Viernes creativo: escribe una historia

No hace falta que diga nada más, esta fotografía de Cristina García Rodero, de su libro «España oculta», lo dice todo. La historia la pones tú.

sin autor

Cristina García Rodero

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16 pensamientos en “Viernes creativo: escribe una historia

  1. -Paco, el domingo hará sesenta años que nos casamos.
    -¿Y qué?
    -Hombre, que podríamos ir a donde el Manolo y hacernos un vermú.
    -¿Un vermú? Anda, tira p´adentro, y no vuelvas a salir que hace diez años pasó el Abelardo y te vio el refajo, descará!

  2. España eterna y profunda

    Juana ya no quiere salir a la calle. Su rostro de mirada oscura nos dice que no quiere hablar. Manuel está cansado, le duelen los huesos. Muchos años de duro trabajo en el campo. Ellos ni se miran, tan solo intercambian palabras sueltas; sí, no. Hace años que el amor ya no les acompaña, es muy probable que nunca lo hiciera.

    Tan solo les unía la crianza de unos hijos que ya no están con ellos. Juana tiene marcado el dolor en el rostro. Dolor de hijos perdidos, de platos vacíos. De borracheras cada noche. Ella tiene suerte, Manuel no era violento. Pero sí cruel. No recuerda el último beso. Quizá el de la iglesia por cumplir.

    Corría el año 78 cuando hicieron la foto de Juana y Manuel, yo llegaba al mundo y ellos deseaban salir de él, cansados de una vida de penurias sin oportunidades.

    Lo único que me hubiera gustado preguntarles, de haber tenido la oportunidad, es: ¿Qué sueños se tenían en una época en la que no se podía soñar?

  3. -Maruja, asómate a la ventana, mujer. Ahora es el momento, no hay nadie en la calle.
    -Antonio, ¿por qué tú puedes salir de la casa y yo no?
    -¿No te parece suficiente motivo que seas una mujer casada?… Anda, tira pa dentro, por contestona. Y ya veremos si sales mañana a la ventana, me lo pensaré aquí, sentado al fresco. ¡Qué castigo me dio el Señor contigo, mujer!

  4. Acudir a una cita

    Se habían prometido un futuro juntos. Por eso ella le esperaba, de pie, junto a la ventana, mirando hacia el porvenir. No se movió de allí ni una sola vez, a veces tenía incluso que espantar a las moscas, que creían que ya había muerto.
    Él, en cambio, desplegó la silla de tijera en la puerta de su casa, de su vida, por si ella salía, no se le fuera a escapar esta vez. Pasó tanto tiempo así, así, a la intemperie, que nadie sabía si seguía vivo.
    Vivieron siglos por no faltar a su cita. En su piel apergaminada, alguien habría podido escribir esta historia.

  5. LA SOMBRA DE EDELVINA

    La sombra de Edelvina alejó a todas las mujeres de Manuel. Ni siquiera su gran amor, Gerarda, fue capaz de ir más allá del umbral de la puerta de su casa. Algo se instalaba entre el cuerpo de Manuel y la vivienda, que ninguna de sus novias logró traspasar. Salían, apenas ponían el pie para entrar en ella, con el rostro demudado y un ahogo difícil de calmar. Otra que le ha dado un aire, decían los vecinos al verlas desfallecer una a una, sin que nadie atinase a comprender la causa. Manuel, que se había criado a la vera de su madre y había gozado siempre, en vida de ésta, de su beneplácito para salir y entrar, sospechaba, aún sin quererlo, que la promesa hecha a Edelvina en su lecho de tumba le retendría para siempre soltero: Prométeme que nunca te irás esta casa, le había suplicado a su hijo.

    ©Manoli VF

  6. Entre fantasmas
    Al viejo León se le ha llenado la casa de fantasmas. Algunas mañanas, harto de soportar gimoteos y suspiros, arrastrar de muebles y cadenas, apariciones y desapariciones, atravesar de muros y titileos de bombillas, sale a la puerta de su casa para encontrar algo de paz. Saca una silla a la calle y la cambia de postura hasta acertar con la que está más cómodo, siempre la misma. Se deja caer sobre el respaldo, cruza las piernas y respira hondo, intentando llenar de tiempo los pulmones. Dentro, a pesar de todo, los espíritus siguen con sus chanzas y sobresaltos, sobre todos los más jóvenes, menos Inés, que lejos de acostumbrarse a su nueva situación, sale a buscarle y le susurra al oído palabras que habían olvidado hace ya mucho.

  7. AVENTANADA

    Que se me rompen las entrañas justito ahí donde hacen esquina con el alma.
    Que no puedo decirte que me siento encadenada, acuartelada, cruzada por la reja de seda que has puesto alrededor de mi cintura.
    Que ya sabes como soy, atolondrada.
    Que no puedo más.
    Que te quiero y te odio en la misma medida.
    Que ya no soy, más que la sombra de tu sombra, y aun así, sangro, me ahogo, me muero.
    Y tú ahí, sin amarras, ni corazón, ni nada.

  8. PROTEGIÉNDOME
    Padre no me deja salir de casa. Dice que los hombres sólo piensan en cosas malas. Tiene que protegerme. Afirma que soy tan guapa que alguien podría raptarme y llevarme a la ciudad. No puede permitirlo. Antes, cuando iba al quiñón, echaba las dos llaves de la puerta y me decía que no me atreviera a salir de la cocina. En ocasiones regresaba de improviso: quería comprobar si le obedecía. Ahora que está jubilado ya no es tan estricto. Incluso deja a veces que me asomé a la ventana. Veo a hombres y mujeres pasar por la calle. Algunos se paran a hablar con padre, que pasa el día sentado en la puerta. No escucho lo que dicen, pero sé que me está protegiendo. Padre lleva sesenta años protegiéndome.

  9. María Constanza quiso bajar su escalera. De uno en uno los peldaños. De sus silencios en la casa. Y de sus comentarios jocosos en la taberna. Dejarse seducir por sus laderas, para llegar hasta la sima de su alma, y para quedarse dormida en la enredadera de sus caderas.

    Pasaron los años, y cual libélula en la orilla de su paisaje lunar de canela, fue picoteando sonrisas, pocas para ella. Fue señalando con el dedo, lo que deseaba y lo que tenía. Lo que anhelaba y lo que perdía. Con cada calendario caducado repasaba lo que la vida le iba quitando.

    Hoy, María de la Constanza, ahíta de soñares rotos y de blancas canas, espectadora del alba, sigue mirando a la calle, donde su hombre añorado, sentado en una silla de enea, disfruta de una vida que ella no supo darse. Aunque sea contemplando la vida pasar.

  10. ESPERANZA

    Para Juan y Francisca se detuvo el tiempo en aquellos años de juventud, cuando ambos creían en el amor, cuando el respeto a los padres no admitía discusión.

    Él bebía los vientos por María, la hija de un labrador. Ella se enamoró de Jesús, el pastor.

    Su padre, en cuanto se enteró, se opuso a esos amores. Eran una familia adinerada, debían aspirar a algo mejor. A Francisca le prohibió salir de casa hasta que lograra olvidarlo. A Juan lo amenazó con desheredarlo y con un castigo peor, el exilio.

    Desde entonces, ella ve pasar la vida a través de la reja de su ventana. Él, junto al portón.

    Se han convertido en dos sombras inanimadas, aunque siguen esperando que un día la brisa los despierte de esta pesadilla. Bajo las cenizas, sigue latiendo aquel fuego en su corazón.

  11. Tictac
    A don Sintiempo le sonó la alarma del smartphone, abrió con parsimonia su agenda repleta de conferencias, reuniones, comidas de trabajo…, mientras esperaba la llamada para embarcar en su vuelo a Massachusetts. Le volvió a sonar el smartphone, Eva le enviaba una fotografía. Don Sintiempo al ver el whatsapp de su hija sonrió. Le enviaba una fotografía de sus abuelos.
    Se sentó de nuevo en uno de los sintéticos bancos frente a la diáfana puerta de embarque y con un susurro quedó se preguntó: -¿Qué estoy haciendo mal? Seis largos años en la universidad, dos carreras, dos master y solo he conseguido no disponer de tiempo, perder a mi mujer y quizás ahora a mi hija.
    Con mirada melancólica volvió a mirar el retrato de sus abuelos bajo la yema de sus dedos, esa vida que en su juventud le pareció insulta, insustancial, insípida, en blanco y negro como la propia fotografía y ahora muy a su pesar debía reconocer que sentía cierta envidia: -Ellos tenían tiempo para disfrutar de las cosas sencillas de la vida, ellos tuvieron amor…
    J mariano seral

  12. El tío Florencio

    La tía Margarita lleva meses sin salir de casa. El tío Florencio, más osado, se sienta en la puerta de casa y desde su silla controla las bocacalles. Nadie sabe qué les pasa, ni osan preguntar, porque junto a su asiento descansa una escopeta. Cuentan que temen que, al cambiar dictadura por democracia, alguien quiera saldar cuentas. Al principio Florencio esperaba con mirada fiera y dientes apretados pero ahora, desmejorado y ojeroso, está ahogado por los remordimientos.
    Esta tarde ha cambiado escopeta por bastón y ha salido a pasear. Desea que hoy sea el día y cerrar, cuarenta años después, deudas pendientes.

  13. LA CENTINELA

    —Juana, ¿qué haces tanto rato ahí en la ventana?
    —¿Yo? Nada.
    —¿Cómo que nada? Llevas ahí una hora, algo estarás haciendo.
    —Me he pegado a la reja, que está recién pintada —afirma con una sonrisa burlona.
    —¿Cómo recién pintada? Hace meses que se pintó, por lo menos quince.
    —¿Y qué son unos meses al lado de los noventa años que tienes? Te lo digo yo: un suspiro.
    —Tú lo que estás es vigilando, para que no salude a la Paca cuando salga de misa. Y no tengo noventa, que siempre me pones años, y me quitas virtudes —añade Simón en voz baja.
    —¡¿Pero qué dices?! A la Paca la enterramos cuando a Felipe González. Me sale ahora con la Paca, tantos años muerta.
    — Anda, deja a los muertos tranquilos y sal a sentarte al fresco.
    —¡Tú sí que eres un fresco! Que no me da la gana, mandón, que no salgo.
    —Pues muy bien, quédate ahí de pie y que se te hinchen las piernas.
    —Pues tú quédate ahí sentado y que se te vuele la boina.
    —La última se me voló en abril, no hay peligro.
    —Pues mejor para tí. Yo me voy para dentro a preparar la cena.
    —Pues yo me quedo un rato más —contesta—, por si pasa la Paca — dice bien bajito para evitar que Juana lo oiga.

  14. MEMORIA

    Fueron años de vencedores y exiliados. Fueron años de muertos olvidados en las cunetas. Fueron años bendecidos por la iglesia, de pasear el odio y el miedo bajo palio. Fueron años que los desmemoriados quieren olvidar, enterrar de nuevo.
    Pero, pese a todo, Libertad sigue aferrada a la esperanza.

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