Viernes creativo: escribe una historia

 

Hoy traemos una foto de Sydney Sie con muy pocos elementos. ¿Sabremos sacarle partido? ¡Yo no dudo de vosotros!

 

©Sydney Sie

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34 pensamientos en “Viernes creativo: escribe una historia

  1. Entrada

    Déjame entrar en tu cuerpo
    Oler tus entrañas
    Saborear tus fluidos
    Que gotean por todo tu ser

    Quiero ser el sudor
    Que se escurre por tus muslos
    Tu pelo erizado
    Tu gemido sofocado

    Esas manos que rodean
    Tu cintura plateada
    Esos labios que besan
    Tus pestañas de porcelana

    Guía mis manos
    A los lugares prohibidos
    Quiero escalar tus valles
    Nadar en tus mares

    Sumergirme en tu alma
    Sentir tu energía
    Abrázame
    Y deja que me entregue a ti

  2. Tactografía
    Que sea mi lengua
    un tintero para transcribir
    sin color alguno en tu piel
    al dictado de tus gestos,
    con el grosor de mis labios
    con minas de queratina,
    que tan sólo tus poros puedan leerme,
    mis yemas sobre tus párpados
    sienten que cierran libros de poesía
    Mis caricias
    repletas de boca y dedos
    son  animales jóvenes que buscarían su refugio
    dentro de ti. 

  3. POR DIOS Y TODOS LOS SANTOS

    Ya me lo decía mi madre, hija mía tú nunca te abras de piernas, que los hombres una vez consiguen lo que quieren, si te he visto no me acuerdo. Tú déjate meter mano por donde sea, pero nunca, nunca, te abras de piernas por dios y todos los santos.
    Y tanto y tanto me lo repitió, y tanto y tanto lo asimilé, que así sigo hoy en día sin poderme abrir de piernas. Que no hay manera, ni por dios, ni por todos los santos.

  4. No me cuentes cuentos

    ¡Ábrete, Sésamo! dices al verme, con una voz que derrite la nieve, pero que ya no engaña. Yo cierro la puerta con candado, aprieto también los dientes y me mantengo enfadada, al otro lado del muro de tus lamentaciones. Con la misma voz pero un tono más suave te escucho un «Abre, abre, que soy tu madre» y los siete cabritillos que son mis dedos se esconden más y te piden que enseñes la patita, para cortártela, claro, pero eso no lo intuyes, para llenarte mamá la barriga de piedras, para que te calles ya. Un último «soplaré, soplaré y la casa derribaré» me hace soltar una carcajada que abre mis piernas, momento que tú aprovechas para… eh, un momento, que esto era un cuento para niños.

  5. Crisis

    Mi emoción acalorada, contiene los impulsos que el corazón impone, más uno de ellos no puede contener. Es entonces cuando dentro de mi habitación, abrir te la puerta es necesario, abrazarte en la puerta también es necesario. Alguien decía, ¡no quiero putas en mi casa!, pero hace ya medio siglo, que he intentado recordar quien lo dijo sin lograrlo.

    Para tu trabajo, es placer mi recompensa. Para tu recompensa, es dolor mi trabajo. Si tuviera que elegir entre vicios diría que tus piernas y las de tus demás amigas, por eso ruego con ansias que para la semana que viene el trabajo no me falte.

  6. Encantada de participar de nuevo por aquí.

    A ver… quédate quieta un momento, déjame buscar por favor. Si no paras de reírte me pongo más nervioso y no atino. Tiene que estar por algún sitio, en algún lado. Un día de estos voy a perder también la cabeza y no creas que no tienes parte de culpa. ¡Ah mira! Ahí está, en el suelo, justo debajo de tu sujetador. ¡Qué susto me he llevado! Por un momento creí que había perdido la cordura entre tus piernas.

  7. «Que me dejes, joder. Que te abras de una puta vez. Que ni no, ni hostias. Que ya sé yo que cada vez que decís que no, es que sí, que anda que no os tengo caladas. ¿Qué haces? ¿Te crees que con eso me asustas? Mira: ésto es una navaja. Así que, bonita, estate quieta, no chilles ni muerdas, y disfruta. Que en el fondo todas disfrutáis, que sois todas unas putas. Tanto escote y tanto bailoteo restregándoos. Ahora vas a ver lo que es bueno. Que te abras, joder, que no te va a doler más que a otras…»

  8. La siesta
    En cuanto nos dan las vacaciones, mi madre saca los bártulos para ir a la playa, así como su estúpida regla de las siestas obligatorias de cuatro a seis de la tarde.
    —La playa cansa mucho.
    Protesto, pero no sirve de nada; por una vez mi padre no se pone de mi parte. Él también insiste en que les deje en paz; se ve que a los dos les encanta la siesta.
    Tengo calor, la cama es un horno y tengo que cambiar constantemente de posición para no quemarme. Levanto un brazo, luego una pierna, ahora bocabajo con las dos piernas extendidas, ahora boca arriba con las dos recogidas y las rodillas en forma de montaña. Balanceo la montaña hacia la derecha, hacia la izquierda, la derecha, la izquierda… despacio, despacio, ahora un poco más rápido, más…
    —Anda, levántate, con una hora basta —me dice mi madre de muy buen humor.
    —No te creas, estoy un poco cansada —le contesto con una vocecita que no me reconozco.
    —¿Qué te ocurre? A ver si tienes fiebre.
    Mi madre me toca la frente, mientras yo sigo apretando muy fuerte las dos laderas de mi montaña.

  9. DULCE CONQUISTA

    Recuerdo de niño esconderme entre las piernas de mi madre. Mi cabecita llegaba a sus rodillas mientras ella cocinaba y tarareaba alguna nana. En los primeros años de escuela mi curiosidad se imponía cada día, y levantaba las faldas de mis compañeras sin más pretensión que descubrir lo que allí se escondía, debía ser algo maravilloso y goloso, pues ellas recelosas me contestaban con una bofetada.

    En la adolescencia, con todas hormonas alteradas, ponía un espejo en mis zapatillas y acercándome con sumo cuidado a sus vestidos, lo deslizaba distraído y tembloroso, sin llegar a ver bien que era aquello tan prohibido.

    Fue con mi primera novia, en el tiempo en que los besos pasaron a caricias, cuando por fin pude asomarme a esas extremidades tan deliciosas y delicadas. Y por extraño que parezca, sigo ahí entre sus muslos, asomado, indeciso… pero degustado la vista de ese enigmático monte que tantos años me había costado conquistar y que ahora estaba a la altura de mi cabeza y de mis manos.

  10. SIN SALIDA

    Ella cerraba los ojos y esperaba que pasase la noche sin sobresaltos. Oyó sus pasos tambaleantes, percibió aquella mezcla de olor a tabaco y alcohol. Sabía que no tenía escapatoria. Nadie la podría salvar. Notó su presencia sobre su cama. Cuando notó sus manos entre sus piernas apretadas desconectó su mente esperando que todo acabase pronto y pudiese recoger su dignidad hecha pedazos y seguir viviendo sin sentir nada…

  11. Menos mal que no te quiero
    y que seguramente tu tampoco.

    Menos mal que ninguno ha olvidado el derecho a olvidar
    y que la esperanza la perdí antes de perderte a ti.

    Menos mal que no parimos versos leyendo miradas
    y que tu risa no la llevo en el alma.

    Es un menos mal el que escupo al cielo cuando me hablas,
    cuando tus manos se acercan y tu olor me calma.

    Menos mal que no nos reconocemos,
    que nunca nos encontramos,
    que esta atracción no existe ni en mi fantasía ni en tu realidad.

    Menos mal que no te pienso, ni respiro
    que no te deseo, ni te echo de menos,
    ni me hace temblar tu aliento, ni te amo en mis sueños.

  12. Hacía mucho que no pasaba por aquí. Las musas estaban de vacaciones. Hoy parece que asoman la cabeza de nuevo. Gracias, Fernando.

    El juego

    Me hacía la estrecha y forcejeaba para que él aplicase más fuerza a sus manos. Me gustaba sentir esa fuerza y dejarme vencer por ella. A la mañana siguiente, repasaba con mis dedos las huellas moradas de los suyos en mis muslos blancos. Eran mis trofeos y, los atesoraba entre las piernas. En la oficina pasaba mi mano por debajo de la falda y apretaba sobre aquellas marcas cárdenas disfrutando del dolor que me producía. Al llegar a casa él me miraba suplicando perdón y besaba con delicadeza cada marca, a la vez que se excitaba y yo volvía a cerrar con más fuerza obligándole a empezar de nuevo el juego que tanto me gustaba.

  13. Niños

    Me encontraba disfrutando en el parque del tiempo muerto que oscila entre el rutinario trabajo de contable y la función de marido solicito, cuando a mi lado una pareja de párvulos, ajenos a sus madres, despertaron mi atención. Con los rostros cubiertos por sus manos, los pequeños se dedicaban a describir lo que sucedía a su alrededor. Una realidad que yo no era capaz de ver. Por eso, me cubrí los ojos como ellos y, adoptando la voz de un niño de cuarenta años, les solicité permiso para unirme a su juego. No me contestaron que sí, pero tampoco que no, y al momento, seguían dibujando escenas como pintores en un lienzo virgen sin importarles mi presencia. Reconozco, que al principio sus palabras transitaron por mis oídos sin dejar huella, pero a medida que sus pinceladas eran más precisas, entré en su cuadro de forma etérea primero, y luego tan real como la hipoteca a veinte años que sufro mensualmente. Los tres correteábamos cerca de un zoo donde los leones eran verdes, los monos amarillos o los cocodrilos multicolores, hasta que se nos ocurrió abrir una jaula vacía, lo juro, de la cual oímos bramidos y una lengua de fuego nos obligó a huir despavoridos. Para salvarme del dragón invisible que nos perseguía, yo abrí los ojos. Entonces me percaté: mis pequeños amigos estaban en peligro, eran ciegos y yo no sabía cómo ayudarles.

  14. Un cuerpo, dos mujeres

    Caminando a paso acelerado, alcancé a ver parte de una mujer. Posiblemente estuviera desnuda. Creo que pude ver sus piernas entreabiertas, formando una abertura que invitaba a entrar.
    No estoy seguro de lo que ví: sí un cuerpo, sí piel.
    No me importa estar seguro de lo que vi, me quedo con lo que hay en mi imaginación y con cierta chica de ayer que empiezo a recordar.
    Esta noche volveré a entrar en ella. Ignoro quién es.

  15. GEOGRAFIA

    Se perdió entre los suaves pliegues de aquella pìel tan deseada, trepó por la suave pendiente de sus senos, se extravió en el perfumado mar de su vientre, casi naufraga entre la perfecta linea de sus piernas,
    Al tercer día, entró por fin , casi con piadosa reverencia, en el santuario de su intimidad, decidido a quedarse para siempre en el acogedor refugio de sus mas anhelados sueños…

  16. Lo que los ojos no ven

    Cuatro de la mañana, no puedo más. Duele, ansío verte, tenerte conmigo. Ya has estado dentro, ahora te toca salir y descansar en mi pecho. Aprieto las piernas, lo deseo pero lo temo. No seré capaz. El miedo me tiene paralizada. Pero sus cálidas manos abren mis piernas mientras sus dulces palabras calman mis temores. Y así, con la tranquilidad del sabio, el buen hacer ajeno, y la fuerza que me diste, viniste al mundo para hacerme la persona más feliz.

  17. Abre las piernas

    Cuatro de la mañana, no puedo más. La tensión me puede. Me aterra el dolor y aprieto las piernas, lo deseo pero el momento me hace temblar. No seré capaz. El miedo me tiene paralizada. Sus cálidas manos abren mis piernas mientras sus dulces palabras calman mis temores. Duele, pero él me alienta y me anima a seguir. Falta poco me dice. Y así, con la tranquilidad del sabio, el buen hacer ajeno y la fuerza que me diste, viniste al mundo para hacerme la persona más feliz.

    (Fernando, borra el anterior, por favor. 🙂 )

  18. Brújulas [o (Ne)Cesárea]

    Desde siempre, la dificultad de escoger el camino correcto lo ha perseguido. Como un mal inevitable o condición necesaria para darse cuenta del error. Incluso el parto fue complicado y, por ello, se optó por la cesárea. No había forma de que su cuerpo tomara la dirección adecuada, lo que hubiera facilitado tanto la tarea de médicos y enfermeras. Ahora, sin embargo, no se trata de nacer ni de andar. Sólo tiene que amarla, sentir su cuerpo como una parte de su Universo. El calor le servirá de brújula en la ausencia de la luz. Y, cuando quiera besarla y no sepa cómo deshacerse del influjo de sus piernas, las intentará separar con ternura. Así, centímetro a centímetro, cederán terreno para que sus manos lleguen a alguna parte. Aunque no sean los labios que, en un principio, deseaba encontrar y turbar.

    d.

  19. El décimo

    Sé que me llaman estrecha. Nunca a la cara, por supuesto, pero noto la distancia, la indiferencia, desde el saludo inicial de cada hombre que me presentan. Es como si llevara un letrero impreso en la frente que avise a todos los navegantes de que no debe perder el tiempo conmigo, de que es imposible separar esas piernas tan bien alineadas y avivar algún fuego, por mucho fuelle que se emplee. Nueve de cada diez que superan el primer hola, se excusan con cualquier pretexto para evitar mi compañía.
    Lo peor sucede, sin embargo, cuando llega el décimo, el conquistador, el que nunca se rinde. El que desplega todas sus armas y las utiliza, una a una, mientras yo sonrío y ladeo la cabeza. Mientras siento como una especie de cremallera, formada por dedos humanos, trata de separar lo que debe permanecer unido.

  20. Barrotes
    Cuando a mi madre le preguntan por papá, dice que está trabajando en el extranjero. A todo el mundo, salvo a mí que me dice que se fue porque no nos quería, y a mi tía Adela a quien le dice que sigue atrapado entre las piernas de esa lagarta, y que cuando quiera regresar será tarde. Yo soy pequeño pero no tonto, entonces sé que a la única que le dice la verdad es mi tía Adela, aunque creo que le miente un poquito con eso de que las piernas que lo tienen atrapado son de una lagarta. Eso no tiene sentido. Las patas de los lagartos están bien separadas a cada lado del cuerpo. Si estuviera atrapado por las piernas de una lagarta, se podría zafar con gran facilidad. Yo pienso que si mi padre está atrapado entre unas piernas, tienen que ser las de una mujer gorda, como la Elvira, la de la esquina. Tendríais que haber visto sus piernas de cerca como las vi yo un domingo en la piscina del poli. Entre semejante inmensidad podría quedar atrapado hasta el más valiente.
    La tía Adela tampoco ayuda mucho, porque en lugar de explicarle a mi mamá lo difícil que puede ser escapar de un par de piernas de ese tamaño, echa leña al fuego diciendo que hay que ser canalla para caer tan bajo. Bajo estará, pobre, porque las piernas son la parte de las mujeres gordas que están más cerca del suelo, pero eso no es culpa de mi padre, claro está.
    Hoy por la mañana me crucé con la Elvira por la calle y no lo pude evitar. Tuve que espiar bajo su falda de tamaño carpa de circo para ver si mi padre estaba allí. No he podido ver nada, porque la muy cerdinflona me cogió de la oreja, y así colgado, con los pies en el aire, me llevó ante mi madre acusándome de fisgón.
    Así que aquí estoy, encerrado en el sótano, a oscuras, porque ese es el castigo que merecen los fisgones, según mi madre. Yo no sé lo que quiere decir fisgón, y mi mamá, seguro que tampoco. Pero hay que ver cómo se deja llevar por las tonterías que dicen los vecinos.

  21. Mar de dudas
    Me pregunto si sus besos sabrán a chocolate blanco; si mi lengua avanzaría por su piel con la misma lisura que sobre una bola de helado; si su cuerpo, perlado de sudor, olerá como el mar en invierno. Me pregunto si tiene quién por la noche avive sus sábanas; si comparte el aroma a café con tostadas de cada mañana; si le despedirán unos labios cuando sale de casa. Me devoran tantas dudas que, casi sin querer, levanto la mano, y las escondo, turbada, entre mis muslos, bajo el pupitre, como si no existieran, cuando su mirada repara en mí y, desde la pizarra, es el quien pregunta:
    —Susana, ¿eres Susana, verdad? ¿Alguna duda?

  22. Entrecruzo las manos.

    De niño tus padres me invitaban ir a visitar a unos amigos suyos que vivían en el campo, ahí había unos maizales grandes donde jugábamos a las escondidas, yo entrecruzaba mis manos para moverlos y poderte hallar, tu sonrisa me llevaba a dónde estabas.
    También recuerdo una vez que, en el auditorio del colegio, me moría de nervios porque no quería salir a escena; entrecrucé mis manos para abrir el telón y noté que no había ni un lugar vacío. Tú me tomaste del hombro, me sonreíste y dijiste todo saldrá bien y así sucedió.
    En otra ocasión recordé el día en que el elevador del viejo edificio donde vivíamos se quedó atorado y, aunque ya éramos adolescentes, tú tenías miedo, como si fueras una niña. En ese momento entrecrucé mis manos y saqué fuerzas de la desesperación para abrir las puertas y escaparnos al piso superior.
    Ahora te encuentro en mi cuarto nerviosa pero dispuesta a todo, entrecruzo mis manos para abrir tus piernas y escribir una nueva historia.

  23. DESEMBARAZO
    Cuando vi la punta del afilado escalpelo, traté de detenerlo. Sólo conseguí hacerme un feo corte la mano. El doctor terminó de realizar la incisión. Luego me agarró. Traté de mantenerme dentro. Tuvieron que llamar a dos celadores para que ayudaran a sacarme. Vencieron mi resistencia después de unos pocos minutos.
    –¡Qué descanso! –dijo mi madre cuando estuve fuera.
    La miré enfadado.
    –¡Qué cruel eres, mami!
    –Compréndelo, Borjita. Llevabas treinta años aquí dentro. Era hora de que salieras.
    –Vale, vale. Pero lo que no lograrás será echarme de casa.

¿Qué opinas?