Viernes creativo: escribe una historia

Todo lo que puedes esperar del arte japonés (refinamiento, preciosismo, una manera delicada de entender la perversión) lo puedes encontrar en las ilustraciones de la japonesa Ozabu. ¿Qué historia te cuenta este dibujo?

©Ozabu

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18 pensamientos en “Viernes creativo: escribe una historia

  1. Gourmet
    De niño, comía insectos; hormigas, escarabajos, moscas. Su madre lo sorprendió un día cuando sostenía un alacrán de la cola, a punto de introducirlo en la boca.

    Creció. Sus gustos, todo un refinamiento que chocaba por su exceso. Lo más cercano a su paladar infantil lo encontraba en la comida japonesa, mas algo hacía falta hasta que un día le entregaron carne quemada en un restaurante argentino. El crujir lo maravilló. Por supuesto, lo ideal sería si debajo de esa capa crujiente encontrara material vivo. De todos los animales que probó, ninguno le satisfacía. Cuando más deprimido estaba, la suerte le sonrió con un accidente pequeño, la quemadura en un dedo de su chica de turno.

  2. No podía ser de otra forma. La mirada inocentemente pícara, ademanes de candidez, ese pelo ondulado que la hacía irresistiblemente atractiva y tentadora.
    Se dejó atar, amordazar. Claro que se dejó. Practiqué mil juegos sobre su lechoso cuerpo, derramé amor sobre sus cimas, contemplé extasiado la humedad de la sedosa cinta que cubría sus labios. Claro que me dejó hacer todo eso. Pero ella no era así, en el fondo no era de esas. En cuanto acabé, se deshizo de casi todas sus ataduras y no dudó un instante en devorarme.

  3. MANTIS

    La española, la mujer más temperamental del mundo, llena de furia y rabia, era mía. Me hablaron de su embrujo gitano y me advirtieron de que no debería abandonarme en sus ojos. En ellos residía su magia negra. Atendiendo a esos consejos, siempre esquivé su mirada, hasta que un día, mientras nos amábamos salvajemente, me perdí en sus pupilas. Su conjuro me atravesó como un rayo y sentí cómo me convertía en un insecto. Yo, que había luchado a muerte con otros hombres por esa hembra, iba a morir en sus fauces.

  4. Ciegos

    A JOSEFINE NO LA CONOCÍA DE NADA, NI SIQUIERA QUE ESE FUESE SU NOMBRE, pero a base de observarla durante semanas en la biblioteca, confeccioné un retrato robot de su vida. Por sus libros y el horario en el que coincidíamos, supuse que se trataba de una estudiante francesa de filología hispánica, amante de la poesía y las bellas artes, de clase media alta y que compartía piso en el centro con otras jóvenes de las que aún desconfiaba, porque en Francia les previenen contra los extraños. Por eso, esperé a que sus ojos se habituasen a los míos para abordarla en la calle. Le tuve que caer bien, porque desde entonces, a nuestros encuentros en la biblioteca, le sumábamos el café de la salida para abrirnos el uno al otro. Pronto supe que me ha confundido con ella. Josefine era tan valenciana como yo, funcionaria de justicia, vivía con un gato y odiaba la poesía pero, sobre todo, el mayor de mis errores fue mantenerme en el papel de escultor. El miedo a que no comprendiese tan estúpida estrategia de seducción, de no estar a su altura y a perder su sonrisa, me hizo exagerar mi condición de artista y una tarde me comprometí a mostrarle mi obra. Alquilé por horas el taller de escultura de un tipo que se anunciaba por Internet y lo rellené de maniquís. Ella atendió mis explicaciones como si yo fuese Chillida y ella mi alumna. «El arte auténtico consiste en engañar a los sentidos, al primero de ellos, al sentido común», le dije y ella estalló en una sonrisa tonta que me incitó a besarla. Nos amamos de verdad aquella tarde y las demás que les sucedieron. Las lecturas de la biblioteca se trasladaron a mi casa o a la suya. Ella me leía a Cortázar, Marguerite Duras o Chejov y yo, a Vargas-Llosa o Millás, según las ganas que tuviera de poseerla. Nos enamoramos como en una película de Tom Hanks y Meg Ryan y ese fue nuestro error. Planeamos un futuro en común: un niño y una niña, un adosado, la casita de la playa, el perro, una vida nueva, la felicidad, las perdices. Por eso, cuando aquella noche los muchachos, después del trabajo, quisieron celebrarlo en el burdel nuevo de Toni “El Gordo”, el mundo se desmoronó para los dos y nuestros ojos se abrieron a la realidad.

  5. SUMISIÓN

    Nos amamos sin piedad, sin fronteras. Con todo el egoísmo que pueden revestir los sentimientos, con toda la fuerza que puede perderse en el arrepentimiento. Yo inspirando su humedad y dejándome llevar como una marioneta entre sus brazos. Ella abrasando mis delirios y mis deseos.
    Y fue salvaje… gozoso hasta la extenuación. Después pude ver su rostro y vi su pérfida mirada y sus labios ciegos de palabra. Entonces supe que nunca me dejaría escapar, que nunca más podría galopar en otro cuerpo. Y gimiendo un: Miau… comenzó a devorarme, eso si, con gran pasión.
    Y yo que hice… pues dejarme devorar.

  6. Sombras de la niña adulta

    Desde niña había tenido la costumbre lúdica de arrancarle las patitas a los insectos. Le daba curiosidad ver cómo reaccionaban ante ello esas pobres hormigas que desfilaban en el jardín de su casa. De más grande, comenzó a descubrir que en ciertas prácticas íntimas un poco de dolor y sometimiento pueden convertirse en una experiencia muy placentera.
    Ahí estaba ella ahora; lectora de 50 sombras de Grey. Amordazada, concentrada en el ensayó de lo que haría junto a él. Esperaba cada uno de esos encuentros con ánimo anhelante.

  7. Artificio
    – ¿Nunca has oído eso de la transformación de la rana en príncipe? Pues yo soy la rana. Bésame y me convertiré en tu príncipe azul.
    – Pero, ¿qué dices chalao?
    – Que sí mujer, que soy una rana, es que estamos en carnaval y aún no me he quitado el disfraz. Anda dame un besito y ¡estate quietecita con mis patas que son de atrezo!

  8. Deshojándote
    Me quiere; una pata.
    No me quiere; otra pata.
    —¡Sigue, no pares!… ¡Dios!, ¿por qué no callarás!
    Me quieres; la cabeza.
    —Ahora sí, muy bien… así… así…

  9. Völva
    El viajero vio el hilacho de humo. Faltaban todavía un par de horas para que anocheciera. Por un momento pensó en seguir camino. Sin embargo, tenía el frío metido en los huesos. Al menos pasaría una noche caliente. Sin tener que preocuparse de los lobos ni de los malditos pieles rojas.
    Cuando llegó junto a la puerta, escuchó una voz femenina entonando una canción en una lengua desconocida. El viajero dudó antes de golpear la puerta. Cuando lo hizo, cesó el ruido. Por fin, después de una eternidad, la puerta se abrió. Apareció una joven pelirroja. Era preciosa. Le dijo algo, pero el viajero no pudo entenderla. Sospechó que era sueca o noruega.
    –¿Dónde están tus padres, muchacha? –le preguntó.
    No obtuvo respuesta alguna.
    –¿Puedo entrar? La noche es fría.
    La joven le dejó pasar. El viajero advirtió que en el interior de la cabaña no había nadie más. Le hizo un gesto a la joven para que le diera un poco de agua. La joven se acercó a una cazuela que había junto al fuego y le llenó un tazón ardiente. El viajero lo bebió con placer. Hacía meses, años, que no probaba nada parecido.
    –Está delicioso.
    La joven le sonrió.
    Hacía días que no se lavaba. La última vez, había sido en el río, de manera involuntaria. Le hizo un gesto a la joven para indicarle que le diera agua. Ella pareció entenderle.
    Una hora después, cuando la habitación ya estaba a oscuras, el viajero se había quitado la ropa sucia y se había colocado otra que le estaba un poco grande. Sospechaba que había pertenecido al marido de la joven. Quizá hubiera muerto por enfermedad o en un ataque de los indios. Era extraño que los pieles rojas no hubieran saqueado una cabaña sólo habitada por una joven.
    El viajero se había sentado junto al fuego y disfrutaba de una pipa. La joven se quitó la ropa y se tendió en un jergón cubierto de pieles. Le dijo algo al viajero. Éste entendió que era una invitación. Por un instante pensó que se iba a despertar tiritando junto al tronco de un pino. No. Aquello era muy real.
    Cuando despertó, ya era de día: el sol invernal entraba por las ventanas. El viajero se sentía muy cansado. Le dolía la pierna. Otra vez la maldita herida de guerra. Se incorporó un poco para observar a la joven, que estaba asando un trozo de carne. Olía realmente apetitosa.

  10. La Mordaza: Lucian esplendorosas, montañas y montañas de jugosas frutas,verdes,rojas,amarillas llamaban la atención de los viandantes, sacudidos los ojos de tanta belleza, nunca habian visto algo igual.

    La naturaleza hacia desfilar sus modelos como en una pasarela, exibiendo sus mejores trajes barnizados para la ocasión.

    -!Mira que! !Me comeria una! y oir crujir entre mis dientes, el chasquido de su carne tierna, cuando la tuve entre mis manos,para tal acto, no se como aparecio este gusano, o no, el pavor me hizo quitarme el apetito de golpe. Es una Mantis Religiosa, se dio prisa el maligno insecto en trepar por mis espaldas y amordazar mi boca.

    -!No tenia planeado ser capturada!- E intento volar al instante, un impulso,casualidad o reflejos tardios, y es que: El pez grande se come al chico, si este no espabila, la agarre tan fuerte como pude y empece a pelarla como un langostino. – Nunca perdone no morder a mi manzana-.

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