Viernes creativo: escribe una historia

A veces la vida se contiene a sí misma hasta el infinito. ¿Qué te sugiere esta imagen de Matt Stuart?

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Matt Stuart

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19 pensamientos en “Viernes creativo: escribe una historia

  1. Amable observa su vida desde la atalaya de sus 80 años. Si algo tiene claro es que no puede decir que haya sido «amable», como el nombre que se empeñó en ponerle su madre difunta. Siendo muy niño, ella desapareció y se quedó solo. No tuvo nunca un padre al que pudiese llamar «papá». El mundo a su alrededor le aterrorizó siempre. Tenía fobia social y, ni en sus años de vejez, era capaz de relacionarse medianamente bien con los demás. Sólo tenía aprecio por un objeto: su bicicleta. La mimaba y quería por encima de todo. Adoraba la redondez de sus ruedas. Los círculos eran las figuras geométricas que él más admiraba. Por eso, cuando llegó a la ciudad aquel círculo inmenso para distracción de niños y grandes, se quedó paralizado. Decidió acampar ante la enorme noria, todas las noches que estuvo en la ciudad, pero sin dejar de lado a su vieja bicicleta.
    Amable, analizando su vida, llega a la conclusión de que esta es circular. La bicicleta le acompañó hasta que perdió la movilidad de sus piernas. Ahora otras ruedas lo llevan de un lugar a otro y está, como cuando era niño, completamente solo.

  2. LA RUEDA
    — “Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo” dijo Arquímedes — te comenté mientras descansaba en ti. Con una sonrisa continué — ¿Sabes? Yo debo de ser un descendiente suyo o su reencarnación.
    Cambié de postura y me senté en el suelo. Me giré hacia ti.
    — Mi madre siempre dijo que nací rodando… — estallé en una carcajada escandalosa y te susurré — casi me caigo de los brazos de la matrona. Imagina el ímpetu con el que salí.
    Tú seguiste mirando el infinito, como si aquella conversación no fuera contigo. Seguí la dirección de tus ojos y descubrí la sombra de montañas a lo lejos, en el horizonte. Era imposible hacerte sonreír.
    — Aprendí a ir en triciclo antes incluso que andar y ya no me he separado de ellas — te dije mientras hice girar la que tenía atada a mi espalda.
    Seguías inmóvil. En ningún momento te vi parpadear. Y me puse serio.
    — Las veo en todas partes. En los platos que se mueven por un palillo, en la noria girando sin parar —. Me quedé callado unos instantes para continuar después en voz más baja. — Aún conservo el aro de mi abuelo, ese que hacían dar vueltas mientras ellos corrían como locos.
    Me levanté de un salto sin sorprenderte, sin asustarte. Y comencé a mover la cadera.
    — Incluso el hula-hop no tiene secretos para mí — te susurré al oído mientras seguía mi ritmo interior.
    Te abracé y me alejé de ti. Descendí por el terraplén. Una vez abajo te volví a contemplar.
    — Posiblemente muera bajo las ruedas de un camión — te grité ayudándome con las manos a modo de altavoz.

    Y tú, estatua de los caídos en carretera, madre llorando por la pérdida de tu hijo querido, fuiste el primer testigo de cómo me subía a la verja y saltaba a la autopista.

  3. El Tour, el Giro, la Vuelta, la Clásica, la París-Niza. Las había disputado todas. Algún trofeo incluso. Un maillot amarillo al lado del espejo del baño y una maglia rosa en el recibidor. Glorias fugaces, victorias pírricas contra los elementos, contra los otros ciclistas fueron relatadas por la prensa deportiva de sus días. Hoy abre con maquinal indiferencia su taller de reparaciones caseras en el barrio que le vio nacer; remeda cámaras, engrasa cadenas, poco dinero para tanta fama.

    Ha pasado la mañana en blanco y la tarde será igual; escala al poco cuero que se aferra a la estructura del sillín de su mítica Orbea, y marcha a dar vueltas por el parque. En sus oídos silban los vítores y los ánimos de la afición que le llevaron a las cumbres más inaccesibles. Sólo cuando se detiene a respirar un poco y mira hacia arriba, se da cuenta de que la noria que han instalado en la feria tiene los radios descompensados. Se nota desde lejos que no se fijaron con profesionalidad; se doblan. Las carlingas rebosan hormonas y chorrean felicidad mientras la estructura se lamenta y cruje para pedir clemencia y favor de parada. Él sabe lo que ocurrirá cuando se revolucione el motor y los pesos se mal distribuyan. Piensa, por un momento, en detenerlo todo. En salvar vidas. En volver a la portada de la prensa. En los nuevos vítores y alabanzas. Y en eso piensa cuando salta el primer tornillo de la base.

  4. CUENTA ATRÁS

    120, 119, 118, 117, 116…
    La cuenta atrás no se detiene, en 115 segundos la noria que hace girar el mundo se detendrá, y todo dejará de moverse.
    95, 94, 93, 92…
    Se acerca el final de nuestras vidas, saldremos despedidos al espacio, al universo infinito, todo se habrá acabado…
    61, 60, 59, 58…
    Un minuto, tan solo un minuto, recordar mi vida en un minuto…imposible. No sé incluso si fui feliz, ahora solo sé que tengo miedo.
    33, 32, 31, 30, 29…
    Las emisoras de radio han dejado de emitir, la luz viene y va, ya no hay agua…
    La oscuridad se está apoderando de todo. Aunque ya vivíamos una época oscura, si los políticos hubiesen hecho caso a los científicos, tal vez no hubiésemos llegado a esto, pero ahora no hay remedio.
    Se escucha un gran crujido, como el bramido de una bestia…
    10, 9, 8, 7, 6, 5, 4, 3, 2, 1…
    De repente escucho el sonido de la alarma del reloj de mi muñeca, por dios, estaba soñando, todo era una pesadilla…
    Hace mucho frío, me siento mareado, no logro encender la luz, no encuentro nada, estoy como flotando, hay una gran oscuridad, todo es negro, todo es soledad…
    Estoy perdido en el universo infinito…

    (es mi primer relato de ciencia ficción)

  5. RODAR Y RODAR

    No era un ángel como los demás, a él no le crecían alas en la espalda, en su lugar llevaba una rueda de repuesto para poder recorrer los caminos terrenales y remediar las múltiples injusticias con las que tropezaba.

  6. Levantó lo justo la rueda delantera para pasar por encima y la trasera le dio la puntilla. Un crujido de huesos se oyó entre el denso tráfico. Paró uno metros más adelante y bajó de la bicicleta. Dio media vuelta y allí estaba tumbado en el asfalto. ¿De dónde había salido aquel caniche?.

  7. Los años ya le pesaban. No cabía duda, había disfrutado a tope de la vida, de una vida por cierto complicada y ahora vivida en soledad.
    Su bici había sido el testigo mudo de su sufrimiento durante la ocupación nazi, de sus encuentros clandestinos en la granja de François para tramar el siguiente atentado contra el ferrocarril para intentar retrasar e incluso lmpedir que los bofes trajeran nuevas tropas de refresco.
    Y ahora, cuando ya sólo era un trasto inútil, le seguía acompañando siempre. La llevaba desmontada a su espalda, como si se tratará de un peso ligero, etéreo…
    Era, o al menos eso sentía él, como si caminase siempre con su ángel de la guarda.
    Una tarde, en la que sus pies le pedían caminar, se acercó a la feria, a aquella rueda sin fin, a aquel conglomerado de hierros y tuercas cuyo único fin era proporcionar felicidad, y así supo que aquellos radios que llevaba a la espalda habían tenido la misma función, hacerlo sentirse útil, feliz y un poco más libre.

  8. Pedro tenía 70 años y un gran sueño, llegar a los Campos Elíseos de París montado en su bicicleta.

    Tras muchos años de entrenamiento y antes que sus piernas o su cabeza le fallasen, decidió salir a buscar su sueño. Atrás quedó su pequeño pueblo, su familia y su hogar. Comenzó a pedalear con su gorra de siempre, cargado con su mochila y su rueda de recambio. Todo lo tenía previsto. No quería que un problema técnico, acabara con su aventura antes de tiempo.

    De pueblo en pueblo, con su pedaleo lento pero constante. Sus piernas estaban cada vez más cansadas, pero su corazón le daba alas para seguir.

    Sus viejos ojos descubrieron al fondo la gran ciudad. La Torre Eiffel lo saludaba a su llegada. El Arco del Triunfo le esperaba para hacer su entrada triunfal en su sueño. Lo había logrado. Se sintió como si fuese el ganador del Tour de Francia desfilando por Los Campos Elíseos.

    Lo celebró con los brazos levantados y mirando al cielo. De repente la vio, allí estaba ella, esa gigantesca rueda de bicicleta en la que la gente era elevada a las alturas, como si volaran.

    Sintió en su interior que allí nacía un nuevo sueño: Volar…

  9. PERSIGUIENDO UN SUEÑO

    Peter tenía 70 años y un gran sueño, llegar a los Campos Elíseos de París montado en su bicicleta.

    Tras muchos años de entrenamiento y antes que sus piernas o su cabeza le fallasen, decidió salir a buscar su sueño. Atrás quedó su pequeño pueblo, su familia y su hogar. Comenzó a pedalear con su gorra de siempre, cargado con su mochila y su rueda de recambio. Todo lo tenía previsto. No quería que un problema técnico, acabara con su aventura antes de tiempo.

    De pueblo en pueblo, con su pedaleo lento pero constante. Sus piernas estaban cada vez más cansadas, pero su corazón le daba alas para seguir.

    Sus viejos ojos descubrieron al fondo la gran ciudad. La Torre Eiffel lo saludaba a su llegada. El Arco del Triunfo le esperaba para hacer su entrada triunfal en su sueño. Lo había logrado. Se sintió como si fuese el ganador del Tour de Francia desfilando por Los Campos Elíseos.

    Lo celebró con los brazos levantados y mirando al cielo. De repente la vio, allí estaba ella, esa gigantesca rueda de bicicleta en la que la gente era elevada a las alturas, como si volaran.

    Sintió en su interior que allí nacía un nuevo sueño: Volar…

  10. RODANDO

    Al quedarse huérfano, vendió todas sus posesiones y se compró una bicicleta. No necesitaba más, apenas una pequeña mochila con lo imprescindible. El mundo es el hogar cuando no hay más raíces. Con una rueda de repuesto a la espalda partió, sin rumbo fijo ni objetivo alguno más que el darse una vuelta más allá de los límites del vecindario. Lola, su amiga de toda la vida y encargada ahora de recibir el correo y gestionar los papeles, le siguió con la mirada hasta que el trío de ruedas desapareció de su campo visual. Arturo Valle, era el nombre con el que lo conocía, aunque, en ese momento, ella le hubiese llamado Arturo Carretera.

  11. La noria

    No daba crédito, él estaba delante de mí y actuaba con total normalidad. Tranquilo, observaba a su alrededor como si fuera un mortal más. Ninguno de los presentes daban muestras de verle. No había gritos, ni carreras. Parecía como si fuera invisible a ojos de todos menos a los míos. Mis ojos si eran capaces de verle. Llevaba una rueda en la espalda mientras observaba la noria en la feria.

    De repente lo entendí todo, más bien lo visualice como una premonición. Como una escena de acción de una mala película de serie b. La criatura cogería la rueda y con un solo movimiento sería capaz de tirar la noria al suelo con todos sus ocupantes.

    ¡¿Como podía pararlo?! Traté de gritar, de alertar a la gente, pero el tiempo se congeló. Fue un instante nada más, en el que todo permaneció inmóvil mientras el demonio se dio la vuelta lentamente para mirarme. Los ojos encendidos de odio y un «tarde» flotando en el aire a modo de susurro.

    Horrorizada corrí mientras la noria rodaba campo a través. Los cuerpos salían volando como maniquíes inertes. Algunos desmembrados. Los chillidos de pánico se mezclaban con los alaridos de dolor.

    —Nadie me creyó, ¿sabe? Clausuraron el parque tras el accidente.
    —¿Estás aquí, cariño? Hace frío fuera, tienes que entrar.
    —No me moleste, estoy hablando con este periodista tan simpático.
    —Claro que sí, querida. Pero es tarde y debe marcharse. Vamos a cenar.

    —¿Dónde estaba?
    —Hablando con la papelera otra vez. Hay que avisar al doctor para que le suba la medicación.
    —¿Otra vez la historia de la noria? Pobrecilla, si sigue con eso no saldrá nunca de aquí.
    —Una pena, sí…

  12. Fractal, por Luciano Doti

    El ciclista ya no era joven. Estaba parado frente a una gran rueda que le recordaba las ruedas de su bicicleta. La imagen lo indujo a pensar acerca de que el mundo podría estar hecho de muchos elementos que contienen pequeños similares en su interior.
    Ahora, parado frente a esa enorme rueda, reflexionaba que era tan grande como esos sueños que jamás llegaría a cumplir.
    Moriría pronto, y tal vez reencarnaría para poder concretar esos sueños, tan grandes como esa rueda, o como los universos que contienen otros hasta el infinito.

  13. De padres a hijos

    Papá siempre soñó con convertirse en un funambulista. Caminar de puntillas sobre los alambres, desafiar a la vida desde las alturas. El abuelo se opuso y trató de inocularle su pasión por los sellos. No lo consiguió. La primera pertenencia que se dejó olvidaba cuando emigró de su casa fue el álbum con las miles de estampas clasificadas. Jamás volvió para recuperarlo. Al poco tiempo nació mi hermano Bernabé y con él se volcó. En cuanto empezó a andar, le enseñó las técnicas de los equilibristas que él nunca había podido practicar, primero a ras del suelo y poco a poco cogiendo altura. La de tendederos, azoteas o edificios que mi hermano ha atravesado, con red y sin red, y siempre con los ojos orgullosos de papá guiándole durante estos años. Hasta que hace unos días, Bernabé se cayó desde lo alto de un campanario y se rompió las dos piernas. Entonces, con mi hermano postrado en la cama y leyendo a escondidas sus libros de poesía, papá reparó en mí. Sufre vértigo, le dijo mamá protegiéndome y, a solas, continuamos elaborando tartas de chocolate.

  14. VERSIÓN CACHONDA DE UN VERSO MUY SUELTO

    Me salí del extrarradio, de cada uno de los radios, de una gigantesca rueda que hacía girar el mundo —en un mismo sentido— sin dar sentido a mi vida. A cada vuelta completa, de rueda, rodaba de un tirón toda «La Vuelta a España», sin etapas. Imaginaros los piñones de la bicicleta, en comparación con la rueda: debían de guardar la misma milimétrica proporción, que una tapa, de comida, dentro de un plato Michelin, con estrella —sí, sí, de esos que ahora mismo estás pensando: de los que te salen por un riñón, valen una pasta y te cuestan un disgusto corriente, a tener en cuenta (porque lo pagas bien pagado, a tocateja, como las falleras, pero sin pelo ni moño de por medio), y no lo haces con billetes: porque, de estar en el bolsillo trasero, te los roerían los rateros y, de hacerlo en el delantero, el fajo parecería un par de testículos recubiertos de picaduras, tras ser sumergidos en un avispero. Lo pagas con la Visa de crédito que, aunque te viene a final de mes, siempre te pide de comer (como el hijo soltero, de sesenta, que todavía tienes en casa —a cuerpo de rey— a pesar de que le habrías pagado un safari en Botsuana para que se fuera a cazar a los pobres elefantes y te dejara tranquilo/a); aunque, todo hay que decirlo, estas diminutas degustaciones son pura poesía para los sentidos —pero, aunque te entren las ganas de cantar, supón que nunca ganaran el Nobel de literatura, ¿o, tal vez, sí? Dadle a la cocción tiempo y, a fuego lento, la gallina vieja será una Burbuja Freixenet en su caldo —.

  15. Gigantes

    Papá me dijo que las norias en los parques de atracciones, podían ser robadas por un gigante para armarse bicicletas. Por eso cuando nos subíamos a una, me pedía que no gritara para no alertarle sobre nuestra ubicación. Así, conteniendo el terror, superé el miedo a las alturas.

    Hoy voy a hacer lo contrario y voy alertar al gigante sobre mi ubicación, por lo cual desarmaré la vieja bicicleta y colocaré sus ruedas afuera de mi casa, para cuando las encuentre me diga: “Hijo, me las llevo para ponerme a pedalear en el cielo”, o donde sea que esté ahora.

    http://holamellamojuliodavid.blogspot.cl/

  16. Un coleccionista

    No soy un cleptómano, ¡qué ocurrencia!, y me ofende terriblemente que de mí hayan llegado a imaginar tal cosa. Simplemente soy un tipo con suerte, un coleccionista si precisan catalogarme de algún modo (un coleccionista de extravíos ajenos. Sí, me gusta esa expresión y pronto verán que me define a la perfección) y, aunque no lo crean, cada día, en cada esquina, los más insospechados hallazgos salen a mi paso. Esta ciudad está repleta de tesoros aunque, al parecer, poca gente los detecta y no entiendo por qué ni cómo es posible que a todo el mundo pasen tan desapercibidos; que nadie se percate de la existencia de semejantes maravillas cuando a mí, a cada instante, me asaltan por sorpresa… Sólo es cuestión de andar alerta y con los ojos bien abiertos para no perder la oportunidad. Nunca se sabe lo que uno puede necesitar en estos tiempos inciertos. Ya ven, hoy ha sido esta estupenda rueda de bicicleta que cargo a la espalda, hace unos días ese colchón tan acogedor y blandito con el que casi tropiezan al entrar -todo está manga por hombro, lo sé y ya me disculparán ustedes pero no esperaba visitas a estas horas; ni a éstas ni a ninguna en realidad…- incluso, escondida por algún rincón, me acompaña una encantadora y traviesa familia de ratoncitos que una noche encontré a punto ya de desfallecer de frío y que desde entonces entretiene mi soledad, no saben lo simpáticos y divertidos que pueden llegar a ser estos animalillos, aunque algo asustadizos, cierto es… Por cierto, mi nombre es Ernesto, creo que ya se lo dije antes, ER-NES-TO, y que yo sepa no padezco síndrome alguno así que dejen ya de llamarme Diógenes, háganme el favor…

  17. NORIA MADRE

    Recuerdo como si fuera hoy el día que La Noria llegó rodando desde el cielo y se plantó con absoluta osadía en este parque, como si hubiera recorrido entero el espacio interestelar hasta encontrar el lugar exacto que debía ocupar en este universo. Vinieron a visitarla militares , científicos y mandatarios de todos los estados y le surgieron millones de devotos y detractores. Paranoicos que vieron en su llegada el anuncio del fin del mundo; suicidas, fanáticos y místicos se instalaron a sus pies mostrando cuántos perturbados pueblan este miserable planeta.
    Han pasado los años y ella, indolente, sigue rodando como el primer día. Pero ya no es noticia, ya nadie le hace caso. Solo yo vengo a verla de cuando en cuando, porque la quiero, porque siempre he sabido que si atravesó el cosmos hasta aquí, fue solo por mí.

  18. CUMBRES DE LUJURIA

    Ella radiaba latidos, él propulsaba encuentros. Y una mezcla de sudor y húmeda palanca se enredaban entre las ruedas desinfladas de una bicicleta que no recorría ninguna senda que no fueran sus cuestas.
    Aquellas, las más sedosas, le costaban; las más imprudentes las encumbraba con el desafío de sus manos y las que acechaban en el ángulo secreto de su pálpito, eran un triunfo, un vicio en el diámetro y una agonía al saber que en ese camino pocas veces podría dejar sellada la impronta de su huella.
    A la espalda cargaba los piñones de ausencia y con la mirada, a lo lejos, recordaba los instantes en que montarla era un placer para sus yemas que descendían hasta la locura.
    Nunca un cielo fue más azul, ni una sintonía más humana. Reptar hasta la altura de sus cadenas y acariciar el manillar de su piel era el deporte por el que cada noche entrenaba.
    Hoy, aún recuerda ese pedal de vida que fue motor en la estructura de su cuerpo y quebranto en un sillín, que sin rasguños, le condujo a la lujuria.

    Transmisión de movimiento al giro de un eje inconcluso en la cima

  19. Bípedos

    Cuando alguien lleva con tanta naturalidad una rueda de bici colgada a la espalda, probablemente sufre de algún tipo de obsesión, casi siempre producto de un trauma infantil. Luego, claro, mire donde mire, ve ruedas por todas partes, a cada cual más imponente. Otros se obsesionan con las casas, como Donal Trummp. D.T., cada vez que veía una casa, se la compraba y la llenaba de picaportes dorados y alfombras de piel de oso con cabeza incluida. Un día vio la Casa Blanca y cuando se enteró de que no estaba en venta, se presentó a las elecciones de los Estados Unidos, las ganó y ya está haciendo la mudanza a su nuevo hogar ¿Qué no sabe nada de política? Cierto, pero tampoco nos consta que el tipo de la rueda a la espalda sepa montar en bicleta (Que sujete una con su mano derecha solo es un indicio que, técnicamente, no demuestra nada ) Los traumas infantiles tienen estas contradicciones, ya te digo.

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