¿Cómo están ustedes?
No sé si os gustan los payasos o no. Creo que el mundo se divide entre: personas a las que les gustan los payasos y personas que los detestan. A mí no me gustan, reconozco que no me parecen simpáticos, no logro ver a la persona, a través del maquillaje, me ponen nerviosa y en muchos casos me dan muchísimo miedo.
Hoy os traigo esta imagen de la que no sé el autor porque me la mostró un amigo mio pero no me negaréis que no es inquietante y hasta un poco terrorifca. Se trata de una fotografía realizada a un payaso victoriano de aproximadamente el año 1890. A ver qué os parece, podeis darle vida e imaginar si es un payaso bueno o uno de esos que no os dejan pegar ojo de noche.
Aquí os espero, como siempre, para leeros. Porque lo importante, es escribir.
Feliz fin de semana.
Escribe fino 
LA ÚLTIMA FUNCIÓN
Me siento en la barra atestada del bar. Espero unos instantes a que alguien repare en mi indumentaria. Nadie se gira.
Esta tarde, en el viejo circo medio desvencijado, que inspira más pena que alegría, he tenido una actuación pésima, espantosa, la peor de mis veinte años de profesión. Nadie se rio. Ni siquiera pude percibir una leve sonrisa. El público parecía hecho de cartón piedra. Me acerqué a ellos e incluso me atreví a tocar el brazo de un niño. Estaba extremadamente frío. Hice lo mismo con el resto de las personas situadas en la primera fila. Sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo. Todos estaban helados e inmóviles. Entonces, corrí, desesperado, buscando la salida.
Sigo tomando mi café. ¿Qué puedo hacer? Me duele mi respiración. ¿Y si me acusan a mí? Yo no soy responsable de su muerte… ¿o, tal vez, sí?
TERAPIA
Nada más llegar a casa advirtió una mancha blanca en la cómoda de la entrada y supo que había tenido una recaída. Puede que el imbécil de su jefe hubiera vuelto a humillarle o que la pila de papeles en una esquina de su mesa le hubiera provocado otro ataque de ansiedad. Cualquier excusa era buena para recordar los sueños apartados por la realidad de las facturas, de la nevera y de los años. Ella se quitó la gabardina, sacó a los niños de sus habitaciones y juntos se dirigieron al salón.
En el sofá marrón se encontraba su marido vestido con unos zapatos ocho tallas más grandes que los suyos, un traje de colores histriónicos y la cara pintada de blanco. En cuanto los vio dio un brinco y pregunto: ¿Cómo están ustedes?
DIRÁN QUE ESTOY LOCA
Espero que no lo haya oído nadie y eso que el tiro aún resuena en mí cabeza.
Miro su reflejo en el espejo, la nariz roja rueda por el suelo y la sangre forma un reguero sobre la mesita donde se maquillaba y mancha los bordes del sombrero.
Lo pienso y realmente me da igual si lo han oído. Lo importante es que ya no volverá. No quiero imaginar, que mi nieta pasara por lo mismo.
Una vida marcada por el recuerdo de ese rostro feroz, sus manos buscándome, la falsa sonrisa, su intento de parecer amable; la furia de los gritos en vano, mí ropa desgarrada y la soledad… el silencio, también, estas cosas no le pasan a las chicas decentes.
La amargura oculta durante tantos años, hasta que Paco y su alegría se fijaron en mí.
No lo dudé en cuanto vi los anuncios del circo, su imagen por todas las paredes del pueblo, esos horribles carteles, aquí tan cerca. A ella esto no le pasara, me dije.
Pobre Paco, si hubiese sabido, con el genio que tenía, cuarenta años en la Benemérita y, hoy yo, con su pistola siento que a cumplido su último servicio; a la niña, a mí, a todas.
Ahora dirán que estoy loca. Qué más da.
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Anastasia