Viernes creativo: escribe una historia

 

Hay rostros que invitan a algo, pero lo importante es saber a qué. Prueba con este pintado por Beau Frank.

©Beau Frank

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13 pensamientos en “Viernes creativo: escribe una historia

  1. Me adentro en tu rostro y veo el paraíso en tí. Luego, regreso al mío, a mi desolada imagen, producto del mundo sucio y hostil, que me rodea y se desploma con cada paso que doy, y vuelvo a mirarte. Entonces, la sonrisa ingenua y limpia retorna a mí, igual que cuando nos conocimos, que cuando éramos unos niños…
    No te lleves mis sueños, rostro que alegras mis miserias. Necesito de tus palmeras y de tus playas, de tu cielo inmensamente azul y manso, para que den sombra a mi quietud y a mi vida den sentido.

  2. Paraísos perdidos

    Cada día descubría en su rostro nuevas promesas de paraísos que invitaban a perderse en ellos, pero el miedo de borrarlas la detenía cada vez que quería comérselo a besos.
    Finalmente, nunca llegó al paraíso.

    (en català al meu Univers madur)

  3. Mirror, window

    Siempre tuvo esa cara que te invitaba a viajar, a recorrer el mundo entero, a visitar las playas perdidas de arenas blancas y aguas cristalinas. De todos modos, nunca me fié de él. Sabía de su pasado. Era un mentiroso compulsivo. ¿Cómo saber que lo que se reflejaba en su rostro era verdad? Un día, movido por mi curiosidad y mi incesante masoquismo, me entregue a sus ojos calmados, boca profunda, pómulos perfilados y cuello interminable. Fue un error, nunca debí de caer en su trampa. Las palmeras y los paisajes prometidos se convirtieron rápidamente en un mero espejismo violento. Una vez en su red, vi su verdadera imagen, la de un hombre perdido, lleno de odio y rabia contra todo. Su apariencia se tornó gris y el azul de sus ojos se perdió en los mares y aventuras ansiadas.

  4. Sucesos

    Qué sucede, si cuando miras a la persona que crees que amas, ya no la ves. Solo ves el último sitio donde fuiste plenamente feliz a su lado.

    Qué sucede, si no quieres hacerla sufrir pero tampoco puedes hacerte tanto daño.

    Qué sucede cuando nuestras palabras dicen pero nuestros hechos dicen aún más. Y en sentido contrario.

    Qué sucede, si cuando miro tu rostro ya no me veo en él reflejado…

  5. RECUERDO

    Recuerdo ese verano, aquel verano…
    Recuerdo tu cabello peinado por la brisa del mar.
    Recuerdo tu sonrisa y tu mirada azul.
    Recuerdo esos paseos por la orilla de la playa, al atardecer, cuando el sol se besaba con el mar, y las sombras escondían nuestras caricias, nuestros besos.
    Recuerdo que te lo di todo de mí, te lo entregue todo.
    Recuerdo las noches en que nos amamos sobre la arena de la playa hasta el amanecer.
    Recuerdo tus te quiero, y tus volveré.
    Recuerdo que fuimos un amor a escondidas, clandestino, prohibido.
    Recuerdo que éramos tan diferentes, tú el señorito de la capital y yo la chica del pueblo.
    Recuerdo que nos separaban mil kilómetros de distancia y un abismo de hipocresías y mentiras.
    Recuerdo, ahora en la playa, paseando con mi soledad, que tan solo fui para ti un amor más, un amor de verano, de tu último verano.
    Recuerdo que todo quedó en eso en un amargo recuerdo.

  6. POBRE NIÑA RICA

    Cuando pienso en aquellos años no logro recordar del todo su rostro. Siempre se mezcla con la imagen del camino que llevaba a la playa desde el camping. Eso sí, era rubio con ojos claros y solía bajar pronto por la mañana con su tabla de surf. Allí se juntaba con otros jóvenes.
    Yo, sentada en mi silla de ruedas les observaba desde la terraza de mi casa. Chicos y chicas, guapos y tostados por el sol, pasaban el día bañándose, surfeando, jugando a voleibol. Se quedaban hasta el atardecer; entonces uno de ellos traía su guitarra y empezaba a tocar. Cuánto disfrutaba viéndolos divertirse y saborear el verano. Yo me conformaba con poder sentir la brisa del mar, la cara protegida con una pamela para que el sol no dañara mi piel pálida y delicada.
    Los fines de semana, mi padre me bajaba a la playa y cogiéndome en brazos me acercaba al agua para que chapoteara un rato; no mucho porque enseguida me quedaba morada de frío. Al pasar delante del grupo me miraban sonriendo y me saludaban: « ¡Hola, Alicia! ¿Te quedas un rato con nosotros?» Siempre encontraba un motivo para no quedarme; en realidad no soportaba sus miradas condescendientes.
    Ocurrió al final del verano; nadie entendió cómo pudo explotar el motor de la lancha que les había dejado papá. Ninguno se recuperó de las graves lesiones ocasionadas.

  7. CARIBE

    Navegando por las redes sociales lo vi. Se escondía tras un nick, Caribe, aunque mostraba su rostro.

    Me atrajo su especial belleza.

    En él se reflejaba el rumor de las olas, bajo un cielo azul con nubes blancas y una playa de fina arena a la sombra de unas palmeras. Sobre su ojo izquierdo se observaba una gran nube negra.

    Su mirada era triste y dulce a la vez.

    Con el tiempo supe su historia. Soñaba con el Caribe, con su olor, su sabor, con cabalgar sobre las olas empujado por la brisa fresca.

    Luchaba por conseguir su sueño mientras lo imaginaba.

    Algún día se subirá sobre su tabla.

    Mientras se desliza, desaparecerá la nube negra de su corazón y volverán a brillar sus ojos.

  8. La memoria

    −Puedes sentarte, en un momento estoy contigo.
    “Lo reconocería en cualquier sitio. Al decirme el nombre la secretaria, ya me sonaba de algo. Al verle la cara se me han venido encima los diez años que han pasado desde que él falta. Una excursión de fin de semana, como tantas. Lo que dijeron es que se les había ido de las manos. Unos chicos jóvenes, alcohol, sexo. Sí, pero él no quería. Era un buen chico, un poco retraído, no una nenaza como le llamaron, entre risas, mientras le reventaban la cara y el cuerpo a patadas en la arena del camino que lleva a la playa. Al día siguiente le pidieron perdón, en el hospital, mientras estaba convaleciente. Una pequeña reprimenda de la policía, y para casa. Mi hijo no lo pudo superar, y acabó tirándose al paso del tren, poco después de darle el alta. Mi pobre mujer, ya con los nervios destrozados, enloqueció y tuve que internarla en una residencia psiquiátrica a los tres meses, por no poder atenderla debido al trabajo. Allí sigue…”
    −Ya está, ¿en qué puedo ayudarte?
    −Buenas tardes, venía a traerle mi currículum, pues estoy muy interesado en entrar a formar parte de su empresa.

  9. Silencios que matan

    En sus ojos las olas del mar te abrazan, la arena de la playa acaricia tu piel y una puerta floreada se abre para invitarte al Paraíso, me dijo con la inconsciencia de las enamoradas y sonrió feliz como lo hace los maniquís los días de rebajas. Tras un suspiro, continuó alabando al ladrón de su cordura con una pasión desaforada, que me llevó a pensar que si alguna vez un científico loco quisiera procrear al hombre perfecto, debería repasar su relato. Hasta yo me lo creí cuando emocionada me lo señaló en la plaza. Pero mirándole a los ojos, lo reconocí y, por ella, guardé silencio, hasta hoy.

  10. MI NOMBRE Y LA NEGRURA

    Me siento tan vulnerable que he vuelto a la casa de la playa a recuperar la felicidad de cuando era niño. La busco en la terraza, antaño soleada, en el cuarto de los juguetes, en la cocina donde vivía la sonrisa de mi madre. Pero no está.
    Mientras arrastro por la arena mi alma de plomo, mi anatomía desahuciada, escucho mi nombre, alguien o algo lo pronuncia una vez y luego otra. Ni siquiera intento luchar contra la infinita soledad de esta tarde de invierno ni contra el viento helado que muerde mis huesos. Me dejo llevar, entro en el agua. “¿Qué quieres de mí?”, le digo a esa voz y nado hacia dentro, lejos de la orilla. Me llama a gritos, surge desde la negrura del fondo del mar. Quiere que baje.

  11. LA SOMBRA DE M.
    La primera vez que visité Roma tenía 24 años. Entonces estaba obsesionado con Marguerite Yourcenar, por lo que llevaba Memorias de Adriano en mi equipaje. Todas las mañanas visitaba el Panteón. Por las tardes, me quedaba contemplando el Castel Sant’Angelo, el mausoleo de Adriano que los papas convirtieron en su fortaleza. Incluso viaje a Tibur (Tivoli) para visitar Villa Adriana. No entendí por qué un hombre que había construido aquella maravilla prefería vivir siempre viajando.
    Regresé a Roma un par de años después. Mi admiración por Marguerite Yourcenar había remitido un poco. Entonces estaba leyendo a Stendhal. No paraba de hojear Roma, Nápoles, Florencia. Visité Civitavecchia, donde vivió porque los papas no le permitieron poner un pie en Roma.
    A partir de los 30 años, visité Roma al menos una vez al año. En noviembre, en diciembre, en primavera. Un par de días, una semana. En cada una de esas visitas iba acompañado de romanos o visitantes de Roma: Bernini, Borromini, Víctor Manuel II, Joyce… Un fin de semana, incluso, viajé fugazmente con Lutero. Me indigné con él cuando vi la tienda de recuerdos que había en la cúpula de San Pedro. Justifiqué la salvación por la fe, el saco de Roma, la Reforma…
    El año pasado, dejé atrás mis cicerones de papel. Yo mismo me convertí en cicerone de Roma. Viajé con M. Callejeamos por el Trastevere, visitamos la Villa Borghese, observamos la ciudad desde el Janículo, comimos dulces judíos en el Ghetto. Ahora, en todos mis viajes a la ciudad, me acompaña la sombra de M.

  12. Ayer. Ibas a ser mi vez primera. Yo sería la tuya. Tan jóvenes los dos.
    Tu flequillo rebelde me atraía como la playa al náufrago. Tu mirada, tu cuello adolescente. Tu pecho. Mi mano se enlazó en tu presente y quiso ser tu futuro. Pero éramos demasiado críos y, en ese momento, algo nos despertó de la ensoñación.
    Hoy. Tu mujer y tú, mi mujer y yo. Somos buenos vecinos. Organizamos reuniones de adultos medio calvos hipermétropes a las que acuden todos nuestros amigos. Pero cuando me miras y me ves sé que también recuerdas la playa de nuestra juventud. Aquella vez que nos quisimos dar algo más que la mano. Aquella vez que no pudo ser nuestra primera.

  13. Divisiones

    El mundo volvió a dividirse en dos. Unos querían ir a la playa y otros a la montaña.
    Lo vimos resquebrajarse con una grieta tan imperceptible como las otras, igual que cuando Rubén se dejó bigote y unos lo adoraban y otros lo repudiaban. Como cuando el equipo de baloncesto femenino del pueblo iba a cambiar de entrenador y unos querían a Mamen y otros a Rodrigo José.
    A mí lo del mundo ya me tenía harta, yo lo que quería era irme contigo, adonde fuera, pero nunca estaba en el lado adecuado.

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