Viernes creativo: escribe una historia

No pido más, que me contéis qué os inspira esta imagen de Pedro Luis Raota.

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Pedro Luis Raota

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32 pensamientos en “Viernes creativo: escribe una historia

  1. De Vanessa me enamoraba su simpatía y sus gustos extravagantes, por eso di el paso de pedirle matrimonio. Ella, tras hacerse un poco la dura, claudicó. Yo me sentía un hombre muy afortunado, aunque no sabía muy bien en qué consistía la fortuna que se suponía que había alcanzado. Realmente, apenas conocía a la que iba a ser mi mujer en muy pocos días. Ni siquiera habíamos convivido un tiempo.

    El día de la boda, yo estaba nerviosísimo y no hacía más que retorcerme las manos, esperando a mi amor, en el altar. Tardó mucho pero, como se suele decir, esa era la tradición. Cuando, finalmente, veo un vestido blanco asomarse por la puerta de la iglesia, respiré aliviado y sonreí. La sorpresa vino cuando tras la hermosa novia venían, atados a unas cuerdas, lo que yo creía que eran dos perritos. Esto me sorprendió mucho pues no sabía que mi futura esposa tenía perros, pero no me importó pues a mí también me gustan. Una vez que ya estuvieron más cerca comprobé que se trataba ¡de dos marranos! No me lo podía creer. Yo no sabía si sonreír o si enfadarme. Finalmente opté por callar y poner cara de pócker.

    ¡Ahora entiendo por qué Vanessa no quería comer carne de cerdo! Pensaba, tonto de mí, que era por guardar la línea y esas cosas. Me parece que, mi mujer y yo, tenemos muchas conversaciones pendientes…

  2. Sí, quise

    Con los años he vuelto a mirar las fotos del despropósito de boda que tuvimos. Procuro no hacerlo, pero a veces vence la rabia.

    Entonces me corroe por las venas la venganza, las ganas de buscarte y hacerte pagar por todo el sufrimiento. Por la vergüenza. Por tener que salir siempre huyendo. Nos perseguían acreedores, amantes, maridos, hijos no reconocidos.

    Tiene gracia que el mayor cerdo de la imagen lleva traje y corbata.

  3. Familias

    Mamá criaba cerdos. Como tu padre, solía decir, pero yo no recordaba haber tenido ningún padre. Cuando los cochinos crecían mucho mamá les ponía traje y corbata y los casaba lo mejor que podía. Como hubiera hecho cualquier madre. Yo me fui de casa con uno de ellos y dos pequeñajos que me nacieron una noche de verano, para continuar la tradición en otro lugar.

  4. … Despues de tanto viaje en la carretera, de un auto quedado y muchas millas caminadas, lo primero que vimos en el camino fueron esos dos cerditos, quien podria culparnos si solo es nuestro forma de sobrevivir pero con un vestido nuevo y un traje nuevo mejor pensar en el presente mas que el futuro. Por eso mas que dos recien casados seriamos , dos casados con dos cerditos.. En un viaje que recien empieza.

  5. SOLOS EN LA CARRETERA

    Nos fuimos con lo puesto, en cuanto terminó la ceremonia. Lo habíamos perdido todo en el casino la noche anterior; bueno, todo no. Nos quedaban dos cochinillos de la última apuesta, la que había hecho Dora, la granjera: Si sois capaces de cargar con vuestras maletas y marcharos a pie hasta el pueblo después de la boda, os regalo un par de lechones.

    No estábamos en Las Vegas, ni éramos Nicolas Cage y Elisabeth Shue. No, nosotros nos queríamos de verdad y teníamos toda la fuerza para empezar de cero. Habíamos apostado nuestro corazón para irnos juntos, pasara lo que pasara.

    © Manoli VF

  6. NOSTALGIA

    El día ha amanecido cargado de nostalgia, bajo el cielo gris de Berlín. Sentada junto a la ventana acaricio mi viejo álbum de fotografías. Toda una vida contenida entre sus páginas, ajadas por el uso y deformadas por las lágrimas vertidas sobre ellas a través del tiempo. Cada fotografía capta un instante que se convierte inmediatamente en pasado, en un recuerdo.

    El álbum se inicia con la imagen del lejano día de nuestra boda. ¡Cómo olvidar aquel momento! Al acabar la celebración, obligados por la miseria, metimos nuestros sueños en las maletas y con dos lechones como dote, partimos hacia Alemania en busca de un futuro, de una oportunidad.

    Toda una vida deseando el regreso a nuestra tierra, hasta que comprendimos que no deseábamos volver, que nuestro corazón ahora pertenecía a este lugar, nuestro hogar.

  7. PIN Y PON, UNA HISTORIA DE MARRANOS

    Era costumbre en mi pueblo regalar una pareja de cochinillos a los recién casados, como señal de un próspero futuro, en nuestro caso la familia de mi Paco y la mía eran muy humildes y esos marranos nos iban a venir de maravilla. Les puse por nombre Pin y Pon.
    Nos costó dios y ayuda meterlos en el coche para irnos de luna de miel, pero el gran problema lo tuvimos cuando a mitad del viaje se nos estropeó el vehículo y tuvimos que dejarlo en el arcén, y tal como íbamos, vestidos con los trajes de la boda, coger todo el equipaje para acercarnos a la gasolinera más próxima a llamar a una grúa. No había forma de hacer caminar a Pin y Pon, los tenía que llevar arrastrándolos por la carretera.
    Mi duda era saber si no andaban por que eran demasiado pequeños, o porque, como mi madre nos había puesto comida en las maletas para que no pasáramos hambre, los muy puercos olían que las llevábamos repletas de embutidos de cerdo.

  8. El caso es que ellos sabían que no podía salir bien. Eran cerdos, vale… pero tenían que evitar el drama humano que olisqueaban.

  9. GOOD BYE, BELLOTAS
    Cuando se abrió la puerta del templo en mitad de la ceremonia y vi al bueno de Pancracio el porquero, con una maleta y dos lechones, mi primera reacción fue mirar a Rober, mi prometido. ¡Pero qué feo y rancio es el condenado! Me pregunté entonces a santo de qué una veterinaria como yo había aceptado semejante propuesta de matrimonio; tal vez los incontables latifundios de su padre y su cargo de Chairman en la TBC -Transnational Bellota Company- tenían algo que que ver en el asunto.
    Volví la vista de nuevo y Pancracio me guiñó un ojo. Luego ya se pueden imaginar lo que pasó.

  10. Hasta que la muerte nos separe

    Ya te dije Porky, que esta mujer y su cómplice, con esos disfraces, no nos traerían nada bueno.
    —Tienes razón Piggy. Nunca debimos abandonar la granja y menos por la fuerza.

    Nos gustaba retozar en el barro, oler las purinas y el aroma de nuestras partes pudendas con nuestro hocico amoroso en nuestra cola de sacacorchos.
    A mí me encantaba verte gorda y tú a mí, cerdo, pero que muy cerdo.
    Nacimos sabiendo que nuestro destino era morir abiertos en canal, socarrados y descuartizados, a no ser que la humanidad entera se volviera vegana. Impensable. Quiénes iban a querer renunciar a tus butifarras, a mis chorizos, a nuestros jamones, a las morcillas, pancetas y morcones…
    —¡Ay mi querida Piggy! ¿qué vamos a hacer ahora? Estos dos se han dicho:” contigo pan y cebolla…”
    Con lo que nos gustan los excrementos y las bellotas, vamos a morir todos de hambre.

  11. Amistad

    Se lo repetí, a los tres, una y mil veces. Que le dieran una oportunidad, que el amor lo había cambiado, que comer, solo me comía a besos. A regañadientes, los dos mayores vinieron a la boda. El pequeño, que siempre fue el más listo, dijo que no pensaba ser testigo de aquel disparate.
    Por eso le agradecí que, cuando me refugié esta mañana en su casita de ladrillo, con la caperuza desgarrada y el ojo morado, se limitara a curarme y a secarme las lágrimas. Que ni siquiera en la mirada se le escapase un «te lo había advertido».

  12. Temores fundados
    ‒Vamos Sus, que no tenemos todo el día. Anda de una vez
    ‒Que me dejes Pig, que no quiero andar.
    ‒Venga un pasito pálante.
    ‒Que no me empujes, que estos no llevan buenas intenciones.
    ‒Si vamos a la sierra a comer pastos frescos, a jugar con las liebres a…
    ‒Si supieras a lo que vamos. He sorprendido a la humana mirando unas fotos.
    ‒¿Y qué?
    ‒Pues que eran fotos de nuestros abuelos.
    ‒¿Ves? Son todo amabilidad, vamos a estar como en familia.
    ‒Que no, cacho tonto. Que eran las extremidades de nuestros antepasados y estaban colgadas en el techo. Y a mí eso me da muuuucho miedo.

  13. Lagañas, por Luciano Doti

    -Si le robas la lagaña al perro y te la pones en tu ojo, verás lo que ve el perro –me dijo el gitano.
    -¿Y qué ve el perro?
    -El perro ve lo que nosotros ignoramos, lo que a nosotros se nos escapa.

    Nunca hice la prueba, pero mucho tiempo después, vi a una pareja partir, y debo decir que la imagen me perturbó. Estaban vestidos con trajes de novios, él llevaba dos enormes valijas; ella, dos cerdos tironeando de las correas. Los cerdos no querían acompañarlos. Tal vez porque además de ser llevados como perros, compartían con ese animal las lagañas, que dejaban ver que ese viaje no tendría retorno.

    Pese a no tener lagañas, noté que más allá los aguardaba la niebla y el silencio.

  14. El Día D

    Al lanzar el arroz, nos chocamos y caímos al suelo. Nuestros trajes de ceremonia se mancharon de barro. Él nos llamó cochinas. Esta vez no hubo abrazo de consuelo, sino tortazo y vértigo. Con las braguitas mojadas mi hermana y yo, dejando un pestilente olor a vómito, nos vimos obligadas a emprender rumbo a un nuevo futuro, arrastradas por la insensata y celérica decisión que tomó mamá de casarse con el primero que le dijera las palabras mágicas.

    No estamos tristes del todo. Tenemos un plan. Hemos pensado en imitar a los contorsionistas del circo para retorcernos hasta el extremo y hacernos aún más pequeñas de lo que somos. A lo mejor así cabemos algún día en sus «te quiero.

    *L*

  15. El malecón de la mesa nupcial
    ¡Vivan los novios! ¡Vivan los novios! Se escuchaba en los floridos jardines, al mismo tiempo que entre los comensales se enarbolaba una ola en un extremo de la mesa, hasta romper contra el malecón de mesa nupcial.
    El rumor entre los invitados iba crescendo bajo los exquisitos manjares que se servían aderezados con buenos vinos de la tierra, champán y licores. De vez en cuando se acercaba alguno de los convidados al evento, para agasajar a los novios con algún regalo anacrónico, o con alguna copla de letra picarona. Todos conocía a Amir el novio, pero poco se sabía de las costumbres y gustos de su novia Dorotea. La celebración fue transcurriendo con gran animación. No podían faltar tampoco las ideas ilustradas de Luis, uno de los amigos del novio. Amir escuchaba que todos reían, pero no alcanzaba a ver que estaba ocurriendo, hasta que sin previo aviso vio al ocurrente de Luis tras dos cerditos, que lo arrastraban como si fuesen cuatro caballos tirando de una cuadriga, se acercó a la mesa nupcial con una sonrisa que se ahogaba en su cuello embutido en una corbata carmesí y se los entregó a Dorotea. Esta lejos de sentirse ofuscada, como esperaba el sarcástico de Luis, le hizo gracia. Dorotea se paseaba entre los trajeados asistentes, llevando en una mano el abanico de la excentricidad y en la otra a sus dos recién adquiridas mascotas, a una de ellas le puso de nombre Luis en honor al ilustre amigo de su esposo.
    j. mariano seral

  16. FABULA ROBUSTA
    Desde antes que nos casáramos, Peggy ya tenía aquellas preocupantes manías: comía sin parar, dormía otro tanto y se bañaba muy poco. No tenía mucho de qué preocuparse, pues sabía que siempre podía acudir a mí para que le solucionara sus posibles problemas.
    Yo nunca supe advertir a tiempo algunos repentinos cambios en su contextura física, ya de por si exuberante. Por fortuna, unos días antes de la boda tuvo que volver a probarse el vestido de novia y nos dimos cuenta de que ya no era esa su talla. El anillo también hubo necesidad de rehacerlo, pero sus regordetas manos pasaron la prueba de los guantes de seda sin sobresaltos.
    Ya en la iglesia, el cura se vio en aprietos para conciliar la idílica imagen de la novia con aquella criatura voluminosa que dio el sí con premura y se abalanzó de inmediato sobre el pastel de bodas para devorarlo a sus anchas. Pero ni aun en ese momento deje de amarla. No fue sino hasta la noche de bodas, cuando contemplé estupefacto la inmensa mole de carne y hueso que estaba a punto de caer sobre mi indefensa humanidad que hui en calcetines por el prado del hotel.
    A la mañana siguiente, ella se presentó ante mi puerta con los ojos inundados de lágrimas y prometiéndome que bajaría de peso o moriría en el intento. Yo no pude evitar unirme a tan sincero llanto y le declaré emocionado que entonces moriríamos juntos, pues siempre estaría su lado.
    Estuve a punto de incumplir mi promesa. No era tarea fácil subirme cada noche sobre aquella enorme montaña de grasa y hacer de cuenta que lo pasaba muy bien. Pero el tiempo hizo lo suyo y en la navidad siguiente tuvimos un par de rollizos lechoncitos de lo más apetecibles.
    Hasta entonces jamás habíamos contemplado la idea del matrimonio como una prospera industria, pero los pedidos que nos llegan de todas partes del país no dan espera. Y engordar lechones todo el año para venderlos en diciembre no es tarea fácil, digan lo que digan los envidiosos.
    D.C.

  17. FALTA DE VISTA

    Una pena, no haberlo visto antes. Ya me lo decía la tía Berta, que ni de penalty se me ocurriera, que no le daba buena espina, que los perros gimotean cuando le tienen cerca y ninguno de los dos gorrinos se lleva sus restos al hocico. Pero yo me empeciné. Ante el espejo, en traje de novia, creía ver a una mujer feliz. Y qué decir de él. Me hipnotizaba su porte, abrasador y misterioso; su voz, terca pero seductora; y también esa sonrisa que se le quedó tras lo del accidente de su exmujer. Así que le dije sí quiero. Con la prisa que tenía por llevarme consigo era imposible no hacer las maletas y seguirle, con los ojos cerrados, a la luna de miel, a la desidia o incluso a la tumba.

  18. COMIENZOS
    Dicen en el pueblo que nuestros comienzos fueron de película. Y, la verdad, es que no se equivocan.
    Mi noviazgo con Lucía fue muy corto. En verano me tocó ir a casa de mis abuelos, y un día mientras paseaba junto a mis amigos por la plaza la vi a ella: guapa, morena, con un estilo y distinción que hacía que destacara entre las jovencitas del pueblo.
    Convencí a mis amigos para que me la presentaran y, a partir de entonces, la verdad es que nos convertimos en inseparables.
    Una cosa llevó a otra, la amistad acabó transformándose en noviazgo y este, poco después, en petición de mano.
    Y he aquí que llegó el día de la boda.
    Yo esperaba que nos marchásemos
    pronto, para disfrutar el uno del otro.
    Pero cuando ya había cargado con las maletas, ella apareció arrastrando a un par de cerditos atados.
    Cuando le pedí, mejor dicho, le supliqué que los dejase ya que no eran los acompañantes más adecuados para pasar la luna de miel, descubrí en ella una faceta desconocida. Tenía un carácter difícil, era terca como una mula, y eso, pensé, iba a hacer muy dificultoso mi matrimonio.
    Así, que ni corto, ni perezoso, opté por marcharme de allí con el equipaje, dejándola con sus nuevos acompañantes.
    Seguro que ellos no le serían infieles…

  19. −Solo faltan cuatro quilómetros.
    −Joder, Jordi. Podíamos haber pillado el taxi.
    −Montse, quería cobrarnos suplemento.
    −¿Pero no había otro restaurante? No parece normal que tengamos que llevar nosotros la vajilla y el cochinillo.
    −Así, nos descontaron treinta euros. Venga, ya estarán los invitados prendiendo el horno y pelando las patatas.

  20. VESTIDO DE GASA

    La economía no da para más, y, del vestido de novia con el que habías ensoñado desde niña, para el gran día —con una gran cola, por supuesto—, lo máximo que os habéis podido permitir, ha sido uno de segunda mano: el más truculento y barato que tenían en exposición —por descontado—, y, para cola, la que has tenido que hacer para pasar por caja —porque, es lo que tienen enero en las rebajas: te ahorras un pellizco, pero, como son tan concurridas, puedes llegar a una buena bofetada—. Y aun así, mejor no te quejes, porque tu querido marido se ha tenido que conformar con el relavado traje que, como abogado de oficio, usa a diario. Por suerte, hay quienes piensan en vosotros y, como saben que no vais a poder volver hechos unos cerdos de bufé del viaje de novios —porque, para regresar, primero hay que ir; y, dadas las circunstancias económicas, las vistas de Benidorm, mejor en postal; porque, conocida es la frase “En casa de herrero, cuchillo de palo” y, al firmar la hipoteca, tu esposo miraba al techo y para los lados, y jura y perjura que no vio las clausulas suelo—, de regalo para la dote habéis recibido un par de cerditos —por parte de tus amados padres, como no—, para que no paséis hambre; y que, según parece —por lo desconcertados y sobreexcitados que se les ve, como unos chorizos en busca y captura—, intentan huir, porque han escuchado —salir de la boca de tu marido— no sé qué de ir al picadero, que tenía preparado, para la noche de bodas.

  21. MATACIA

    Me dijeron que era un tanto asilvestrado, que con el tiempo se volvería redondeado y su piel, áspera de aspecto, sería puro placer para mis sentidos.
    Y no fueron mal encaminados, comemos sano, aprovecho cada parte de su cuerpo, me excitan sus andares y lo mejor y más inesperado de todo es que mis hijos lo ven como a un padre desde el primer momento en que entró en nuestra humilde pocilga.

    Hoy hace tres años. He preparado una tarta de raíces, bayas y pulpa de bellota para celebrarlo. Creo que esa extremidad que tanto me tienta hoy por fin perderá su rizo y podré deshacer su maleta, esa que quedó envuelta por mi tul.

  22. Dolorosa mutación

    El poli bueno muestra una fotografía donde aparecen retratados un novio y una novia, vestidos de boda, arrastrando dos escuálidos gorrinos. «¿Los conoces?», le pregunta. El tipo niega con la cabeza. «¿Seguro?», insiste el poli bueno. El detenido guarda un silencio desafiante y ni siquiera se digna a mirar a los ojos del agente que le interroga. Entonces, el poli malo, lanza su silla al suelo, agarra del cuello al detenido y lleva su cabeza rapada a escasos centímetros de la fotografía. «¿Son o no son tus padres?», le espeta. «¡No!», grita de forma marcial el joven e intenta zafarse, recuperar distancia con la instantánea. «Son tus padres, emigrantes los dos, hace 40 años huyendo de su mísero pueblo por culpa del hambre. Son tus padres, te guste o no, los que te dieron la vida, los que trabajaron como esclavos para que nunca te faltase de nada, para que consiguieras las oportunidades que ahora desechas. Son tus padres, de igual ralea, que los vagabundos del cajero que has…». «No, esos no son mis padres, ¡no pueden serlos!». Desde el otro del cristal del interrogatorio, Jacinta y Demetrio empiezan a llorar.

  23. El tercer cerdito

    Todo el mundo sabe que los tres cerditos resistieron el asedio del lobo en la casa de ladrillo, pero nadie nos dijo si fueron felices y comieron perdices. Es de imaginar que los marranos confiados e imprudentes, que construyeron casas de papel y paja, cometieron más equivocaciones en el futuro y cayeron en manos de un enemigo mucho más terrible que el lobo. Es posible, por lo tanto, que acabaran en algún horno con muchas ciruelas dentro de la boca. En la última versión del relato que ha ideado mi imaginación, acaban de ser capturados por una pareja de novios y están a punto de formar parte de su equipaje de mano, en el primer vuelo de su luna de miel. Tratan de resistirse, con la única esperanza de que el tercer cerdito acuda en su rescate. Pero aquel, cansado ya de sus díscolos compañeros, ha echado el cerrojo, preparado un paquete de papas, abierto una cerveza, y se dispone a sentarse en el sofá para ver su serie preferida.

  24. REDES

    Desde que nacieron se han visto arrastrados por la vorágine, por hacer lo que quieren otros, como dos muñecos de feria, como dos elefantes amaestrados que dejaron su dignidad bajo un baobab en África. Esta mañana han dicho basta.

    La atónita abogada les invita a entrar en el despacho y pide a su secretario que traiga un par de cojines para las sillas de Miguel y Helena. Quieren que el gabinete les defienda de sus padres. No desean, han asegurado con firmeza, vivir más en Facebook.

  25. PREGUNTAS

    Desde el punto de vista de esos dos cerditos, la pregunta es ¿Qué hace una novia tirando de nosotros? Ahora, ponemos la pregunta en boca de la novia ¿Qué hago yo tirando de dos cerditos el día de mi boda? Y por fin, trasladamos la pregunta en labios del novio ¿Qué hace mi flamante esposa tirando de esos dos cerditos? Y ahora, objetivando ¿Qué hace una novia el día de su boda arrastrando a dos cerditos? Luego están las dos maletas que lleva el novio ¿Qué hay en la maleta de la izquierda? Obviamente, la cabeza de un tipo que había contraído deudas con la persona equivocada (Eso explicaría la resistencia de los cerditos a acompañar a una pareja con unas costumbres tan disolutas) ¿Y en la maleta de la derecha? Pues ropa de aseo y enseres personales, lógico, porque los mafiosos, en la intimidad, es gente normal, como tú y como yo, aproximadamente. Pero la gran pregunta es ¿Qué necesidad tenían estos dos de contraer matrimonio en un día tan ajetreado? Imposible saberlo: la gente tiene la manía de casarse, exactamente, el día de su boda.

  26. Uno para el otro

    Camila está feliz de haberse topado con Héctor en su vida, ambos comparten el gusto por ese ser especial, el cerdito.

    Muchos pretendientes tuvo Camila, pero a ninguno le agradaba Porky, y ella lo había dicho:

    —¡El día en que me case, será con un hombre que comparta mis mismos gustos!

    Casi en la menopausia de su vida es que aparece Héctor, un caballero entrado en años y con su misma convicción, fue amor a primera vista, no solo entre ellos, sino que también con sus consentidos.

    Decidieron realizar la boda lo antes posible y por supuesto sus mascotas Porky y Piggy, llevaron las arras y el velo.

    Como no confian en nadie para dejar a sus “hijos”, los acompañaran en su viaje de bodas.

    Pero no contaban que “los chicos” al no estar acostumbrados a salir de la granja, tenían miedo a lo desconocido y se resistían.

    Aún así, a rastras, llegaron a la gran ciudad que los esperaba, llena de luces y vehículos por doquier.

    Asustados, los cerditos provocarán muchas travesuras, que harán que sus padres quieran regresar a la granja cuanto antes.

    ***

    Saludos!

  27. HACIA UN MENÚ DE PERDICES

    Le dijo que si se casaba con él sería marquesa, que el día de su boda un corcel negro y uno blanco tirarían al unísono de una carroza de cristal que la llevaría hacia un palacio donde en el menú siempre habría perdices.
    Su madre, muy atenta, tardó un segundo en armiñarle su viejo traje de novia y su padre se apresuró a atar, con sogas roñosas, los dos gorrinos que serían su única dote.
    Una vez abierta la puerta de su casa no pudo sino abandonarla y tirar de lo único que tenía en propiedad, cruzar la carretera hacia aquel palacio cuyas perdices serían tan exquisitas como elegantes fueron los corceles que tiraban de su calesa.

  28. –¿Estás casado?
    –Sí, pero no soportaba a mi mujer. Acabe subiéndome a un barco y abandonando mi hogar. ¿Y tú?
    –No, nunca me he casado. Pero, claro, he estado con otros hombres… Todos se acabaron comportando como unos cerdos.
    –Eso no me pasará a mí, Circe. Te lo prometo.

¿Qué opinas?