Viernes creativo: escribe una historia

El verano es tiempo de salir a la calle, de visitar otras ciudades, de imaginar otras vidas.
¿Qué historias os sugiere esta imagen que captó la cámara de Hirokazu Toda?
Gracias a Raquel Lozano por la propuesta.

Hirokazu Toda

Hirokazu Toda

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15 pensamientos en “Viernes creativo: escribe una historia

  1. Todos ansiamos que llegue el verano, bueno…, casi todos. Aquellos que trabajan con el sudor recorriéndoles la frente y el cuerpo entero, a pleno sol, no gustan de este período. Al menos, eso le sucede a Martín. Llegado julio, se entrega a su trabajo estival: recorrer plazas y calles con su carrito de ricos y refrescantes helados. Sin Martín el verano no es verano. Cuando este termina, vuelve al ostracismo al que le condenan, involuntariamente, sus fieles clientes. Es algo inevitable.

  2. Globalización

    Hay gente que saca a pasear perros y gente que saca a pasear globos. Los que preferimos los globos frente a los perros, tenemos fama de locos, claro, porque el personal no concibe pasear algo que no sea un perro. Si supieran la verdad, nos tendrían un poquito más de respeto ¡¡Pero a ver cómo les explicas que, en realidad, son los globos los que nos pasean a nosotros!!

  3. SOLA

    Ella vivía tan metida en su mundo interior, aislada de todos y de todo, que hasta su sombra la abandonó. Salió volando enganchada a un montón de globos de colores.

  4. LIBERACIÓN

    Ana regresaba del colegio agotada, con la mente saturada de estudiar asignaturas inútiles y aburridas.
    Sacó sus auriculares dispuesta a conectarlos al móvil. Necesitaba evadirse, vaciar su cabeza, al ritmo de su música favorita.
    Pero no pudo evitar que, a la vez, se le escaparan sus sueños escondidos en globos de colores que elevó el viento.

  5. DE COLORES

    El vendedor de globos se ha desmayado. En su caída soltó el manojo de globos que llevaba. Una niña que regresaba del colegio lo agarró en un acto reflejo. Luego permaneció de pie junto al anciano mientras un equipo médico intentaba reanimarlo. Fue en vano.
    Apesadumbrada la chiquilla siguió el camino hacia su casa. En el trayecto fue soltando de uno en uno los globos de colores, amarillos, rojos, azules, para que le acompañaran en su viaje hacia el cielo.

  6. Recolección

    Algunas tardes de verano, cuando el silub mueve las cortinas verdes del salón, llama a la puerta la recolectora de globos. Nadie se explica su presencia en horas de tanto calor, pero igual abrimos y buscamos los globos que se han quedado tirados tras las fiestas de cumpleaños, los que duermen cansados en las sombras de la casa, los que aún la esperan. Por ella sabemos que hay gente que trata de ocultarlos en lo más recóndito, pero que se les escucha silbar a lo lejos. Y también que hay personas que dejan que se desinflen, hacen como que no los ven cuando caen al suelo con tedio, sin nadie que los aplauda o los lance por la casa o juegue con ellos. Globos que se quedan ahí, muertos, para nadie, para nada.

  7. Aniversario

    Hoy, 1 de julio de 2016, será una noche para recordar para muchos de los que se hallan en el recinto ferial. Debajo de una farola fundida un par de extraños se comen a besos. En la cola de los coches de choque los gemelos Rodríguez Cepeda están a punto de quedarse mellados. Se escucha un «sí quiero» en lo alto de la noria. El cabo Perales gana una chochona en la caseta de tiro. Una pareja de ancianos pasea abrazada por última vez. El poeta se queda sin versos ante su musa. La cita a ciegas adquiere el color rosado del dulce de algodón. Sally por fin encuentra a Harry. Mientras, enfrente del tren de la bruja, Remedios sostiene un globo, dos globos, tres globos, una docena; tantos globos como años hace que no estrecha entre sus brazos a su pequeño Hugo.

  8. Seductores colores
    Hoy es viernes, Aurora vuelve a pasar por allí y deja sonar la música como aquel día. Los globos que se escaparon permanecen tatuados en la pared de la vieja fábrica como una evocación. Formaron parte de los cien globos de atractivos colores que los nietos habían soltado para celebrar el cumpleaños de la abuela. La fábrica, ahora es un solar. La abuela ya no está. Los nietos tampoco. Las fiestas son de otra manera. Mientras camina, la música repiquetea como un hechizo a la sombra.
    Carmen Martínez Marín

  9. VIENTO

    Parecía una pequeña niña inocente: esa fue la primera impresión que tuve al verla, con su vestido blanco, su cabellos rojizos y sus zapatos de charol lustrados, llorando desconsolada mientras miraba al cielo.
    Al levantar la mirada, puede ver el pequeño manojo de globos de colores que ya comenzaba a elevarse raudo en medio de la clara mañana.
    No estaban tan altos en realidad, pensé y me dediqué a tratar de pescarlos, con saltos cada vez más altos, aunque por desgracia, infructuosos. Por fortuna, un fornido hombre que pasaba por allí accedió a ayudarme y me subí al instante sobre sus hombros.
    Luego, varias personas más se nos unieron, animadas tal vez por el llanto de aquella dulce criatura.
    Así logramos atraparlo, pero cuando ya me disponía triunfante a bajar con ellos, una inesperada ráfaga de viento comenzó a elevarnos a todos, mientras nos esforzábamos en no perder el delgado hilo que nos unía.
    Muy pronto, una multitud se unió alborozada a nuestro angustioso rescate, de modo que cuando el viento arreció, a punto de hacernos caer, todos los habitantes del lugar pudimos contemplar desde el alto y diáfano cielo de octubre, la enorme ciudad desierta y en medio de la plaza, la figura de una pequeña e inocente niña que sonreía, satisfecha.

    D.C. © JUlio 2016

  10. FRÍO ESTÍO
    Atrapada en el estío, vacía en la ciudad, imagino el tétrico escenario que me espera en estos días baldíos de mis primeras vacaciones de clausura. Hablo con las grietas de los edificios mientras me subo por las paredes. El maldito gusano de la canción del verano, encuentra su terrario en mi cerebro, y me da clases de lombricultura aplicada con estribillo. Si me pongo a beber cerveza por los codos en las terrazas de los bares, para evadirme de la realidad, mis axilas comienzan a cantar, y el camarero echa dinero en el platito del ticket para que me largue. Un rugido noctámbulo de Shere Khan, cuya autoría proviene del patio de luces y no da tregua, trepa desde la ventana de su habitación a la mía por los tendederos de las africanas, repletos de sábanas y telas color leopardo, y no me deja dormitar; saltándose todas las normas de buena convivencia de la comunidad de vecinos. El zumbido del mosquito se arremolina por el contorno de mis tímpanos, dejando mis oídos sordos, mientras juego una dura partida de tenis, con él, con mi raqueta anti mosquitos. Yo y cien mil razones, me empujan a cambiar avenidas desiertas de ciudad por paseos veraniegos al mar, a sacarme los auriculares del iPad de las orejas y cambiarlos por verbenas al aire libre y conciertos sin reventa; a deshacerme de las sombras que se repliegan sobre mi cuerpo, y que planean al viento de poniente, para después, mudándose con la piel, disipar las dudas; lanzar globos sonda de colores políticos, al aire, y evadirme de votos sin intención. Y es que, encontrándome a primeros de julio, sola, con mis primeras vacaciones en el paro a la vista, y unas segundas elecciones en el aire; mientras unos lanzan las campanas al vuelo, yo procuraré no abrasarme, tratando de sacarme las castañas del fuego.

  11. HILO DE VIDA

    Un sencillo plástico aluminazado, relleno de aire del mejor pulmón, serigrafiado por los colores más atractivos y elevado al máximo exponente del cielo, planeaba entre las nubes buscando un recóndito lugar donde amenizar una fiesta.
    Sabía de su poder de seducción, de esa atracción irremediable a las manos inocentes que deseaban acariciarlo, estrujarlo y al fin explotarlo o dejarlo desinflarse en el tiempo; igual que de su efímera función en la vida.
    Deseaba ser hinchado de orgulloso helio o sencillo soplo, para mostrarse en todo su oval y perfecto tamaño como un vendedor de sueños.
    Solo pudo con él el viento racheado y la mirada cabizbaja de una niña, que en vez de soltar hilo y sonrisas, liberaba lágrimas que ennegrecían una celebración en la sombra de alguna ausencia.

  12. La fiesta terminó. No me queda más remedio que volver a casa. La profe ya le avisó de que, a las seis, todo se acababa. Guadalupe ha hablado conmigo. Y me presentó a sus amigas. Qué lástima que se acabe el curso ahora que alguien me habla. Tendré que aguantar todo el verano a mi padre. Desde que lo echaron del trabajo se pasa el día bebiendo cervezas y viendo las tele. Además, tengo que estar siempre disponible para hacerle la cama, la comida, los recados… Y rezar para que no se enfade. Menuda vida para una niña. Bueno, una chica, ya. Si mi padre me dejara ir a la piscina o al cine y si tuviera amigos, seguro que se me harían más llevaderas las vacaciones. He podido coger estos globos. Qué bonitos. Qué no los vea mi padre. Los esconderé en el armario. Ellos serán mis amigos de verano.

  13. Ese chico

    Ya hace varios meses que se mudó esa nueva familia al bloque de enfrente. El primer día que ví a ese chico, descargando una camioneta destartalada junto a sus padres, hasta me asusté. Y fué porque él me miró, a mí que nadie me mira. Y yo, que siempre voy con la cabeza baja, ese día la levanté, justo para encontrarme con esos ojos, esa cara, y su sonrisa. Sentí que el corazón se me salía del pecho, acelerado. Me noté roja como un tomate, y corrí como un rayo a casa, me asomé enloquecida a todas las ventanas, hasta que por fin desde el ventanuco del baño pude observarlos. Tuve suerte, se habían instalado en el piso que da a esa ventana, y allí me encierro muchas horas al día a ver si aparece.
    Mi madre dice que estoy rara, que ya no como, y que paso mucho tiempo en el baño.
    Pero él no me ve, y no me mira cuando en la calle pierdo el tiempo, me ato los cordones, hago como que me caigo, arrastro la mochila con estruendo.
    Ahora he ganado algo de dinero por hacerle los recados a la vieja del quinto y me he comprado todos los globos del quiosco del barrio. En cuanto llego a la esquina los inflo y los dejo volar a mi alrededor. Ya se han acercado algunos críos de la calle riéndose y cogiéndolos para jugar. Les oigo decir que debo estar loca, o que todos los días son mi cumpleaños. Me da igual, todavía me quedan muchos, y voy a seguir haciéndolo. Sé que un día de estos él se dará cuenta y me va a sonreír como la primera vez.

  14. LA VENDEDORA DE GLOBOS

    Día tras día, mañana y tarde, siempre en el mismo rincón, la pequeña vendedora regala incansable alegría, ilusión, sueños y sonrisas en forma de globos de colores. Al anochecer, cuando el parque cierra sus puertas y su mundo queda desierto, cuenta las pocas monedas conseguidas, recoge su mercancía y, en silencio, inicia el camino de regreso a casa. Lentamente, con cada paso, la sombra alargada de un dolor antiguo y peligroso invade su alma. Dos lágrimas heladas brillan en sus ojos. Los cierra con fuerza para no derramarlas y, cual pequeña aprendiz de Mary Poppins, murmura entre dientes su conjuro impronunciable a la espera del golpe de viento que cambie su suerte para, aferrada al ramillete de globos que tampoco hoy consiguió vender, elevarse sobre los tejados, sobrevolar un instante la ciudad dormida y desaparecer al fin entre esas nubes blanditas, como de algodón de azúcar, que durante toda la tarde han flotado en el cielo. Aunque sabe, por supuesto, que tampoco esta vez sucederá…

  15. GLOBOS
    Hoy he estado con mi amiga Cristina. Llevaba en la mano un globo estampado. Me ha dicho que es la última moda en Nueva York. Sabe de lo que habla, pues devora todas las revistas y es muy estilosa. Cristina fue la primera a la que vi utilizando hilos de colores y la primera en traer globos personalizados. Supongo que tendré que hacerme a la idea de llevar globos estampados. La verdad es que me gustó mucho el de Cristina. Por cierto, estando en el parque, nos encontramos con Olga. Sigue siendo tan excéntrica como siempre. ¡Iba sin globo!

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