Viernes creativo: escribe una historia

Te iluminamos para que escribas. ¿Qué ves en esta imagen de Oprisco?

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Oprisco

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24 pensamientos en “Viernes creativo: escribe una historia

  1. Sandra estaba literalmente embrujada por aquella luz que manaba de la gigantesca bombilla de su habitación. Sus padres no habían podido comprar una lámpara o no lo consideraban una prioridad entre sus gastos. Por eso, cuando se acostaba y aquel punto de luz incidía en su cara, giraba sus ojos hacia ella y se sentía feliz. Era incapaz de apartar la vista. Al principio lo intentaba, pero pronto claudicó ante el encanto del resplandor amarillo. Pero lo que más le gustaba era que, cuando el sueño la vencía, soñaba encontrarse rodeada de miles de grandes bombillas como la suya, todas ellas encendidas, a pesar de no estar conectadas a ninguna fuente eléctrica. Entre todas ellas, aunque fuesen aparentemente iguales, reconocía siempre a la suya y no paraba de darle besos y abrazos. Como no podía ser menos. Cuando la niña despertaba, miraba al techo y la bombilla seguía encendida (nunca era capaz de apagarla, antes de dormir) pero la llegada del día hacía que su luminosidad fuese escasa. Entonces era cuando la apagaba y le decía, en voz baja: «duerme, ahora que es de día. Nos vemos por la noche. No me falles. Te necesito».

  2. Paradoja

    Instalada en un mundo áspero y hostil; rodeada de gigantes de hierro que amenazan inmovilizarla con sus largos apéndices, filamentosos, electrizantes; se siente arrastrada hacia el lado oscuro, las tinieblas, la nada.
    Y se resiste.
    Lucha con todas sus fuerzas para mantenerse en la luz aunque sea abrazándose, desesperada, a uno de los últimos artilugios que la pueden salvar.
    A su alrededor, el testimonio mudo de los que no lo han conseguido. En su interior, la certeza de la paradoja: sólo los tentáculos que la amenazan pueden hacer funcionar el artífice de su salvación.

  3. TIEMPO DE COSECHA

    Un año más el árbol gigante daba sus frutos. Dorothy los recogía con mucho cariño. Luego, con esmero, depositaba las bombillas, cuidadosamente envueltas en papel de seda, en el baúl de las ideas.

  4. FRÍO CRISTAL

    A cielo abierto, rodeada de soledad, busca el calor de un abrazo.
    Su vida ha sido muy dura, siempre sola, sin tener una caricia ni un gesto de cariño acompañado de calor humano. De institución en institución, no sabe lo que es un hogar. Su único delito, ser pequeña y huérfana.
    Nunca se queja, pasa desapercibida, es invisible para los demás, un número en un archivo olvidado.
    Ahora que la edad la ha liberado, sigue buscando en silencio, mientras tanto, abraza el calor frío de la bombilla, que un día iluminaba, daba calidez a la vida y que ahora, agotada como ella, la han abandonado.
    Hoy se siente aliviada, menos sola, aunque lo que reciba en su abrazo no sea calor humano.

  5. La decisión:
    Alicia se debatía en medio de una encrucijada ¿Qué camino seguir? El gato había sido claro al decir: «Si no sabes adónde vas, entonces poco importa el camino que tomes» pero ella no estaba del todo conforme con esta afirmación. Cierto que no podría precisar todavía hacia dónde se dirigía, pero tenía muy claro adónde no quería ir. Ante ella se abrían dos caminos: uno amplio y despejado, llano y tan largo que no era posible percibir ningún horizonte a lo lejos; el otro, serpenteante y estrecho, parecía ascender a lo alto de una elevada montaña. Alicia se estrujó la cabeza tratando de poner en marcha la tormenta de ideas que solía darle resultado cuando tenía que inventar algo, como era el caso de las redacciones de la escuela. Mentalmente trató de ordenar la información que recibía:
    El camino más amplio parecía cómodo, fácil, asequible, sin duda frecuentado por los muchos que con toda seguridad la habían precedido antes en ese cruce de caminos. Seguro que la gran mayoría abría optado por el sendero despejado a la espera de llegar a buen puerto. El otro sendero, estrecho, tortuoso, difícil, parecía ascender hasta lo alto de alguna cumbre, quizás una ermita, puede que un mirador, lo que no podía negarse es que las vistas tendrían que ser estupendas, lo suficiente como para compensar la subida. Recordó que la elección más difícil suele ser la más acertada en todos los cuentos que se precien y, por tanto, no le quedaba más opción que la de aventurarse en su recorrido y entonces, todo ese debate mental no había sido sino un falso recurso de su consciencia, por lo demás siempre tan previsible. Por si acaso, sacó su linterna y revisó las provisiones que le quedaban. La jornada prometía ser larga.

  6. La vida de las ideas

    El procedimiento es siempre el mismo. Unos plantan la semilla, la palabra, la frase, el sentimiento, por el campo abonado. Poco a poco van surgiendo ideas, crecen con filos o redondas, unas muy claras, otras más oscuras o contemplativas. Después las recolectamos. Las abrazamos. Y dejamos que brillen libres por el mundo hasta que alguien las adopte, las reproduzca y, al fin, las ejecute.
    Si no se apagan antes.

  7. Escenografía
    No sé cuándo empezó. Tal vez haya sido hace tiempo, pero hasta ahora no quise darme cuenta. Él me decía: Dulcinea (porque entonces me llamaba así), por ti haría cualquier cosa. Entonces yo le pedía que escalara el Everest, y él me traía el más bello copo de nieve de su cima. Pero él insistía: ¿quieres que te baje la luna? A mí me daba un poco de apuro pedirle que emprendiera semejante cruzada, pero al final, accedía. Al poco tiempo ahí tenía la luna sobre la mesa de la cocina y nos la comíamos a cucharadas.
    Cuando dejó de llamarme Dulcinea, debí detectar la señal de alerta. Pero tampoco le di tanta importancia. Nea, ¿quieres que le robe a la reina de corazones un pimpollo de su mejor rosal para ti? Y yo, aunque pensaba que tal vez era demasiado peligroso, porque todos sabemos la debilidad que la reina tiene por las cabezas masculinas, lo dejaba hacer. Pero cuando me entregaba la rosa, pinchaba mis dedos y me desangraba un poco, lo justo como para que él tuviera que pedir perdón.
    Sus ofrecimientos comenzaron a ser menos atractivos. Más bien digamos que se tornaron en burdos intentos por mantener mi amor. Ne, ¿quieres que te prepare un té? ¿Te enciendo las luces para que puedas leer mejor? ¿Compro algo para esta noche? Empecé a verlo como lo que en realidad es: un simple mortal.
    Anoche, después de una cena a la que invitamos al silencio a sentarse con nosotros, dijo que teníamos que hablar. Ne, tenemos que hablar. Eso dijo. Como en las películas. Y enseguida espetó su archiconocido ¿qué te pasa? ¿es que ya no me quieres?
    Y yo decidí ponerlo a prueba. Le dije que las cosas habían cambiado demasiado y que era él quien ya no me quería. Él lo negó. Tendrás que demostrármelo, lo desafié. ¿Cómo?, preguntó.
    Y entonces se me ocurrió eso de que si me quería de verdad, durante la noche tendría que bajarme al menos diez estrellas. Pero, N…, intentó protestar (¡ya ni siquiera me llamaba Ne!) Le cerré la puerta de nuestro cuarto en la cara.
    Acabo de despertar y él no está. Seguro que no se ha preocupado de hacer lo que le he pedido.
    Salgo de casa atraída por unas luces que se ven desde la ventana. Tal vez sí lo haya conseguido después de todo, me digo. Pero no. Sobre el solar de enfrente hay seis, ocho, diez bombillas gigantes desparramadas. Me acerco a tocarlas, aún están tibias y desprenden una luz amarillenta, pero van perdiendo brillo a cada segundo.
    Él se ha ido, lo sé. Como sé, sin mirarlo, que el cielo se ha quedado sin estrellas.

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  8. Nuestro faro

    Vivíamos más allá, cerca del horizonte, donde el pueblo se acababa; y rara vez recibíamos visitas. Las pocas, los comerciales de las compañías eléctricas. Trajeados y engominados los hombres y maquilladas y calzando zapatos de tacón, las mujeres, se presentaban con sus mejores sonrisas. ¿Tienen un momento?, preguntaban educadamente. Todo el del mundo, contestaba padre y se sentaba a escucharlos. Algunos hablaban y gesticulaban sin parar; otros mostraban gráficos, facturas o recibos de la luz; y los había que solo sabían criticar a la competencia. Cuando acababan de exponer su discurso, llegaba el turno de padre. De su habitación, madre extraía una bombilla enorme, la abrazaba contra su pecho y padre reclamaba la atención de los comerciales. Cerrando los ojos unos segundos interminables, murmuraba como si fuese un moscardón y cuando de nuevo dejaba entrever sus glóbulos oculares: Magia, la bombilla se iluminaba y se apagaba con cada parpadeo. Los comerciales boquiabiertos se quedaban sin palabras. Pero ahí no acababa su actuación. Utilizando su dedo como puntero, les mostraba como se cambiaban los canales de la televisión, centrifugaba la lavadora o se encendían las luces de toda la casa con su mirada. Poca venta podría extraer de un hombre tan iluminado y se marchaban admirados. Y es que con padre nunca nos faltó la luz en casa hasta que una noche se apagó.

  9. El reino de Los Valientes

    Linda tuvo una idea en un mundo donde las ideas se sacrifican. Son malos tiempos para ellas, pues los confortables reinan y han instaurado una ley: Queda totalmente prohibido tenerlas, alimentarlas y mucho menos tratar de materializarlas. Si alguien te denuncia ante ellos por tener alguna, pintan en la puerta de tu casa una S gigante y te conviertes automáticamente en un soñador. La gente se aparta de ti, te miran con desconfianza, algunos incluso te agreden o insultan.

    Si persistes en tenerlas corres el riesgo de ser juzgado en un tribunal donde te declaran culpable sin posibilidad de defensa. La pena a cumplir es el destierro y el sacrificio de todas ellas.

    Es inquietante y revelador, que los soñadores terminan desterrados. Pues todos y cada uno de ellos, sin excepción, no cejan en su empeño, a pesar de los múltiples avisos antes del juicio.

    Linda no fue un caso diferente, aunque antes de ser juzgada huyó, consiguiendo salvarlas a todas. Cuentan que camina junto a ellas buscando el reino de los valientes. Nadie sabe con certeza si existe, pero ella no renunciará hasta que lo encuentre.

  10. BUCLE

    Ésta mujer que está abrazando una bombilla gigante, una tarde escuchó a sus espaldas la siguiente conversación en un vagón de la Línea 6 del Metro de Madrid :
    —Si vas por el campo y te encuentras una bombilla gigante, no tienes más que abrazarla y pedir un deseo, que no se cumplirá jamás.
    Como ésta mujer es muy de creerse cualquier comentario que escucha en la Línea 6 del Metro de Madrid (Aunque sea a sus espaldas), desde entonces no hace más que vagar por el campo abrazando a todas las bombillas gigantes que salen a su paso. Las abraza como se abraza en un andén de la estación al novio que se va a la guerra, pero ni caso: todos sus deseos terminan cumpliéndose. Y eso que lo único que pide es que dejen de brotarle bombillas a cada paso que da, pero ni caso.

  11. EFLUVIOS DE IDEAS DE LA NADA
    Ya no llueven las ideas sobre el abrevadero. Se me resbalan las luciérnagas de las manos, y yo, que me atrevo a atrapar la luz —desprovisto de guantes y despojado de lujos—, se me cruzan los cables esperando saciar la sed al saber —de unos búfalos bicéfalos, que, al galope, desbrozan las carreteras de líquenes de asfalto—. Y, de nuevo, de la nada, brotan baterías de litio al compás, marcando el paso de sibilinos humanoides de acero al acecho, que, saltándose las reglas, entre acordes otoñales de glaciales bosques: hacen brillar las estrellas por su ausencia y, entre el murmullo del firmamento, piden autógrafos a los astros brasileños del balón.

  12. FILAMENTO DE VIDA

    Se quedó un instante abrazada al último brillo de sus ojos. Esos, que cuando le miraban desprendían caricias y hermosas palabras.
    Sorteó cada recuerdo que había iluminado su vida y ahora se mostraban esparcidos por un campo de sueños rotos.
    Recogió cada cristal, cada minúsculo filamento de luz y lo vertió en el contenedor de la magia verde. Después, sin cerrar sus ojos, se acurrucó en su silencioso regazo vacío de latidos y esperó a que la bombilla de su vida se fundiera con él para siempre.

  13. Filamentos de luz

    Cada tarde, próximo el sol a su ocaso, ella -etérea, suave y transparente- con esa lealtad inquebrantable tan propia de los amores platónicos, de los amores imposibles -siempre puntual- hace su aparición. Mágicamente se quiebra entonces la penumbra; arden en el firmamento, cómplices, las estrellas; se conmueven las almas sensibles y la asfixiante grisura del mundo de golpe desaparece, eclipsada tras su luz. Cobra en ese instante existencia la belleza. Silencio… Sus ojos se clavan en los míos. Una sonrisa adormilada; cierta niñez soñadora ya remota, casi olvidada; una voz que -sabia- a través del tiempo resuena, romántica, lúcida; una voz antigua y poderosa que mucho sabe de amor y soledad. Zonas de dulzura; palabras en melancolía enredadas que de las sombras rescatan a quien por ellas se deja embrujar; palabras que calman heridas, que al lugar al que alguna vez tantos sueños huyeron encaminan y, generosas, cada noche regalan algo que la vida nunca da: una ilusión, una esperanza, un misterio, el verso eterno de un poema que dos corazones une… Palabras que al amanecer se desvanecen raudas como una estrella fugaz. Frágiles destellos de luz, de dolor, de magia, de vulnerabilidad. Oleadas de alegría, de pena, de ternura. Lágrimas lentas de cristal. Latidos de Poesía.

  14. LA IDEA
    Lorena García ha tenido una estupenda y magnífica idea, tan estupenda y magnífica que a nadie ha revelado. Asegura que su idea cambiará el mundo. Lorena siempre habla de su maravillosa idea; nos tiene a todos intrigados. Barajamos diversas hipótesis, pero no conseguimos adivinar en qué consiste la grandiosa y extraordinaria idea de Lorena. Hemos acabado concluyendo que no tiene ni idea de cómo sacarle provecho.

  15. NOCHE DE DOMINGO A LAS SEIS DE LA TARDE

    Es difícil inventar una historia para esta foto un domingo en que las manos se vuelven frías y torpes con la oscuridad prematura de las seis de la tarde. Hay tanto contraste entre el cielo de la foto y el que se ve a través de los cristales que mi creatividad quiere hibernar y tengo que instigarla a golpe de chuches y cafeína. Miro fijamente a la modelo, una “Morticia Addams” remozada con un punto de glamour y otro de chaladura, pero nada, la inspiración no llega. Pondré entonces mi atención en las bombillas, me digo, y pretendo escribir algo simpático poniéndoles nombre de persona: Iluminada, Mari Luz… pero ni echándole humor me sale nada digno de ser leído por un prójimo que, con toda probabilidad, ha sido sugestionado por la imagen bastante más que una servidora. Me levanto, elijo un chicle de fresa, observo a Juanjo, de reojo, y un puntito de envidia me pincha al verle teclear con cara de concentración. “Tengo que superarle”, me digo, “no puedo permitir que su relato sea mejor que el mío”. Así que vuelvo a repasar las líneas que llevo por delante, busco sinónimos, me miro las uñas y finjo que tengo talento como para escribir algo decente. Y lo sigo intentando. Aunque el otoño se haya instalado en mis aletargadas neuronas y no se me ocurra algo ingenioso para terminar esta frase.

  16. Fugitivas

    Ella fue lo primero que vi al nacer. Era una bombilla de filamento amarillo que daba una luz muy cálida. Durante mis primeros días, cada vez que abría los ojos, me deslumbraba su brillo. Cuando aprendí a gatear y descubrí que podía moverme de forma autónoma, pude acercarme más a ella. No importaba lo alejada que estaba, serpenteando o a cuatro patas, conseguía acercarme al calor tibio que desprendía. Más tarde, me dijeron que no era mi madre biológica, quisieron convencerme de que era solo un objeto que mis parientes podían manejar a su voluntad, manipulando un interruptor. Pero para mí era mi verdadera mamá y aquellas maniobras absurdas de los mayores lo único que provocaban era que ella me guiñara el ojo. Cuando ellos no podían verme, pasaba largas horas en su compañía. Le contaba mis secretos mejor guardados, mis pecados inconfesables y ella me escuchaba atenta, sin reproches, con su sonrisa de wolframio. Como pasa con todo niño que descubre la vida adulta, con el tiempo la dejé a un lado y me dejé deslumbrar por otros sucedáneos. Ella quedó relegada a un papel secundario, en una lámpara de noche que pocas veces utilizaba. Allí pasaba los días, esperando en vano que cerrara el circuito y volviera a resplandecer como cuando yo era niña. Hace pocas jornadas llegó una circular del gobierno: las lámparas incandescentes debían de pasar a mejor vida. Había que sacrificarlas y sustituirlas por otras menos dañinas para la atmósfera. La carta amenazaba con fuertes sanciones a quienes no obedecieran las instrucciones. Yo sabía que era incapaz de cumplirlas. Por nada del mundo destruiría a quien me había dado la vida. La separé de la lámpara, la envolví en cómodos trapos, arranqué el coche y emprendimos una huida sin rumbo. Al final de uno de tantos caminos, donde se pierde el asfalto y las hierbas amenazan con borrar las huellas de paso, he encontrado esta residencia donde se refugian otras fugitivas como ella. Hemos llegado, pues, al final del trayecto. La abrazo con la angustia de las despedidas para siempre, pero soy incapaz de pronunciar las últimas palabras. Mira que sitio tan precioso, madre, nuestra nueva casa, le digo. Aquí estaremos bien.

  17. Quería pintar. Quería pintarme a mí misma. Y pronto comprendí que no podía en un lienzo plasmar una verdad objetiva, nítida e inmutable, sino más bien una pequeña patraña; una doble (o triple) ficción. Segura estaba de que no todos podrían entender este concepto. De pie delante del caballete, abrazada por la luminosidad de mi pequeño taller, me preguntaba quién, de los imaginarios visitantes de mi ficticio museo, podría llegar a las profundidades de la escena que yo dibujaba. «¿Por qué a pesar de la ínfima distancia entre las torres eléctricas de alta tensión y las bombillas no lograban estas últimas encenderse? ¿Por qué? Una —al menos una de todas esas bombillas— debía brillar más que todas las demás». Quería pintar. Quería pintarme a mí misma.

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