Viernes creativo: escribe una historia

Las cartas de esta ilustración de Jiema, ¿llueven sobre los buzones o tratan de escapar de ellos? ¿Qué pinta el chico en ese paisaje? ¡Cuéntanoslo!

Catcher in the Rye ©Jiema

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50 pensamientos en “Viernes creativo: escribe una historia

  1. Cartas bajo la lluvia

    De todas las cartas que nunca me enviaste, solo conservo una. La leo casi cada día, a veces varias veces y sus palabras cambian según mi estado de ánimo, la temperatura o la humedad del ambiente. La otra mañana llovía y me decías que nunca podrías olvidarte de mí, que apenas me recordabas, que si yo era rubia o pelirroja, y que aquellos besos que no nos dimos te supieron mejor que todos los que habías probado a lo largo de tu vida. Tuve miedo de que la lluvia emborronara palabras tan bellas y sentidas, así que hice un avioncito de papel y lo soplé bien fuerte sin acuse de recibo. Seguro que después, cuando lo recibieras, aprenderías a callar de una vez tanto silencio.

  2. SUEÑOS

    ¿Has pensado alguna vez dónde van todos esos sueños que dejaste de cumplir?

    Yo sí.

    Hubo un tiempo en que era un soñador nato. Tenía miles de sueños acumulados, tantos que no me cabían dentro, así que los saqué de mí. Me sentí tan vacío entonces que luché por recuperarlos, pero no sabía dónde podía encontrarlos.

    Pasé gran parte de vida buscándolos y un día, sin querer, llegué a un campo repleto de buzones, cada uno con un nombre y unos apellidos. Dí con el que me llamaba y lo abrí despacio, como el que abre una caja de sorpresas. Allí estaban todos: los sueños de mi infancia, de mi adolescencia, de mi madurez.

    Los acaricié suavemente, poniéndolos a buen recaudo, pero en el momento uno de ellos se elevó y abandonó el buzón volando. Ya en el cielo pude leer: ‘Triunfo 50.457. Recuperar la capacidad de soñar’.

    • Un microrrelato muy optimista con ese campo repleto de sueños en el que se puede acudir a recuperarlos. A veces, porque se cumplen o caducan, nos olvidamos de aquellos pasados que tanto nos motivaron y recordarlos es un ejercicio.

      Me gusta mucho la atmósfera que destila tu micro y esa final tan certero.

      Saludos.

  3. Correspondencias

    AQUELLA MAÑANA, ABRIÓ EL BUZÓN para toparse, escondido entre la publicidad comercial y los recibos del banco, con un sobre floreado. Dentro, un anónimo recogía unas coordenadas que invitaba a seguir. «Quizás otro día», pensó mientras arrojaba la carta al cubo de la basura junto a la comida china de la noche anterior. Dos días después, su amigo Alberto le narró el suceso tan extraordinario que había vivido, un episodio, tan similar al suyo con el anónimo, que lamentó no haberle imitado. Él sí trascribió las coordenadas en su GPS para conducir hasta el lugar indicado. Se trataba del banco de un parque en el que halló sentada a una atractiva mujer que, sonriente, le mostró una nota semejante a la suya. Enseguida, intimaron para percatarse que sus gustos eran tan coincidentes, que dedujeron que algún amigo común había organizado ese encuentro. Total, que pasaron la noche juntos como dos amantes viejos que se vuelven a encontrar. La anécdota, aunque lastimera por su parte, se hubiera quedado ahí, de no ser, porque una semana después recibió otro sobre idéntico. Imposible precisar si con las mismas coordenadas, en cualquier caso, agradeció al destino la nueva oportunidad. Él también quería conocer a su media naranja. Cuatro horas después, en el lugar establecido no se presentó nadie, ni un triste perro solitario. Alicaído, se lo contó así a Alberto, el único que podía entenderle y, otra vez, le sorprendió. Una amiga de Elena, la rubia y él ya eran novios, había sufrido una historia similar. Dedujo, entonces, que esas notas del demonio también se equivocaban. El martes siguiente, porque los anónimos llegaban ese día, su buzón quedó huérfano a pesar de sus anhelos. Tardó dos meses en volver a sus manos el bonito sobre floreado para iluminarle el corazón. Esa vez, tuvo que viajar. Así que se las ingenió para solicitar unos días de permiso en el trabajo y marchó a Vigo como un colegial. Regresó de vacío 48 horas después. La mujer que le esperaba resultó ser un fiasco: su atracción fue la misma que la de un perro y un gato ciegos. Por eso, con la mayor de las delicadezas, huyó con el “te llamaré” que nunca se cumple. Desde entonces, muchos conocidos, amigos de amigos de amigos de amigos, incluso una tía suya de Murcia se han enamorado mediante este método, mientras que él ha vivido experiencias tan disparatadas que ya ni siquiera abre el sobre y se lo deposita a su vecina, para que su vida encuentre un estímulo después de haber enviudado. Quizás si… Mejor no, que con su suerte.

    • Me he imaginado a un Cupido cabreado que se dedica a jugar con el corazón de este pobre hombre por no creer en el amor a primera vista. Da tanta penita el protagonista que dan ganas de consolarle al final de la historia. Gran relato. Saludos.

      • Quizás esa opción que indicas es más literaria, pero estoy leyendo a Millás y sus anticuentos e influenciado por él, seguro, me ha salido un microrrelato como este, eso sí con menos lustre que al maestro Juan José.

        Me alegro que te haya gustado.

        Saludos.

    • Lo bueno de tus correspondencias, Nicolás, es que nunca sé por dónde me vas a llevar: si por desiertos en un barco perdido por no hacer caso a tu mujer, o en un recorrido rápido por la península, desde Vigo a Murcia, con paradas en parques habitados por rubias que son un fiasco y vecinas que acaban de enviudar.
      Me encantan estos viajes. Voy a preparar la maleta.

      • Me alegra que me digas eso, Margarita, puesto que os fácil sorprender a los lectores y si te soy sincero, en los Viernes Creativos, en muchas ocasiones, ni yo mismo sé donde voy acabar. Hoy es un ejemplo claro de eso.

        Preparemos todos las maleta. Que escribir y leer es eso, viajar.

        Saludos.

    • Da gusto leerte un poco más largo. Nos traes un sistema de citas a ciegas en las que el protagonista si así liga. Divertido por su tristeza, pobre hombre. Únicamente me pierdo cuando dices «Una amiga de Elena, la rubia y él ya eran novios,…» pues nunca habías dicho antes quién era Elena ni que era rubia, no sé si me explico, pero vamos que lo he entendido, jeje

  4. TORMENTA.

    La previsión meteorológica anunciaba que el temporal remitiría en las próximas horas. Pude oírlo en el transistor de pilas de mi abuela, ese pequeño aparato plateado del que ella nunca quiso desprenderse a pesar de nuestras burlas porque solo podía sintonizar una emisora y que la acompañaba como perro fiel en cada paso que daba. Por la noche, lo colocaba con mimo sobre la almohada y se quedaba dormida con la voz del único locutor acariciando su cara. A veces protestábamos porque, de madrugada, el soniquete monocorde se colaba en nuestras habitaciones igual que un molesto moscardón y nos despertaba. Pero ella sonreía y seguía a lo suyo como si no hubiera escuchado nada.

    Durante más de tres días me mantuve agazapado en la esquina de su habitación, la única que no tenía ventana, sin más compañía que mi miedo y el ruido del viento huracanado que golpeaba todo lo que se interponía en su camino. Mis fuerzas empezaban a flaquear. Del chocolate y las galletas que había cogido por instinto antes de encerrarme en la que fuera última morada de mi abuela solo quedaban unas migajas sobre mi jersey y el recuerdo de su sabor dulce; y la botella de agua yacía como un juguete roto a mis pies. Me acurruqué en el suelo cansado, indefenso, abatido. Rendido. Fue entonces cuando, desde el último cajón de la cómoda, oí un murmullo apagado que me resultó familiar. Era el pequeño transistor que quitamos del medio cuando ella se fue y que nadie se molestó en comprobar si funcionaba o no.
    Mi cara se contrajo con rabia y una inmensa pena se apoderó de mí. Y rompí a llorar. Y un gemido bronco y potente me brotó de las entrañas y convulsionó todo mi cuerpo.

    Me sequé las lágrimas y salí con pasos vacilantes. Llegué a tiempo de ver cómo se alejaba la tormenta de esas palabras no dichas que agonizan airadas en busca de alguien que las quiera escuchar.

    • «Era el pequeño transistor que quitamos del medio cuando ella se fue y que nadie se molestó en comprobar si funcionaba o no». Esta frase me ha parecido brutal. A partir de ese momento, he sentido lo mismo que al protagonista. Sensible y delicado. Muy bien contado. Precioso.

    • Bonito relato que nos habla de la nostalgia de los abuelos, esos fabricantes de admiración. Me despistó que al inicio habla de que oyó la previsión en el transistor de la abuela y luego trata de sorprendernos con el mismo aparato en el último cajón de la abuela. ¿Ambos transistores son el mismo? Algo me he perdido.

      • Con tu comentario, Javier, me reafirmo en que aún tengo mucho que aprender. He pretendido jugar con los tiempos y no me ha salido bien, así que he cambiado el inicio del relato y he añadido un par de frases para intentar arreglarlo, no sé si con más acierto o no.
        Muchas gracias por tu ayuda.

  5. Margarita, tu micro me ha transportado a mi infancia, en verano cuando me quedaba con mis abuelos, a veces dormía con mi abuela y tenía una radio como la de tu relato. Qué recuerdos.

    El final es muy visual y poético, esas palabras no dichas huyendo es fantástico.

    Un buen micro.

    Saludos.

  6. Cuando despertó en su sueño se vio rodeado, sin saber, de antiguos buzones de correos que dejaban escapar sus sobres. Como sin querer, elevó su brazo derecho y cogió una de aquellas cartas.
    La acercó a su cara. La olió. Percibió su aroma mas allás de la fina hoja de papel. Supo que allí encontraría la historia de su realidad paralela.

  7. CORRESPONDENCIA

    Desorientado, perdido, abrumado… El día que siguió a la noche de la nefasta tormenta amarilla, se despertó en medio del campo, embarrado en miles de buzones, que con su mordaz mueca de sonrisa, le escupían las cartas cuyos mensajes nunca fueron leídos. Palabras agrietadas en la memoria de aquellos que esperaron y desesperaron su llegada. Verbos tan secos y profundos que ni el tiempo podría borrarlos. Secretos que se escribían con letra pequeña y se leían en voz baja.

    Pero ahora todo eso ya no importaba, el remitente y el destinatario nunca lograrían encontrarse. Quedarían los sobres suspendidos en el aire y golpeando de manera repetitiva el cuerpo de aquel joven arrepentido de haber robado cada uno de los sellos, para revestirse con ellos y lograr ser alguien, ser un ciudadano sin fronteras.

    Que ironía… El mundo le envolvió con papel de estraza y le selló un mensaje: Destino a ninguna parte, correo ordinario, certificado, sin recargo y sin vuelta a dirección de salida.

  8. Cambio climático
    En los meses inestables de febrero y marzo, cuando los cielos se cargan de gris, comienza la estación de las precipitaciones inesperadas. Ya llovieron navajas lacerantes en las primeras tormentas. Ya se inundaron de algas infectas los cultivos de huerta en las segundas. Pero esta mañana, que iniciaba terceras, con el cielo de un blanco roto y confiado, al salir de casa no abrí el paraguas y me deje rociar por un mar de correspondencia que no había llegado a su destino.
    Y ahora, con la congoja de desamores, suicidios y facturas metida en el cuerpo, malvivo a la espera de la siguiente estación, la que a veces viene y a veces no. Pero por lo general más liviana y placentera.

  9. Fantasía

    Los buzones anhelantes esperaban una carta. Podía ser una propuesta de amor, o laboral, o una amistad que regresara luego de mucho tiempo. No era poca la gente que aguardaba ese mensaje que les devolviera las ganas de vivir.
    Y un día sucedió: comenzaron a llover cartas del cielo, y cada uno recibió lo que necesitaba… Y algunos se dieron cuenta de que era todo obra de una fantasía colectiva.

  10. Cartas perdidas, por Javier Ximens
    En Amalia, al sur de la Isla del Recuerdo, hay un lago de buzones formado por el fenómeno atmosférico conocido como Viento de la Guerra. En aquellos países azotados por este huracán, los buzones son arrancados de cuajo y transportados hasta esta isla donde se precipitan como lluvia de metal. En ocasiones se ven mujeres vestidas de blanco que caminan entre el agua de aluminio, dicen que vienen a buscar la carta que nunca les llegó.

    • Ximens, desolador el microrrelato desde el principio a fin, tan solo esas mujeres de blanco aportan un rayo de luz a la esperanza. Un gran golpe de efecto con dos brochazos.

      ¡Buen Viernes Creativo!

    • Según he visto la imagen, he pensado en la misma línea que tú: buzones arrancados por el temporal, Pero al ponerme a escribir, las letras se han ido en otra dirección. Es curioso cómo la imaginación toma las riendas cuando quiere. Me ha encantado tu relato, especialmente la alusión a las mujeres vestidas de blanco, que me aportan una mezcla se pena y temor. ¡Saludos!

  11. Era un hombre de ideas fijas, también de manías fijas. Una, por ejemplo, si no la única sí, probablemente, la más importante y extraña, pasar la lengua por el reverso de los sellos. De hecho llevaba casi diez años haciéndolo metódicamente todas las noches de todos los viernes, después de cenar.
    María tenía cincuenta y siete años cuando la trasladaron desde el otro lado del país, por orden de uno de los juzgados especiales para la violencia de género, a la oficina central de correos de la ciudad de donde Antonio, en ese momento con sesenta y tres recién cumplidos, no había salido jamás; los últimos cuarenta se los había pasado en esa precisa oficina, a menudo bromeaba: -¿Quién lleva más tiempo aquí, yo o los buzones?-
    Desde la llegada de María la vida de Antonio cambió, nunca había sentido nada, ni parecido, a lo que sentía ahora en su presencia. El cariño y el aprecio era mutuo, pero su inmensa timidez y el lastre del dolor y las dudas de ella no permitieron el milagro. Los dos años que transcurrieron hasta su jubilación fueron un quiero y no puedo, un quiero y no sé cómo. Las amenazas que causaron el traslado se cumplieron a falta de tres meses para su jubilación, justo cuando había reunido el valor para describir sus sentimientos y esoeranzas

  12. …sus sentimientos y esperanzas en una misiva, por algo era el decano de correos. No llegó a dejársela en la taquilla, no le dió tiempo. Desde entonces, todos los viernes, sin falta, Antonio escribía a María una carta, pasaba su lengua por el reverso del sello y la guardaba en el cajón con el resto, un cajón solo para María. Esas noches, las mejores, soñaba con un campo lleno de buzones, cartas y… María.

  13. Lluvia de letras

    Ayer volvió a llover…

    Hacía meses que ni una sola gota, ni una nota, una carta, un poema, unas letras, nada para llenar nuestra vida de escritores olvidados.

    Desde que Marcos y su padre tuvieron la idea de invitar a la lluvia, elaborando y llenando el campo con los buzones de latón, esperamos ansiosos la llegada de esa lluvia beneficiosa para el alma de los cuentistas, los poetas, narradores, ensayistas. Pero también es una lluvia necesaria para todos aquellos que tienen el alma hecha de letras, de sueños, los lunáticos, aquellos que viven en las nubes, los niños y los mayores con sus historias de otros tiempos que cuentan una y otra vez.

    ¿Qué sería de todos nosotros sin esa lluvia de tinta, sin esos trazos llenos de vida que el cielo nos regala?.

    Es la segunda lluvia desde que colocamos los buzones, fue una gran idea… En una de las cartas que abrió Doña Manolita, la maestra más antigua del pueblo, sólo había unas palabras pero para todos fueron reveladoras: «Nunca llueve a gusto de todos»… Estas dos lluvias si han sido del gusto de todos, pero no todas lo serán. Eso seguro…

    No sabemos cuándo volverá a llover, no hay hombre del tiempo, ni nubes que anuncian… Caen las letras y donde nos pille disfrutamos más o menos de su bendición. A mí la última me pilló en plena calle, ¡qué alegría!. Me paso los días con la puerta abierta para aprovechar y salir en cuanto caen las primeras notas…

    Carmen Martagón ©
    NESTORIACARMEN

  14. Necrópolis
    Puedo presumir de haber visitado los cementerios más extraños, los más absurdos, los más remotos. Reconozco adorar su quietud, su silencio, el frío yermo que se instala por las noches, los fuegos fatuos que escudriñan sus calles en busca de carnaza. Añoro a unos cuando estoy en otros, aunque puedo, si es mi voluntad, visitarlos todos a la vez. No podéis imaginar cuántos hay ni de cuántas clases. Necrópolis de animales de todo tipo, de especies extinguidas, de objetos no inventados, inservibles, rotos. De piezas de escaparate que no consiguieron venderse nunca. Enterramientos de deseos insatisfechos, de promesas incumplidas, de amores inconfesos. De amores consumados, muertos de viejo o por falta de riego muchas veces. Cárcavas de palabras arrastradas por el viento o embalsamadas en papeles arrugados; camposantos de buzones oxidados que, a bocanadas, liberan espíritus de cartas olvidadas. Releo entre líneas sus lamentos, abro los brazos y, a solas allí en medio, siento un profundo regocijo: «Yo soy el buen pastor y este es mi rebaño».

  15. Vertedero epistolar

    Según una antigua leyenda hubo un tiempo en el que nos comunicábamos a través de cartas, utilizábamos papel, pluma y sobres. En todas las casas había lo necesario, incluso sellos, unas pequeñas pegatinas que facilitaban el tránsito de las palabras. Era un mundo diferente, te sentabas frente a tu escritorio y con buena letra escribías a los amigos, al amor, a la familia, la emoción embargaba todo el proceso; primorosamente doblabas el papel y lo metías en su sobre, pegabas el sello y lo llevabas a correos, a partir de ese momento comenzaba el gran viaje, esperabas el traslado de tus sentimientos, deseos, quejas, hacia su destino.

    La persona receptora miraba cada día su buzón a la espera de la apetecida misiva, cuando el cartero llegaba el corazón daba un vuelco, quizás entre las cartas recibidas estaba la esperada, la ansiada, esa escrita especialmente para ti, cerrada y sellada con el cariño de quien sabe la esperas con ilusión. Qué mágico mundo de las palabras ¿Dónde está ahora? ¿Dónde han quedado aquellos buzones? ¿Aquellos sobres?

  16. Sentimental (el amor en los tiempos del whatsapp)

    Tengo cartas tuyas guardadas desde hace años. Ahora, en cambio, soy incapaz de encontrar tus correos de la semana pasada y no recuerdo si ya me querías o todavía no.
    Tú dirás que es más ecológico pero, qué quieres que te diga, yo prefiero plantar una árbol cada semana y que puedas seguir escribiéndome en papel.

  17. Rebelión
    Cuentan que aquella laguna está infectada de buzones. Los llevaron allí, pues sus dueños hartos de recibir facturas y publicidad, los habían arrancado de cuajo. Pensaban que aquellos buzones estaban encantados y se resistían a albergar en su interior cartas de amor, postales de un viaje placentero, invitaciones o cualquier misiva que llevase alegría a las casas.
    Los vecinos convocaron una reunión con carácter de urgencia y acordaron por unanimidad hacer una gran hoguera y así deshacerse de ellos y poner en sus casas otros diferentes que albergaran toda clase de correo.
    Camino al vertedero los buzones –como si tuvieran vida- empezaron a moverse en el remolque que los transportaba haciendo que este se balanceara más de la cuenta yendo a caer por un terraplén al fondo de la laguna.
    En ese momento, una lluvia de cartas que nunca habían llegado a sus destinos empezaron a caer desde una nube donde habían permanecido ocultas.
    Desde ese día, un poeta enamorado que vivía ausente de todo lo que ocurría en ese pueblo, busca sin cesar la carta de amor que un día escribió a su musa, pero los buzones no se lo ponen fácil y cada vez que parece que va a alcanzar el sobre, se abre la puerta de un buzón y este se lo traga.
    El poeta llora su tristeza. La laguna crece.

  18. El joven cartero no conseguía seguir el ritmo.
    –Parece que las cartas no se acaban nunca.
    –No, nunca se acaban –le respondió el viejo cartero–. Lo que acaba es la jornada laboral.

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