, tus silencios de fogonazos de un instante…
    No los olvidaste –ingenua, tonta ingenua–, los dejaste, adrede, como pertenencias gananciales que no te apetecía dividir. No después de firmar.
    Ahora que siento el vacío desnudándose en el alba que inunda la casa, giro sobre mis pasos y me dispongo a distender el hogar que ya no tiene razón de ser.

  11. Tijeretas

    Hundí la mano en la charca y atrapé una, no muy grande. Tapé mi mano con la otra para que no escapase. Sentía el cosquilleo de las patas negras y finas como hilo de seda. Sonaba a vida. Cerré los ojos, a pesar de que oía tus voces allá dentro del coche, en la cuneta. Pero me fui. O volví. Y el tiempo se pulverizaba. Me mojaba un vestido de cuadros rojos terminado en un gran volante. Alcancé aquella tijereta, la más larga, la que me faltaba para cerrar el bote. La que quería Manuel y quería yo también. Se me mojó el vestido y las bragas blancas, que dejamos a secar. Así, con la camiseta de caladitos me bañe toda rodeada de tijeretas mientras Manuel se tapaba los ojos con los dedos entreabiertos. Hasta que tropezó y cayó también y nos reímos. Y no pasaba el tiempo.

  12. Segunda vida
    ¿Te acuerdas del primer árbol que plantamos en el jardín? Ahora está seco y Martín ha cogido una ramita para hacer una postal de navidad para el cole. Ya sabes que no le gusta el colegio, pero le encantan las manualidades. Me ha llenado de tristeza ver esa rama suelta de algo que fue hermoso pero que ahora está muerto y Martín se ha dado cuenta: sabe que me acuerdo de ti cuando veo ese árbol. Mientras pegaba la rama y la decoraba con sus rotuladores me ha dicho: “Está bien dar una segunda vida a las cosas que hemos querido”. Es un pequeño filósofo, no como su madre, ella con su sentido práctico hubiera echado cemento en el jardín para no tener que cuidarlo. A veces pienso que el chico se parece más a ti que a ella, que os llevabais tan bien que he sido muy estúpido estropeando lo nuestro (y cuando digo nuestro me refiero a eso que habíamos creado entre los tres). Me gustaría haberte cuidado más y hacerte florecer, en vez de secarte. Por eso le he pedido que hiciera con otra ramita esta tarjeta que ahora te enviamos los dos. Y sí, ya sé que vas a pensar que todo esto es chantaje emocional, pero si no vuelves por mí, por favor, vuelve por él. Y prometo regar con algo más que besos tu corazón.

  13. Sinopsis

    Al escenario vacío le crece una silla y una mesa, sobre ella un folio en blanco, un revólver y un vaso. Algún objeto más, pero para esta obra apenas significan nada, simple atrezo. A continuación surge el personaje, dotado de una presencia imponente, llena todo el espacio. Se sienta con parsimonia y toma la hoja de papel entre sus manos, la contempla durante un tiempo, no hay ningún sonido, nada más parece vivir. Después deja el pliego sobre la mesa y comienza a escribir:
    En el principio creó Dios los cielos y la tierra…
    Durante horas solo se escucha el continuo garabateo. Por fin levanta la mano y sin transición deja caer el lápiz sobre el tablero. El personaje dirige su mirada a la pistola, todo se oscurece, se escucha un estampido cuyas reverberaciones tardan tiempo en desaparecer. La luz vuelve al escenario, la sangre en un reguero diminuto va cubriendo las palabras escritas. Solo se alcanza a leer:
    Lo siento, no era mi intención que la novela fuera tan desastrosa.
    Firmado: Dios.

  14. ¿CULPABLE O CULPABLES?

    Revolviendo en los archivos de la Comisaría, cayó una foto al suelo, no tardé en recordar este caso, me lleve el expediente a mi mesa se me ocurrió escanearla, devolví todo a su sitio, ya en la mesa de vuelta, abrí la bolsa con la comida china.

    No tenía las ideas muy claras, fueron surgiendo.

    La miraba embelesado mientras comía sin paladear, teniéndola ya en la pantalla jugueteé con mi nuevo programa WZ Photo Editor, según aplicaba los efectos según mi mente se invadía de recuerdos, emociones e impresiones, que ya me acompañarán.

    Me gustó el resultado, y aquella mujer se merecía un homenaje, decidí imprimirla y la guarde en mi cartera para llevarla al apartamento.

    La puse en el corcho que estaba en el lateral izquierdo donde tenía mi rincón de lectura, de calma, de silencio, de reflexión, análisis, también donde escuchaba la radio. La prefería mucho más que la televisión, me parecía mas cierta y cercana, mientras oía, podía cerrar los ojos o mirar al vacío, apuntar en mis largas listas todo tipo de cosas y al lado una generosa papelera que me hacía sentir bien cuando tiraba lo que desechaba y así, casi, conseguía que no hubiera tenido ni un instante en mi vida.

    Ya cómodo, me senté a gozar de, mí tiempo, busque la emisora de costumbre para oir musica, sonaba El Adagio de Albinoni me sumergi en la memoria y la historia cobro vida.

    Una Señora de ochenta y siete años utilizó ese arma a las 23:17 horas de un domingo y volví a preguntarme: ¿momento de lucidez?, o ¿trastorno mental?.

    Pensé en la victima, corregí ¿la victima?..

    Un ser, contratado para cuidar de ella por doscientos euros más habitación y comida, teniendo descanso desde las 10:00 horas hasta las 19:00 horas en las que acudía a un Centro de Ancianos, más el tiempo del domingo, día, que por supuesto, uno de cada hijo alternaba y sacrificaba, llevándola a las 23:00 de nuevo a su hogar.

    Sí, había diagnósticos de deterioro cognitivo, depresión, ansiedad y una posible etiqueta de demencia sin determinar. Sordera y mala deambulación, sí repito, los había pero nada sobre agresivida, trastorno de conducta por tanto ningún riesgo ni para ella, ni su entorno. En sus informes se veía un empeoramiento generalizado, delgadez, aislamiento, pasividad y en su rostro ninguna expresión que denotara algún sentimiento.

    Quedaron reflejadas llamadas a los hijos que no devolvían, reuniones a las que no asistían, y ese lunes que no acudió al Centro de Ancianos y desde allí dieron la alarma, hasta llegar los bomberos y más tarde nosotros.

    Aquel ser, vino desde su tierra con un plan preconcebido y no le resulto difícil de realizar, sólo tenía que encontrar al ser abandonado y vulnerable.

    Como logró manipularla, vejarla, y convertirla en una “asesina”, murio con ella.

    Averigüe, que la victima organizó la Gran casa como pensión y alquilaba a diferentes personas y no más de 3 noches, averigüe que entraban y salían muchos hombres. Averigüe que era conocido el tema en el barrio y a todos daba lástima, pero la única que movió un dedo en su favor, fue ella misma, apretando el gatillo de aquella pistola casi tan vieja como ella, de aquel general que fue su marido.

    Nunca olvidaré ese rostro imperturbable, de una Señora.

  15. Enganchada
    El eco de tu voz se expande por mi mente, y mis neuronas, excitadas, multiplican por mil sus conexiones. Así descubrí por qué erizas mi piel cuando me tocan tus manos; o dónde se va el aire, que no llega a mis pulmones, si respiras frente a mí. Sometes mi boca al pulso de tus labios, y ya perdida, sin razón ni voluntad, te haces dueño de mis actos. Ahora, en la distancia, contraídas las pupilas por tu ausencia, hallaré la manera de cortar los minúsculos hilos que te atan a mis pensamientos. De nuevo seré libre. Nunca más seré feliz.

  16. 11 x 8½
    Está en la mesa, tendida, con una blancura aterradora. Él la observa indeciso, le tiemblan las manos y en su cabeza se cumulan las ideas, piensa que no podrá hacerlo. En un rapto de valentía dispara tristes y dolorosas palabras. Ella, vencida, solo atina a sentir cómo la tinta mojada imprime sobre su cuerpo la historia de una vida.

  17. Esta mañana me quemé los ojos al comprobar cómo la profecía de la gitana se cumplía. «Tu línea de vida acomodada se corta de repente, payo», me había advertido.
    Esta mañana me llamabas tú, mi amigo, mi director de sucursal bancaria, para confirmar mi desahucio.

  18. UN CLARO EN EL BOSQUE

    Esa noche me hallaba en la casa del árbol releyendo tebeos, derritiendo mis gafas a la cálida luz de las velas, cuando un gigante apareció en el bosque dando manotazos a los troncos, como si estuviese apartando la mala hierba del camino. Con cada sacudida del viejo olmo yo me aferraba más a aquellas primeras lecturas, como si pudiesen redimirme de un desenlace que se presagiaba fatídico. Aún hoy creo que así fue, ya que la casa del árbol se precipitó justo sobre la almohada que el gigante había preparado en el suelo para echarse a dormir.

  19. Objetología vintage

    En el escaparate de la tienda, los objetos se acumulaban sin orden ni concierto. Entré y una campanilla anunció mi presencia. No apareció nadie a preguntar que es lo que deseaba. Desde las estanterías abarrotadas de enseres que fueron novedad en otras épocas, me llamaron la atención una colección de muñecos macabros. Los había de todas las épocas. Vestidos con levita y sombrero de copa, damas de polisón, militares con medallas, hippies, jóvenes yuppies vestidos de Armani, amas de casa con carro de la compra incluido. Digo que eran macabros, por que al fijarte bien en sus diminutas cabezas, se distinguía un reguero de sangre y lo que parecía un disparo, desfiguraba sus rostros. Disparos en la boca que habían dejado un agujero negro por sonrisa. Disparos en la sien, con un enorme boquete de salida y masa encefálica escurriendo por el hombro. Sentí un escalofrío y volví la mirada. Sobre una mesa en el centro de la tienda, me pareció curioso, no la había visto al entrar, unos pocos objetos ocupaban toda su superficie. Un viejo cuaderno con palabras escritas con una exquisita caligrafía me invitaban a beber de una copa rebosante de lo que parecía ser vino tinto. Lo hice. En el cuaderno, apareció escrito «despídete» y me vi a mí mismo escribiendo unas lineas en el papel. Ahora lo que estaba escrito era » quémalo». En la mesa estaban las cerillas. No podía dejar de hacer lo que las palabras me ordenaban, así que lo hice, quemé mi despedida. El último objeto, un extraño revolver llegó a mi mano, y sin saber como, empecé a menguar.

    Se que no es viernes, pero como si lo fuera…

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