Viernes creativo: escribe una historia

¿Te atreves a escribir una historia para esta foto de Caras Ionut? No se trata de que cuentes lo que se ve, sino de que inventes una historia en la que encajar esta imagen. Sé imaginativo, no caigas en los clichés.

Te invito a dejar tu historia en un comentario en esta entrada, en facebook, en google+, en twitter, en tu blog o donde quieras, el asunto es escribir. Vamos a ver cuántas historias diferentes nos salen.

57 pensamientos en “Viernes creativo: escribe una historia

  1. Promesas

    Quizás este año venga, ojalá aún lo recuerde: «El 17 de enero, a las 6 de la tarde en el banco del parque». Hace ya tanto tiempo que no sé ni como me acuerdo yo. Y no pensaba venir, pero algo me dijo que hoy sí, y al pasar por la floristería y ver los tulipanes que tanto le gustaban presentí que era una señal. Y la lluvia. Y sin embargo creo me iré, empieza a hacer frío y van a dar las cinco.

  2. Era la décima semana, siempre en viernes, en que Simón acudía a la cita. Conocía a la perfección la nocturnidad y la generosidad de los jardines públicos: rosas, tulipanes, pensamientos… Hacia las dos de la tarde, siempre en viernes, abandonaba el banco del parque y se dirigía al comedor social que le acogía a diario. La cocinera o quien estuviera por allí tomaba las flores y las ahuecaba en un jarrón de cristal.
    Simón reconocía que ella lo tenía más difícil. Escaparse del psiquiátrico no era cosa fácil. Bien lo sabía él.

  3. «Frío interior»
    Siempre estaba aterido, como atrapado en su propio invierno privado. El calor que conseguía arrancarle a la vida nunca fue suficiente para que su piel aprendiese a retener su calidez.
    Cuando el frío te va ganando por dentro no hay ardor que te acaricie por fuera. Tu cuerpo se vuelve insensible, indiferente a los estímulos que intentan llamar su atención, incapaz de encontrar un camino que lo aleje de los estremecimientos causados por el frío interior.
    Pero, claro, eso no puede verse. Para el resto del mundo sólo es un hombre que pasa su tiempo sentado, esperando al sol.

  4. _ Jardín vacío_
    Tulipanes los viernes, pensamientos los sábados, los domingos mimosas, para los lunes ranúnculos, en martes gerberas, miércoles de liliums y rosas amarillas cada jueves. Fue así desde aquella noticia negra vestida de bata blanca, cada día amanecerla de un color. Hoy no despertó, y mientras se le marchita el ramo y la vida, encarga una corona de claveles.

  5. «Esta vez,si que si,» pensaba Rogelio. Son ya 35 años de matrimonio y creo haberme dad cuenta que no estoy preparado para una relación seria. Quizás estas flores me ayuden,siempre le parecieron vulgares los tulipanes.

    Como cada Viernes,Margarita esperaba su ramo. La mujer del barrendero,era la envidia de sus vecinas.

  6. Aniversario

    Nunca fue puntual. Recuerdo que cuando nos casamos se hizo esperar tanto que estuve a punto de suspender la ceremonia. Aunque tengo la certeza de que hoy no va a venir, recordarla me consuela. Después le llevaré las flores.

  7. El espíritu de la escalera

    Cada mañana, si mi vista octogenaria no me confunde, se sienta enfrente de mí un joven marinero, guapo, alto, fuerte, rubio, sonriente y que porta un ramo de violetas en una mano y una caja de bombones en la otra. Parece ausente con esa mirada fija en la entrada del parque que ya no abandonará en toda la jornada.

    A mediodía, abre la caja de bombones, se come dos, tres o cuatro delicias con la misma rapidez que un carterista actúa en el metro y, con la boca llena, recompone el envoltorio con la precaución de no dejar pistas. Luego, retorna a su posición erguida y recostada sobre el banco de madera, aunque ya en su rostro se aprecia el paso del tiempo.

    A media tarde, se inquieta cuando los niños pululan alrededor suyo y amenazan con quebrar su cuerpo cada vez más enclenque. Las arrugas en su frente y la barba blanca en su piel muestran la erosión que las agujas del reloj le causan.

    Con la noche cerrada, es una figura anciana la que se marchita junto a las violetas descoloridas y son sus lágrimas las que evidencian el dolor en su corazón. Entonces, cierro los ojos, rezo por él y desaparezco con mi cuerpecito de quinceañera hasta mañana, con la esperanza de que reparará en mí, declarará, por fin, lo que siente desde hace cuarenta años y me saciará con todos los besos que me debe o sino, que al menos, el destino nos permitirá repetir escena, una y otra vez, hasta que se canse de jugar con nosotros.

  8. «Díselo con flores» rezaban los anuncios antes de San Valentín. Y yo ni corto ni perezoso, compré un ramo de tulipanes. Un tulipán jaspeado para alabar tus hermosos ojos. Otro multicolor para decirte que nuestro amor sería loco y extravagante, el blanco por lo extremo, el amarillo para que supieras mi locura. Un tulipán doble para asegurarnos el éxito como pareja y dos más, uno rojo por la eternidad de mis sentimientos hacía ti y el negro para simbolizar el sufrimiento que me causa no obtener nunca tu respuesta. Esperé en tu puerta a que salieras con el ramo entre las manos. Una hora, dos. Los tulipanes empezaron a marchitarse y tus ojos ya no me parecían tan hermosos. Tres. Nuestro amor me estaba aburriendo. Cuatro. Ya no sentía mariposas en el estómago. Cinco. La cordura volvió a mi vida. Seis. No teníamos nada en común. Siete. La eternidad dura un instante. Ocho. El tiempo todo lo cura.

  9. HACIENDO TIEMPO

    Caminas lentamente porque no quieres llegar. Te sientas en un banco y con dedos temblorosos acercas el recorte con la esquela a tus ojos mortecinos. Es el anuncio de un tiempo ya gastado, como el que auguran las manecillas del reloj en su cíclico devenir. Un pestañeo te basta para dormitar y soñar que llegas tarde. Abres los ojos y sigues ahí. Apenas un segundo menos para el entierro.

  10. Ya lo tenía escrito pero es que le viene como anillo al dedo:

    21 DE ABRIL
    Al viejo marino borracho y blasfemo, al espantajo de barba hirsuta y ojos sanguíneos, al indecente que mea en las esquinas e insulta a todos, a ese energúmeno monstruoso y salaz, hoy lo vi llegando al cementerio con un ramito de flores. Iba muy serio él. Y se había peinado con gomina.

  11. Sabía que no era puntual y que tenía por costumbre dejarme en esta espera prolongada, mientras yo, iluso, mordía la angustia de saberla en otros brazos, en alocada cabalgata en otro lecho, perfumado de pétalos de rosa: nunca le gustaron lo tulipanes.

  12. Multitud
    Cada lunes, desde hace meses, a la misma hora, con la mirada fija en el puente, junto al vaho de quién estuvo aquí antes, espera. Ignora que cuando él se va, otra mujer expectante recoge los tulipanes artificiales de la papelera y ocupa su lugar en el banco.

  13. Lo que me queda
    A pesar de todo, como cada lunes acudió a su cita. Hacía frío pero no lo notaba; evocaba su ansiado encuentro una y otra vez mientras la lluvia y las lágrimas surcaban las arrugas de su rostro.

  14. De la indolencia
    ———— ~ ————
    Si al menos lloviera de verdad, con esas cortinas de agua que inundan escenas en cualquier película decente; si al menos medio centenar de cuervos se hubieran posado en los respaldos del banco, en mis hombros incluso; si al menos hubieran sido rosas, por dios, cuatro docenas, qué costaba; si al menos te hubieras muerto como se mueren las heroínas, si te hubieras dejado caer desde el balcón, por ejemplo, tan sencillo y etéreo, porque es que así ni duelo parece, mi amor, ni yo doliente.

  15. Aunque ha pasado toda la noche sin dormir no se queja. A pesar de la edad, aún aguanta. Ha llegado a casa y ha devuelto la capa al armario, la barba postiza a cajón de los recuerdos y el incienso a la caja fuerte de los sueños. Ha salido de casa con un café y una ducha y ha pasado por la floristería. Ahora espera a Baltasar. Desde hace tres años, cada seis de enero, le llevan flores a la viuda de Melchor.

  16. CANGREJOS
    Siempre quise vivir en las nubes y la vida se me llenó de nieblas. Vengo a buscarte, como cada viernes y se empeñan en decirme que ya no estás. En mis soliloquios aquí sigues, en los residuos neutros de los sueños, como melancolía líquida. Hoy me he sentado a descansar porque vas más rápido que yo. ¿Cuándo les vamos a decir que no desapareciste en aquel hueco de mar? Que sólo decidiste recuperar tu condición de sirena. Salvo los viernes, los viernes nos encontramos, y yo, como tú, nos escapamos como vulgar cangrejo que horada las redes de nuestros mundos.

  17. Rosas eternas

    Te había comprado rosas eternas para celebrar nuestro primer aniversario. No necesitaban agua ni aspirinas y me garantizaron que durarían entre tres y cinco años. Lucían tan coquetas como tú en la mesa junto a la ventana, para alegrar nuestros cafés de media tarde; esos en los que me dabas la mano y tu hija se mordía los labios de rabia al oír nuestros arrullos. No debí confiar en la florista, hoy hasta las rosas se han puesto mustias y lo único eterno es tu ausencia.

  18. LA CITA.
    La cita era a las ocho. Al fin había conseguido vencer la reticencia de Paula y se conocerían en persona. Comenzó a lloviznar. La adoraba en secreto. Sólo cuando la lluvia le empapó los calzoncillos comprendió que no vendría.

    (del blog El Blues de las Encinas)

  19. Unidad de destino en lo universal

    El viejo se sentó, como cada tarde, a observar la vida pasar. Aquel día compartía el banco con un chico que guardaba un enorme ramo de flores sobre las rodillas. El muchacho echaba vistazos al reloj cada poco, miraba con esperanza a las jóvenes que se acercaban al banco y se entristecía cuando pasaban de largo. El anciano lo observaba de reojo. Estuvo a punto de decirle que no manoseara tanto las flores, que iba a descomponer el ramo, pero la prudencia lo calló. El joven se hizo poco a poco puros nervios hasta que, tras dos horas largas, dejó el ramo deshecho a su lado, se levantó y se marchó enfurruñado.

    El hombre tomó las flores, el celofán y la cinta roja. Con paciencia reconstruyó el ramo. Absorto en su faena, la mujer que se le acercó tuvo que preguntar dos veces: «¿ivan69? ¿Eres ivan69?».

    Alzó la vista y contempló a la dama que estaba delante con un ejemplar de Anna Karenina en sus manos enguantadas. Sonríó.

    «¡Qué suerte! Temí haber interpretado mal el 69 de tu apodo —dijo ella—. ¿Cómo sabías que me encantan los tulipanes?».

    Y pasearon como dos chiquillos.

    • Genial. Cuando he empezado a leer tu historia, me he asustado un poco, porque comenzaba de forma parecida a la mía (que ya había dejado en un comentario). Por suerte, el final es bien diferente; pero el tuyo me ha encantado.

  20. El Mesías
    Por qué no me enviaste padre, disfrazado de niño, adorado por Reyes, presentado en el templo, arrasando con mercaderes y fariseos. Qué te agravió para abandonarme en este cuerpo avejentado y flaco, que ni la lluvia se atreve a humedecer su espalda.

  21. La cita

    La gente pasaba presurosa y veía a ese hombre esperando a una mujer, sentado en un banco, bajo la lluvia. En realidad, no sabían si tenía una cita con una mujer, pero lo imaginaban, debido al ramo de flores que sostenía en sus manos.
    Sin embargo, se equivocaban; ese hombre no esperaba a nadie, ya no tenía a quién esperar. Sólo disfrutaba de volver a fingir una vez más que aguardaba por ella, la que nunca llegaría.

  22. Mala excusa
    Durante años ha esperado, es lo único que ha hecho, esperar. Cada día ha acudido al lugar donde se conocieron. Durante esos años solitarios muchos hombres se mostraron interesados, ella siempre los rechazó. El tiempo ha cubierto de canas su pelo y las arrugas erosionan su rostro, no le ha importado. Hizo la promesa de esperarlo, porque creía que era el amor de su vida, el único. Hasta hoy, cuando lo ha visto allí sentado, esperándola como si se hubieran despedido el día anterior. Los policías entenderán lo que ha hecho. Está segura que serán comprensivos, solo tiene que explicarles la mala excusa que le dio él a tan larga ausencia: fui a comprarte estos tulipanes a Holanda, querida.

  23. DESAMOR
    Cuando aquel hombre de ojos tristes me tendió el ramillete de flores, no podía creer que fuera tanta mi suerte. Camino a mi casa me había sentado en un banco del parque mortificado porque aún no había comprado un regalo para mi mujer en el día de su cumpleaños, cada vez me resultaba más difícil acordarme de esa fecha. Pensé que de alguna manera él leyó mis pensamiento o que era un ángel enviado para aliviar mi preocupación. Alcé la vista para agradecerle el gesto y entonces pude comprender su generosidad: en el edificio de donde había salido, se podían ver claramente, a través de la ventana, las siluetas de dos personas que se besaban. —Eran para ella, mi esposa —me dijo. Me levanté del asiento y con prisa me dirigí a mi hogar.

  24. Soy paciente. Conozco el ritmo de los tiempos. Sé que volverán a alcanzar el valor que les corresponde, propio de sus cálidos pétalos y su bulbo oculto a la avidez insaciable de los urbanitas. Mi tesoro aguarda indiferente a las oscilaciones de la economía, nada de burbujas, seguro del momento en que llegará su verdadero aprecio y significado. La historia dice que llegaron a pagarse 5500 florines por un único ejemplar, y yo tengo un saquito de ellos. Espero mi hora que es la suya.
    Si se retrasan en valorarlos, antes de que se mustien, me los comeré. Puede que con un poco de sal y vinagre de manzana estén apetitosos.

  25. En cualquier banco

    La lluvia caía ingrávida sobre los tulipanes marchitos de sus recuerdos, la mirada perdida entre la bruma de los pensamientos, sin más esperanza que el desesperado desconsuelo.

  26. DIFERENCIAS

    Abuelo, abuelo, ven deprisa he encontrado una foto tuya en internet…

    Era el año dos mil once, no llevaba esos tulipanes en mis manos. En mi recuerdo la imagen, sí, capta la realidad donde la catástrofe llenaba mi alma de ideas confusas, tristeza, vulnerabilidad e indignación.

    Me detuve en aquel banco cuando mis pasos me traían de vuelta del cementerio sudeste de Belfast.

    Completamente ensimismado de pronto alguien tocó mi hombro y dijo: le hice una foto ¿le importa si la publico?, asentí y se marchó dando las gracias.

    Interrumpido, regresé a ese silencio y ese estado de estupor.

    Mi gran amigo Tadhg , no se separó del cadáver de su hijo, se había suicidado la mañana anterior, ya no podía más…

    Tan solo tuve para ofrecerle mi consuelo, compañía y aceptación de hechos que se nos escapan de las manos y desgarran el alma.

    Volví al presente, y le conté a Ennis aquello que con sus catorce años pudiera creer: verás mientras esperaba a un amigo, llegó un tipo curioso que me pidió sujetará los tulipanes para hacerme una foto con ellos, era publicista y le habían encargado ideas para promocionar ese tipo de flor en concreto y como el contraste era tan significativo igual podía gustar, lo importante es que en mi cara no hubiera expresión de alegría.

    – ¡Lo conseguiste¡ , abuelo…

  27. Días contados

    Cuando cae la tarde, la niebla procedente del río espesa la atmósfera, anticipando la noche. Antes de que ocurra, me fumo el último y de paso descanso. Me quedará otra media hora antes de volver a casa. Después del amago de infarto, llevo a rajatabla la dieta baja en sal y el paseo diario; pero no consigo dejar el tabaco.

    La vida me está robando muchos de sus alicientes, me digo, mientras ella pasea alrededor de mí burlándose. En el tiempo que estoy sentado, han pasado varias parejas abrazadas por el frío. Después, un muchacho me ha dejado las flores y se ha marchado cabeceando. Son tulipanes rojos, los mismos que le regalaba a Teresa en cada aniversario.

    Podría llevarlos a casa y ponerlos en un búcaro, como hacía ella o arrojarlos a la papelera, pero lamento que hayan sido cortados para nada. Todo debería tener una utilidad, medito, aunque yo sienta que ya no tengo ninguna. En casa me esperan verduras hervidas y jarrones vacíos. Las sábanas frías de una cama demasiado grande. Los tulipanes merecen otra cosa, una chica ilusionada o una madre feliz. Marchitarse en bonitos recipientes sin polvo o a los pies del monumento a un héroe local.

    He arrojado hace un rato la colilla, pero no me decido a levantarme. Pienso en los pasos contados hacia mi casa, en los días restantes hasta mi muerte, en las horas que faltan para que caigan los pétalos de las flores. El tiempo acotado.

    Cae la bruma y comienza a oscurecer. Las flores lucen todavía más hermosas. Ellas quizá también sepan que ha iniciado su ocaso.

  28. Espero aquí, indeciso ante tanta belleza. Frente a mí, hay un gimnasio, donde entran y salen chicas guapísimas, con leggins ajustados y tops marcando pecho.
    Mientras en el parque otras hacen footing, con sus mallas y camisetas sudaditas…
    Me siento feliz, muy feliz, así que marcho para casa. Le entrego a María los tulipanes, -que ya van necesitando el agua- y ella en vez de darme amor, me dice: viejo verde.
    Después me da un beso.

  29. ¿Habéis visto al señor de los tulipanes?
    Hace tiempo que no lo veo sentado en el banco de la gran explanada de la Plaza Mayor. Siempre llevaba la misma ropa, pero su aspecto era limpio y cuidado. Me llamaban la atención sus finas manos de excelente ejecutivo hasta que la crisis puso el mundo al revés. Esperaba que esa bruma grisácea que todo lo había inundado se rasgara y saliera de nuevo la luz por algún lado. Mientras, no sabía qué hacer con los tulipanes para regresar a casa con unas monedas.

  30. Amor a la vida
    Aunque físicamente está cerca de mí, un abismo nos separa. La ciudad entera es mía y se debate en la amargura y la desesperación que mi esfumado grisáceo le contagia. Sólo él se me resiste marcando su territorio con sus brillantes colores. Ser grotesco encerrado en su mundo desde el que pretende despertar a la vida. Afino el grisáceo de mi paleta para difuminar su tozudez imperturbable. Resiste con indiferencia. Caerá.

  31. Banda Sonora Original

    «Juega con las flores de mi jardín y sé que es demasiado tarde para comprender que me hace sentir como un burro amarrado en la puerta del baile. Pero hoy no. Hoy no me puedo levantar. Pienso en ella y escribo su nombre sobre un vidrio mojado y mis ojos, mis ojos, quedan igual que ese vidrio pensando en ella.»

    – ¡Basta!, me digo, – ¡Estoy harto de esperarla, harto de escuchar las canciones que tanto le gustaban, harto de saber que nunca volverá rendida a mis brazos! ¡Harto de escuchar sus despedidas musicadas en su iPod rosa, harto de saber que a cada instante tenía que pegarle una canción de los ochenta! ¡Basta, Fulgen, despierta!

    Me arranco el iPod de las orejas y lo arrojo con furia junto con el maldito ramo de tulipanes a la papelera. Me voy. Rompo con mi pasado, con nuestro pasado. Adiós, ya no me colaré nunca más en tu fiesta.

    Ando con furia y dejo que la única banda sonora que me acompañe sea el repiqueteo de la lluvia en mi paraguas. Allá, empapándose de agua y de todo, el viejo que esperaba junto a mí coge el ramo. Y sé que acaba de encender mi iPod, porque siento una imperiosa necesidad de buscar el tranvía y de mudarme al barrio de la alegría…

  32. NO SER

    Los ocho tulipanes se imaginaban muy próximos a la nariz respingona de esa hermosa dama. O se vislumbraban dentro de un fino jarrón adornando con buen gusto su recargada salita de estar. También podían verse entre celofanes y cintas de colores formando un delicado ramito que resaltase en la blanca habitación del sanatorio. Incluso, porque es ley de vida, aceptaban terminar reposando sobre la lápida de aquella mujer que nunca llegó a olerlas. Pero ese marchitarse despacio entre las manos medrosas del anciano, ese tiempo fugado sin llegar a destino, ese regarse en lágrimas de impotencia y cobardía, ese no ser para lo que se es…

  33. Ley de Leyes
    Debió darse cuenta de que aquel no iba a ser un día cualquiera. Probablemente lo hubiera descubierto rápidamente de haberse parado un poco a fijarse en lo que los indicios parecían indicarle. Sin embargo, estaba tan inmerso en su propia felicidad, que se escudó en una especie de placidez que casaba mucho mejor con el día que quería tener.
    Porque después de tantos años vacíos al servicio de la ley redactando en su despacho gris cientos y cientos de decretos, bandos y disposiciones, y de algunos intentos fallidos para acabar con su soledad, parecía que la fortuna finamente le había sonreído. Y la suerte tenía un nombre; Marie.
    Aquel día plomizo era su primer aniversario, y por eso estaba exultante. Aunque la temperatura distase mucho de ser la ideal y en el cielo los oscuros nubarrones presagiaran una indudable tormenta.
    Él, ajeno a todo, se había vestido con su mejor sonrisa y presa de un optimismo extraordinario no había cedido al desánimo en ningún momento a pesar de que nada parecía salir como debiera. Y es que el buqué de rosas rojas que pretendía regalarle a Marie se transformó, por culpa de la huelga de transportes, en un arreglado pero no demasiado convincente ramo de los ocho últimos tulipanes que quedaban en el jarrón de la floristería. Además al pasar por caja, bloqueó la tarjeta de crédito marcando por tercera vez el pin incorrecto. A punto estuvo de perder su confianza, pero afortunadamente encontró en sus bolsillos la cantidad necesaria para poder llevarse las flores.
    Cuando ella apareció a la hora convenida, él la esperaba con el ramo a la espalda y la emoción prendida al pecho. Al asomarse a aquellos ojos azules que comenzaban a lagrimear, sintió la certeza de que ambos estaban hechos el uno para el otro.
    Pero todo cambió cuando ella recibió los tulipanes. Marie, aterrada, huyó de su lado sin una palabra, entre millones de estornudos que sacudían su cuerpo dejándolo en la incómoda compañía de una voluta de humo que ella había dejado en su huída.
    Irremediablemente, las gotas de lluvia que resbalaban por sus manos desnudas y anegaban la calzada fueron las destinatarias de la tarjeta y su mensaje:
    “Feliz aniversario, Marie.
    Te quiero
    Murphy”.

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