Viernes creativo: escribe una historia

¿Te atreves a escribir una historia para esta foto tomada de internet?  El pasado lunes hablamos de literatura erótica, ¡pongamos manos a la obra!

No se trata de que cuentes lo que se ve, sino de que inventes una historia en la que encajar esta imagen. Sé imaginativo, no caigas en los clichés.

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Te invito a dejar tu historia en un comentario en esta entrada, en facebook, en google+, en twitter, en tu blog o donde quieras, el asunto es escribir. Vamos a ver cuántas historias diferentes nos salen.

75 pensamientos en “Viernes creativo: escribe una historia

  1. Sexo oral

    Fóllame con tus palabras. Acaríciame con artículos indeterminados, coloca adverbios de lugar y modo entre los pliegues de mi piel. Sosiega mis ansias con un reguero de adjetivos. Lléname de sustantivos y nombres propios; y deja el verbo para el final, elígelo bien, conjúgalo una y otra vez, y yo llenaré de interjecciones el último adverbio.

  2. Las cercanías imposibles

    Antes incluso de cerrar los ojos ya te has plantado ahí, en mitad de lo irreal, a la misma distancia de cada noche, mi mano a una mano de ti; inalcanzable. Ya dormida, tu pasión reacciona y se me viene encima, ya mi mano en ti, lo tuyo en ella, tu calor inundándome.
    Hasta el alba ya no hay un segundo de descanso, no dejo que te me apagues y tú no paras de avivarme, y cuando despierto entre cenizas aún estás ahí, en ese limbo de mentira que dista una mano de mi mano, que se deshace en humo cuando te pregunto si vas a volver, si me recordarás, si alguna vez exististe.

  3. Ménage à trois
    Desde mi ventana veo a mis vecinos una vez más. Ella, desnuda, acaricia el sexo de él por encima de la seda que apenas le cubre a medio muslo. Él, erecto, se detiene y mira el espectáculo del cuerpo tibio y abierto que le espera, como cada viernes, sobre la colcha tibia del atardecer. Desde mi atalaya contemplo con placer furtivo cómo se baja el calzoncillo, cómo se acaricia para aumentar el rubor cálido de su entrepierna y cómo se escapa una lágrima diminuta que se posa en su boca mientras leo mi nombre en los movimientos de sus labios.
    Desde mi ventana, una vez más, me muerdo los labios, pronuncio en silencio su nombre y meto mi mano en mis pantalones.
    Busco mi pene y comienzo a masturbarme.

  4. Ansiosa, ¿acaso no escuchas mi respiración agitada? Intento controlarla pero es inútil. Me arde el cuerpo. Mis pezones como púas ansían clavarse en tu espalda. Me observas. Una de mis manos intenta atraparte. La otra se desboca entre mis pliegues. Te huelo. Como una perra huelo tu sexo impasible. Me castigas. Me excita y lo sabes. Me muero. La boca abierta como un volcán, la fragua que te derretirá, una lengua de fuego que recorrerá tu cuerpo hasta dejar una huella en tu piel.
    ¡Coño, fóllame ya que no se me ocurre que más decirte¡

  5. El susto fue mayúsculo cuando al salir del baño, me encontré con aquella chica tumbada en la cama; desnuda, con los pezones excitados de sus pechos, púberes todavía, y con su mano alargada hacia como una invitación al acercamiento. Ser amable y complaciente con la hija de la dueña de la casa rural me había metido en un buen problema.

  6. NO TE QUIERO
    No te quiero. Lo sabes desde el primer día. No quiero futuros posibles ni probables. Pero ¿Acaso entienden de estas cosas los sentidos?¿Acaso tu cadera y mis jadeos quitarán pañales?.

  7. Me gusta dibujarte, acariciarte en el aire, imaginarte recorriendo tu cuerpo mientras me miras y recorres con tu mirada mi enamorada y lasciva desnudez.
    Me gusta que me dibujes con tu imaginación mientras tu cuerpo se enerva viril ante mi. Puedo sentir el tacto de tus ojos en mis pechos, en mi vientre, en mi sexo. Puedo sentir, solo con señalarte, como tu miembro me llama, como mi cuerpo te responde y como la penumbra insinúa una deseada felicidad.
    AlmaLeonor

  8. Siempre me dijiste que tenía las manos muy suaves y finas.
    Que eran preciosas.
    Adorabas que acariciase tu espalda todavía húmeda tras la ducha, justo antes de acostarnos.
    Te fascinaba que te hiciese cosquillas en un vientre aún somnoliento, los domingos de perezas en la cama.
    Disfrutabas como un chiquillo cuando te revolvía el pelo con las yemas de mis dedos, tu cabeza en mi regazo un minuto antes de la siesta.
    Hoy, con el insomnio de tí pegado entre el vacío de mis piernas, quise volver a tocarte alli donde tú eres más suave.
    Un día más diste un respingo, te replegaste y murmurando una excusa inteligible te pertrechaste en el baño.
    Mis lágrimas se unieron a la humedad de mi deseo, el silencio vino a acompañar al vacío de mis ganas, y mis manos tan preciosas, se ocuparon una vez más de aquel trabajo tan sucio envuelto en soledad.

  9. Objetos de decoración

    Las cuatro sesiones semanales de gimnasio, las tablas de abdominales, la dieta proteica; abandonar el tabaco y la cerveza; la acupuntura, la autoafirmación y el tratamiento clínico para los problemas de mecánica; depilado integral y perfumado; ropa interior nueva, de seda. Por fin llega la tarde del viernes. Encendido y dispuesto, saludando firme a la bandera.
    Sopesa como para creer, como Santo Tomás con las llagas, o eso creo yo, se afirma y suavemente tira de mí hacia un lado.
    —¿Has visto lo bien que quedan las cortinas nuevas?

  10. M m

    En la discoteca él le entró a tres mujeres y ella descartó a cuatro donjuanes antes de encontrarse. Ella le sonrió coqueta y algo nerviosa, y aceptó el Martini. A escasos milímetros apenas hablaron, sólo se miraron y, antes de romper la magia, fue él quien le susurró:

    – Me muero por tus huesos.
    – ¿Y…?
    – Deja, deja que acabe, princesa. Por ti sería capaz de cometer las mayores locuras…
    – Mmm, ¿Cómo cuáles? -le interrumpió ella.
    – Si quieres nos vamos a un sitio más íntimo, y las descubres tú misma. ¿Aceptas?

    Él le siguió con su coche, y en el ascensor ya se besaron con desenfreno. Entraron en la casa medio desnudos y amarrados por sus lenguas. En la habitación, él le preguntó si estaba casada. Ella lo miró desconcertada mientras él le guiñó un ojo de complicidad. Sin cortapisas, le soltó:

    – Sí, con un cornudo impotente.
    – Oye, no hables así.
    – Tienes razón, perdona. Estoy casada con un hombre muy bueno al que adoro.
    -Ya, ya.

    Ella se desprendió de su sujetador blanco, de su tanguita y le maulló en la cama. Él, a pecho descubierto y aún con su bóxer, se acercó mientras la estimulaba con aquello que le iba a hacer. Te voy comer enterita, desde tus orejitas hasta las puntas de los pies, mi lengua te va humedecer cada rincón de tu cuerpo hasta que veas las estrellas, entraré dentro de ti, cabalgaremos juntos y descargaré mi nectar caliente en tu flor.

    Ella se apoderó de su virilidad, la desenfundó y se la acercó a su boca para saborearla. Él gimió ante esa lengua experta. Excitada, aumentó el ritmo y también sus jadeos, y en unos segundos… él la detuvo.

    – ¿Ya?
    – Lo siento, cariño, pero es que me pones tanto. ¡Ay, no me mires así! Puedes estar contenta, aún me excitas cómo el primer día. Recuerda lo que dijo el doctor, paciencia.

    Ella no lo miró, se tumbó en su lado de la cama y musitó:《Menos mal que mañana es jueves》.

  11. Enajenación transitoria en la oficina.

    Me llamas con esa voz dulce que envuelve mis deseos. Te siento traviesa y no me equivoco.
    Entorno la puerta y te veo desnuda, con los pezones erectos, duros, ansiosos. Al fin te has decidido, al fin voy a darte todo lo que he dibujado tantas noches en mis sueños. Pero me haré de rogar. Quiero que adviertas la dureza de mi lujuria, el ansia de mis venas, la lascivia de mi piel.
    Una llamada telefónica me devuelve a la cordura, al zarpazo certero de una realidad que no deseo. Antes de atenderlo me dice que en media hora tomamos café.
    Sí, contesto. Será lo único calentito del día de hoy, pienso.

  12. Juegos de azar

    Cada vez que mi marido escucha hablar sobre el perineo, la próstata o el punto G, acaba cortando en seco la conversación y afirma y reafirma que esas son cosas de homosexuales. ¡A él que ni de pequeño pudieron ponerle un supositorio!
    Hace dos semanas acertamos una de trece y el sábado pasado salimos a celebrarlo. Creo que fue la falta de costumbre pero después de la cena y las copas regresamos achispados, y con ganas de jugar. Comencé a besarle donde más le gustaba, y fui mordisqueándole el cuello, las orejas, los pezones… Recorrí con mi lengua cada centímetro de su cuerpo y cuando noté cómo su excitación iba creciendo quise explorar más allá. En cuanto me puse a ello me fulminó con la mirada, pero continué masajeando hasta que conseguí que estallara de placer.
    Tengo catalogado ese sábado como uno de los mejores desde que nos conocimos, y creo que para él también lo fue. Y sin embargo lleva toda la semana, y apenas me ha hablado, pero me he dado cuenta que desde entonces apuesta de forma compulsiva a los juegos de azar.

    http://en99palabras.blogspot.com

  13. Cuando te vi, no supe qué hacer…, la piel se me enfrió, necesité de tu calor, de envolverme con tu piel, respirar tu sudor; de enredarme en tu cabellera, sujetarme a tus caderas, aprisionarme con tus piernas. Me hice en ti al recorrerte, con mis labios en los tuyos, con la geometría de tus caricias, con la cúspide de tus senos. La piel estaba fría, y viniste.

  14. Atrapada
    Prendes la llama en mi húmeda saliva. Ya me tienes, solicita a tus pisadas hasta dónde tú me digas. Es hambre…ansia…piel tibia.
    Derramados mis labios en tu boca, va cediendo la seda a la presión de tus caricias y tu aliento a la premura de la desnudez rendida. Música resbala en mis mejillas y tus manos, por mi cadera, furtivas. Llega el calor, me das la vida. Te acercas con sigilo a mi cuerpo, que te espera para cruzar la línea. Cae el deseo por mi piel, la mañana por tus pupilas. Aprietas tu pulso en mi vientre, tensados los músculos a lenguas lascivas. Me habla tu instinto, yo deliro. Te adentras voraz en mis rincones prohibidos. Amo, siento, gimo. Te quiero en mí, abierta al placer, cediendo al destino. Susurro tu nombre, contengo el aliento, penetras en mí. Ya eres mío. Ingenua de goces expertos, temblando de amor todavía, no escucho al diablo decir: Ya eres mía.

  15. En los páramos de la felicidad amanece despejado, cada vez que los pasos con eco de tu lengua hinchan el cuentakilómetros. Lento y perfecto en demasía, me acaramelás la piel para saborearla, desbordando muerte por tus comisuras. Me desarmo al ritmo de tu respiración, suplicándote que juegues con mis pedazos hasta que logres encastrarme como te plazca.
    Te quiero vencedor y vencido, excitado en la mente, en la voz y en los capilares, suave en los besos y en el sudor de las sábanas, mío en cada vaivén de mar espumoso. Te quiero epiléptico con los ojos cerrados, concentrado en el susurro de codos y dedos anclados al colchón, te quiero barco esperanzado encallando en mi puerto.
    Resumiendo, te quiero amándome con desesperación impostergable, amaneciéndome la taquicardia y las ganas de sonreír.

  16. y con el brazo extendido, casi tocando su adoquinada lontananza entrepiernal, no pudo contenerse y diluvió una carcajada estrépitosa diciendo:
    -¡Perdona mi vida! pero esa ropa interior parece los cortos del mundial setenta y ocho-
    Cuentan que el hombre, ruborizado y humillado hizo un par de pasos hacia atras y se cayo por la ventana.

    Andrés calamaro escribio años mas tarde «crímenes perfectos»

  17. VORAZ
    Jamás me gustaron esos calzoncillos, así que aprovechando aquella mezcla de momento entre lujuria y hartazgo, decidí arráncartelos a bocados. A cada dentellada un jirón. Y entre retales y mordiscos se apoderó de mí un hambre incontrolable. Así que una vez terminada la tela, seguí con la carne que quedó al descubierto.
    Aquí sigo, arrodillada y golosa; húmeda y gloriosa, con mis rodillas moradas y mis carrillos llenos; paladeando y esperando que tras esta carne que me sacia el hambre, llegue esa fuente que calme mi sed.

  18. PRIMERA VEZ
    Abre las piernas y se deleita en el dolor de ese instante, la serpiente de fuego taladra sus entrañas. Ondula su cuerpo como ola de un mar en el que quiere ahogarse, pero en un último suspiro se aferra a su espalda cual tabla salvadora que la lleva a placeres que no conocía. En la sábana blanca una mancha de sangre. ¡Se sintió liberada!

  19. Wisquería

    No había sido mi intención. Aquella noche salí de casa y comencé a manejar sin rumbo fijo. Sabía que estaba escapando, nunca me destaqué por afrontar los problemas.
    Unas horas manejando, buena música y dejar volar la mente. Abrir la ventanilla para que saliese el insistente sonido de ésa palabra dicha a los gritos. El llanto histérico de mi mujer, los reproches, el silencio entrecortado por algún hipo, y el ruego: perdoname, por favor, te quiero tanto, no sé qué me pasó.
    Ni siquiera había pensado estar toda la noche fuera. Pero el auto se deslizaba por la autopista, suave y veloz. Sentí placer, algo, quizás, remotamente parecido a la libertad. Las luces de la mano contraria, el imbécil de siempre encandilando con la alta, la niebla que comenzaba a bajar a esa hora de la noche, las siluetas de los carteles de propaganda que se sucedían como gigantes sin cara. No me di cuenta, cómo, de pronto, me encontré en plena ruta. No lo había planeado. Me costaría más de tres horas el regreso.
    Estaba como un chico en su primer campamento, lejos de casa, lejos de las obligaciones, lejos de quien tanto te cuida, te quiere, te hiere, te asfixia. Tal vez fue por eso. O tal vez el destino. ¿Tenemos varios destinos paralelos? Que se unen, se juntan, se separan. Como las células. ¿Hay que saber elegir? Toma uno, toma dos, todo vale. ¿O son ellos los que nos eligen? Los co- protagonistas de nuestro destino. Hay que jugarse, en la vida hay que jugarse. ¿Quién? ¿Yo?
    La noche sin luna, levantó una negra capa y sacó de la galera una luz roja que parpadeaba a lo lejos. Todo era oscuridad, sólo aquella luz titilaba recostada sobre un cartel torcido. El cartel decía “Wisquería”. Sin h y con q. Una vez me lo dijo un amigo, cuando te alejás de Buenos Aires a los prostíbulos se los llama así. Bajé despacio por la banquina, no se veía nada. Estacioné el auto y contemplé el local rectangular como una caja de zapatos, pintado de color violeta estridente, que se podía ver solo de cerca por la iluminación de las mortecinas lamparitas amarillas. Jamás estuvo en mis planes al salir de casa a deambular, ir a un lugar como aquel. Jamás.
    Entré casi con miedo y me acodé en algo parecido a una barra. Adentro se veía menos que afuera. Una voz masculina me preguntó qué iba a tomar y para hacerle honor al lugar, pedí un whisky. No especifiqué marca, para qué. Sonaba una música deplorable. Bueno, qué tanto, me iba a divertir un poco. Ya tendría tiempo para sentir culpa, arrepentirme, pedir perdón, jurar no volver a hacerlo nunca más. Después de todo seguía siendo un hombre. A pesar de ella.
    Mi vista empezaba a acostumbrarse a la oscuridad, cuando la voz masculina dijo:
    — Tenés un cliente, Yoli.
    Al ver que la mujer se acercaba, barajé unas cuantas opciones: escapar, decir que estaba huyendo de la policía, hacerme pasar por loco. Pero hubiese sido una mancha negra en mi hombría. No, eso nunca. Mi mujer no tenía porqué enterarse. La seguí. A Yoli.
    La categoría del lugar no ofrecía demasiadas garantías con respecto a la belleza, pero, la chica en cuestión era, sí, era hermosa. Después del grato desconcierto, todo fue vertiginoso. En un momento respiré, mi cerebro se oxigenó y me dije, esto es sublime y benditamente irracional. Y otra vez el ojo del tornado rozando la tierra, tsunami de sensaciones, el Vesuvio en erupción, derramando lava en la cama desvencijada, en la whiskería, saliendo por la ruta catorce, incendiando árboles, campos de soja, llegando a las entrañas del río, para mezclarse, fuego y agua, misericordia infinita. La amé hasta las células, con locura y pasión. Acababa de nacer con ella y ella conmigo. Yoli, no podía dejar de mirarte. Yoli, como cuando te seguí, una hora atrás, una vida atrás, con tu bata fucsia, con la que cubriste tu cuerpo desnudo, no permitiéndome verlo a la luz, pero seguramente perfecto. Fue el momento más espiritual de mi vida, de mi pobre vida.
    Mi separación ya era un hecho, sacaría a Yoli del prostíbulo, felices para siempre, para siempre mía, en una cabaña cerca del mar.
    La calma volvió al planeta y una sensación de gratitud me invadió, pero la chica en cuestión de pronto había cambiado. Me dijo “pagame ahora”, traté de acariciarla y me sacó la mano de un tirón, “apurate, hay otro esperando”. No entendía qué le pasaba, yo le había prometido, por las dudas se lo repetí. “Te voy a sacar de acá, la cabaña, el mar ¿te acordás?”. Yoli sonrió, y sus ojos tal vez se mojaron, quizás. “Tranquilo, tranquilo” me dijo, parecía muy cansada. Salió casi corriendo, sin despedirse.
    Una cucaracha recorría la mesa de noche, se metió en el velador, se le unieron unas cuántas más, que desaparecieron rápido, como la chica. Desaparecieron tan rápido como la chica.

    Quedé impregnado de su perfume barato. Rogué que en las tres horas que tardaría en llegar a casa se esfumase de mi piel, como ella.

  20. BLANDO
    ¿Qué te parece? ¿Te gusta mi calzoncillo? Me queda perfecto. Tú siempre tan fría y sin decir nada. Siempre empiezas tocándome los huevos. ¡Ay! me haces daño. Nunca te acuerdas y siempre te lo digo. Desde que me hice la vasectomía, los tengo muy sensibles. Mira que te lo avisé, la operación no nos ha traído nada bueno. Mejor lo dejamos para otro momento.

  21. Nunca te olvido.

    Mis tres hermanos imaginaban que Rose era una especie de sacerdotisa al servicio de nuestra educación y basta. La analizaban. “Las escocesas son frías”, aseguraba Rafael, el mayor, “si lo sabré yo”. Rafael conocía a una chica de Glasgow que trabajaba atendiendo al público en una oficina de Hacienda. “Será que llevan tanta lluvia en el cuerpo que el fuego se les apaga sin remedio”, añadió muy serio Benja que aspiraba a ser vulcanólogo. Mi padre se mantenía alejado de este tipo de conversaciones.

    Por qué se fijó Rose en mí, no lo sé, quizás porque yo, sin saberlo, me estaba fijando en ella. Nos contábamos cosas, en inglés claro. Pacientemente esperó a que la fruta verdeara.

    El día de autos, una amiga me había estado mostrando un vídeo con un streptease “de lo más elegante que he visto en mi vida. Te deja empapada, a mí por lo menos, y ¿qué enseña la tía? ¡Nada! Las pezoneras y la mínima concha del pubis cubren lo más excitante, entre comillas”. Entré en casa ardiendo, con los testículos a punto de explotar y Rose supo, al instante, que delante tenía una oportunidad. Algo más cuerdo salí del baño y allí estaba ella, medio vestida, extendiéndose en mi cama. “¿Te apetece una lección de geografía?”. Me fui aproximando a ella, tan desnudo por dentro como por fuera, hasta que dijo basta. Me mantuvo a una distancia que le permitía acariciarme el sexo con las puntas de los dedos y a mí contemplar su otra mano deslizarse por cada monte, curva, pozo, bosquecillo nocturno, gruta de un cuerpo que mi boca ansiaba y mi lengua se revolvía por alcanzar. Llegué, consumido de placer, hasta una isla virgen.

    Dos años duró el aprendizaje, después me fui al extranjero. Ella acabó rindiéndose a mi padre, o viceversa.

  22. Uy Vicente, no sé lo que se ha colado por aquí. Puedes borrar por favor todo lo que aparece a partir del primer «ella acabó rindiéndose a mi padre, o viceversa»? Gracias! Un abrazo.

    Corregido, Gloria

  23. ¡¡¡Chu, chu!!!

    Tenía unos ojos penetrantes, ambarinos, dulces y, a la vez, con un brillo de crueldad que llamó mi atención. Alto y de buena planta. No sabría decir su edad, cuarenta y tantos o cincuenta muy bien llevados. El pantalón vaquero se le ceñía a los muslos como una segunda piel, camisa blanca abierta lo justo para dejar entrever el torso y una americana que le sentaba como un guante.
    Me miró sin ningún pudor, Y yo, al contrario de lo que podría haber pensado, no me sentí incómoda, ni aparté le mirada de sus ojos. Me revolví en la silla y se me subió un poco la falda. Intenté cruzar las piernas para evitar que se me viera nada. Él hizo un gesto con la cabeza negando y movió las manos indicándome que separase las piernas. Lo hice.
    Parecía disfrutar con la vista de mis muslos enfundados en las negras medias de blonda elástica. Todavía no puedo explicarme qué me sucedió, qué fue lo que me atrapó en aquellos ojos. Fue como una fuerza de la naturaleza, como un remolino de lujuria desenfrenada.
    Se levantó de su mesa y se sentó a mi lado. Me quedé sin respiración e intenté cerrar las piernas, pero no me dejó. Al oído me dijo «no, no las cierres, sigue así».
    No le conocía de nada, pero me hubiese dejado follar allí mismo, delante de todo el mundo, si me lo hubiese ordenado.

  24. CALÍGULA

    Los pasajeros de primera llegaron al salón con la puntualidad propia de su clae. Todos, incluso el Capitán, esperaban sin ocultar la emoción; la mar… en calma. El mâitre anunció al artista —«el Calígula de ébano»—, un sólo reflector iluminaba la pista. Un negro desnudo, de bellísimas facciones y cuerpo perfecto, estaba sentado —a la pensador de Rodin— en una silla corriente. La música inundó el ambiente y el miembro viril de aquel hombre comenzó a hincharse, muy poco a poco y sin que las manos intervinieran. Los primeros minutos las damas y los caballeros bromeaban, algunas de ellas ya humedecidas, y ellos convencidos de que tal enormidad fálica era monstruosa y ajena a la cotidianeidad de sus compañeras. Mas ellas y ellos terminaron gritando «quieros» y «papacitos», o jocosos o con lasciva seriedad.

    El pene seguía creciendo, en el rostro del ejecutante asomaron dos o tres gotas de sudor y el ceño se le frunció un poco. Pero las manos —ni la que reposaba en la rodilla ni la que sostenía el mentón— no se movieron un ápice.

    Habían pasado treinta minutos y el silencio era absoluto, la descomunal erección parecía a punto de estallar… y estalló, arrojando varias libras de semen por todos lados. Nadie se movió.

    Lentamente, hombres y mujeres, perdidos en sus reflexiones, abandonaron —muy poco a poco y en completo orden— el lugar y se fueron directo a sus camarotes.

  25. Instantáneas con Mary Lou

    Mary Lou es mi chica, la más salvaje del contorno. No hay ninguna como ella, dispuesta a cualquier cosa por su hombre. Cuando cojo la cámara su sonrisa se dispara y sin hablar se sienta al volante de nuestra camioneta y volamos por la carretera. Siempre hay algún pardillo en el camino haciendo autostop, nosotros como buenos samaritanos los recogemos. Mientras yo juego con mi cámara, ella mira por el retrovisor a nuestro partenaire y le lanza miradas tan inequívocas que el pobre tipo siempre está totalmente empalmado cuando lo llevamos a nuestro rincón. Mary Lou lo arranca del asiento y lo tira sobre la paja del granero, antes de que él se dé cuenta lo está montando con tanto furor que las briznas de broza vuelan a su alrededor. Yo voy haciendo fotos, inmortalizo los labios de mi chica jadeando, la cara del alucinado incapaz de contenerse ante los embates de su amazona. Esas instantáneas son las menos interesantes, las mejores suelen ser las de sus rostros relajados y extenuados, y mis favoritas son las que muestran la expresión bobalicona del sujeto, al que ya no extraña mi presencia, en el momento que mi Mary Lou le clava el cuchillo.

  26. Hola , para empezar , agradecer a mi querida (Teresa Tramos) por esta invitación. Aquí va mi pequeña «historia» , espero que les guste.
    Llegó a la habitación y se tumbó en la cama, empezó a llover, hacía frío, lluvia como cristal, caía a borbotones como guijarros en la ventana que golpetean. Se desnudó, olía a flores, aún su perfume olía por todo su jersey. Abrió el grifo de la ducha, aún recordaba como él la empujó contra el espejo y le arrancó la camisa. Se levantó, hacia la cocina, el té de las ocho de le aliviaría la ansiedad, al calentar el té recordó como tocaba su cuerpo, su camisa abotonada, sus ligas, su mente se disipaba. El agua caliente salió, abrió el paquete de té, se acordó de cómo arrancó el papel del preservativo, como lo puso sobre su mano y como lo colocó con cuidado sobre el miembro de él.
    Bebió el té , caliente , esa sensación cálida sobre él , un golpeteo raro , lágrimas , recuerda lágrimas sobre su almohada , como suplicaba que parara , pero él reía , la besaba , la colmaba , le acariciaba las costillas , le besaba el ombligo , y ella , sin poder aguantar más ese vacío que pedía y requería se desvaneció. Le susurraba, cómo le dolía, más despacio por favor pedía ella, casi agonizante hasta que se olvidó del dolor y ella lo besó , lo besó de esa manera en la que saltan chispas , caen cometas y su lengua se incendió con la de él. Cerró los ojos , se despertó , miró su espalda aún dolorida , y sus muñecas rojas , se puso su jersey ancho , caminó hasta la cocina y ahí estaba , sin camisa, con sus calzoncillos de algodón a cuadros , la besó y le susurró : ¿ cómo de caliente prefieres el té?

  27. VUELVO A QUERER MAS
    Anoche inventé un nuevo placer, y cuando lo iba a disfrutar por vez primera, llegaron violentamente a mi casa un ángel y un demonio. Entraron en mi puerta y disputaron acerca de mi nuevo placer. Uno gritaba: ¡Es un pecado! Y el otro decía: ¡Es una virtud!
    Gibran Jalil Gibran

    Te llamo,
    con mi mirada, mi desnudez
    mis labios se mordisquean
    acuciante necesidad de ti
    te quiero en mi y para mi.

    Pido:
    lleva tú el control
    hasta calmar un poco ese anhelo
    con caricias, roces
    palabras, miradas
    oler tu aliento…

    Condúceme:
    a ese ritmo tuyo
    producto del sabio conocimiento
    en el arte de amar.

    Guíame:
    para no tener prisa
    y el recorrido sea mayor
    abiertos, expectantes
    mis sentidos
    sólo a nosotros.

    El deseo se amplía
    ya perdí el conocimiento
    las secuencias se suceden
    sólo nacen,
    brotan genuinas…
    y perdí mi cuerpo,
    perdí el tuyo.

    Todo se convierte en nada
    y la nada en TODO
    del caos al orden
    del orden al caos…

    Y siempre vuelvo
    a querer
    otro reencuentro.

    Autora
    tRamos

  28. Antes de que llegue el nuevo viernes creativo, os dejo mi relato. (me ha quedado muuuuy largo, demasiado)

    —–
    Exactamente no sé qué le dije. El jefe nos había echado un marrón a última hora de la tarde; por supuesto, él se marchó a casa y nosotros dos tuvimos que quedarnos a terminar la faena. De verdad que no lo recuerdo, estaba cansado, seguramente fue una insinuación, quizá un poco salida de tono… Pero ella recogió el guante como una afrenta:
    —¿Quieres sexo? Pues lo vas a tener.
    Y empezó a desnudarse delante de mí, el café se me cayó de las manos, no esperaba que aquella mosquita muerta… Deslizó el vestido al suelo, no llevaba sujetador, así que sus pechos, pequeños pero tiesos y turgentes, encendieron el volcán que golpeó en mi bragueta deseando salir. Se sentó en la mesa de la oficina y me ofreció ese cuerpo esbelto, flexible como un bambú. Me acerqué a ella.
    —¡Alto ahí, —me detuvo—, fuera esa ropa!
    —¿Y si viene alguien? —le dije mirando a mi alrededor.
    —Nadie se queda después de las seis —dijo tumbándose tranquilamente sobre la mesa—. Y la de la limpieza no viene hasta las ocho.
    Las manos se me enredaron nerviosas en la corbata, en vez de aflojarla, casi me ahogo. Los botones de la camisa me costaron una eternidad. Ella observaba divertida mi torpeza desde la mesa con la cabeza apoyada sobre su mano:
    —Menos mal que no tienes que desabrocharme nada —dijo con una risita burlona, cuando por fin los pantalones cayeron a mis pies.
    —Ven —ronroneó alargando la mano hacia mí—. Te voy a enseñar lo que guardo para hombretones como tú.
    Tenía un cuerpo que pedía que lo acariciaran. Tendida para mí, cada centímetro de su piel susurraba: tócame, lámeme, bésame, muérdeme, cómeme. Y yo solo debía obedecer sus caprichos. Sin saber dónde acudir primero, sus senos se me ofrecieron como una copa de vino tentadora. Pero al sentir el cosquilleo de mis labios, me apartó, revolviéndose con furia, y llevó mi cabeza hacia su cuello. Al primer beso en aquella suave piel, se levantó colgándose de mi cuello y volvió a apoyarse en el borde de la mesa. Con un muerdo más intenso la sentí estremecerse hasta las uñas de los pies y me abrazó como si quisiera hacerme parte de ella. La sentí todo entera contra mí: sus senos punzantes, sus brazos, sus piernas rodeándome, su vientre caliente. Nuestras bocas intercambiaron nuestros deseos: el suyo, ardiente y saltarín como un fuego fatuo; el mío, una ola de combustible que deseaba avivarlo más. Condujo mi mano a jugar con sus caderas, la descendió despacio por el monte prohibido hasta poner a mi disposición ese corte que se abría jugoso para mi deleite. Palpé su segunda boca, tan abierta y sedosa, cada vez gemía más fuerte y oírla me volvía loco, cumplí de nuevo las órdenes que palpitaban en aquel umbral: acaríciame, lámeme, bésame, muérdeme, cómeme… Solo me quedaba entrar en el templo sagrado. Al primer envite, un pasillo estrecho me impidió el paso; me mordía, excitándome más. Cuando al fin lo atravesé y alcancé su salón aterciopelado, mi instinto salvaje se sintió perdido: como un niño asustado que no se sabe bien la lección, se retrajo de nuevo hacia la gran puerta y se quedó en ella, diminuto y cobarde. A pesar del retroceso, los pececillos la invadieron de golpe. Ella me echó de sus dominios, ansiosa, todavía no la había saciado por completo. Escuché de nuevo los mandatos de su sexo y me apliqué a cumplirlos con esmero: mi dedo expandió en círculos concéntricos las ondas de su placer, mi lengua se paseó por el borde de sus senos, mi boca atrapó esa lengua que quería absorber mis entrañas, saboreé el néctar dulce y seco de sus pezones. Múltiples espasmos la derritieron entre mis brazos, y su piel ya solo pidió, sin fuerzas: abrázame.

    Al salir de la oficina nos tomamos un café en el bar de la esquina.
    —¿Sabes? —me dijo con ese aire tímido al que yo estaba más acostumbrado, sus ojos seguían los círculos de la cucharilla revolviendo el café—, siempre había creído que eras un play boy.
    Ahora ya llevamos casi tres años acostándonos a escondidas y todavía no le he confesado la idea que tenía de ella. Es más, cuando mis compañeros se burlan a sus espaldas y dicen que es una estrecha que no se echará novio nunca, yo les sigo la corriente. Pero por si las moscas, nunca me voy de la oficina antes que ella.

  29. Me escape de mi casa en la noche con el’ fui a una fiesta con el’ toda la noche bailamos tomamos! creo que abuse del alcohol fuimos a caminar para que se me bajara la ebriedad el y yo solo eramos amigos estabamos platicando nos veiamos a los ojos nos deseabamos’ en eso no me resisti y lo bese. Nos fuimos en la madrugada aun no se me bajaba la ebriedad llegamos a mi casa, yo le dije entra hace mucho frio nos miramos unos segundos a los ojos , en eso nos empezamos a tocar ,a besar , nos descontrolamos totalmente le empeze a quitar la ropa el igual a mi , yo tenia muchas ganas de estar con el no me resistí.
    Aquella noche la pasamos increíble no me arrepiento de haberlo hecho lo malo es que ahora no puedo parar de estar con el .

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