Viernes creativo: escribe una historia

Amor, muerte o cualquier otra cosa te puede inspirar esta foto de Katerina Plotnikova.  ¿Nos lo cuentas?

 

Untlited, de Katerina Plotnikova

Untlited, de Katerina Plotnikova

 

 

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17 pensamientos en “Viernes creativo: escribe una historia

  1. Y caímos exhaustos
    a la orilla
    de un otoño perpetuo.
    Yo aún vestía de novia,
    tú eras ya
    sólo los restos.

    Se paró el tiempo,
    y la vida,
    y no hubo más verbos…

    Se hizo el Silencio
    y me dormí en tus brazos
    Muerte,
    me dormí en ellos.

    (Era mi anillo
    moneda de cambio
    para pagar la vuelta
    al barquero…)
    Pero
    ¡Que se vaya mi alma
    si quiere!

    Que yo me quedo.

    -Pulgacroft- http://www.pulgacroft.blogspot.com

  2. Otoño en el parque

    Ella se ha muerto. Alguien te lo comenta, como por descuido. Y tú te vas, avanzas por la calle con un yunque sobre los hombros. Caminas pero no puedes seguir y allí mismo, en el parque, te caes al suelo, sobre las hojas de otro otoño que lo es sin más, sin ser el otoño que querías, solo lluvia, viento y hojas, nada más. Y ella no. Allí, tirado en mitad de lo que ya no es nada sientes cómo se pudre tu carne, cómo te mueres por dentro y por fuera, cómo tus ojos dejan sus cuencas y ruedan como dos canicas. Bien, así no podrás ver más el mundo sin ella, que jueguen los niños con tus ojos al gua, si acaso. La nariz ya no puede oler la tierra mojada. Tu boca no podrá besarla más. Ella se ha muerto y ahora eres tú el que está muerto. Completamente, que alguien venga y se lleve tu cuerpo, que ya no sirve. Y entonces sí, entonces llega ella y te abraza. Será su fantasma. piensas, pero estás muerto, los muertos no piensan. Ahora puedes sentirla, muerto, los dos muertos, a la vez, por fin.

  3. Aquella estudiante de medicina no entendía porqué sus compañeros de clase le miraban de reojo cuando estaba en las aulas o los pasillos o en el parque del campus bien acompañada por su pareja, allá, entre la hojarasca, producto de aquel mágico otoño.

  4. Cómplices

    La oscura Úrsula Comecorazones para mí siempre será Clara, la niña de la sonrisa inocente, el alma cándida que me enamoró, la alegría de mis ojos. Por eso la perdono.

    Recuerdo que cuando la conocí, como es lógico, no era como la describe la policía, la definen los psiquiatras forenses de la televisión o la temen los funcionarios de prisiones que la custodian; era tan solo una niña atrapada en un cuerpo de mujer. Juntos correteábamos por el jardín de casa, jugábamos a los médicos, nos fotografiamos divertidos —como en esta instantánea tonta que le realicé—, nos amábamos como locos. Pronto mi mundo se convirtió en su mundo y viceversa. Me acostumbré a sus pies fríos, a las melodías de su país, a sus guisos de patatas o a los poemas de Benedetti, mientras que ella se desvivía por satisfacerme. Salíamos por la noche, acudíamos a cenas, fiestas, encuentros —todos muy científicos— y se dejaba aconsejar como si yo fuese su mentor. No sabría precisar en qué momento empezó a desvariar, a caminar sola, a hacer lo que hizo. Supongo que el amor nos cegó: no advertí que detrás de su actitud complaciente se escondían las tinieblas y ella confundió ficción con realidad. Así que perdono, como he dicho, que me clavase un cuchillo después de confesarme en qué se había convertido y, sobre todo, que me culpabilizase en el juicio de su canibalismo.

  5. Legionaria

    Durante el día, me gustan los uniformes. No en vano paso el día embutida en uno de ellos. Guardo, sin embargo, mi muñeca preferida en la taquilla y cuando me ajusto bien prieta la coleta bajo la gorra verde, no dejo de pensar en el momento en que podré liberar mi pelo y extenderlo sobre la cama.
    Es mi vida una lucha perpetua entre tensar los músculos de día y relajarlos por la noche, entre las pinturas de camuflaje y la sombra de ojos, entre la mirada ardiente que te añora y la fría sobre la mira del fusil.
    Antes de dormir, cuando me desnudo, acaricio una a una todas mis cicatrices, señales de las victorias logradas. No tengo ninguna, sin embargo, para la única derrota, de la que sólo conservo, en lo más hondo del armario, un vestido blanco de gasa.
    Algunas noches, lo reconozco, odio mi uniforme. Llego a casa y procuro arrojarlo bien lejos, donde no pueda verlo. Dejo que las lágrimas corran. Paso después mucho tiempo frente al espejo hasta rehacer mi cara, hasta dejarla igual de reluciente que aquella mañana. Saco el vestido del armario y me lo pongo. Doy un par de vueltas sobre mí misma hasta caer sobre la cama. Con la voz más dulce posible que me es posible entonar, canto despacio, como si fuera una nana: Soy la Novia de la Muerte.

  6. Horas extras
    Ando de cabeza por tus huesos, le dije y era verdad. Tenía un figurín que para sí lo quisieran más de cuatro.
    Brazos largos, dedos de pianista, piernas de danzarín, sonrisa permanente, ojos profundos, y además era chatillo, como a mí me gustan.
    Yo lo miraba con los ojos del corazón, lo mimaba y lo llenaba de besos.
    Lo único que no me gustaba de él era esa guadaña que se empeñaba en llevar. Me hubiera gustado regalarle un bastón, pero decía que era su herramienta de trabajo y al final del día me iba a demostrar cómo la manejaba.

  7. Tal vez soñar

    Él le había prometido mil veces que se casarían. Ella guardó su palabra en el mismo lugar que guardaba sus cartas escritas con pluma de poeta maldito: junto al corazón.
    Pasaron los años y él seguía considerando que no era el momento, que para qué apurarse, que tenían toda la vida por delante…
    La dama de cabellos de fuego compró un vestido blanco con encaje que la hacía lucir radiante. Creía que su enlace ya era inminente, no podía demorar más. Quería unirse a él hasta que la muerte los separe. Pensar eso hizo que una idea atravesara su mente: nadie tiene la vida comprada. Quizás fue premonitorio.
    Él murió. Ella lo lloró, apretando sus cartas contra el pecho.
    El otoño es el final de un ciclo. Consiguió un esqueleto que simulaba ser el de su malogrado enamorado, se vistió con el vestido blanco sin estrenar, bebió una copa con un sabor raro y, abrazada a ese esqueleto, se recostó sobre las hojas secas.
    Ahora no estaba en los brazos del esqueleto sino de Morfeo, y navegaban juntos sobre la barca de Caronte.

  8. Te soñé. De nuevo te soñé.
    Real como siempre, efímero como siempre.
    Tu, yo, hojas de otoño.
    De esas que alguna vez te conté que me encantaba pisar,
    escucharlas quebrarse bajo mis pies y que no me explicaba el porque,
    así como no comprendía porque adoraba ver tus ojos tan comunes, tan abismales.
    Fue un sueño triste y hermoso, un tanto confuso. Me sentía rodeada por tus brazos tan comunes, tan confortables, que siempre me hicieron sentir arrullada.
    Recostados sobre la hojas, sin hablar, solo escuchando la brisa, tu respiración,
    nuestro corazón. Un corazón tan común, tan solido, que solo nuestro amor nutria,
    que solo nuestro amor podía destruir. Amor mudo, con ojos cerrados, tocando
    tu rostro de piel tan fría, pero tan viva. Sintiendo paz, sin necesitar nada banal, solo
    quise mas tiempo para estar ahí contigo, como antes.
    Abrí mis ojos, quería ver tus labios, fue un error. Un error tan grande, tan angustiante,
    que solo me confirmo lo que ya sabia, lo que me consumía.
    Fue real porque vi lo que eres ahora, lo que queda de ti.
    Fue un sueño porque me sentí asombrada y aturdida, como si acabara de suceder.

  9. (DES)ESPERAR

    Hoy decidí quedarme tumbada
    sobre este otoño que emparcha las sábanas,
    para retomar el duelo de los recuerdos
    que llevan el color de tus ojos,
    y que me matan con esquirlas
    del calibre de tu cuello.
    Hoy se me desbarrancó la fe,
    y entonces llené los cuencos de mis manos
    con las caricias que postergo
    justo acá, abajo de las uñas,
    y las desperdigué por la nada
    que es tu ausencia tan presente.
    Hoy yazco, en este todavía
    tan eterno inmóvil claustrofóbico,
    arrimada a una muerte que no es tal,
    porque no me lleva, porque no te lleva,
    intentando sofocar tus vestigios
    mientras ahogás caricias en otros brazos.

  10. Thorongil
    Los años felices habían pasado demasiado rápidamente. Había visto envejecer a su esposo. Cuando finalmente murió, un dolor inconsolable afligió a la reina. Sufrió un ataque de locura: robó el cuerpo de su esposo y lo llevó al bosque. La reina se abrazó a él y cerró los ojos. Arwen soñó que retornaban los bellos tiempos de Rivendel, cuando se enamoró de aquel montaraz vagabundo.

  11. Ha costado pero ahí va, las fiestas mayores es lo que tienen, je je.

    Capacidad de observación

    —Sabes la Felisa, la del tercero. Pues esta mañana, cuando bajaba a los críos para ir al cole, no tiene otra cosa que soltarme, que si el ruido que hacen los niños al levantarse, que si juegan en las escalera. Les acusaba de haber roto la luz de su rellano, y de robarle la correspondencia y haberle metido un sapo en el buzón. Le he gritado que me dejara en paz, que cómo sabía que habían sido ellos, que siempre igual, que como somos nuevos en el bloque. Se ha puesto hecha un basilisco: que nos iba a denunciar, que nos haría la vida imposible, que lo sacaría en la próxima reunión de comunidad. Mañana que no trabajas deberías hablar con ella, si te escucha, o con el presidente. Mejor nos adelantamos y la denunciamos por acoso. Pero mañana, sin falta, que no quiero hacerlo yo sola, que tú, claro, como el señor pasa toda la semana fuera, se desentiende de estas cosas. Y yo con todo no puedo, que…
    —Cariño no me aprietes, que vengo muerto.

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