Viernes creativo: escribe una historia

 

A todos nos espera a algo al vuelta de la esquina. ¿Qué les espera a tus personajes?

Fotografía de Constantine Manos.

©Constantine Manos

©Constantine Manos

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20 pensamientos en “Viernes creativo: escribe una historia

  1. La estación Spring

    Cada tarde me encontraba contigo a la salida del metro. Esperabas en la estación Spring, la llegada de tu amada. Todos los días una rosa. La escena era adorable, hermosa, tierna. Tanto que no podía evitar sentir que la soledad se apoderaba de mí. Nadie esperaba mi llegada. Jamás esa rosa sería para mí. Día tras día la escena dejó se parecerme adorable. Me hacía sentir miserable, patética, sola y desesperada. Me resultaba humillante, denigrante…

    No volverás a la estación Spring, ya no hay nadie a quien esperar, nadie recibirá tus rosas y tus dulces besos. Ella no te sonreirá más.

    Panda de imbéciles todos, accidente escribieron en el atestado. Ese fue el dictamen del juez al levantar el cadáver de la vía. Muerte accidental. Un tropiezo. Una macabra casualidad…

  2. La rosa
    Le esperaba en la estación como cuando eran jóvenes y buenos amigos. En ese momento no hacía falta esconderse más. Se amaban y pensaba decirlo en voz alta. Sus pieles cubiertas de arrugas no eran ningún impedimento. La primavera se anunciaba diferente. La rosa, símbolo de superación y ternura.

  3. Junto al andén te espero para hacerlo, no hay excusas ya. Llega el metro, se abre la puerta, te bajas, te encaminas hacia mí y me abofeteas. «Hemos terminado», me dices. Das media vuelta y, como si no fuera posible, entras de nuevo en el vagón, se cierra la puerta y te vas para siempre. Aprieto mis manos contra la última rosa que pensaba darte como despedida, y dejo que sus espinas perforen mi adiós.

  4. Quise escribir «primavera» sobre la pared, e inventarme una flor con la que sorprenderte, para abandonar el otoño inclemente que asomaba por todos los pasillos y en cada esquina.
    Soy un pasajero… esperándote.

  5. Estaciones

    En la estación invierno los hombres te esperan con chocolate caliente, churros y una manta, da la sensación de que vengas de una guerra y quieran refugiarte en el calor de sus hogares, nada de ir al cine, a bailar o a dar un paseo. Si bajas allí que sea por error, porque hace un poco de frío, porque necesitas resguardarte de la nieve, pero vete lo más rápido posible, en cuanto llegue un poco de luz.

    En primavera traen una flor en la mano, esperan la belleza tal y como la conocen: efímera. Son ellos los que en cuanto un mohín de desagrado o una arruga aparece en tu cara, te acompañan a la estación para que sigas tu camino, no te vayas a marchitar entre sus dedos.

    En otoño portan tarros de nostalgias, álbumes de fotos amarillas —una vez fuimos felices, recuerdas cariño—, puedes quedarte pegada a uno de ellos sin moverte durante siglos; no merece la pena vivir mirando atrás, mejor ni apearse, sonreír al pasado tras la ventanilla, seguir de largo.

    Si alguien quiere ir a buscarte que lo haga a verano, sin nada que ofrecer, sin nada que llevarse, desnudo.

  6. Siempre se dice lo mismo, que hoy la aborda, que hoy le habla, le pide una cita y le entrega la rosa.
    Y siempre vuelve a casa con la flor gastada, y se sienta en la mesa a mirar cómo se marchita.

  7. TE REGALO MI FLOR
    Cada día a una hora distinta ocupa su rincón en el mismo vestíbulo. Espera a que llegue el tren para ver bajar a su amada que siempre se esconde bajo un rostro distinto. Luego la sigue por la calle mientras ella, ausente, sigue su propio rumbo. Él camina buscando el mejor momento para decirle “aquí tienes, amor, te he estado esperando”, pero la ruta es, invariablemente, demasiado corta. Entonces vuelve sobre sus pasos llevándose otra vez la flor que traía. Qué pena que, tan preciosa como baldía, nunca le sirva para el día siguiente.

  8. El galán del metro

    Aguardó en ese recoveco de la estación del metro expectante ante el inminente encuentro con ella, la mujer que desde hacía un tiempo ocupaba su mente. La flor en sus manos era un arma con la cual pretendía doblegarla. La ocultaba tras su espalda; un arma siempre se oculta.
    La flor podía ser considerada cursi, pero era el día en que comenzaba la primavera, y lo cursi estaba permitido.
    Permitido sí, aunque no por eso exento de ser considerado cursi.
    Cuando la mujer lo vio portando esa arma, sonrió sobradora, burlándose de un detalle tan demodé.
    Es el siglo XXI, y los galanes ya lucen oxidados.

  9. Se arrebujan en los abrigos para mitigar el frío del adiós que ninguno pronuncia; bocas cerradas en un andén que se repite como el viento y los ocres y los azules. Lloran. Ella abre un paraguas y a él se le escarcha la sal en las mejillas. Cuando el silbato apremia, sustituyen los besos por una breve caricia de las manos para no dejarse de mirar los ojos y sus simas. Arranca el tren con ella dentro, entonces, como otras tantas despedidas, él recuerda el olvido de la flor y piensa: «para la próxima».

  10. AVE

    Desde que ha llegado el pasajero de la butaca de enfrente ha perdido la concentración. Abre el libro, lo deja en su regazo, mira por la ventana, cierra los ojos y levanta la nariz como un sabueso, a cada momento. En una de esas ocasiones el pasajero se da la vuelta y la sorprende alarmantemente cerca. «Perdone», se disculpa ella con una cierta turbación, «es que, ¿sabe? Huele como un amigo».

  11. NADA SOY SIN TÍ
    Dicen que era un ser taciturno, silencioso y retraído. Que a veces estaba tan absorto que parecía una estatua en mitad de la nada.
    Sólo veían la apariencia, no profundizaban. Pero yo vi brotar la sangre en sus manos cuando me apretó tanto, tanto… antes de reunir las fuerzas para lanzarse a las vías del metro.
    Nunca superó la muerte de su amada.

  12. Hoy no es ayer

    «¿No recuerdas que día es hoy?», me ha disparado Olga a bocajarro dejándome en un claro fuera de juego en mitad del pasillo. ¿Nuestro aniversario de boda? ¿Su cumpleaños? ¿El santo de su madre? ¿Otra vez Halloween?, qué sé yo. Quizás en otro tiempo, le hubiese mentido o tratado de adivinar la respuesta en sus ojos, pero desde hace unos meses ninguno de los dos nos preocupamos por disimular, y le he contestado que no con una desidia que me ha herido hasta a mí. Ella se ha enfadado por supuesto. Ha dibujado un puchero infantil en su cara de niña. Me ha insultado en veinte idiomas distintos, y se ha marchado a llorar como viene sucediendo en las últimas semanas. El portazo con el que ha cerrado la escena se ha introducido con violencia en mi oído, hasta llegar a mi boca para dejarme un mal gusto envenenado y acabar estrellándose a la altura de mi corazón. Maltrecho, he buscado refugio en mi sillón y, entonces, he descubierto que día era hoy. En el televisor estaba yo, protagonizando el vídeo que nos grabó mi amigo Pol en el metro. Oculto y con una rosa blanca en la mano, aguardaba a que apareciese para solicitarle matrimonio. Repleto de rabia, no me he podido resistir y le he increpado al yo de la pantalla para que huyese, él que aún estaba a tiempo. Pero el desgraciado ha desoído mis consejos y, cuando la ha visto bajar del vagón, tan radiante, tan princesa, se ha dirigido a ella, como un tonto enamorado, y se postrado a sus pies como hice yo. Aunque esta vez, para nuestra sorpresa, ni siquiera se ha detenido.

  13. TIMIDOS
    A ella el corazón le daba un brinco al verle, todas las tardes, parado en una esquina de la estación, con su acostumbrada displicencia. Para ocultar su rubor, fingía conversar por el móvil. Él, la veía pasar alegre y conversadora con algún admirador que la invitaba, por teléfono, a tomarse un café. Y como todas las tardes, una flor moría entre sus dedos, enlazados y escondidos en la espalda.

  14. BABOSAS

    Ahí está de nuevo, con alma ruin acicalada y acecho maquillado. Se asegura de haber limpiado bien su rastro y permanece quieto, paciente, vestido con su traje de oteador de primaveras frágiles. De su manga sobresalen pulidas oratorias cargadas de almizcle y patrañas. Es un buen camaleón. Hoy tendrá sobre unos quince; mañana quién sabe si veintitrés. Eso es fácil por las redes. Con suerte manchará de victoria otra vez sus calzoncillos. Si no lo consigue, no importa. Otro día encontrará mejor conexión, y volverá a atraer a nuevas víctimas con el néctar de un amor de flor cortada.

  15. La imposible primavera

    Todos los veintiuno de marzo, acude a su cita, como si el hecho de hacerlo bastara para que los acontecimientos sucedieran de la forma que deseamos. Pero esta vez, las estaciones se resisten a seguir la voluntad de los hombres y no llegan los trenes a su hora. Las muchachas han olvidado ponerse dos gotas de perfume en el cuello y florecen anárquicos los postes telefónicos. No ladran los perros mientras se congelan los arroyos.
    Todo eso sucede ajeno al devenir del hombre que esconde en su espalda la última rosa blanca de la tierra, apostado en la esquina de una estación de metro, aguardando a la única aspirante digna de tal presente. Ignora que por esta vez, al contrario de lo que ha sucedido durante todos estos años, una mano delicada aceptará la flor y ya no será necesario entonces buscar nombres para las cosas y abono líquido para los deseos.

  16. Lejanías
    Desde que te espero en la estación Primavera, tu tren se ha quedado varado en Invierno. Algunos pasajeros que llegan desde allí, se apean felices, contemplan el sol, se quitan las bufandas, aspiran aromas que tenían casi olvidados.
    Cuando les pregunto por ti, dicen que tu tren no consigue ponerse en marcha. Y que tú te niegas a coger otro. Aunque te insistan en que hay que seguir adelante, en que permanecer en una estación no te ayudará, sólo niegas con la cabeza y callas.
    Cierto es que nos perdimos de vista cuando en el andén de Verano, cogimos trenes diferentes. Pero siempre te he dicho que te esperaría en Primavera. Y llevo dos meses haciéndolo.
    No me quito el abrigo, porque sin ti, el frío me hiela los huesos, aunque esté en un andén florido en el que todos los pasajeros parecen felices y acalorados. Sólo me he animado a coger una solitaria rosa que escondo para mostrártela por sorpresa cuando bajes del tren al que nunca subirás.
    Tengo doloridos los dedos porque las espinas se clavan, pero aguanto. Te hice una promesa en la que no crees y es por eso que no llegas. Pero resisto. Hasta que el guarda me obligue a coger el siguiente tren con destino a Verano. Allí te buscaré en los paisajes que hemos compartido, aunque sepa que será inútil.

    http://laletradepie.com/lejanias/

  17. Primavera
    Ahora sólo tenemos verano, un verano interminable, sofocante. No me importa que desapareciera el otoño: no soportaba que las calles se llenaran de hojas. Tampoco me gustaba el invierno. Lo que echo de menos es la primavera. Desde que el clima se volvió loco, no tenemos primavera. Me sentía eufórico cuando llegaba. Siempre me enamoraba en primavera. Ojalá vuelva. Aunque sólo sea por unos días. Por unas horas.

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