Viernes creativo: escribe una historia

Este viernes os voy a pedir que escribáis una historia, pero para hacerlo tenéis que robar un personaje. ¿Y de dónde lo sacáis? Muy fácil: yo dejaré un microrrelato del que robaréis el primer protagonista. En los comentarios deben sucederse las historias, de las que, de manera encadenada, robaréis personajes, cada uno de la última historia publicada. En esta ocasión sí os pido que publiquéis vuestras historias en los comentarios del blog, que también podéis compartir en facebook, twitter o vuestro blog, para poder seguir el juego fácilmente.

Si se os adelanta alguien en el robo del personaje mientras estáis escribiendo, podéis optar por mantener vuestra historia o escribir otra. El siguiente, que continúe con la última que encuentre.

Para iniciar el juego, dejo un microrrelato de Fernando Vicente Galve, nuestro anfitrión, publicado en su libro Catarro de Pecho. ¡A robar!

Lazos familiares

Cuando entro en casa después de las clases en la universidad, miro a la izquierda, hacia la cocina, y veo a mi madre asomada a la ventana, con los codos apoyados en el alféizar y la barbilla sobre las manos todavía enguantadas tras fregar los platos. Por la espalda se le derrama una catarata de cabellos rojizos. Si le preguntara qué hace, confesaría que todavía guarda la esperanza de que un día verá regresar a mi padre.

Entonces, miro a la derecha, hacia el salón, y veo a mi padre tumbado en el sofá, buscando con desgana un canal en el que emitan alguna película de Rita Hayworth.

Y yo me quedo indeciso en el zaguán, temeroso de que a mi paso se rompa el hilo, quizás frágil, que aún les une.

24 pensamientos en “Viernes creativo: escribe una historia

  1. Mi dedo iba cambiando automáticamente de canal, mientras mi mente navegaba buscando razones para seguir peleando. Cuando en la pantalla apareció Gilda mi dedo y yo nos paralizamos a la vez. Aquella sonrisa, aquella sensualidad, aquella manera de mirarme y hacerme sentir deseado era la única manera que tenía de recordar lo que había sentido por la hermosisima mujer con quien me casé, y a quien el maldito tiempo había convertido en una extraña malhumorada que se encerraba en la cocina a suspirar, mientras nuestro hijo nos contemplaba con recelo, imagino que pensando en la forma de evitar la trampa que nos tendió la vida a nosotros.

  2. Yo soy el hijo no deseado de mis padres. Lo sé desde mucho antes de lo que ellos se creen. Por eso, aunque sólo tengo 14 años, estoy determinado a marchar lejos, muy lejos. Estoy pensando en cómo hacerlo, sin pasar hambre -es que me gusta mucho comer… ¡qué le vamos a hacer!-. ¡Ya sé!, le pediré dinero a Braulio, el empollón de mi clase. Es un pijo en toda regla y está forrado. Aunque no le he hecho mucho la pelota últimamente, creo que no le caigo mal del todo. Por supuesto, le diré que se lo voy a devolver -aunque no sea cierto-.
    -¿Está Braulio?
    -Sí, ahora se pone.
    -Soy Braulio, ¿quién es?…ah, ya, ya. ¿Y qué quieres?
    -Verás, mi vida en casa es un infierno y quería pedirte algo de dinero para emanciparme.
    -¡Pues has llamado a quién no debes! (El niño baja el tono de voz, en este punto de la conversación). Yo estoy reuniendo dinero para hacer lo mismo. Mis padres se odian y yo a ellos. Así que llama a otra puerta…
    -¡Jopé! ¡Tú también! Lo siento, chaval. Eras mi último recurso, no me queda más remedio que quedarme en esta jaula de grillos. Te deseo mucha suerte.

  3. Continuo viendo la televisión, en ese instante suena la música de Gilda, y ese guante sensual bailando ante mis ojos atrae más todavía mi atención. Oigo la notificación del móvil, lo miro con cuidado y leo “cariño ¿vendrás esta noche?”, lo escondo y sigo viendo la tele. Aunque mi mujer se encuentra en la cocina, en sus mundos, subo el volumen, cojo el teléfono y mando un mensaje de voz “sí, esta noche a las diez”.
    Entonces, con asombro, me doy cuenta que mi hijo está en la puerta y simplemente me pregunta “esta noche ¿qué?”
    Con rubor, escondo el móvil, y le digo “cosas del trabajo, no me molestes” y subo más el volumen del televisor.

  4. No fue él quien se acercó por el sendero y tímidamente hizo sonar el timbre aquella noche de domingo, era Gina, la hermana pequeña de mi madre, la que había huido de su casa años atrás para ser actriz en alguna cuidad con mar. Allí estaba, ya no tan juvenil a sus casi 50, pero aún conservaba la gracia en aquellos rizos semicastaños. ¿A quién me recordaba? Embutida en ese largo vestido color esmeralda, irreal y a la vez tan natural en aquella situación. Posiblemente entonces comenzamos a entender. Curiosamente, por un momento, volvió mi padre.

  5. De goma, sí, de goma, no negros, no, negros no, tampoco ella es que sea la Rita Hayworth esa. Aun así, cuando la cabeza le vuela, suena en la cocina la orquesta y ella, en el centro de un contoneo ensayado para que no falle jamás, para que sea perfecto… se quita los guantes uno a uno… queriéndolos.

    jjff

  6. Sonó el timbre de la puerta. Papá, ensimismado en la visión de Rita Hayworth desnudándose un brazo, me gritó: Albertito, coño, ¿no oyes el timbre? Abrí y me encontré frente a un tipo alto y delgado, de cara oblonga, piel pálida y grandes ojos claros que me miraban fijamente. Advertí que de su sombrero salían mechones de cabello rubio pálido, tan rubio y tan pálido como el mío. De pronto noté una mano en mi hombro que me apartaba con decision a un lado. Era mamá. Gritó: ¡Alberto amor mío, sabía que algún día volverías a mí!, y se fundió con él en un beso interminable. La música de la televisión seguía sonando fuerte: Put The Blame On Mame…, papá no apartaba los ojos de la pantalla, de Rita blandiendo su negro guante. Yo…, como siempre… sobraba.

    Humberto Figarola Plaja

  7. De Gina solo sabíamos lo poco que nos contaba mamá. Que siempre fue muy rebelde, feminista y amante de Charly Parker y los cócteles con aceituna. En fin, como le gustaba decir a mamá, “una mujer adelantada a su tiempo”. También nos contó que desde muy pequeña tenía vocación de viuda, algo que logró el día que falleció de un infarto Nico, su primer y único marido. Tío Nico, por lo visto, trabajaba como mercenario, más concretamente como francotirador. Por lo visto, la de francotirador también era una vocación que le venía desde niño. Dicen que ya de bebé era uno de esos críos inquietantes, de esos que te fulminan con la mirada. En fin, parece claro que hacían una buena pareja.

  8. LA SONRISA DE GLENN

    Cuando por fin el guante cayó al suelo, el brazo de Rita mostró un sarpullido rojo que desentonaba con el blanco y negro de la película.
    “Alergia al tejido”, dictaminó el médico cuando la examinó detrás de la pantalla. Y luego le espetó de forma categórica: “ No podrá volver a representar esta escena nunca más”.
    Sin embargo de la bofetada, no le dijo nada.

    ©SandraSánchez

  9. El círculo que nunca se cierra

    El acomodador escuchaba a Gilda suspirar, entre escenas, por una vida en technicolor, sin guantes, con un marido que la esperara sentado en la butaca del salón y un hijo que sacara malas notas, al que ayudar a resolver problemas de matemáticas en la cocina con un pastel de manzana recién hecho. Escenas, pensaba el acomodador, que también se repetirían a diario y que acabarían haciéndole soñar con una vida en blanco y negro en la que ella fuera la indiscutible protagonista.

  10. FALTA DE CÁLCULO

    Siempre había querido meterse en una película. Aquél día, por fin, se decidió: apuntó con la linterna, puso los ojos en blanco, comenzó a correr por el pasillo central y se precipito hacia la pantalla, atravesándola. Ponían Ben Hur. Por desgracia, sus anhelos de conducir una lustrosa cuádriga se desmoronaron cuando cambió la escena. Desde entonces, el acomodador del cine Rex está eternamente condenado a remar en galeras cada vez que ponen la película en algún lugar del mundo: es el séptimo de la izquierda, empezando a contar por Charlton Heston.

  11. El Sr. Heston enarboló su arma, mientras sus sus enfebrecidos amigos de la Asociación Nacional del Rifle le ovacionaban: » quien quiera quitármelo tendrá que arrebatarlo de mis manos yertas», gritó. Por un momento vi la imagen de mi hermana, su cuerpecito ensangrentado acribillado por las balas, aquella mañana en qué dos chicos decidieron convertir el colegio en un cementerio. Después disparé al corazón del Sr. Heston y comprobé que, en efecto, una vez muerto no me costaba nada arrebatarle su maldito rifle.

  12. ¡Chúpate esta!

    No puedo ocultar mi absoluta fascinación por el cine de Hollywood, por eso el nombre de mi primogénito no podía ser otro que Óscar, pero el malvado de mi mellizo, que ya sabía de mi intención, se me adelantó en dos meses y se lo puso al suyo. Castigo por haberle robado la novia.
    Yo no quise dejar las cosas así, y le puse al mío Ben-Hur, doce óscars.

  13. Excinéfilo

    Ben-Hur era mi película favorita. La vi setecientas cinco veces, siempre en el mismo rollo de mi proyector casero. De sus primeras reproducciones, me cautivaban las escenas de acción —sobre todo su famosa carrera de cuadrigas—, la vitalidad inquebrantable de Judá Ben-Hur o el triunfo de la fe. Pero con el paso de las proyecciones, los movimientos de los personajes y sus diálogos se ralentizaban y la emisión, de esta forma, se eternizaba cada vez más. Hasta que un día, Ben-Hur, mirando a cámara y con todos sus compañeros de película secundándole, se salió del guión y me escupió «maldito enfermo, hasta aquí hemos llegado». Desde entonces jamás han vuelto a interpretar sus papeles. Escarmentado, con Rocky abandoné definitavamente mi pasión por el cine.

  14. Cuatro esquinitas
    El cuadrilátero era como una enorme cama. Rocky Balboa y Apollo Creed dormían sobre la lona igual que dos niños pequeños. El árbitro les arropó con cuidado, remetió las sábanas bajo las esquinas del ring y se alejó de allí de puntillas. Se apagaron las luces y el público empezó a desfilar por los vomitorios del estadio con una excepcional cautela. Todavía hoy nadie se ha atrevido a desvelar su sueño.

  15. San Roque

    A mi padre, hombre de pueblo con cultura limitada, no le podías pedir que supiera gran cosa de literatos y pintores. En cambio, no fallaba una pregunta sobre boxeo. Pasaba sus horas de ocio, viendo combates legendarios en la tele: Muhammad Alí contra Joe Frazier, Joe Walcott frente a Rocky Marciano. Cuando no retransmitían las peleas, alquilaba pelis en las que el protagonista fuera un púgil: Toro Salvaje y Rocky eran sus preferidas.
    A él le hubiera gustado que su hijo primogénito, o sea yo mismo, llegara, al menos, a campeón europeo de los welter. Por eso me puso el nombre del célebre Balboa. Un desgraciado accidente me dejó sin visión para los restos y ahí se truncó mi breve carrera pugilística. Me regalaron un perro, al que le pusimos Juan. La tradición religiosa, tan presente en una población tan pequeña como la mía, se encargó de vestir de santo a mi apodo.

  16. DE PELÍCULA

    No quiero ir al colegio, los compañeros se ríen de mí cuando el profesor pasa lista. Mi padre dice que tengo que sentirme orgulloso de llamarme Ben-Hur, como la épica superproducción. No entiende que yo lo único que quiero es que Catwoman, la niña de largas trenzas de la tercera fila, se fije en mí, pero es misión imposible, ella solo tiene ojos para Ethan Hunt y para ese larguirucho empollón de Superman. Así que está decidido, en cuanto me haga mayor me cambiaré el nombre por Bond, James Bond.

  17. IDENTIDADES

    Y un buen día me cansé, mandé todo al cuerno y me cambié el nombre, que ya no es James Bond sino Jaime Buendía. Monté una tienda de ultramarinos. Y mi vida iba tranquila hasta que un día entró ella; Marta Jara, decía que se llamaba, y que trabajaba limpiando la casa de la vecina del cinco. Pero mucho me equivocaba o era Mata Hari, a la que conocí hace años en Oriente. En mi cabeza vestía de seda y bailaba la danza del vientre, mientras miraba con atención el paquete de chipirones. Me escondía detrás de los paquetes de pan tostado y admiraba sus ojos marrones. Pero yo nunca hablé de amor, y ella dejó de venir. Jamás le confesé mi identidad, ni le pregunté por la suya. En nuestra profesión, es mejor morir que revelar un buen secreto.

  18. Mata Hari se enamoró de Olivia la primera vez que la vió del brazo de Popeye. A la menor ocasión se pasa por su casa con cualquier excusa, para verla. Él, convencido de su sex-appeal, le dice a sus colegas que la tiene ‘en el bote’ y si se da la ocasión, aprovecha cuando su mujer no les ve para guiñarle un ojo y enseñarle el ancla. Luego Mata se lo cuenta a Oli y se parten de risa mientras se comen a besos.

  19. Entre verduras
    Hoy en el súper me encontré con Popeye en el pasillo de las verduras. El hombre estaba de ancla caída e iba a necesitar doble ración de espinacas. Al reconocerme quiso ser amable y se ofreció para escogerme el manojo de espinacas más hermoso, pero no estaba yo para más manojos; estaba hecha uno de nervios y me bastaba y sobraba.
    —¿Espinacas?… No, lo que busco es un guante negro —le dije.
    —¿Entre coles, espinacas y acelgas? —me preguntó el marino estirando la quijada al límite.
    —Por algún sitio tendré que empezar, ¿no? —le espeté.
    —Vale, vale, no se me ponga así —dijo frotándose la mejilla derecha y recolocándose la pipa.

  20. Sólo amigos.

    La intención de seguir siendo solo amigos se va al traste cada vez que ella, sin darse cuenta, roza su mano. Él, alentado por el intenso aleteo de las mariposas que, invariablemente, se produce en su interior cada vez que esto sucede, acaba intentando besarla. Ella, tras hacerle la cobra, sonríe con picardía y se muestra siempre igual de tajante: su relación es demasiado especial como para estropearla yendo más lejos. Y él, resignado, se conforma porque, qué le va a hacer, la ama con todo su ser.

    Pero hay una cosa que él no sabe y es que, aunque ella no se sienta en absoluto atraída por su físico, necesita su compañía desesperadamente, y no va a renunciar nunca, jamás, a su amistad, porque le encanta que él le escriba versos —una faceta suya que la mayoría desconoce— que la mire ‘de esa manera’ y, sobre todo que la haga reír, cosas que su novio, obsesionado con sus bíceps y con la explotación de las fincas de espinacas hiperférricas transgénicas, hace mucho tiempo que no se esfuerza en procurarle. Por eso, cada cierto tiempo, cuando se da cuenta de que su amigo está algo distante, porque ha conocido a alguien, como ocurrió hace un par de semanas —no hay modo de mantener alejadas a esas pájaras— o simplemente por que está algo deprimida y necesita un subidón de autoestima, Olivia una vez más, decide rozar la mano de Brutus, sin darse cuenta.

  21. RITO DE TRISTEZA
    No era su mejor opción, ni siquiera era una opción. Era una imposición venida por quienes más quería. A ella le gustaban las muñecas, las minúsculas tacitas de té, los peluches grandes con ojos de botón. A él le iban los grandes pechos que no encontraría, las piernas torneadas, carentes de inocentes moraduras provocadas por juegos en la calle.
    El rito se consumó en la casa de sus padres. La vistieron con su sencillo traje de comunión, una corona de flores cuyas espinas se clavaban a cada paso, unas sandalias sin tacón y un carmín que se derretía en la comisura de su tristeza.
    No sabía su nombre, quizá Brutus fuera el adecuado, rimaba con su rostro; hosco, áspero, sin rastro de bondad; con su peludo y grasiento cuerpo, con sus fingidos cuarenta años.
    Tras la ceremonia todos abandonaron la estancia. Un haz de luz transparentaba su silueta. Se apagó la vela y los gemidos provocaron arcadas a un vientre aún muy tierno.

  22. Mi madre comenzó a tararear la canción –la misma de siempre–, mientras se acercaba a mi padre. Se quitó uno de los guantes y se lo arrojó. Dio uno o dos pasos más y ocurrió lo inevitable: el dispositivo telemático que mi padre llevaba en el tobillo comenzó a pitar.
    –Por Dios, Gilda, sal del salón –dijo mi padre.
    Pero mi madre seguía avanzando sin parar de cantar.

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