Viernes creativo: escribe una historia

Estamos muy felices porque hoy nuestro querido amigo Ernesto Ortega publica libro de microrrelatos con Enkuadres: Los defectos de la anestesia.

El evento será a las 19h en la Escuela de escritores de Madrid, calle Covarrubias, 1, bajo derecha.

Para celebrarlo, vamos a escribir con la imagen de KozDos, portada del libro, y tendremos que estar bajo los defectos de la anestesia. Drogaos con lo que queráis, anestesiad vuestras mentes, los boligrafos o los dedos que aporrean el teclado. Ernesto nos lo agradecerá… o no.Screenshot_20191129-000225.jpg

Escribe tu historia como comentario en esta entrada, en Facebook, instagram, el prospecto de la anestesia o donde quieras. El asunto es escribir.

8 pensamientos en “Viernes creativo: escribe una historia

  1. Transformación

    Un joven de buena posición, modélico hijo de padres ricos. Sin mancha en su expediente vital. Un espejo en el que mirarse para las nuevas generaciones. Así era el joven Ernesto… Hasta que llegó ella: la Anestesia. En un primer momento, creyó que era un error de grafía: que se trataba de Anastasia, su prima, pero dicho atropelladamente y sin pensar. Sin embargo, no tardó en darse cuenta de que no se trataba de una equivocación.

    La Anestesia llegó con su vulgaridad innata a contaminarlo. El muchacho comenzó a soltar lindezas por la boca, de las que hijo de puta era lo más suave. Y no solo eso, él, que siempre despreció el baile, sintió cómo su cuerpo se movía en increíbles coreografías, en situaciones inapropiadas..

    Sus padres no daban crédito. Los amigos y admiradores, menos todavía. Menos mal que aquel estado de embriaguez absurda se fue del mismo modo que llegó: repentinamente. Eso sí, el daño ya estaba hecho. En su vocabulario se asentaron aquellas palabrotas tan despreciables, aún cuando la Anestesia optó por abandonarlo. Ahora es modelo para gente de otro jaez.

  2. Que no se me ocurriese tomar ninguna pastilla. Que cogiese un tren. Un tren, me dijo, no cualquier tren. Salía de la estación de los Tres pájaros a la una; de la madrugada. Ellos irían en el vagón 48, pero yo debía subir al 21. Y el 21 era una jaula de animales. Espaciosa, pero ¿cómo iba a viajar toda la noche rodeada de fieras? Que no había vuelta atrás y si lo prefería, que cerrase los ojos. Mis ojos no son el problema. Estoy acurrucada en una esquina del contenedor. Aquí no hay luces y prefiero no encender la linterna del móvil, no solo por no asustarlos a ellos sino porque no me queda apenas batería. El aullido de un lobo llena el vagón de inquietud. Los otros animales no responden. Vuelve a aullar. No es uno, son muchos. No recuerdo haber visto más de un lobo. Vuelve a repetirse. Viene del exterior; los aullidos. El tren se está deteniendo. Ha parado con un golpe seco. Me arrastro hacia la puerta del vagón y tiro con todas mis fuerzas para que se deslice. Aquí solo ha montañas y una luna llena tan blanca como los millares de lobos que miran hacia el tren.

  3. Porque están pero no se ven

    Cuando nació no hubo fuegos artificiales, nadie lanzó palomas al vuelo, ni hubo fiesta nacional, pero había nacido un héroe.

    Su infancia transcurrió sin percances destacables, si acaso, alguna magulladura y algún moratón fruto de su inmadurez.

    Ya mayor de edad empezó a notar que algo en él era diferente, sus compañeros de facultad parecían zombis pegados a la pantalla del smartphone o de la tablet, apenas hablaban con nadie y solo se reunían para beber en los botellones que organizaban otros, casi nunca se sabía quién los había organizado pero todos se apuntaban, bebían y bebían hasta caer extenuados y vuelta a empezar. Él no encajaba ahí, ni bebía alcohol ni consumía drogas, a él lo que de verdad le gustaba era disfrutar de la naturaleza, subir montañas, pasear por los bosques y las playas, tumbarse al sol o en la hierba y escuchar los sonidos que llegaban como un regalo a sus oídos.

    Aquella noche salió a pasear bajo las estrellas, no recordaba que había fiesta en el parque, para ser exactos, botellón que, una vez más, no se sabía quién había organizado, miró desolado tantos cuerpos jóvenes, mentes brillantes, seres especiales que sucumbían minuto a minuto anulando su grandeza bajo los defectos de esa anestesia social. Sus ojos rompieron en lágrimas al ver cómo aquella chica tan hermosa, llena de vida, iba siendo despojada de sus ropas sin apenas darse cuenta, semi inconsciente reía mientras sus compañeros de clase, o tal vez, sus propios amigos, casi tan inconscientes como ella la tocaban y fotografiaban. En su cabeza algo estalló, sintió náuseas y decidido se dirigió al lugar, pudo llegar hasta la chica, la sujetó por la muñeca y tiró de ella para apartarla del grupo. Comenzaron a golpearlo, no podía ver con qué pero parecía que se hubiera transformado aquello en una guerra y había armas, alguien le clavó una navaja y calló al suelo soltando el brazo de la muchacha. Nadie reparó en él, quedó allí, tirado. Pasaron las horas y los jóvenes se marcharon, algunos quedaron en el suelo aún unas horas más hasta que el efecto de lo consumido fue menguando.

    Como cada mañana tras la fiesta, el parque apareció sembrado de basura, un campo de batalla con contenedores quemados, bancos rotos y cubierto de objetos de lo más variopintos, los empleados municipales iniciaron su repetitiva labor de limpieza, cada sábado igual al anterior, recogieron de todo y entre los despojos de la fiesta encontraron un cuerpo, lo creyeron borracho y siguieron su labor esperando que despertara, pero no, el chico en ningún momento se movió. Tratando de espabilarlo repararon en la sangre, no estaba borracho, estaba muerto. Ese fue el final de un héroe anónimo que tan solo quería ayudar. Nadie reconocerá su valor, nadie le recordará, solo su familia que, en algún lugar de este mundo ingrato, tiene una tumba que visitar y el dolor de no saber qué pasó.

    Cuando murió no hubo reconocimientos, ni medallas, nadie escribió en el periódico su relato de valor, pero había muerto un héroe.

    Aquí escribo para recordar al mundo que hay héroes anónimos que cada día dejan su vida por salvar a otros y nadie los ve. Hay héroes anónimos, masculinos o femeninos, que caminan a nuestro lado, toman café junto a nosotros en la barra del bar, los cruzamos en semáforos, quizá hasta nos apartamos de ellos porque su aspecto no nos parece adecuado, pero son quienes un día, si te hace falta, te tenderán la mano.

  4. La escalera de papel
    Sobre la última balda ya un tanto rugosa de la estantería de mi edad, que ocupaba la posición quincuagésima primera, se hallaba un libro que versaba sobre las labores agrícolas y pastoriles, otro de programación en Visual basic y sobre estos como si fuese un peldaño más de una escalera de caracol en un torreón, uno de poesía de Antonio Machado. Me quedé mirándolos en actitud reflexiva allí apilados: “¡Mariano extraña combinación de lecturas las tuyas!, ¿qué podrá salir de esas aficiones tan dispares?”
    Pronto me di cuenta de que aunque se trataba de lecturas tan opuestas tenían puntos de confluencia, la poesía era esa piel de membrillo bajo la cual permanecían los aromas,
    el campo revivía y se aletargaba bajo el bucle de los ciclos programados de la siembra, la cosecha…
    la poesía centelleaba bajo el rítmico latido que le otorgaba el cálculo de la aritmética de su métrica…
    j. mariano seral

  5. Adicciones

    El hombre multiverso
    con los poderes
    del hacer
    decidió dejarlo todo
    y volar en las nubes espesas de la cordura
    olvidar el camino pecaminoso
    que había envuelto su existencia.
    Las drogas habían borrado su juicio
    y la paranoia
    era la constante que marcaba su camino
    haciendo ya años
    que no era capaz de mirar su reflejo
    ese que le asustaba tanto a él
    como a aquellos que le rodeaban.
    Así cerro su último capítulo
    con un chute
    de la anestesia vital
    que le haría flotar en la galaxia perdida
    donde su naturaleza cósmica
    alcanzaría la paz final.

    https://invisiblevoyeur.blogspot.com/2019/12/adicciones.html

  6. CONTRAINDICACIONES

    Nadie me advirtió de los efectos secundarios que provocabas y yo te besé. Los primeros síntomas no tardaron en aparecer. Amanecí tan eufórico y desorientado que se me congestionó el pecho por una acumulación de nubes. Respiraba con dificultad sin tu boca. Para abrir las vías respiratorias, busqué un humidificador de cielo azul, pero, al inspirar, se me atragantó una noche estrellada. Anestesiado por tus labios, no era capaz de pensar con claridad. Mi instinto felino se encontraba desactivado. Me sentía desarmado e indefenso, con la cabeza hueca y llena de pájaros.

    En mi delirio, dudé si me querías y se me inundaron los ojos de margaritas. Entonces, recordé lo mucho que te amo, que soy adicto a tus besos, aunque me cuesten la vida.

¿Qué opinas?