Viernes creativo: escribe una historia

Hay paisajes que invitan a ser contados, ¿o no?

Foto de Jerry Uelsmann.

Untitled, 2000 ©Jerry Uelsman

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39 pensamientos en “Viernes creativo: escribe una historia

  1. Camino sobre silencios.
    Mis profundos silencios
    de profundo bosque
    que, como negros pájaros,
    quieren elevar el vuelo
    desde mi alma a las palabras
    que nunca llegan.
    Camino a ninguna parte.
    Sobre silencios.
    Sobre pájaros.
    Sobre palabras.

  2. EXTRAVIADO

    Perdido en las palabras
    que habitaron mi boca,
    busco la tuya entre las frondosas
    enramadas del camino.

    No fueron tus besos
    lo que me volvieron loco,
    fueron la incertidumbre, la espera y
    el alboroto de mis latidos.

    No fueron tus promesas
    las que me perdieron en la vereda,
    fueron las travesías que en su momento
    se cruzaron entre tu abrazo
    y la duda de saberte mía.

    • La duda, ese motor que alimenta el alma. El mejor remedio para la incertidumbre es dar un paso al frente y esperar a ver cual de las dos mejillas es la que se te pone roja. Bonitos versos Mª Belén.
      Besos.

  3. – Llego tarde porque unos labios se han cruzado en mi camino.
    – Cómo sois los poetas… Dime que te has encontrado con una tía buena y ya está, tampoco me voy a enfadar.
    – Es que sólo he encontrado unos labios. En medio del camino.

  4. Pesadilla

    Siempre tengo el mismo sueño recurrente, tú hablándome en el bosque mientras un cuervo negro repite «ella ya no está aquí». Yo que te busco entre los esqueletos de los árboles y, a medida que me pierdo, tu voz se aleja. Intento escapar pero las ramas se cierran sobre mí; después, siento un frío negro y me despierto.
    Cuando por fin abro los ojos, tú estás a mi lado en la cama, te atraigo para recuperar el calor y entonces suspiras su nombre, nunca el mío.

  5. Caperucita sabía que no había lobos en esta parte del monte, nunca nadie vio ninguno. Los cazadores salían a por ciervos o alguna que otra perdiz pero lobos seguro que no. En su libro de biología de primero de la ESO ni siquiera los nombraban como fauna local, por lo que desoyó con convicción la amenaza irreal de su madre. Lo que Caperucita no sabía es que el bosque decide quién sale y quien vive eternamente perdido en caminos laberínticos entre árboles cómplices y el narcótico murmuro de la corriente de un río.

  6. Correciones a mi propio poema, por cierto, ¿hay manera de borrar comentarios? (a veces quiero corregir y no sé cómo)

    Tu boca fue la piedra
    en mi camino.
    Con ella tropecé
    una vez, dos, tres…
    No. Tres, no.
    A la tercera vencí yo
    y seguí de largo.
    La dejé atrás
    hace ya tiempo,
    pero el azufre de tus besos
    aún produce llagas
    en la mía.

  7. El Camino
    No es el camino. Se empeña un viento lejano en confundirme. Aliado con el follaje de los árboles compone un coro mortecino que se extiende por el bosque. Arrecia gélido y suave para intentar disuadirme, pero me abrocho el gabán, elevo la capucha, para resguardarme la cara, y continúo con el paso aún más vivo. Son entonces los guijarros que llegaron de algún paraje extremo, quizás hace siglos, los que se interponen ante mí. No es el camino. Resuena el eco de chocar el pedernal contra el sílex, el cuarzo contra la pizarra. Palabras huecas que escapan de un ejército de labios entreabiertos y llenan el aire de susurros. A pesar de un frío cada vez más intenso, avanzo, aparto las piedras a patadas y fijo mis ojos cansados en el horizonte. No es el camino. Se puede leer en las caprichosas formas que dibuja la calima. Y sin embargo, es allí donde creo adivinarte, distinguir tu figura, clara como la noche y que, a medida que estamos más cerca, se transforma. Un burro de terciopelo, una cabra bravía, un gato negro. Un cuervo, ahora que estamos frente a frente; sus plumas relucientes de un azul metálico y obscuro, entonan, con un batir de alas, su agonía, y no puedo evitar abrazarme a él, a ti, con todas mis fuerzas y precipitarnos juntos, hacia el infierno.

  8. Perdido

    SOLÍA CONDUCIRME POR LA VIDA A TRAVÉS DE LAS CIRCUNVALACIONES SEGURAS DE LA CORDURA, la sensatez o la razón, respetando las normas básicas de urbanidad y los semáforos de los sentimientos; tanto era así, que servía como ejemplo de prudencia en las charlas policiales de los colegios. Y no me iba mal, siempre encontraba un camino despejado de regreso a casa o al trabajo de 8:00 a 17:00 h., sin necesidad de tener que memorizarlo, ya que lo hacían mis pasos por mí. En aquel tiempo, jamás padecí un mísero resfriado o un molesto dolor de cabeza y siempre me sobraba de todo dentro de mi soledad. Pero ese estado de confort se difuminó el día en que hallé el centro de la ciudad cortado y me tuve que desviar de mi itinerario habitual. Entonces, me topé con callejuelas grises, avenidas muertas, plazas redondas repletas de mendigos, estatuas humanas, chulos con tatuajes, putas de todos los colores o ropa tendida con muchos agujeros. Dentro de esa fauna, me sentí desvalido como un gato huérfano recién parido y, maullando socorro, me rescató una mirada de mujer tan asustada como la mía, aunque adaptada al medio. Me cobijó en su mundo, ofreciéndome paz, un techo para dormir, amor, sus entrañas y, fascinado, le contesté que sí a todo, y ella empezó a amamantarme de caricias, de besos, de lujuria. Desde entonces, fue mi guía, mis ojos, los pulmones por los que respiraba, mi anhelo, mi felicidad. Salíamos por la mañana, como exploradores, a recorrer la ciudad en busca de algo que llevarnos a la boca, a sobrevivir, sin importarnos que nos señalasen con el dedo o nos escupieran indiferencia. Con nuestro carrito del supermercado, surcábamos las calles, atracando en cada contenedor de basura y recogiendo trastos viejos para nuestro ajuar particular, mientras tarareábamos canciones de piratas. Fuimos dichosos sin nada y con todos los sueños por cumplir. Maduré con ella como un scalextric tras varios cumpleaños infantiles y hubiera dado la vida por acabar mis días a su lado. Pero no se lo pude demostrar. Una mañana, un éxodo infinito de indignados nos separó. La vi alejarse contra su voluntad entre un río de gente, y a pesar de mis gritos desesperados, se ahogó entre pancartas y consignas, junto a nuestro carrito del amor. Por más que la busqué luego, preguntando por ella aquí, allí; a las porteras, a los santos, a la muerte; nadie me supo indicar. Y perdido y sin rumbo, vago desde entonces, desnortado, como si fuese el protagonista de los recuerdos de un desmemoriado, regresando cada tarde a este nuestro banco. Se llama Olga, ¿la conoce, usted?

    • Un micro rotundo, lleno de imágenes sugerentes, que nos cuenta en pocas palabras una historia de amor. Me quedo con la gran cantidad de imágenes que propones y una que me ha enternecido sobremanera: «Maduré con ella como un scalextric tras varios cumpleaños infantiles», genial.
      Un abrazo.

  9. Un soplo de aire fresco

    El sendero que ando desde hace siglos, parece interminable.
    Los árboles que lo circundan están llenos de pájaros que cada día me saludan. Yo, trato de acariciarlos, remuevo sus plumas y dejo que se posen en mi boca para tomar la migaja que sostengo entre los labios.
    Nunca paso al interior del bosque. Prefiero los espacios abiertos. Encuentro pisadas de ciervos, jabalíes, y algún lobo. También hoyos escavados de los conejos, liebres y ratones. Me siento feliz y me elevo, sacudo las ramas de los olmos, levanto algo de polvo para que se note que estoy ahí.
    Hoy he encontrado palabras. Palabras amargas que salieron de labios tristes, palabras que suenan a ruptura; y llanto, también he encontrado llanto. Creo que en este punto del camino se rompió un amor.
    Como un huracán salgo en busca de los ojos dueños de esas lágrimas, para que los labios del sendero los besen, para que ambos comprendan su gran error.

    • La historia está escrita con la tinta derramada por un ejército de amores equivocados, pero está bien que alguien se desviva por dejar las cosas en su lugar. Utopías. Un micro repleto de buenas intenciones. Besos.

  10. Anya
    Sentí un golpe. Un dolor profundo. Después, nada.
    Cuando desperté, algo me goteaba sobre la frente. Pensé que era sangre, pero descubrí que se trataba del aceite del motor. Conseguí levantarme. Me dolía todo el cuerpo. Miré el camino. Allí no había nada. La visión había desaparecido. Entonces me acordé del capitán Zimmer. El lado derecho del coche estaba destrozado. El capitán tenía los ojos muy abiertos. Me acerqué y le toqué el cuello. Estaba muerto. Traté de liberar el cuerpo. Imposible. Estaba encajado entre los hierros. Sentí que alguien me miraba. ¿Ella? No, ella también estaba muerta. Cogí la carpeta del capitán y me fui.
    Tardé casi dos horas en llegar al cuartel general. Entregué al coronel las órdenes que llevaba Zimmer.
    –¿Qué sucedió?
    –Nos atacaron los partisanos… Perdí el control del coche…
    El coronel me pidió que le indicara dónde había sucedido todo.
    –Aquí. En el bosque de Desnogorsk.
    –¡Qué raro! Hasta ahora no había partisanos por esa zona.
    El coronel me dijo que fuera al hospital. Allí, mientras un enfermero me cubría de ungüento y me vendaba pensé en lo ocurrido. Zimmer había muerto, el bueno de capitán Zimmer. Todo porque no podía apartar de mi cabeza a Anya.

    • Una historia muy potente.me gusta desde el principio hasta el final. Primero pensé en que suprimiendo la frase «la visión había desaparecido», el desenlace quedaría más claro, pero después me ha parecido, que habría dos vías, dos alternativas que le dotaban de una ambigüedad enriquecedora. Bravo.

  11. Nunca más

    El hombre enamorado se acostó a dormir. Comenzó a soñar con un bosque y un camino. En el camino estaba la boca de su amada cual obstáculo a sortear, acaso como acertijo a resolver.
    Si lograra superar el escollo de esos labios sensuales, lo esperaría un cuervo. Al igual que en el poema de Poe, el ave diría «nunca más»; y él se sentiría libre de sus temores; el amor lo haría renacer.

  12. Perderme en el bosque, contigo. Era la única forma de volver a jugar contigo, nuestra aventura de los domingos, cuando papá y mamá dormían la siesta en sus hamacas bajo los pinos y las chicharras serraban el aire caliente perforándonos los oídos. Ellas me llamaban, me agitaban el corazón de exploradora, haciéndolo vibrar con un cosquilleo nervioso que me impedía estar quieta. Tú me esperabas en el sendero, ese que parecía no tener fin y caminábamos alejándonos del coche, de la mesa de camping con restos de comida, de la seguridad familiar. El sendero no tenía emoción ninguna, tú lo sabías bien. Así que decías por ejemplo: “Hoy, veinte pasos, y nos metemos a la izquierda”, y yo asentía, con el corazón en un puño. “…dieciocho, diecinueve y… ¡veinte!”, contabas y penetrábamos en la espesura, apartábamos los romeros, esquivábamos los pinchos afilados de los espinos y los enebros, corríamos con emoción entre las hayas bajo su sombra cada vez más oscura. El sabor del miedo me empujaba a seguirte, pero con precaución: Pulgarcito me enseñó que echar migas de pan era inútil para encontrar el camino de vuelta; tu experiencia, que no siempre se consigue volver. Por eso me fijaba bien en todo aquello que pudiera servirme de referencia: el árbol retorcido bajo el que pasábamos agachados, los tres troncos cortados, el enorme árbol que en realidad eran dos juntos, cuyos pies se unían y enredaban sus raíces. Una tarde me propusiste algo diferente: debía taparme los ojos con un pañuelo, y confiar en ti, después de tanto tiempo, conocías el bosque como la palma de tu mano. Por la seguridad que habías demostrado en nuestras últimas exploraciones, me dejé hacer. Me llevaste de la mano a través de arbustos que me arañaban las piernas, me hiciste recorrer un laberinto a ciegas, con más vueltas de las que esperaba. Mientras caminábamos me contabas que te encontrabas muy solo, que las noches eran muy largas en el bosque, que echabas de menos los tiempos en que dormíamos en la misma habitación y mamá venía a darnos un beso antes de dormir. Eso me hizo sospechar. Quise quitarme la venda, pero no me dejaste, comenzaste a hacerme girar como si jugáramos a la gallinita ciega. Casi me eché a llorar y entonces paraste y dijiste: “Está bien, ahora ya es suficiente”. Cuando me quité el pañuelo, habías desaparecido. Nunca lo habías hecho antes de llegar de nuevo al camino. Y entonces, como tú aquella tarde, yo tampoco sabía cómo volver.

  13. SUTILEZA
    Exploro los senderos de tu cuerpo y me pierdo en tus ojos negros. En ellos descubro un pájaro de mal agüero que me advierte del peligro; pero yo, aventurero contumaz, prosigo mi andar sin tomar precaución contra tus labios que, como asaltantes de caminos, esperan agazapados para, con un solo beso, robarme el corazón.

  14. Sugerencia…

    Aliento

    Alborea el día, creo. Serán las cunetas y los bosques que me atrapan a toda velocidad. Será el retrovisor que indulta los remordimientos. Será el horizonte al que nunca llego. El cielo gris mercurio pesa como si el agua llegara, ya, a mi última bocanada. Hasta el cuervo acecha despiadado en el duelo con la muerte. Por el rabillo del ojo: naranja tierra, marrones y exhalación, como un fotograma apresurado. Y el pasado acaba encubriendo, como gran salvador de los menguados que es. Y sonrío, ella, espera, hallazgo, alcoba, chimenea, alfombra, vértigo, éxtasis, atrapados, ahora, duerme, miro, después, desayuno, silencio, puerta de atrás, mejilla, beso, adiós. Aliento, creo.

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