Viernes creativo: escribe una historia

Nuestra compañera de los viernes creativos, Elena Mójer Gutiérrez, nos envía esta foto tomada a pie de calle que viene con unas cuantas historias entre el señor, su bolsa, el reflejo de la puerta y lo que se os ocurra. ¿Nos lo contáis?

Elena Mójer Gutiérrez

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8 pensamientos en “Viernes creativo: escribe una historia

  1. EL RARITO
    Sé que mamá me criticaría por llevar estos pantalones. Me diría que ya no soy un niño y que a qué vienen esas pintas, viviendo en un barrio de tanto postín, aquel que le resultó tan complicado alcanzar con sus ahorros. Ella sabía que yo era “rarito”, pero no era suficiente justificación para avergonzarla en público cada día, como repetía siempre. Nunca me entendió. Quizás fuese su mentalidad de mujer nacida con el estraperlo, con las penurias y con las estrategias que valida el hambre, lo que cerraba su mente a mi realidad, a mi diferencia. Tiempos odiosos y olvidables que, sin embargo, no consigo apear de mi memoria, a pesar del paso inexorable de los años, del hecho de que mi cadera me duela cada vez con mayor intensidad y no pueda deshacerme de este maldito bastón, ofreciendo la apariencia de un anciano calamitoso y depauperado.
    Me niego a envejecer y sí, mamá, seguiré vistiéndome igual que antes y siendo el “rarito” que tanto te avergonzaba, aunque, furiosa, quieras salir de tu tumba para reprenderme.

  2. El bueno de Liborio solía llegar a su casa cargado de compras a eso del mediodía, cuando el sol reflejaba como en un espejo, el bloque de viviendas situado frente a la cristalera de la puerta enrejada que daba acceso al número veinte de la calle Mingote.
    Admito que reconocía sus pasos nada más acceder al zaguán y subir el primer tramo de escaleras, pues siempre le delataba su traqueteo con el bastón hasta el ascensor, que solía cerrar con un golpe seco.

    Su madre postrada en la cama le llama con insistencia, al poco de ponerse a limpiar y desmenuzar el pescado fresco adquirido en el puesto del mercado, a donde arrastrando sus pies, se deslaza casi todas las mañanas, después de asear a su madre y adecentar la casa. Yo suelo irles a visitar con frecuencia, pues no quisiera que ocurriera cualquier desgracia y les pillase solos, además como encargada de la vigilancia y mantenimiento del inmueble, me sentía en parte responsable y en deuda, al compartir mi viudez con los arrumacos de Liborio, que jamás me quitó sus ojos de encima, pero las cosas de la vida, preferí casarme con su mejor amigo.

  3. HISTORIAS DEL BARRIO

    Marcelo era hombre de pocas palabras, taciturno y con andar cansino por sus muchas dolencias y gastados años, que no por eso dejaba pasar ni un día sin cumplir con su cita diaria. Porque si algo no podía negarse de su persona es que, por encima de todo, era un hombre de ley, de los que ya no quedan, vamos. Puntual y fiel, aunque las rodillas se le arqueasen y tuviese que cambiar de mano el bastón para cargar la compra, Marcelo no le fallaba nunca a Aurora. Amigos desde niños,, y vecinos y huérfanos de cariño ambos, ninguno tenía el cuerpo para practicar el amor en los tiempos del cólera, pero sí para ayudarse el uno al otro. En la casa, siempre encendida, color rosa de Aurora, no faltaba a media mañana ni a media tarde el tazón de leche con una nube de café de Marcelo. Comían sin grandes dispendios, a veces un pollo asado que él compraba en el puesto del barrio, acompañado de unos sabrosos pimientos que cultivaba ella. A fin de mes, arrejuntaban sus pensiones y podían comer con igual disfrute un bocadillo de sobreasada o una tortilla a la francesa hecha con todo el mimo del mundo y, eso sí, con los huevos de las gallinas que campaban felices y libres por el huerto. Comían, sí, y además de comer, hablaban, de los viajes que nunca hicieron, de los libros que habían llegado a la sección de novedades de la bibilioteca, de lo mucho que iba cambiando el barrio con los años. Después se despedían hasta la mañana siguiente y, por las noches, se soñaban el uno al otro, en sus respectivas casas y camas, habitando, muy juntos y felices, dentro de la misma historia.

    MVF©

    La imagen puede contener: una o varias personas y personas de pie

  4. Ir a la moda
    Debo reconocer que nunca sentí gran pasión por ir a la moda, al fin y al cabo ¿qué era ir a la moda? ¿Tal vez someterse al mismo troquel que te imponía el mudo susurro de los maniquíes tras el escaparate? Incluso en algunas ocasiones a mi entender me parecía un tanto estrafalaria, ¿qué era eso de vestirse con los pantalones rotos aunque sintieses las rodillas como carámbanos en pleno enero, o con las perneras unidad hasta los tobillos?, ¿o con la camisa con las rusticas costuras hacía fuera como si fuesen cicatrices?
    Yo debo reconocer que tengo mi propio estilo, ¡y sí, me miran!, hasta se detienen para tomar alguna instantánea entre irónicas sonrisas, cuando creen que no les veo. A mí me parece tan absurda su forma de vestir, como a ellos la mía. Es cierto que no espero que mi vestimenta termine marcando tendencias y me llamen para desfilar en la Pasarla Cibeles, pero yo tengo personalidad y estilo propio.
    josé mariano seral escario

  5. –Don Gumersindo, ¿qué ropa más curiosa se ha puesto hoy?
    –Ya ve, doña Paula. Mi nieta me aconsejó que hiciera uso de mi fondo de armario. Y he decidido hacerle caso. Me he puesto el traje con el que hice la primera comunión.

  6. LAS APARIENCIAS ENGAÑAN

    No entiendo nada. He seguido todas las indicaciones del tutorial de YouTube. Además, D. ª Petra, la portera, cuando me ha visto salir me ha dicho: «D. Germán va usted impresionante hoy».
    Vale, que, en lugar de un bolso de Chanel, llevaba unas bolsas del Chárter. Pero en cuanto a la vestimenta, lo dicho: elegante pero informal. Incluso, con mi toque personal con la gorra. Estoy convencido que ha debido de ser el bastón. Tal vez, no entendió eso de que a mí me gusta andar seguro por la vida.
    Pero aún así, sigo sin comprender por qué no ha aparecido y me ha tenido esperando tanto tiempo en el bar esa cita a ciegas.

  7. RECICLAJE

    Desde que llegó la crisis y me congelaron la pensión, no hay manera de llegar a fin de mes. Mis hijos tampoco pueden ayudarme, ya que están en una situación económica peor a la mía. Lo único que he podido aceptar es la ropa que se les va quedando pequeña a mis nietos. Así que, he logrado fusionar su ropa con la mía creando mi propio estilo, que causa tanto furor entre mis amigos.

    Hemos hecho de mi creación nuestro uniforme, desde que, para completar nuestra exigua paga, hemos creado nuestra propia empresa de reparto de comida a domicilio: «Los yayoglovo».

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