Viernes creativo: escribe una historia

Hoy os dejo este texto de Fulgencio Susano García, al que tenéis que poner título y darle un final.

La señora de la casa fuerza el termostato hasta superar la treintena. Afuera un sol escaso acaricia los ánimos pero no llega ni a calentar las cervezas de las terrazas. El cielo azulea el carácter sombrío del invierno. Ella insiste en que su vivienda hierva para poder caminar descalza y semidesnuda sus cirugías ridículas. Leopolda, la sirvienta forrada de negro y coronada como cadáver con cofia, suda la gota gorda de un mayo interior frente al enero exterior. Corre detrás y delante de la señora para recoger y ordenar sus caprichos. Sólo piensa que a las tres en punto terminará su jornada. Como sea llegará hasta la cocina, se desvestirá y recogerá una enorme bolsa de cartón de una franquicia de moda. La abrirá y mirará dentro.

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7 pensamientos en “Viernes creativo: escribe una historia

  1. EL DISFRAZ

    La señora de la casa fuerza el termostato hasta superar la treintena. Afuera un sol escaso acaricia los ánimos pero no llega ni a calentar las cervezas de las terrazas. El cielo azulea el carácter sombrío del invierno. Ella insiste en que su vivienda hierva para poder caminar descalza y semidesnuda sus cirugías ridículas. Leopolda, la sirvienta forrada de negro y coronada como cadáver con cofia, suda la gota gorda de un mayo interior frente al enero exterior. Corre detrás y delante de la señora para recoger y ordenar sus caprichos. Sólo piensa que a las tres en punto terminará su jornada. Como sea llegará hasta la cocina, se desvestirá y recogerá una enorme bolsa de cartón de una franquicia de moda. La abrirá y mirará dentro.

    Aunque sepa perfectamente lo que contiene, no le resulta grato a Leopolda comprobar lo que hay en su interior, ya que se trata de un disfraz más para otro trabajo en el que volverá a sentirse sometida y humillada. Lo extrae y piensa en lo que conlleva ponerse ese mínimo vestido, las esposas y el látigo negros. Solo espera que los clientes, esta vez, no la lastimen demasiado.

  2. Sonrisas de niño
    En el reloj neoclásico del hall suenan las tres de la tarde. Leonela, la sirvienta, echa la cofia, la camisa y la falda de tergal en el cesto de mimbre de la ropa sucia conforme se va cambiando con premura. Coge la enorme bolsa de cartón con la que va a trabajar todos los días a la casa de la señora y sale garbosa por el pasillo. Antes de cerrar la puerta se detiene asomando la espigada cabecita por el quicio y se despide como si se tratase de un ritual recitando la misma locución todos los días, que reverbera por el angosto pasillo: “hasta mañana mi señora”, cambiando el tono de voz a soprano cuando pronuncia el sustantivo “señora”.
    En el vestíbulo del hospital abre la enorme bolsa de cartón y de ella saca una descomunal peluca con tirabuzones azules, una nariz roja de payaso y varios cuentos de Gloria Fuertes, hoy toca hacer sonreír a los niños que están malitos.

  3. «La señora de la casa fuerza el termostato hasta superar la treintena. Afuera un sol escaso acaricia los ánimos pero no llega ni a calentar las cervezas de las terrazas. El cielo azulea el carácter sombrío del invierno. Ella insiste en que su vivienda hierva para poder caminar descalza y semidesnuda sus cirugías ridículas. Leopolda, la sirvienta forrada de negro y coronada como cadáver con cofia, suda la gota gorda de un mayo interior frente al enero exterior. Corre detrás y delante de la señora para recoger y ordenar sus caprichos. Sólo piensa que a las tres en punto terminará su jornada. Como sea llegará hasta la cocina, se desvestirá y recogerá una enorme bolsa de cartón de una franquicia de moda. La abrirá y mirará dentro». Abelardo, el mayordomo, fiel a su discreción, ha seguido sus indicaciones y ha pasado por el establecimiento para pagar en mano y hacerse cargo de traerle la compra.
    Leopolda entra en el cuarto de baño correspondiente al servicio doméstico. No tiene tiempo de ducharse y se lava por partes: primero los pechos, en el lavabo, que liberados de la prisión y la asfixia del sostén con relleno, reciben el agua tibia con alegría. Después los brazos, el cuello y la cara. Para lavarse de cintura para abajo llena el bidé y se lava primero las piernas, enjabonándolas abundantemente; aclara y vuelve a llenarlo para sentarse y adecentarse las partes bajas. Ya aseada, se viste con el liguero negro ribeteado, el corsé de cuero, procurando no ceñirlo más de la cuenta, el tanga y el minúsculo sujetador. Por último, se pone el vestido de punto de cuello alto y se recoge el pelo.
    «El Cisne Azul» estará a rebosar esta tarde. No Puede comer mucho. Simplemente, parará de camino en Pasta Piccola y pedirá para llevar a casa una ración de espaguetis al olio. Ligeros, pero con los suficientes hidratos para aguantar el baile en el escenario que le espera poco después.

    MVF©

  4. EXCENTRICIDADES
    “La señora de la casa fuerza el termostato hasta superar la treintena. Afuera un sol escaso acaricia los ánimos pero no llega ni a calentar las cervezas de las terrazas. El cielo azulea el carácter sombrío del invierno. Ella insiste en que su vivienda hierva para poder caminar descalza y semidesnuda sus cirugías ridículas. Leopolda, la sirvienta forrada de negro y coronada como cadáver con cofia, suda la gota gorda de un mayo interior frente al enero exterior. Corre detrás y delante de la señora para recoger y ordenar sus caprichos. Sólo piensa que a las tres en punto terminará su jornada. Como sea llegará hasta la cocina, se desvestirá y recogerá una enorme bolsa de cartón de una franquicia de moda. La abrirá y mirará dentro.” Allí encontrará el número de habitación de un hotel, una carta y, quizá, dos o tres billetes (que Leopolda guardará). Se colocará el abrigo y regresará a su cuarto alquilado. ¡Qué cosas tan bonitas le dice el hijo de la señora! Parecen tan sinceras. Y, sin embargo, la señora no tiene hijos. Y la dirección que hay en la carta es de un gabinete de psicología.

  5. OLA DE CALOR
    La señora de la casa fuerza el termostato hasta superar la treintena. Afuera un sol escaso acaricia los ánimos pero no llega ni a calentar las cervezas de las terrazas. El cielo azulea el carácter sombrío del invierno. Ella insiste en que su vivienda hierva para poder caminar descalza y semidesnuda sus cirugías ridículas. Leopolda, la sirvienta forrada de negro y coronada como cadáver con cofia, suda la gota gorda de un mayo interior frente al enero exterior. Corre detrás y delante de la señora para recoger y ordenar sus caprichos. Sólo piensa que a las tres en punto terminará su jornada. Como sea llegará hasta la cocina, se desvestirá y recogerá una enorme bolsa de cartón de una franquicia de moda. La abrirá y mirará dentro mientras extrae al tacto la pistola. Se dirigirá al saloncito donde se encuentra la señora, le disparará un tiro en la nuca silenciando la deflagración con una almohada, cuarteará el cadáver, lo introducirá en una bolsa y la bajará al cuarto de basuras, depositándola en el contenedor naranja (Los desechos orgánicos, siempre al cubo naranja) Subirá de nuevo a casa y bajará el termostato a 20 grados. Ya recostada en el sillón de orejas, suspirará aliviada.

  6. UN MININO TRAVIESO

    La señora de la casa fuerza el termostato hasta superar la treintena. Afuera un sol escaso acaricia los ánimos pero no llega ni a calentar las cervezas de las terrazas. El cielo azulea el carácter sombrío del invierno. Ella insiste en que su vivienda hierva para poder caminar descalza y semidesnuda sus cirugías ridículas. Leopolda, la sirvienta forrada de negro y coronada como cadáver con cofia, suda la gota gorda de un mayo interior frente al enero exterior. Corre detrás y delante de la señora para recoger y ordenar sus caprichos. Sólo piensa que a las tres en punto terminará su jornada. Como sea llegará hasta la cocina, se desvestirá y recogerá una enorme bolsa de cartón de una franquicia de moda. La abrirá y mirará dentro, aunque para su sorpresa, encontrará a Friski, el amigo inseparable de su señora y el duende peludo de la casa, arañando con sus finas patitas lo que aún queda de su ropa. Luego pegará un respingo e irá a buscar la escoba para espantar al gato y maldecirlo con mil y una palabrotas.
    Mientras tanto, la señora de la casa aunque haya mirado por el rabillo del ojo a Leopolda se hará la despistada y continuará tecleando su móvil o deslizando sus uñas de porcelana por su pantalla extraplana.

    —Señora, escúcheme por favor, no puedo salir así a la calle.
    —¿Qué le ha pasado a tu vestido?
    —Friski me lo ha destrozado.
    —Bueno, mujer no te apures, ahora voy a buscarte uno mío. Ya sé que te va a quedar estrecho, pero al menos llegarás vestida a tu casa.
    —Pero señora, ya sabe que no tengo su talla y es difícil que consiga ponérmelo.
    —Vamos, no te desanimes e inténtalo. No te queda otro remedio si no quieres salir fuera con esa pinta. Además yo te ayudaré si es preciso.
    —¡No, no insista! Tendré que llevarme su abrigo.
    —Pero ese abrigo lo necesito yo también.
    —Se ponga como se ponga, me lo llevo puesto y mañana se lo devuelvo.
    —¡No! ¡Imposible! Este abrigo debo lucirlo en una cita que tengo prevista dentro de unas horas. Además él me lo regaló en mi cumpleaños y quiere que siempre lo lleve encima cuando quedamos.

    Leopolda se gira bruscamente y huye del lugar enfundada en el abrigo ignorando los gritos que rebotan tras su espalda.

  7. Calor de hogar
    La señora de la casa fuerza el termostato hasta superar la treintena. Afuera un sol escaso acaricia los ánimos pero no llega ni a calentar las cervezas de las terrazas. El cielo azulea el carácter sombrío del invierno. Ella insiste en que su vivienda hierva para poder caminar descalza y semidesnuda sus cirugías ridículas. Leopolda, la sirvienta forrada de negro y coronada como cadáver con cofia, suda la gota gorda de un mayo interior frente al enero exterior. Corre detrás y delante de la señora para recoger y ordenar sus caprichos. Sólo piensa que a las tres en punto terminará su jornada. Como sea llegará hasta la cocina, se desvestirá y recogerá una enorme bolsa de cartón de una franquicia de moda.
    Allí está. Al cogerla sopesa su contenido. Será suficiente. Ahora hay que salir rápido. Si no, el encargo perderá su efectividad. Respira hondo — uno, dos, tres—, y abre la puerta. El rellano la abofetea con su frío de cementerio abandonado. Baja saltando de tres en tres los escalones, atraviesa el zaguán como golondrina de primavera y corre nieve a través. Aprieta la bolsa contra su pecho y sonríe. Llega a su casucha del extrarradio y ni se quita el abrigo. Sus otros hijos y su marido la esperan, indolentes. El vaho se condesa en cada beso. No se entretiene. Corre hacia el dormitorio y allí, escondido bajo tres mantas, respira con dificultad su bebé. Acerca la bolsa abierta a los mofletes helados. Un tibio aire calienta por unos segundos los sueños de la criatura.
    — « Bueno», suspira, «mañana correré más y podré traerles a todos un poco del calor del hogar de la señora».

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