Viernes creativo: escribe una historia

Carl Størmer era un joven estudiante de fotografía que en 1890 tomaba fotos espontáneas con la ayuda de una cámara oculta, en secreto, a las personas que pasaban por la calle, al azar.

Os he traído una de estas fotos para que escribáis una historia, también con vuestra particular cámara oculta.

cámara oculta carl stormer

Carl Størmer

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14 pensamientos en “Viernes creativo: escribe una historia

  1. Erundina y Genoveva paseaban juntas por Toledo, todos los días, a las cinco y media de la tarde. El resto del tiempo compartían casa en las afueras. Eran tiempos de dimes y diretes, de personas que las observaban a escondidas, con mirada incisiva y cruel. Sabían que eran criticadas, aunque intentaron a toda costa no dar que hablar. Eran simpáticas con todo aquel que se acercaba a darles conversación, pero en cuanto se giraban, veían, con el rabillo del ojo, que esa gente cotilleaba por lo bajo. Trataron de recordar en qué momento comenzaron a ser la comidilla de todos y encontraron el posible motivo: un día alegre, ellas se cogieron de la mano, olvidándose de que estaban en la calle.

  2. Una de cal y una de arena

    Nunca sabes, cuando te encuentras a las hermanas Landvik, cuál te va a mirar bien y cuál mal. Se alternan para alabar el crujir de tu vestido, tus interminables trenzas rubias o la velocidad a la que caminas; o bien increparte por llevar mal atados los botines, no mirar suficientemente al suelo o llevar un pensamiento impuro mal escondido entre el sombrero. Ellas nunca hacen nada bien ni nada mal, no hacen nada, en realidad, más que elogiar o reprender. Para eso viven ahí, en la calle Markveien, vigilando que nada sea bueno ni malo. Que la vida sea regular.

  3. Señoras de barrio

    —Querida, ese joven nos ve.
    —Anda ya, Florinda. Es imposible y lo sabes.
    —Te digo que nos ve y nos ha fotografiado.
    —Pues déjale, seguro que le sale la foto en blanco. Los fantasmas no salimos en las fotografías, ya lo sabes.
    —No me gusta cómo nos mira y no me gusta que uses esa palabra.
    —¿Qué palabra? ¿Fantasma?
    —Sí.
    —¡No te fastidia! ¿Y qué somos? Fantasmas, Florinda, somos fantasmas viejos y oxidados vagando por las calles de esta asquerosa ciudad que cada día odio más.
    —Qué mal hablada fuiste siempre. Por eso no pudimos casarte.
    —No me casé porque no me dio la gana, no me des la murga. Vamos a asustar al sieso de tu viudo.
    —Juliana, espera. Ese joven nos sigue. ¿Qué hacemos?

    —Perdone joven, ¿qué desea?
    —¿No me reconoces, Juliana? Soy Germán. El hijo de Francisco, el de la Paca. Creo que la he diñado. Lo último que recuerdo es que me estaba dando un infarto. Quería saber si podía pasear con vosotras. Me siento solo y esto de estar muerto no me hace mucha gracia, la verdad.
    —Hay que jorobarse, ahora tenemos que hacer de niñeras. Esto es culpa tuya, Florinda. Qué llamas mucho la atención con esa cara de pánfila que tienes…

  4. SUFFRAGETTES

    Aquella mañana de invierno el viento soplaba fuerte en Londres; las dos mujeres caminaban de prisa agarrando su sombrero.
    —¡Emmeline!, nos están siguiendo dos hombres. Parecen policías.
    —Ni caso, Maud, no mires atrás y date prisa o llegaremos tarde a la manifestación.

  5. Dévora & Lucíl

    Aquí tenemos a Dévora y Lucil durante un bombardeo en la Segunda Guerra Mundial, de punta en blanco. Devora acaba de pronunciar la palabra “Reichtag” sin que se le mueva el sombrero y Lucil le ha respondido no sé qué de la Commomwatlt, que es un término mucho más fino y británico. En defnitiva, hacen tiempo por las calles mientras los aviones sueltan sus bombas. En realidad, solo quieren llamar un poquito la atención, que una no se tira horas vistiéndose para pasar desapercibida. Cuando las sirenas anuncien que el bombardeo ha terminado, se pasarán por el cine Deutchztestan a ver qué película ponen esa tarde. En realidad, el cine les aburre bastante, pero parece que Devora le hace ojitos al pianista polaco que armoniza las películas al piano. Lucil es más de los altos mandos franceses. Para su desgracia, aún faltan unos meses hasta que los aliados tomen definitivamente la ciudad.

  6. EL VIGÍA
    ―Espera aquí, Pedrito, que voy a enseñarle a la señorita donde queda una dirección. ¡Y deja de mirar a los transeúntes con ese ridículo catalejo, que te van a tomar por un pirata!
    Mi madre, de tan lista, a veces se pasa de rosca y se vuelve tonta. “Espera aquí, Pedrito, que voy enseñarle a la señorita donde queda una dirección” ¡Como si ignorase yo su oficio de alcahueta, que cada vez tiene menos clientela! Menos mal que a la paga que le da Maruja por promocionar sus habitaciones, le añado de extranjis la propina que me dan a mí los maridos de las señoras por avisarles cuando llegan de vuelta.

    Manuela Vicente Fernández ©

  7. LA HJA DEL DIABLO

    La llamaban “La Gustaba” y decían que no atendía a razones. Cuando ella decía que el aire corría hacia el sur, no había alma humana que la contradijera. Su rostro duro e impasible no se modificaba a no ser –dijeron-, cuando su gato Bartolomé le ronroneaba entre las piernas. Y es que decían que era su confidente, su compañero de alcoba y su lamedor preferido. Por eso era mejor no tropezar con su rictus, su mano endurecida y su lengua viperina. La Gustaba lo tenía claro y por lo tanto, casi era preferible encontrar a la parca antes que vivir a su lado, por eso el día que la vio, sujetó su sombrero y salió huyendo.
    La imagen la dejó plasmada el periódico local en las efemérides del día 19 de enero de 1894.

    Nani Canovaca

  8. 1890
    Las señoritas Mc Morrison caminaban a paso ligero por la acera casi desierta cuando un fotógrafo se cruzó en su camino. Olivia le dirigió una breve mirada a la cámara. No imaginaba que su rostro amargado e inquisidor quedaría eternamente encerrado en las dos dimensiones de un papel. Tampoco podía suponer que su hermana Victoria planeaba guardar la fotografía, junto a la de su hermano el cura y la de sus severos padres, dentro de un brillante camafeo, con la sana intención de que pendiera oscilante entre sus pechos mientras se balanceaba desnuda con total frenesí sentada a horcajadas sobre su amante.

  9. 1890

    No hay caso. No me gusta esa especie de catalejo diabólico. Te captura el alma, ¿sabes? En serio, está más que confirmado. Te captura el alma y empiezas a morir deprisa. Más de lo normal. Por el bien de todos, espero que ese catalejo monstruoso no prospere. ¿Te imaginas si en el futuro esto se masifica? ¡La humanidad va a desaparecer! Vamos a quedar atrapados en un papel y Dios, quién sabe cómo, tendrá que ingeniárselas para resucitarnos. Y quizás ni lo haga, por habernos entregado a estos avances científicos que solo traen desgracias.

    Camina, hermana, no mires atrás. Vamos.

  10. Fantasmas de internet

    Carl la esperó escondido a la hora en que ella solía pasar junto a su madre y la fotografió. La madre lo vio. Es que, a decir verdad, no estaba tan escondido; al momento de tomar la foto no lo estaba, no podía estarlo, dado que necesitaba que nada se interpusiera entre el lente y su objetivo. Por eso había esperado también a que le dieran la espalda, pero ¡zas! La madre se dio vuelta justo y le lanzó una mirada inquisidora. Quedó eso grabado junto a ella, la más bella, con su cintura de avispa, tan encorsetadamente decimonónica.
    Hacía frío. Se acercaba la hora en que los fantasmas salen a deambular por las calles. Él no creía en vampiros, nada de esos seres ficcionales que chupan sangre, sólo fantasmas, almas en pena que erran aún en este mundo buscando conexión con los vivos, redención, justicia por algo que quedó pendiente o vaya uno a saber qué.
    En cierto modo, ella y su madre parecían fantasmas errantes. La fotografía haría el resto. Al igual que los fantasmas, la gente en una foto tiene vida mientras exista la misma, y él estaba seguro de que esa foto existiría siempre. No podía saber que en el siglo XXI habría internet y que esa imagen ya digitalizada se viralizaría uniéndolos más allá de todo tiempo y lugar, pero estaba tan seguro de ello como de que Carl era su nombre.

  11. La herencia
    Llegó el momento de vaciar la casa. Por mucho que nos pesara había que empaquetar la ropa de los armarios, desocupar las alacenas y regalar o tirar lo que no quisiéramos.
    Los trajes, vestidos y abrigos, se los llevaría Marta que andaba mal de dinero. Su marido estaba enfermo y ella solo llevaba el poco que ganaba echando unas horas arreglando alguna casa o haciendo de niñera. Seguro que ella les daría nueva vida.
    La cubertería y la vajilla la pidió mi cuñada. Nunca había querido a mis padres, pero decía que era lo que le pertenecía por su marido aunque el ya no estuviera entre los vivos.
    Yo estaba absorta en la contemplación de unas fotos antiguas. Algunas estaban rotas o descoloridas, otras amarillentas por el paso del tiempo y, todas testigos mudos de un tiempo pasado.
    Una de esas fotos llamó mi atención. Por los vestidos que llevaban las mujeres que aparecían en ella se diría que era de los primeros años del siglo pasado. No sabía quiénes eran las mujeres, ni recordaba que nadie me hubiera hablado de ellas, pero la que miraba descaradamente a la cámara era igual a mí. Sentí un escalofrío y miré la parte de atrás de la foto. En ella una corta inscripción: “Para que no te olvides de mí. Dentro de unos meses te enviaré un paquetito”
    En aquel momento supe el porqué del amor que mi padre me tenía; también la antipatía que mi madre sentía hacia mí.

  12. Siempre hay un ojo que te mira
    Manuel había heredado la pasión de su querida abuela Herminia de tomar fotografías captando la pose espontánea de las personas, ayudándose de una cámara oculta. Manuel decía que buscaba la expresión natural, que no quería una mirada ortopédica. Tal era su afición a la fotografía que le dedicaba todo su tiempo de asueto, incluso había días que faltaba al trabajo aludiendo a problemas de salud. Hasta que un buen día tras una ausencia que se dilató durante tres jornadas simulando que estaba acatarro, el señor director le llamó a su despacho:
    -Manuel está despedido – le dijo el director sin más con tono castrense.
    -¡Cómo qué despedido! ¿Por qué?
    El director con una sonrisa viperina en sus labios, giró pacientemente el monitor de su ordenador y en el Facebook se veía la noche anterior a Manuel en una sala de fiestas bailando Despacito con una chica a cada brazo.
    Era curioso, pensó Manuel, la cámara oculta le había delatado.
    j. mariano seral

  13. La casa Suikerbuik

    Las hermanas Suikerbuik odian la misa de domingo y las partidas de bridge en casa de los Leenards. Detestan el olor a vinagre de los patios de vecinos y a las moscas que revolotean alrededor de las caballerías. Se declaran enemigas del viento que les arranca los sombreros y arruina sus peinados; de los hombres que se abren recelosos a su paso con el espanto clavado en sus mejillas; de los canapés de queso con endibias y del cóctel Margarita antes de la cena. Las hermanas Suikerbuik siempre tienen prisa. Corren a su casa en las afueras, evitando el atrevimiento de la chiquillería, dando el esquinazo a las miradas torcidas que pueblan las ventanas. Ya al abrigo de los gruesos muros que conforman la casona dieciochesca que las nombra, se despojan de la incómoda ropa que las viste, del maquillaje que las afea y avejenta, de las horquillas que esclavizan sus cabellos. Cuelgan de la percha de su alcoba el apellido impostado que les sirve de coartada, y en penumbra, mientras se arrancan con apremio las enaguas, se asoma a sus pupilas una pasión alejada del incesto.

  14. NO LO VIERON VENIR

    La niebla adormecía sobre las calles de Londres. Sally y Molly habían abandonado a sus últimos clientes, en la única taberna que permanecía abierta a estas horas de la madrugada, y se dirigían a su humilde casa en el barrio de Whitechapel.
    El silencio solo era roto por el repiqueteo de sus tacones con los adoquines, pero de repente, se vieron acompañados por otros pasos que cesaban cuando ellas detenían su caminar. Molly, con la vista puesta atrás, apresuraba a Sally, presentía que algo horrible iba a suceder. El ruido de sus zapatos se hizo más presuroso, más rápido. Sus miradas aterrorizadas no dejaban de observar a sus espaldas. Entonces surgió de entre la bruma y ya solo se escucharon unos gritos sordos y el silencio.
    A la mañana siguiente en las páginas de sucesos del Times apareció el siguiente titular: “Dos prostitutas muertas, en el barrio de Whitechapel, arrolladas por un carruaje, no lo vieron venir.”

¿Qué opinas?