Viernes creativo: escribe una historia

¿Qué tal va este (por fin) tórrido verano? ¡Subámosle aún más la temperatura!

 

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28 pensamientos en “Viernes creativo: escribe una historia

  1. James Brown se me aparece cada mañana encaramado al techo de mi habitación, en posición fetal. Me habla con ese inglés medio gangoso de los afroamericanos marginales, me cuenta cosas de la vida y de la muerte. A veces su memoria se pierde y mezcla algún estribillo de «I feel good», como si haberla palmado fuese lo mejor que le ha ocurrido nunca. Me dice que se pasó años buscando la felicidad, su felicidad, que conoció mujeres que sabían decir vetealamierdayanotequiero en ocho idiomas y después son incapaces de ser generosas con su lengua en el sexo oral (no les gusta chuparla)
    Ayer, por fin, ese negro vicioso y funky me confesó su secreto:

    – «solamente he amado a la única mujer que no necesitas verla, únicamente sentirla, para que se te levante (get up, get on up). La música.»

  2. Me convertí en tecla para que me tocaras piano, piano…
    Pero lo único que se te ocurrió fue una Fugata en Mi mayor, seguido de un Réquiem.
    Terminaste con un estornudo y un doble silencio.
    Me desafinaste con tu verdad desnuda y cerraste la tapa.
    Elegí mal mi mutación…pero el tatuaje ya estaba pillado.

    -Pulgacroft- http://www.pulgacroft.blogspot.com

  3. Gloria, gloria

    Aquella mujer era toda teclas. No hacía falta ni rozarla para que empezara a sonar, siempre afinada, siempre a tempo. Y todos querían tocarla, poner sus sucias manos encima, pero ella era solo para mí, solo dejaba que yo posara mis dedos sobre su piel blanca y, sobre todo, en sus zonas más oscuras. Solo yo, cada vez una nueva melodía. Lo que aprendí en esa época, la de partituras que ensayamos juntos. Y todas, todas, cerraban en un ay que a mí, personalmente, me sabía a gloria.

  4. Me convertí en tecla para que me tocaras piano, piano…
    Pero lo único que salió de tus dedos fue una Fuga en Mi mayor, seguido de un Réquiem.
    Terminaste con un estornudo y un doble silencio.
    Me desafinaste con tu verdad desnuda y cerraste la tapa.
    Elegí mal mi mutación…pero el tatuaje ya estaba pillado.

    -Pulgacroft- http://www.pulgacroft.blogspot.com

  5. CLARO DE LUNA
    En las calurosas noches de verano, cuando el sueño se escapa por la ventana, me asomo a la noche y la luna me inspira notas refrescantes; me acerco al piano, rozo las teclas con dulzura y la melodía surge.
    La luna deja que sus rayos de luz entren por los huecos de la persiana, se cuelen en el dormitorio y jueguen con mi pelo.
    Yo los recibo en mi piel, blanca como ella, y me transformo en una de sus hijas. Tomo parte de sus partículas y las plasmo en mi cuerpo, y transformada en luz, recorro los lugares más exóticos y ocultos que jamás pude pensar.
    Después cuando el viaje ha finalizado, cuando los rayos del sol se desperezan, regreso a mi cama donde me esperan sueños que yo transformaré en realidad, acompañándolos de las melodías que he compuesto en la noche.

  6. Melomanías

    No tuve ninguna alumna que no disfrutara del deleite de tocar desnudos, ninguna a la que no sedujera interpretando el Canon de Pachelbel, ninguna excepto ella, la más bonita de todas.
    Sé que gozaba cuando le azotaba las nalgas si erraba en la ejecución, que disfrutaba de mi sexo si la música inundaba la estancia, pero se quejaba, se encolerizaba, como todas las demás, pero ella era distinta.
    Ella interpretó el Réquiem de forma magistral y sin una cuerda del piano, la que dejó alojada en mi cuello. Era, estoy seguro, su peculiar forma de decirme “Te amo”.

  7. Encuentro para la perdición (2ª parte)
    .
    Insistías divertida en que tocásemos juntos en aquel cuarto cuando tu madre no estaba en la casa, insistías en seguir con los encuentros para la perdición que tanta angustia y placer me provocaban al mismo tiempo. Una culpa interior, por no estar haciendo lo correcto, un goce sin igual cada vez que me perdía dentro. Imposible negarme a tus deseos con sólo pensar en esa luz irisada sobre tu cuerpo, haciéndote celestial y etérea en esas tardes calurosas, juguetona tú con el órgano, después del sexo.

    Viernes creativo: escribe una historia


    http://desafectos.wordpress.com/2013/12/19/encuentro-para-la-perdicion/

  8. Elecciones

    Vino rosado o blanco. Velas o flores. Gafas o lentillas. Corbata o polo. En cuestiones de este calibre me debatía antes de la cita con Maribel, la primera desde que nos besamos, cuando al descorrer las cortinas de mi habitación, la vi. Otra vez. En el bloque de enfrente, la diva que me tenía hipnotizado jugueteaba a ser modelo delante de su espejo. Sin tiempo a que pudiera digerir la escena, se desprendió del vestido. ¡Oh, oh, oh, qué perfección! Mayor de la que imaginaba. Una sonrisa pícara, unas piernas moldeadas, un vientre liso. Recuerdo, que sin ser creyente, le supliqué a Dios que le despojase de su ropa interior. Y funcionó. Ante mis ojos, la octava maravilla del mundo. Unos pechos redonditos, un culo respingón, un pubis recortado, una flecha tatuada apuntando al centro de su ser… Y la deseé, con tal intensidad, que de repente, me encontré abrazándola por la espalda. Ella me respondió con un suspiro. Se contorneó sobre mí, buscando el roce de nuestros cuerpos desnudos. Sin pronunciar palabra, se giró. Me miró a los ojos. Y me tendió sobre la cama. Entonces, como una leona, se abalanzó sobre mí. Me clavó sus colmillos en mis labios. Luego su lengua los curó y no se quedó ahí su húmeda. La noté en mi cuello, descendiendo por mi pecho, salivando su deseo. Se deleitó con mis pezones, se recreó en mi ombligo. Y cuando se plantó en mi virilidad, se detuvo. Me sonrió como una niña mala. Sentí la puntita de su lengua. Jadeé «síii», y volvió a detenerse. Le rogué. Ella negó con la cabeza, traviesa, aunque hizo algo mejor. Se incorporó. Se desmelenó y se convirtió en una amazona al sentarse sobre mi potro desbocado. Unidos por un mismo desenfreno, atravesamos las veredas de la pasión y contin…

    El maldito móvil, su insistencia, nos interrumpió. Me devolvió a la realidad: Maribel que había llegado al barrio, trataba de orientarse. Como pude, le expliqué el trayecto que debía seguir. Al colgar la llamada, la busqué por la ventana y ella ya no estaba. Entonces, me pareció leer en el espejo de su habitación: “Continuará”. Sí, no era un espejismo. Lo leí otra vez y mil veces más. Y como es de suponer, no me quise engañar: dejé de ver a Maribel y, unos días después, también a la vecina, para emparejarme con ella, ese objeto oscuro de deseo, con la que disfruto todas las noches, dándole continuidad a lo nuestro.

  9. DESEO CONCEDIDO

    Ahora la chica luce un impecable tatuaje sobre el borde de su braguita. Ha sido una de sus adquisiciones del último verano, un deseo que le concedieron las hadas del bosque.
    Quiero seducir, les dijo revoloteando sobre el viejo sauce.
    De nada habían servido los insinuantes campanilleos ni las falditas a ras del culo. Peter jamás la miró como a una mujer aun cuando ella era una especialista en polvos.
    Le concedieron unos labios hinchados que sugerían continuamente un chupachups en su boca, y una mirada relajada de inocente lolita recién orgasmada; unas tetas tiernas y blancas que apuntaban hacia arriba buscando quien las lamiera y unos dedos largos y delicados enmarcados en una palma fuerte y segura.
    Entró en el dormitorio de Wendy, iluminado con la medialuz que se filtraba por las persianas durante la hora de la siesta, se calzó su liguero y sus medias, y de espaldas a Peter, mientras hacía sonar “As time goes by”, susurraba: “tócame Sam”.

  10. Reminiscencia

    Pasaron muchos años desde aquel romance de adolescencia. Largo tiempo transcurrió desde que nos dimos el primer beso. Luego, la separación; ya no recuerdo por qué.
    Hoy, el destino me vuelve a poner frente a una chica igual a vos, y para peor, o mejor, me mira como solías hacerlo. Durante un instante, te vuelvo a ver en ropa interior, como aquella tarde que tus padres habían salido y lo hicimos en tu casa.
    Me quedo parado, contemplándola tras el vidrio de su ventana mientras toca el piano, y me parece que, aunque no sos vos, ella lo sabe.

    CC BY Luciano Doti

    • (Esta versión está mejor)

      Pasaron muchos años desde aquel romance de adolescencia. Largo tiempo transcurrió desde que nos dimos el primer beso. Luego, la separación; ya no recuerdo por qué.
      Hoy, el destino me vuelve a poner frente a una chica igual a vos, y para peor, o mejor, me mira como solías hacerlo. Durante un instante, te veo otra vez en ropa interior, como la tarde que tus padres habían salido e intimamos en tu casa.
      Me quedo parado, contemplándola tras el vidrio de su ventana mientras toca el piano, y me parece que, aunque no sos vos, ella lo sabe.

  11. Piluca Illana Herraiz.

    En la penumbra de mi cuarto, los orbs, se adueñaron de mi cuerpo.

    En ningún momento los vi, solo sentía como se deslizaban juguetones por mi cuello y espalda. Deseaba que la obscuridad aumentara su número. Me hacían vibrar.

    Dejé de tocar las teclas, no debía hacer ruido, ni siquiera una dulce melodía debía sonar de aquel viejo piano. Temía que su sonido aunque fuese armónico y sensual espantara su presencia y me limité a estar quieta y dejarme acariciar por ellos.

    Sabía que nunca los vería con mis ojos, solo a través de la cámara fotográfica que había programado para hacer la instantánea. Cuando por fin se hizo la luz, y me vi reflejada en la foto, pude apreciar por donde sutilmente se habían deslizado y donde eróticamente me habían acariciado.

    https://www.facebook.com/pages/Historias-de-Piluca/282407051908673?ref=hl

  12. La última lección

    El calor es sofocante en esta habitación . La música hace rato que quedó amortiguada bajo mi pulso agitado; el latido frenético que amenaza con hacer saltar mis venas. Ella sigue ahí, esperando la siguiente partitura. No sé en qué momento mi mirada se desvió hacia su blusa transparente, dejándome adivinar un tatuaje, apenas los vestigios de una flor. El aroma que desprende mantiene mis músculos tensos y agotados los pulmones, que intentan respirarla a esta distancia. Cierro los ojos, y alejo la visión de su cuerpo, endiabladamente joven, pero mi cerebro se derrite, igual que la ropa sobre su piel. La imaginación se abre paso a mordiscos de deseo.
    De nuevo las notas sobre el piano. Se escapan como lenguas de fuego lamiendo su nuca, sus hombros, su espalda. Contemplo extasiado cómo la melodía se enreda en sus manos, descendiendo por su pecho y muriendo entre sus muslos. La pieza acaba, y mi corazón se detiene. Ella me observa complacida mientras me desplomo sobre el suelo. Satisfecha con su juego, la Muerte aún desnuda, se aleja entre las sombras.

  13. La pedida
    Al atardecer, por entre los cristales rotos del viejo caserón, se cuelan los rayos de un sol carmesí. Las sombras comienzan a apagarse y, antes de que la luz se dé por vencida, empiezan a sonar los primeros arpegios de entre las teclas del viejo Ritmüller. El gran salón, poco a poco, se llena de invitados que acuden atraídos por el compás de una sonata. Declaraciones de amor, perfectamente urdidas, que vivieron para siempre en las mentes de sus creadores. Besos que jamás salieron del umbral de muchos labios. Cientos de deseos insatisfechos en noches de té y velada. Caricias inventadas. Todos buscan otra oportunidad en un baile espectral que se repite, cada cinco de febrero, desde la noche del mismo día en que la dulce Lupita, perdidamente enamorada del joven Ricardo y ofrecida desde su más tierna infancia al Coronel Udaldo, terrateniente local y hombre sin escrúpulos, para no enfrentarse a los deseos de su padre, seccionó su cuello de lado a lado, con un cuchillo de degollar marranos, cuando terminó de interpretar, magistralmente, el Claro de Luna.

  14. TRANSMUTACIÓN de los SUEÑOS

    Visitas esperadas, melodías cargadas de sensualidad, cadencia placentera. Cada noche, las notas de un piano. Y una luz, que me presenta a la mujer más bella: color azabache en su pelo, ojos de cristal, curvas de proporcionadas dimensiones, labios de fruta vírgen y movimientos hipnóticos que dan paso al desenfreno en mi lecho.

    Cada noche, desde hace muchas, las notas de un piano.

    Sin embargo, en esta, ante la cercanía del amanecer sigo esperando, ¡maldito silencio! no quiero abrir aún los ojos. ¿Si la pierdo?

    De repente, lejanas, las notas de un piano: descubro que ahora visitan otros sueños ajenos a mí.

  15. Estudio acerca de los efectos privados de la reforma fiscal de Lamanquisse (extracto)

    Era verano, pero Violette estaba triste. Sentía que había fallado a sus padres y a todo un largo linaje de baja aristocracia provinciana y agrícola a la que los recientes impuestos habían asfixiado. Así, el último varón de la saga, el padre de Violette, había decidido casar a su única hija con un burgués industrial con la intención, nunca ocultada por ambas partes, de unir apellido y fortuna en un heredero.
    El matrimonio no funcionaba. El burgués pasaba la semana en sus negocios parisinos y los sábados y domingos, cuando regresaba a casa de sus suegros, los dedicaba a cabalgar y a tocar en su piano vienés las últimas partituras compradas en París. Violette era joven y bella, y el burgués no era mayor ni enfermo, pero no sentía el menor apetito por ella; si alguna vez sus cuerpos se unían, todo el asunto era resuelto por el esposo con la frialdad y eficiencia con la que llevaba sus fábricas. Por eso, cuando el padre de Violette, desalentado por la ausencia de signos de embarazo, preguntaba a su hija si el arado de su yerno rompía el campo con la fuerza suficiente, Violette mentía y se sentía inútil y desgraciada.
    Aquella tarde de finales de julio, los criados tenían fiesta, sus padres visitaban a unos vecinos y su marido, como siempre, cabalgaba. Violette se paseaba por la casa vestida tan solo con un camisón de seda. Contempló el piano vienés al que su marido le tenía prohibido acercarse y por esa razón se sentó al mismo y empezó a pulsar las teclas de una manera espantosa. El estruendo no le dejó escuchar las pisadas de las botas de su marido al entrar en la sala. El burgués se quedó unos pasos por detrás de su esposa observando rojo de ira como aquella campesina con apellido maltrataba su posesión más preciada. Un instante después no pudo resistirlo más y, en vez de gritar, dio dos pasos hacia delante y golpeó las nalgas de su esposa con la fusta que llevaba en la mano.
    Violette se quedó rígida en el sitio pero no chilló. Sintió un fuego desconocido en su interior. Miró hacia abajo y comprobó que también sus pezones se había puesto duros y afilados y sus muslos brillaban. Altiva, se volvió hacia su marido y vio que en su pantalón un reloj de sol aceleraba el paso para marcar las doce en punto.
    Violette separó un poco las piernas y sonrió doblemente.

  16. Dominique Vernay

    La Top Model
    -Mira a la cámara como… como si mirases a ese compañero tuyo de clase que tanto te gusta, pero que no te hace ni caso -le había dicho el fotógrafo.
    Ahora, muchos años después, no recuerda al fotógrafo ni el anuncio… ¿de perfume?, ¿de lencería?, ¿de piano?…, pero, sí, recuerda al chico.

  17. PARTITURA PERFECTA
    La clave de sol se desliza por entre las rendijas de la persiana que bajada se mantiene, para mitigar el ardor de fuera. Se convierte en clave de fa al rozar su piel y florece por donde pasa. Más tarde, las notas del pentagrama, producen melodías que acarician todo su cuerpo, envuelven el recinto y la sensación de armonía ciñe las respiraciones que complementan al auditorio; antes del aplauso final.

  18. En clave

    Dolía.Ver como ejecutaba sobre el piano dolía. El alma se enredaba en aquellas notas melancólicas y era imposible contener las lágrimas. Reafirmaba mi creencia al escucharla de que algo oscuro pesaba sobre ella. Mirarla también era doloroso. Tan hermosa y tan triste. Fantaseaba con posar mis manos sobre ella y extraer de su cuerpo discordantes agudos y graves que alegrasen mis oídos y su cuerpo. Soltar las amarras que le ataban a la tristeza, vaciar de recuerdos amargos y llenar de aire nuevo su mente, eso era lo que su música me provocaba y ella. Lamentarse no servía de nada. Sí, debía actuar. Pasé mis manos por su espalda, volví su cara hacia mí y deposité un largo y profundo beso en sus labios. Sutilmente, se deshizo de mi abrazo y siguió tocando.

  19. Lo intentaste con todas tus fuerzas y toda tu capacidad de seducción, pero no funcionó.
    Primero te hacías la encontradiza en el patio interior cuando, por las mañanas, me montaba en la moto para ir a trabajar. Siempre llegabas en una exhalación, con un ligero jadeo en tu níveo y perfecto escote, que me llegaba a distraer.
    Pero no pasó nada.
    Después, cuando sonsacaste al portero algunas de mis aficiones, de mis filias y manías, creíste haber conseguido la piedra filosofal. Y te pusiste manos a la obra.
    Ya que conocías mi amor por los instrumentos, mi autodidactismo en el aprendizaje y mi destreza al exprimir todas las esencias de cada uno de ellos, te compraste un piano y lo situaste cerca de tu ventana, frente a la mía. Así – pensaste-, cada día te vería insistir en tus lecciones, con tu maestra privada y sabría que te esforzabas por llegar a mí a través de la música. Pero no contabas con cuál era mi instrumento favorito.

    Al cabo de unas semanas dejabas incluso la ventana abierta para que escuchara tus progresos. Y he de reconocer que le ponías tanto empeño que me emocionaste.
    Pero seguía sin saltar la chispa que deseabas.
    Hasta que, por fin, supiste cuál era mi melodía favortia, la composición que me debería llevar derechito a inundar tu vida, a llenarla de mí, a ser tú. Esperaste hasta la primavera, hasta que el sol calentara un poco más tu ventana, tu indiscreta ventana interior. Ese domingo, soleado, esperaste escondida tras la cortina. Cuando me viste aparecer en pantalón corto, el musculado torso desnudo, mi taza en la mano, actuaste. Descorriste la cortina con teatralidad y abriste la ventana. Desnuda, apenas cubierta la intención con un tanga, me mostraste tu tatuaje en la parte baja de la espalda. Y comenzó a sonar el Arabesco de Debussy. Me dejé engatusar, es cierto. Me transporté a días extraños rodeado de sueños, de anhelos, de etapas perdidas de la vida. Dejé que tus dedos hicieran vibrar el alma del piano para que armonizara con la mía. Entorné los ojos. Me abracé. Me mecí. Me estremecí.
    Y entonces pasó lo que tenía que pasar. Mientras bailaba en mis recuerdos, sentí los músculos de Jan rodearme con la pasión de la noche anterior, sentí cómo quería llevarme de nuevo a la cama. Tú, delicada flor, mirabas de reojo y cuando me viste besándome con mi igual pude percibir el estremecimiento, la vergüenza que te inundó. El repentino silencio me hizo mirar hacia tu ventana. Llorabas, cubierta apenas por la cortina. Y corriste. Y desapareciste.

    Al no escuchar más tu música pensé en lo injusta que es la vida, pero se me olvidó tan pronto Jan me besó de nuevo.

  20. Piano man

    La chica se ha levantado antes y ahora aporrea el piano. No se puede negar que tiene cierto oído musical, pues jugando con las teclas ha conseguido que la melodía sea reconocible. Demasiado, para mi desgracia.

    Llegó a media actuación y se quedó hasta que cerramos el local. No pidió ninguna canción. De espaldas al público como estoy, no reparé en ella hasta que, vacío el local, comencé a recoger los papeles y seguía allí, mirándome, con las piernas cruzadas, sin apenas pestañear.

    Durante el tiempo, por otra parte corto, que nos llevó desde el bar hasta mi cama, no hablamos de música, más allá de alguna manida frase sobre lo variado de mi repertorio. Por eso me extraña que la primera canción que comience a tocar dé tan pronto en plena herida. Un tema de Billy Joel* que desterré hace muchos años de mi repertorio.

    Ella me mira ahora con cara de haber roto algo, esperando alguna reprimenda del tipo que Rick le hacía a Sam en Casablanca. Deja de tocar sin que lo pida. Le han bastado unas pocas notas y mi cara alarmada para averiguar lo que no se atrevió a preguntar durante la noche, la desesperación del músico solitario. Yo también sé ahora el motivo que la impulsó hacia mis brazos.

    Antes de que lleguen las nubes que suelen suceder a estos encuentros y me vea privado de ese glorioso cuerpo, decido sentarme a su lado y recorrer mi dedo índice por toda su columna vertebral.

    Verás, nena, para esa canción se necesita el acompañamiento de una armónica y yo no veo por aquí ninguna, le digo.

    * El tema es el título del relato.

  21. Me miras con miedo y aún no te he tocado. Corriste hacía el piano. ¿Juegas conmigo? Del sitio donde te he encontrado no existe la inocencia, a pesar de tu edad, debiste perderla tiempo atrás. Cuando tu mundo de tornó negro, cuando la única salida fue la menos apropiada. Y aquí estoy yo, siendo participe de este encuentro perverso, alimentando las sombras de este oscuro intercambio comercial. Me corroe la conciencia pero me puede más el deseo de poseerte. La dureza de mi entrepierna prevalece ante la dureza de mi corazón, la imagen me conmueve pero soy incapaz de dejarte marchar sin adentrarme y penetrar tu interior más íntimo.
    Sabes lo que va a pasar y aún así juegas. Me pones cada vez más loco. Ven, deja el piano, mañana serás un vago recuerdo pero hoy quiero aprenderte toda.

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