Viernes creativo: escribe una historia

 

Hoy toca un #viernescreativo muy atípico. Os propongo que juguéis con la frase hecha de vuestra elección, con su literalidad y las imágenes que sugiere, y creéis algo distinto. Retorced las palabras y aprovechad el jugo que suelten.

¿Queréis ejemplos?

Te invito a dejar tu historia en un comentario en esta entrada, en facebook, en google+, en twitter, en tu blog o donde quieras, el asunto es escribir.

13 pensamientos en “Viernes creativo: escribe una historia

  1. Su madre siempre le decía la misma frase: «manos que no dáis, ¿qué esperáis?». Luis no entendió su significado hasta que se hizo mayor, y su mamá ya no estaba. Él siempre fue un soberano tacaño; lo de compartir la mitad de la nube o gominola, con su amiguito del colegio, era algo superior a él, le resultaba imposible. Eso sí, si alguien le ofrecía algo, fuese lo que fuese, ponía su pequeña mano, muy abierta, y los ojos le hacían chiribitas, cuando recibía el regalo de turno.

    Pero su madre tenía mucha razón. Luis se quedó absolutamente solo, sin amigos, sin familia, sin hogar. Siguió poniendo la mano, como en su infancia, pero por pura necesidad. Lo conocían en la iglesia, en el supermercado y en la estación de tren. Decidió adoptar el dicho de su madre, cuando tuvo que ponerse a pedir en la calle, y le funcionó. ¡Por algo ella era tan sabia!

  2. La voz de las cosas
    La abuela Lina dice cosas muy extrañas como, por ejemplo, que no le caben cosas en la cabeza o que las cosas hablan.
    Pablo empieza a hartarse de que lo tome por un pequeñajo que se lo cree todo. Ya es hora de que él también se mofe de ella.
    —Abuela, no le oigo decir nada a esta cuchara —dice Pablo con tonillo de sabiondo, mientras se lleva al oído la cucharilla con la que está merendando.
    La abuela Lina se ríe.
    —Esta cuchara es la que utilizas siempre. Si te fijas, tiene una forma especial y dentro de muchos, muchos años, si te la encuentras abandonada en un cajón, tal vez te recuerde esas buenas meriendas que tú y yo hacemos cuando sales del cole. Una cosa que te dice algo es una que te permite recordar.
    Ahora sí, Pablo lo entiende, pero le queda aún por aclarar eso de las cosas que no le caben a uno en la cabeza.

  3. Como si tal cosa
    Ella habla por los codos. Otros lo consideran un defecto, pero para él resulta encantador. Sobre todo cuando la primavera trae consigo las mangas cortas y su voz se escucha más nítida y cantarina que nunca. Es escucharla, y perder la cabeza. Pero no le importa. Cuando ella se va, con los codos roncos de tanto hablar, busca su cabeza por toda la casa. A veces la ha dejado en un lugar visible: un estante, la mesa del televisor o el sofá. Pero otras, le lleva horas descubrir que la ha apoyado en la almohada y se ha quedado dormida. Cuando al fin consigue despertarla y recolocársela sobre los hombros, ya es de día. Apaga las luces y se va. No importa a dónde, pero es que apagar las luces le provoca una necesidad irresistible de irse.
    Mientras tanto ella, la de los codos parlantes, intenta llegar a su pueblo pero cada vez que se acerca a él, se queda dormida y se pasa tres. Hacia el este, hacia el oeste… Lo peor es cuando se los pasa hacia el norte. De inmediato lo pierde. Y cuando pierde el norte se cae del mapa por el mar Ártico. Nada contra corriente intentando alcanzar la orilla, donde él, el de la cabeza recolocada sobre los hombros, arma castillos de arena mientras la espera y desespera, solo un poco. Porque sabe que llegará, y sonriendo le tirará los galgos. Los lánguidos canes algo asustados por haber sido arrojados por el aire, llegarán como caídos del cielo aplastando sus castillos de arena. Él no se dará cuenta, porque al verla, el corazón le dará un vuelco. Y con él todo el cuerpo, por lo que haciendo el pino, la colmará de besos.
    Ella, con los besos saliéndole por las orejas, por la nariz y por las puntas de los dedos, decidirá que ya no se quiere marchar. Se quedará clavada en el suelo, y él, cruzando el puente de su pino, le empinará los codos para escucharla decir por fin que sí.
    http://laletradepie.com/como-si-tal-cosa/

  4. -mis libros no son quemados- decía ella
    ni aludiendo al déficit de atención (añado yo)

    desnudo
    el agüero
    a su vista de pájaro
    desoye a la masa y abandona la parvada

    no se inclina
    carece del más mínimo recato
    y así
    sujeta al reloj sin horas de lo empírico
    alecciona al montón

    en absoluto rara avis
    común a su raza
    nunca una abuela se equivocó.

    juanje frayfregona
    («mis libros no son quemados» = «te lo advertí», cosas de gente mayor)

  5. Marchitos

    Para nuestro primer aniversario de boda, compré una orquídea blanca y la plantamos en el mejor rincón del jardín. Durante años, le hemos dedicado a la planta infinidad de cuidados para que floreciese majestuosa primavera tras primavera. Cada 25 de mayo rememorábamos su llegada fotografiándonos a su lado. En el salón cuelga una composición con las dieciocho instantáneas en las que derrochamos felicidad. Pero hace unos días, regresé al jardín tras semanas de ausencia y, para mi consternación, me encontré a la orquídea marchita. Calculé que podía estar sin agua los más de seis meses que no hacemos el amor.

  6. CALLAR PARA SIEMPRE

    «Callarse como un muerto» o «Callarse como una puta»

    Cuando le comunicaron que había sido un suicidio, tuvo que recurrir a un espray que le facilitara un llanto que de ningún otro modo hubiera brotado de sus ojos de gata. Durante meses, provocó con insultos y amenazas la presión que había llevado a su cónyuge a tomar aquella fatal decisión. Imposible describir el alivio que le provocaba ese silencio, que ahora estaba garantizado, y que le suponía el disfrute de un botín que ya no tendría que compartir con nadie.
    Fue un funeral improvisado y un día agotador, sin cuerpo del que despedirse ya que el forense decidió quedárselo. Cuando se disponía a dormir le sorprendió ver una nota de él sobre su almohada. Antes de leerla ya le temblaban las manos y notaba la garganta seca.
    “Buenas noches, viuda inconsolable y compungida. ¿Te has lavado ya los dientes? Seguro que sí. Seguro también que ya empiezas a notar los efectos del ingrediente sorpresa que he añadido a tu enjuague bucal. Así, yo callaré como muerto, lo que soy, y tú, callarás como lo que eres, una puta”.
    Cuando acabó de leerla, intentó articular un insulto que no logró salir de su boca. Al contrario que su lengua, que junto con sus dientes y sus encías se desparramaban a pedacitos sobre su camisón de seda. Ella, impotente y aterrorizada, los recogía del suelo y los dejaba sobre la mesilla, justo al lado del espray de las lágrimas falsas.

  7. UN ESTAR EN LAS NUBES ABIERTAS
    Querida Clara:

    Ámame cuando el tiempo exista entre nosotros. Cuando el alba nos despierte y nos acaricie la mejilla prendida en rubor. Cuando las sábanas nos envuelvan buscando ese beso anhelado y ese verbo pronunciado de amor. Ámame en el silencio de un roce, de un susurro, de un querer ser y estar en un solo cuerpo.
    Quiéreme sin medida, sin normas, sin tropiezos. Quiéreme un solo segundo o una vida entera, pero hazlo con el aroma que contiene el deseo, con el secreto bordado en la piel abierta de la entrega, con el fragmento de lluvia que llora el cielo.
    Soy ese soplo de vida que te respira entera y te tatúa en el corazón un solo latir acompasado con el tañido de una campana que predice y suena a pasión.

    Te dejo esta carta plena de sentimientos, para que al leerla sientas la belleza que esconden sus palabras trazadas con la pluma de mi alma.

    Te amo, te siento, te sé.

    Roberto

  8. Desalmados

    Se me cayó el alma a los pies. Me agaché a recogerla y me pasaron todos por encima (Te agachas un segundo y te pasan por encima, no falla: ¡Qué gente!)
    Desde entonces voy por la vida sin alma, no sea que se me vuelva a caer y me atropellen, como la última vez.

  9. Perder el tren

    Estaba a punto de llegar el tren que solo pasa una vez en la vida. Por eso las señoras del pueblo se pusieron sus trajes más vistosos, incluso las solteronas grises. Los hombres, ese día, peinados con gomina, sacaron a pasear el sombrero. Parecían otros. Y allí estuvieron toda la mañana, en la vía del tren, unos decían que ya se oía, otros, que vibraban los raíles, que si por el este o por el oeste. Y de pronto apareció, tras una nube de vapor, majestuoso, brillante. Paró y se quedaron boquiabiertos, en espera de que alguien subiera o bajara. Y después la algarabía con el pitido, quienes le decían adiós con la mano y los que corrían detrás sin ningunas ganas de alcanzarlo.
    El tren, claro, vacío.

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