Viernes creativos: ¡que vienen los lobos!

Hola amigos,

Os cuento que esta semana mi hija pequeña ha tenido una pesadilla horrible. A pesar de tener solo cuatro años me la ha contado con una claridad y una nitidez tan impactante que me ha sorprendido mucho. Le perseguía un lobo, ella corría pero el animal no la dejaba de perseguir así que vino a mi cama a acurrucarse conmigo porque intuyo que debo ser como un arma secreta para ella, el cazador valiente, o una guarida antilobos perfecta.

El caso es que he pensado bastante en las figuras que han aterrorizado durante siglos a los niños. Esas que han hecho que lo que deben ser placenteros y dulces sueños se conviertan en noches negras y terrorificas (que ni el edredón, ni las mantas que son, durante la infancia, como capas de invisibilidad ) que les mantienen en vela a ellos y a los padres.

Yo recuerdo que cuando era pequeña, cuando tenía pesadillas, me tapaba hasta la nariz y pensaba que si no asomaba ninguna parte de mi cuerpo por encima de la manta estaba a salvo. La peor pesadilla que recuerdo y no se me olvida es la de un hombre con una capa negra que me perseguía corriendo y en un momento dado se me tiraba encima. Cuando me desperté muy, muy asustada, estaba boca abajo y sentía toda la parte superior de mi cuerpo entumecida.

Cuéntame una pesadilla, una que recuerdes de tu infancia o invéntate una. Como siempre te esperaré aquí, para leerte, asomando un ojo entre los dedos que tapan mi cara de terror cual niño chico.

Un abrazo,

Ele

2 pensamientos en “Viernes creativos: ¡que vienen los lobos!

  1. Soy nada
    Me vence en cada encuentro, al caer la noche la penumbra se llena de presencias.
    Mantengo los ojos abiertos o eso creo, sé que está ahí, nada dice, solo observa, pero la oscuridad de su mirada, me empuja a correr, el entorno es lóbrego, y yo corro y corro. Me agoto y entrego, dándome por vencido con la esperanza del perdón. Hay, es cuando el vértigo de la caída a un abismo sin fondo hiela mi respiración. Soy yo mismo el que espera abajo, enfrentado al espejo, la imagen sonríe con descaro, como advirtiendo que he vuelto a perder, como si un extraño, dentro de mí, quisiera hacerme saber que no soy nada.
    Aferrado a las sabanas, aguardo a la claridad del día, hoy tampoco he dormido, mientras hago la cama recojo lo poco que queda de mi.

  2. Entré en la habitación. Me miró inquieta.
    –¡Qué susto me has dado! –me dijo.
    Sacó el cigarro que acababa de esconder.
    –¿Qué haces?
    –Pues ya ves, tratando de recuperarme.
    Miré alrededor.
    –¿Dónde está el niño?
    –No sé. Se lo han llevado las enfermeras. Iban a lavarle o a hacerle unas pruebas. No sé. ¿Quieres sentarte?
    Miré alrededor. No había sillas.
    –No hay sillas –dije.
    –En la cocina.
    –¿Tienes una cocina?
    –Sí. Esto es enorme. Tengo una terraza. Por cierto, ni se te ocurra abrir la puerta. Zeus está allí. Se pondrían furiosos si se enteran.
    Fui a buscar la silla y me senté.
    –¿Qué tal?
    –¿Qué quieres que te diga? Fue una sorpresa. Por la mañana me puse mal en la oficina y a las dos y media di a luz.
    –Pero ¿no estás contenta?
    –¿Qué dices? ¿Quién quiere tener un hijo?
    Estuve a punto de decirle que yo.
    –¿Y cuándo te dan el alta?
    –Ni idea.
    –¿Y qué vas a hacer con el niño?
    –¡Qué pregunta! Quedármelo. ¿Qué quieres que haga? Ya verás que cara pondrá mi novia cuando se entere.

¿Qué opinas?