Viernes creativo: escribe una historia

La realidad es tan sugerente como estas imágenes que nos hace llegar Elena Casero Viana, ¿qué relatos esconden?

cabezas muñecos Elena Casero 2cabezas muñecos Elena Casero

Te invito a dejar tu historia en un comentario en esta entrada, en facebook, en google+, en twitter, en tu blog o donde quieras, el asunto es escribir.

22 pensamientos en “Viernes creativo: escribe una historia

  1. Todos coincidían en opinar que aquella casona destartalada encerraba misterios oscuros e intrincados. En el pueblo ese era el tema principal de conversación y siempre surgía, viniera o no a cuento. De los habitantes de la misma, poco se sabía. Abelardo, el anciano más chismoso, informaba de que, de vez en cuando, salía y entraba una pareja, con aspecto muy raro, de la casa. Ella tenía un pelo azulón, de tono tan intenso que hería la vista, cuando se posaba la luz solar en él. El hombre, por su parte, tenía pendientes colocados en orejas, labios y hasta en la nariz, y llevaba una cabellera de largas greñas. Para el bueno de Abelardo, aquella gente parecía sacada de un libro de Asimov y, claro, ese hecho le hacía tener una enorme curiosidad por ellos.
    Una noche, el viejo pueblerino se acercó a la casa. No podía dormir y pensó que quizás debiera pasarse por allí, a ver qué pasaba a esas horas. En mala hora lo hizo. Se llevó el mayor susto de su vida. La pareja había colgado unas muñecas desnudas de unos palos y lanzaban gritos estremecedores, moviéndose como en una especie de danza extraña y circular.
    De lo que sucedió aquel día, nadie supo. Los vecinos, consternados, han visto a Abelardo, inexplicablemente mudo, vagando sin rumbo por la zona y con la mirada perdida.

  2. Guido

    —Guido, ¿dónde te escondes? ¡Sal ya, Guido! Guido, hay que irse a casa, ¡la tía espera con la cena!
    —¡Ya voy, tío! —grita el adolescente desde no se sabe dónde— Chicos, no habléis, mañana vendré de nuevo a jugar con vosotros. Pero tenéis que esperarme así, como estáis ahora, atados a vuestros palos, como me enseñaron en ese campamento donde estuve con papá hace años. ¡Tú! ¡Calla! ¿No has entendido mi orden? ¡Calla, o te arranco los ojos… así…, ¡y así…! ¡No, no llores! La culpa es tuya por no haberme hecho caso y…
    —¡Guido! ¡Ven ya o te quedarás sin postre!
    —¡Chitón! No lloréis más, o si no… —Pasa su índice por la garganta despacio.
    Guido corre desde la parte de atrás del viejo granero y sale al encuentro de su tío. Le abraza con fuerza con los puños cerrados.
    —Guido, mi Guido, qué susto me habías dado. ¿Qué llevas ahí, Guido travieso?
    Aprieta más fuerte el niño su mano, hasta que una pequeña gelatina se le escurre entre los dedos.

  3. Eterna juventud

    El viejo buhonero prometía devolver la fugacidad de los años jóvenes a todo aquel que probase su pócima. Pero ya había pasado en alguna ocasión que se le iba la mano con el muérdago, con la limadura de clavo de cruz o con el pelo cano de una loba recogido en luna llena, y entonces ocurría que la vuelta atrás era excesiva y las personas que probaban lo olvidaban todo y hacían una regresión que duraba una vida entera. Sin posibilidad de envejecer ya, para siempre. También era cierto que nunca se habían quejado, pero nadie quería después a esos niños eternos, nadie les calmaba la risa y el hombre solo podía tenderlos al sol, echarles un agua de vez en cuando, sonreír al pasar por su lado y buscar cualquier otra ocupación en la vida. Hasta que el olvido volvía al pueblo y algunos incautos acudían de nuevo a su llamada.

  4. SÍNDROME PANDÉMICO

    Los entresijos de la mente son inexplicables, nadie puede predecir el momento en que se tuerce la buena disposición, el talante cambia y el caos se precipita. Se dice a menudo que los niños son esponjas que absorben todo lo que sucede a su alrededor y lo traducen. Cuando Esther y su marido, Thomas, perdieron su granja y tuvieron que sacrificar a las reses enfermas, intentaron mantener a su hija, Cándida, al margen de lo que pasaba; por lo que la sorpresa de los adultos fue mayúscula el día en el que descubrieron, en la parte de atrás del lugar, todas y cada una de las muñecas de la niña colgadas.

  5. TELARAÑA

    Nada resulta más inocente que unas muñecas. Si además, se encuentran desnudas y atadas a un palo, entonces, todos los superhéroes creen que necesitan ayuda e intentan liberarlas. Son el señuelo perfecto.
    Ignoran que, si las tocan, detectaré su presencia, caerán en mi trampa y pasarán a formar parte de mi colección. Hasta hora, nadie ha logrado escapar de la Viuda Negra.

  6. BOTÍN DE GUERRA

    Los prisioneros eran todos unas nenazas, tan solo sabían llorar. Aquellos que se atrevían a decir algo, solo articulaban el mismo mantra: “te quiero mucho mamá”. Hubo que someterlos a diversas torturas para obtener su confesión. Solo entonces, pasaron a disposición del Tribunal Supremo de nuestra gloriosa Revolución del 6 de enero. Tras un juicio sumarísimo se dictó la sentencia, fueron condenados a la pena capital. Al amanecer, en el patio trasero de casa, despojados de todas sus ropas y pertenencias, los ejecuté a garrote vil.
    Por fin, este año, los Reyes Magos, no tendrán excusas para traerme muñecas nuevas.

  7. MICROMUÑECOS ROTOS

    Dicen que nos quieren, pero el orgullo les puede. Nuestros progenitores, ataviados con baberos de ego hinchado, sólo piensan en exhibirnos cuanto antes, recién paridos, sin adecentar.

    Nos presentan en sociedad colgados en paredones con nombre de red, expuestos a juicios rápidos, pasto de vituperios con suerte silenciosos o de alabanzas mil veces fingidas. Quizás se salven del escarnio los de alta cuna o buen bolsillo, y acaben semiprostituidos en casas de celulosa sin vecinos antológicos. Nosotros no; somos sólo despojos a la intemperie, presas del olvido.

    Ser un microrrelato no es fácil en estos tiempos que corren.

  8. Ex Director de Colección

    En el mapa no aparecía, y el GPS quedó en stand by al intentar incluir datos inexistentes ¿Cómo encontrar un lugar sin nombre?
    Decidí seguir al navegador que nunca falla, mi intuición. Bajé del coche, senté en el suelo y cerrando los ojos relajé mente, corazón y espíritu. La imagen no tardó en aparecer nítida en mi interior, como embudo me engulló y el torbellino de emociones se desencadenó hasta tal extremo que entré en apnea sin percatarme. Fue el sobresalto antes del desmayo lo que me hizo reaccionar volviendo a la realidad, ahora todo estaba resuelto, solo debía subir al vehículo y seguir las coordenadas de mi instinto. Así lo hice. Escasamente una hora después, tras derrapar, cruzar un pequeño arroyo y quedar casi atascado en medio de la nada, ahí estaba, mi destino dibujado en el horizonte. Resultó más sombrío de lo que recordaba, aquellos muñecos abofetearon mi memoria, regresé al internado y a las largas tardes atados a la valla por negarnos a comer ese caldo oscuro que llamaban puchero ¿Cuánto tiempo había pasado?

    La misión encomendada era precisa, hubiera resultado fácil llevarla a cabo y marchar, pero las cosas no son lo que parecen ¿Cuántos muñecos había? ¿Ocho? ¿Nueve? Traté de serenarme, centrar la atención en el objetivo y marchar antes del anochecer.

    Desde el otro lado del teléfono la voz del antiguo Director había sonado insistente, repetía que no debía abrir la maleta, sólo encontrarla y traerla ¿sencillo no? Pero llegados a este punto me doy cuenta que la sencillez tampoco es lo que parece, no indicó dónde buscarla, ni cómo era, tan sólo dijo que podía estar enterrada ¿Enterrada?
    De nuevo serían los impulsos de mi intuición los que guiarían mis pasos. Esta vez no hizo falta sentarme, la angustia que iba llenando mi estómago azuzó la percepción, entré con los ojos cerrados, si los abría, si miraba aquellas paredes, aquellos muebles, probablemente nunca la encontraría. Algo lastimó mi pie, tuve que mirar y recogí lo que parecía el palo de una azada. Hurgué con él, ahí debía buscar, lo sabía, con cuidado fui apartando restos de losas, tierra y piedras hasta llegar a ella, al moverla los huesos se desparramaron, el tiempo y la humedad habían resquebrajado su estructura. Antes del golpe seco que hizo crujir mi cabeza, un instante de lucidez: nunca saldría de allí.

  9. Percepciones

    A veces los ojos nos muestran una imagen nítida de lo que tenemos delante. Vemos de manera clara y objetiva toda la composición, todos los objetos colocados de una forma concreta, aunque no seamos capaces de averiguar cuál es la realidad que se esconde tras ellos. Aquel día caminaba por el pueblo sin detenerme demasiado en las capturas que hacían mis retinas. La jubilación me había dado otra perspectiva del mundo, otro ritmo. Ya no tendría que tratar las enfermedades mentales que me rodeaban, pero eso no me eximía de tener que lidiar con ellas a diario. A diario, sí. Porque estaban ahí, en cada esquina. Patologías no diagnosticadas que me producían la necesidad imperiosa de abstraerme de todo y de todos. Por eso elegí aquella población de tan solo cincuenta y seis habitantes. Podría catalogarlos en pocas semanas y controlaría sus acciones o más bien sus posibles acciones, pudiendo vivir tranquilo de una vez por todas.

    Aquella casa… aquella escena me perturbó de nuevo. Hizo que temblaran mis propios cimientos. ¿Sería factible? ¿Sería ella?

    Laura se escapó de la planta de psiquiatría del Hospital Universitario una madrugada del mes de septiembre del año 97. Yo era su médico. Tras una infancia difícil se casó y trató de ser madre de forma desesperada para dar todo el amor que a ella le habían arrebatado. Después de nueve abortos enloqueció. Recogía muñecos rotos del contenedor y los colgaba de las paredes. El marido la abandonó, no soportó ver como poco a poco perdía la razón. Todos los muñecos tenían nombre y con todos hablaba durante horas. Cuando la ingresaron, el único familiar que le quedaba, un tío lejano, los tiró todos a la basura. Si no la manteníamos sedada, lloraba desde el alba hasta el anochecer. Era un llanto desolado y desgarrador.

    La buscaron durante días, pero no apareció. Jamás pude olvidar sus ojos color miel y su mirada vacía, rota. Como la de los muñecos.

    De la casa salieron dos chavales con una escopeta de balines y dispararon contra los muñecos que colgaban de la valla exterior. Volví a la tierra y salí corriendo de allí, no fuera que un balín perdido me terminara de joder el día.

    Da igual lo que uno se retire, los recuerdos te persiguen como una maldita plaga. Para eso no hay tratamiento posible, bueno sí. Un buen narcótico. Esos siempre los tengo a mano…

  10. La verdadera historia de la isla de las muñecas
    Todos tienen una idea formada de lo que pasó en esta isla. Yo quiero contar la verdadera historia.
    Si, es cierto que esta isla en su momento fue paradisiaca. Su verdor, sus ríos, sus flores, todo era lo más parecido al jardín del Edén. Nosotros, por nuestra parte, ni sabíamos que existía. Éramos un grupo de amigos y amigas que habíamos decidido hacer una especie de crucero con un barquito que tenía el padre de uno de nuestros amigos y que nos venía muy bien para olvidarnos del curso tan desastroso que habíamos pasado; sobre todo nos despejaría de los últimos exámenes que nos habían traído por la calle de la amargura.
    Así que decidimos poner rumbo hacia lagunas y ríos más o menos caudalosos y pasar así los meses de verano.
    Con lo que no contábamos era con que nuestro amigo no tenía ni idea de cómo manejar aquel barco y encallamos en aquel islote.
    Quedamos embrujados con su follaje sus colores y con los cantos de los pájaros. Y, cuando digo “embrujados”, quiero decir embrujados.
    No pasó mucho tiempo cuando empezó a escasear la comida y nos alimentamos de las plantas de la isla. Desde entonces hemos ido notando cómo nuestra fisonomía ha cambiado. Nos hemos ido haciendo más pequeñitos, apenas si podemos dar un paso sin que los insectos o las ratas que pululan por ahí se quieran hacer una merienda con nosotros.
    Así que hemos decidido vivir colgados, alejados del suelo y de las paredes. De vez en cuando uno de nosotros baja para hacer aprovisionamiento de esas plantas que están tan ricas y que nos hacer ver la vida de color de rosa (algunas veces de más colores, jeje)
    Os preguntaréis porqué no utilizamos el móvil para que vengan a rescatarnos. Lo hemos intentado con los móviles que les quitamos a los que vienen a curiosear, pero es inútil. No tenemos a quién llamar pues llevamos aquí decenas y decenas de años.
    Nos hemos acostumbrado a esta vida, nos reímos de los curiosos, les hablamos y hacemos trastadas, después huyen despavoridos y nos quedamos con sus pertenencias. Solo hay una cosa que nos tiene preocupados: ¿aprobaríamos por fin los exámenes?

  11. Casa de muñecos, por Luciano Doti

    Cuando heredamos esa casa, al principio dudamos en aceptarla, pero luego pensamos que nos serviría para obtener unos pesos con su venta. Antes de eso, decidimos pasar unos días allí; era verano y nos venía bien salir un tiempo de la ciudad.
    El camino de acceso a ese paraje nos hizo recordar a muchas películas yanquis que transcurren en el Medio Oeste; esas conocidas como road movies, en las que los protagonistas se desvían de la autopista porque hay un viejo camino que les permite ahorrar varias millas.
    El auto iba dejando una estela de polvo detrás de nosotros, y creo que no nos cruzamos otro vehículo en los últimos kilómetros. Al menos, en la estación de servicio en la que nos aprovisionamos de combustible y snacks antes de tomar ese camino, no había ningún sujeto perturbado. Lo perturbador comenzó al llegar a destino. Entonces nos pareció ver cuatro bebés o niños pequeños colgados de la cerca del frente. Confieso que taquicardia y escalofrío se apoderaron de mi cuerpo y mi mente quedó en blanco. A Silvina, mi pareja, le ocurrió otro tanto. Digo “nos pareció” porque al final no eran niños, sino muñecos que alguien había tenido el mal gusto de colgar allí.
    No teníamos vecinos medianera de por medio como en la ciudad, por lo que optamos por no preguntar sobre el particular; ya habría tiempo al día siguiente, en caso de que nos sintiéramos motivados a averiguar, y si no, quedaría como una desagradable anécdota. Simplemente nos dispusimos a pernoctar y estar en contacto con la naturaleza.
    Esa noche tuve pesadillas. Soñé con bebés que caminaban por ese lugar. Tenían la apariencia de bebés, pero caminaban y hablaban como niños un poco más grandes. Su aspecto era aterrador. Similar al de los muñecos que nos recibieron en la entrada. Admito que me dio miedo y, pese al calor, me tapé con la sábana; es lo que hago siempre que tengo una pesadilla o un mal presagio durante la noche. Silvina, al lado mío, no se enteró; dormía profundamente.
    Al despertar, todo fue normal. Salimos afuera a caminar un poco y durante la recorrida vimos otra casa. Silvina propuso que nos presentáramos a sus moradores y que tal vez podríamos aprovechar para preguntar sobre los muñecos.
    Cierto. Los muñecos. Lo había olvidado. Dudé si comentarle acerca de mi pesadilla de la noche. Finalmente lo hice. Quedó pensativa y la noté asustada. Luego me contó que ella había tenido un sueño parecido, por eso su interés en preguntar.
    Llamamos aplaudiendo en el frente dado que no había timbre. Salió una mujer joven pero bastante avejentada. Tras las presentaciones y comentarios de ocasión, indagamos por los muñecos. Nos contó que sus antiguos dueños los usaban para hacer maleficios, magia negra. Que una entidad a la que debían favores les pedía como tributo las almas de muchos de los niños de ese paraje. Que luego iban quedando los muñecos, como vudús, colgados en la cerca, y que nadie se atrevía a acercarse. Que no sabía cómo nosotros nos habíamos animado a pasar la noche allí.
    No dije nada de que yo era pariente de los antiguos habitantes. Sólo busqué la manera de terminar la conversación y llevarme a Silvina de vuelta a la nefasta casa, para cargar las cosas en el auto y volver a la ciudad.
    Hoy, transcurrido largo tiempo, encontré la foto de esa casa con los muñecos en un blog de internet. Proponen escribir un relato basado en la imagen, y yo escribí esta historia que la mayoría tomará como ficción.

  12. Teru-teru-bōzu

    El suceso ocurrió en Valencia. En el barrio de Ciutat Fallera.
    Estaban extrañados de que lloviera solamente en una zona de aquel barrio, mientras que el resto de la ciudad sufría una sequía severa que iba dejando las tierras áridas y yermas. Las estaciones iban pasando y la lluvia no cesaba. Incluso en aquellos días calurosos de verano los aguaceros se sucedían a diario.

    El comisario Casero Viana, tomó cartas sobre el asunto y fue el encargado de la investigación. Encontró frente a un muro, desmoronado por la humedad, unos misteriosos muñecos colgados. Según sus primeras pesquisas llegó a la siguiente conclusión:

    Los chavales del barrio, imbuidos a todas horas en los videojuegos de manga y anime, quisieron fabricar unos teru-teru-bōzu, para tener buen tiempo los días de excursión a colonias. Como no encontraron el material suficiente para montarlos, pidieron a sus hermanas las muñecas, y las colgaron.
    La Barriguitas, la Rebollo, el Pecas, la Mariquita e incluso hasta la Barbie, hicieron un efecto devastador. Desde entonces llueve.

    El comisario Casero Viana, a quien se le ha inundado el huerto, y el resto de barrio, andan buscando a un chamán japonés que sepa deshacer el hechizo maléfico. Necesitan de nuevo el caloret valencinet.

  13. MUROS DE VERGÜENZA

    Dicen que las empalaban en señal de castigo, que se las arrancaban de sus brazos cuando, en los juegos, las trataban con mimo, las mecían o las arrullaban con una nana.

    Dicen que ahí quedaban expuestas, a la vista de las otras niñas, que se esforzaban, con lágrimas enmudecidas, por golpear a las suyas en el canto de una piedra, con amargo esfuerzo, o en el desquebrajado muro.

    Han pasado cincuenta años y las paredes del hospicio aún sangran de recuerdos.
    Hoy las niñas son mujeres y sus vidas, un campo infértil de caricias. Hoy son a ellas a las que castigan por querer jugar en el juego de la vida, por no saber, otra vez, quién tiene la mano en esta dura y cruel partida.

    Dicen que el silencio se hace soledad…

  14. Corazón de infancia
    Manuel volvió a releer con esmerada atención la dirección manuscrita sobre media cuartilla arrugada, llevaba más de treinta minutos dando vueltas en círculo en un tortuoso camino vecinal a la salida de la M-30.
    Un tanto desquiciado, se preguntaba cómo era posible que después de haber estado seis años estudiando en la Facultad de Medicina, y dos años más para aprobar el MIR, no fuese capaz de encontrar una simple dirección. Si que era cierto que no había ninguna indicación, y su navegador parecía un necio aturdido.
    Finalmente se dejó llevar por su intuición y localizó el número 32 de la calle de Las Huertas. Un can de pelaje almendrado salió a su encuentro, llevaba en su hocico un bolso rojo de cuero que soltó sobre el polvoriento camino, para comenzar a ladrar con gran algarabía mostrando sus afilados colmillos intimidando a Manuel, que temeroso de una posible acometida del chucho retrocedió dos pasos. En esos instantes chirriaron con acritud los goznes oxidados de la puerta metálica y asomó su cabello cano Julia, una señora de cuarenta y cinco años, después de ordenar con tono imperativo al perro que se callase se dirigió al facultativo:
    – Por aquí doctor, por aquí.
    Manuel entró en la habitación que era pequeña y fea, pero después de haber visto sus muros exteriores desnudos mostrando el descarnado esqueleto de los bloques del frío hormigón, esperaba que su interior rozase la inmundicia, pero cual fue su sorpresa que la alcoba albergaba cierta calidez al presentar las paredes enjalbegadas con escayola pintada con una segunda piel ambarina. En la cama yacía Anita, una niña de seis años. Junto a ella permanecía su hermano Juan de siete años, con sus pupilas acuosas le dijo a Manuel:
    -Doctor haga que se cure, ayer me enfadé con ella y le dije cosas malas, por eso se ha puesto malita. Hoy he colocado sus muñecas fuera en la valla para que la protejan cantando sus canciones favoritas y se cure pronto.

  15. CLAVADITOS A TI

    Érase una vez dos niños que se escaparon juntos sin permiso de los mayores. Un techo ruinoso y cuatro paredes chapuceras se apiadaron de ellos cuando solo el amor les protegía de morir de frío. Y en aquella su casa descubrieron los besos, el hambre y la amargura del adiós.

    Décadas después vuelvo a nuestro hogar de entonces. He descubierto que de aquella moneda de veinte duros que plantamos en el huerto, la única que teníamos, no ha brotado el árbol del dinero. Sin embargo, ¿sabes qué? tuvimos hijos, amor, he contado seis o siete, y son como fuimos: extraños, pobres. Y plantan cara a quien considere que no son dignos por no ser perfectos. Como tú a mi padre mientras te apuntaba.

  16. Serendipia

    El día que a Lola, la costurera, se le acabaron los alfileres, terminaron los males de la aldea. En la era de Faustina, la bruja, encontró más que suficientes para utilizar hasta su jubilación. Desde entonces, los muñecos que los llevaban se airean en el exterior de la casa, libres de pinchazos, y los niños juegan sin jaqueca por las calles. A la pérfida, causante de todos los males, pensaron en quemarla en la hoguera de San Antón, pero Fabiano, el soltero diplomado, encontró por Meetic a un faquir que buscaba una pareja compatible con su perfil. Entre todos los vecinos, le compraron un billete de solo ida a la India.

    http://vozdelsilencio.blogspot.com.es/2017/05/serendipia.html

  17. Lo que hacen los mayores

    De un tiempo a esta parte, Pablito no hace otra cosa que colgar muñecos en la pared, en las vallas, en los árboles, en cualquier lugar que se preste. Algo tiene que hacer el chico en esta aldea, ahora que ya no quedan niños. A falta de amigos reales, habla con uno imaginario, le cuenta quienes son los ejecutados en los muros, los graves delitos que han cometido. Es una guerra y no hay perdón para los enemigos, repite para zanjar cualquier tipo de discusión. Después, se acerca a cada uno de los monigotes para insultarlos y escupirlos. Lo hace con especial saña con el jefe de la cuadrilla, al que pintó bigote en su día. Ese que los mayores le dicen, para hacerle rabiar, que se parece al padre que tuvo un día.

  18. Aquí estoy, hija

    Mi ex-marido echó a Jennifer poco después de conocer su embarazo. Yo no supe cómo defenderla: todavía era muy miedosa. Por suerte el hombre me hizo el favor de morirse al año siguiente de esta tragedia familiar, obligándome a sacar fuerzas de flaqueza para sostenerme sola.

    Ha sido terrible: me cambié de casa, rompí amistades, enfrenté prejuicios.

    Pero no me rindo. Aunque me digan loca, voy a seguir amarrando las muñequitas de Jennifer a la valla que rodea mi casa, en caso que me busque y se entere que vivo por esta zona sin saber exactamente dónde.

    Aquí estoy, hija.

¿Qué opinas?