Viernes creativos: La Chanca

Buenos días,

Esta semana nos ha dejado el fotógrafo almeriense Carlos Pérez Siquier (1930-1950) Premio Nacional de Fotografía (2003) y Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes (2018). Mi querida Ana Vidal me informó de su fallecimiento y decidí que Carlos Pérez Siquier como captador de escenas y de historias que duran un segundo pero permanecen eternas, merecía un viernes para homenajear su obra. Por eso os traigo una imagen de su colección de fotografías captadas en el Barrio de La Chanca. Y me ha resultado francamente difícil decidirme por una porque, a medida que recorría la galería, iba cambiando la que más me gustaba. Todas son brutales, todas son tan reales y tan peculiares que no podía elegir simplemente una y ya. Así que, os traigo esta, repleta de elementos y cada uno de estos elementos capaz de crear diferentes historias, solo depende de lo que veáis cada uno de vosotros. Pero como quiero que lo disfrutéis tanto como yo esta semana viendo sus imágenes, os invito a que elijáis la que os guste pero  con la condición de que pertenezca a la colección de La Chanca. Y, por favor, que citéis a Carlos Pérez como homenaje a su obra.

Que os divirtáis y lo disfrutéis.

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«La Chanca» de Carlos Pérez Siquier

2 pensamientos en “Viernes creativos: La Chanca

  1. Joselito «El bolilla»
    A Joselito «el bolilla», le había quedado el mote gracias a su tío materno D. José Bola, hermano mayor de la Cofradía de San Roque, asesinado por los rojos al inicio de la cruzada nacional.
    El bolilla, que de esas cosas no entendía, por aquel entonces vivía entregado a su trabajo en el casino de Almería y no tenía otro sueño que el de llegar a maître y atender a los clientes con ese aire digno, que se daba D. Ernesto, el jefe de sala, mandando a unos y otros con un simple gesto.
    Poco después de iniciada aquella locura, a sus padres y su hermana Remedios que de siempre habían simpatizado con la República «los invitaron amablemente a pasear», según le explicaron de los vencedores.
    Algo que no debía estar bien. De aquella explicación al bolilla le quedó la sordera del oído izquierdo y una vida desconcertada. El resto… el tiempo lo fue borrando.
    Al bolilla, le amarga el sabor del abandono y le duele no saber por qué la Reme ya no le canta.
    Por las mañanas arreglado con su mejor ropa, el bolilla sale con la familia y todos del brazo recorren la chanca, Joselito aprovecha la ocasión y toma nota de las comandas, dejando a sus vecinas tan desconcertadas como él, cuando libreta en mano, les pregunta:
    ―¿Y los siquillos, que tomaran de postre?―

  2. Ando buscando una inspiración, tal vez a alguna musa despistada, que me dicte al oído, (como a veces ocurre), una idea que me subyugue, que me apasione, y sólo me deja un pedacito de instante. Algo pequeño en blanco y negro, de una España ya olvidada, aunque puede que no tanto.

    Me atrapó la foto, con esos niños, uno de ellos con un descosido en el pantalón, jugando. Ajenos a todo y a todos. Impagable esa mujer de pueblo, protegiéndose del sol, o reflexionando mientras atiende a quien le ofrece un servicio.

    El fotógrafo ambulante pateaba callejas de tierra y caminos de acémilas. Su cámara fotográfica bien embalada, un trípode plegable y una muestra de su buen hacer eran todo su tesoro. Su oficio había quien lo llevaba a cabo en locales, alquilados casi siempre, donde un decorado en la pared y unas sillas historiadas daban una sensación ficticia de glamour y opulencia para la posteridad.

    Así es muy fácil, se decía el andariego. Él entraba en las casas, y qué casas, míseras en general. Les plantaba quietos en la pared, tras esperar que se adecentasen y pusieran sus mejores galas. Montaba la cámara, y sujetaba bien la antorcha, pidiendo que se quedaran quietos. Los deslumbraba un instante, y al cabo de unos días regresaba con la foto hecha, enmarcada si así lo deseaban.

    Las fotos huérfanas, sin nadie que las quisiera luego, se amontonaban a veces, y el fotógrafo las rompía antes de quemarlas. Sabía que la plata del daguerrotipo retenía el alma de quien retrató. Y sólo rompiendo la imagen se deshacía el maleficio de quedar atrapadas, sin dueño, vagando por el viento en las noches de plenilunio. Nunca quiso que esos retratados le molestaran en ese deambular por los valles más perdido de las Hurdes. Llegó el día en el que una apendicitis no tratada se lo llevó, y por ahí andan las almas en pena de una mujer de pueblo, dos niños y un gañán con la boina calada hasta las orejas.

    Son quienes poblaron mi sueño tras ver la foto, así que puedo afirmar que existen, así, a esa edad, inmortalizados en una foto que nadie llegó a romper.

¿Qué opinas?