Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid y que este domingo cambian la hora. ¿Qué te sugiere esta imagen de Elmar Geißler?
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Detener el tiempo
con gotas impenitentes de olvido.
Segundos, minutos y horas se adormecen
sobre un colchón mullido de recuerdos
que disipan borrascas,
que inspiran versos marcados
por el dolor sobrevenido,
aleteando, ahogado, tras el hogar
de ventanas ciegas y puertas abiertas.
Cuestión de tiempo
La Subcomisión para el Estudio de la Racionalizaión de los Horarios, la Conciliación de la Vida Personal, Familiar y Laboral y la Corresponsabilidad habla de reunirse de nuevo, este año, para decidir si se cambia el invierno por el verano. Si barren ya los soles y los alisios y los cambian por vientos huracanados, frío y nieves perpetuas. De momento han quitado las agujas a todos los relojes y los guardagujas esperan, con paciencia, a que decidan a qué hora se reúnen, qué día, de qué año. Mientras tanto, desvían todos los trenes que llevan destino a las vacaciones y tejen un jersey. Por lo que pueda ocurrir en este destiempo.
Desvelo
No puedo creer que alguien se dedique al estudio de la racionalización del tiempo. Menos aún la repercusión de esa noticia, de este lado del mundo, causa de mi desvelo. Una locura que se haya decidido convertir la primavera en una mala copia del otoño. Sin agujas todos los relojes, por Convención internacional, nadie sabe en qué momento saldrá el sol. De momento, hay un proyecto que avanza: perpetuar la luna. No hay fecha cierta, por los motivos ya conocidos. Desviados los trenes, los aviones y los buses, solo queda pertrecharse bien. Se recomienda usar medias coloridas y tener a mano muchos libros.
Foto fija de cuando el tiempo no existía, es decir, antes del big bang o aquellos primeros meses contigo.
A DESTIEMPO
Los relojes se habían parado. La ola de huracanes, el movimiento del eje de la tierra, y el cambio climático habían desprendido las agujas de los relojes analógicos, y habían detenido el movimiento de los relojes digitales.
Ahora, cuando todos nos movíamos a destiempo, sin un patrón que guiara nuestros pasos, la libertad ansiada por tantos, durante tanto tiempo, nos traería ahora sin remedio el CAOS…
El Gran Relojero se ríe de la ignorancia de los hombres. Creen que ha fabricado un reloj. En realidad ha hecho un cronómetro, y la cuenta atrás no se detiene.
El reloj de la abuela
Vine a la ciudad gracias a la abuelita Matilde, ella se preocupó de que me desmontasen con diligencia y de que embalasen con mil amores entre papel de burbuja mis frágiles péndulos dorados de latón y la recamada caja de cerezo.
Desde el día que nos instalamos en la nueva casa, me colocaron en el recibidor para darle un aire más distinguido y acoger a los huéspedes.
Yo me sentía poderoso, ya que marcaba el ritmo de vida en la casa de los Martínez. Ordenaba con disciplina castrense cuando había que levantarse y cuando había que acostarse. Pero algunos días mi estado de ánimo decaía, me sentía tristón y me costaba dar las horas, entonces mi quejumbroso cuerpo crujía como la proa del velero en altamar. Otros, por hacer la gracieta, me adelantaba o me retrasaba, pero el reloj del Convento de las Hermanitas Clarisas que era un chivato, me delataba.
Por las mañanas me pasaba las horas escuchando la música que ponía la abuelita Matilde en el salón, todos los días sonaba la de: “Tres cosas hay en la vida salud, dinero y amor”, pero ayer puso otra que me cambió la vida, la de “Reloj no marques las horas”. Desde ese día, decidí perder las agujas y que en casa de los Martínez se diesen cuenta que además de salud, dinero y amor, era necesario tener tiempo, tictac, tictac, tictac…
j. mariano seral
NADA
Es noche cerrada y por eso
Comprendo que el tiempo ha debido detenerse
La luna bruja y hechicera se esconde
Ocultando su brillo plateado en las penumbras
Parando agujas de un reloj invisible
Recordándome que aún sigo siendo palpable
Aunque mi arena hace tiempo se ha extinguido.
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DESTINO
Pasaron los minutos, las horas y cayeron las agujas del reloj; Alicia no vio pasar al Conejo Blanco y perdió el tren hacia el País de las Maravillas.
ESTACIÓN TÉRMINO
Despertó entre los restos del vagón, rodeada de cadáveres. Permaneció en estado de «shock» durante un tiempo, hasta que fue consciente de su situación bajo aquel ensordecedor silencio. No escuchó gritos de dolor ni peticiones de socorro de otros supervivientes.
Pensó que el tren había explotado. Logró liberarse de los asientos que la cubrían. Llamó a Sam, su marido, con voz temblorosa. Apenas podía ver más allá de sus narices. Nadie respondió. Salió al andén atravesando aquel amasijo de objetos y cuerpos. Contempló la “Grand Central Terminal” arrasada.
Comprendió que su tiempo se detuvo para siempre cuando aquel reloj, que yacía destrozado sobre los escombros, dejó de latir
DESEANDO EXPIAR LAS CULPAS
Descubrir entre las cenizas de la vivienda la esfera rota de aquel reloj, que tanto había significado para su padre, fue el golpe más duro que había recibido en su vida. Ni siquiera su dilatada experiencia profesional como inspector de policía impidió que las lágrimas brotasen. No obstante, tampoco la nota de suicidio impidió que su olfato de sabueso indagase con ahínco entre los rescoldos, en busca de algo que expiara su culpas por haber permanecido distanciado de su padre durante tantos años. En el fondo hay noticias para las que nunca se está preparado.
Reloj
-¿Tiene relojes para viajar en el tiempo?
El relojero lo miró como se suele mirar a alguien que acaba de hacer un pedido insólito.
El cliente repitió el pedido.
-Necesito un reloj para viajar en el tiempo y no sé si acá los conocen.
El relojero lo tomó por loco, por el pedido y por su apariencia.
-No, acá no conocemos eso. Creo que vas a tener que ir a otro lado.
-¿O sea que nunca vio uno de estos? –dijo el cliente, y extrajo un reloj antiguo de su bolsillo.
-Sí, los vi, pero nunca me enteré de que sirvieran para viajar en el tiempo.
El cliente salió balbuceando una disculpa o un saludo de despedida. Caminó deprisa sin saber adónde.
El otro relojero le había dicho que viaje, que su invento servía tanto para ir como para volver. Y así sucedió: en el primer viaje fue y volvió sin problemas. Pero en el segundo, el reloj se averió. Se le ocurrió que tal vez, siendo el futuro, ese invento ya podría ser popular y venderse en cualquier relojería.
Ahora erraba por las calles. Aparentaba lo que era: un hombre extraviado en el tiempo, sin dinero, con ropa antigua y un reloj también antiguo que no le servía ni para dar la hora. ¿O podía servir para algo?
Regresó sobre sus pasos en busca del relojero, no el del invento.
-¿Usted compra relojes antiguos aunque no funcionen?
Grand Central Terminal
La ciudad nueva se come a la Gran Manzana. El tiempo se detiene en la Grand Central. Los trenes se evaporan cuando alcanzan el andén. Los pasajeros esperan cargados de maletas que les son ajenas. En los paneles de información, las letras y los números giran y giran sin encontrar hora ni destino. Bartal, de rodillas, coge la mano de Gladys mientras espera su respuesta. Ella, poseedora de un futuro incierto, deja la cofia, el delantal y el expositor de tabaco a una muchacha más joven, más alta y con muchos más sueños, antes de darle el sí a ese joven desconocido. Ernst Lubitsch recorre la estación como un poseso, agitando los brazos mientras grita: «corten, corten, corten» sin que nadie le escuche, sin que nadie repare en las saetas que oscilan en sus manos airadas. Un reloj, olvidado en un rincón con cuerda para rato, exhala su último suspiro. Un dindón de hojalata se esparce por el aire para anunciar que el tren con destino a Putnam está a punto de partir. Gladys y Bartal, a los que nada se les ha perdido en Putnam, salen a Park Avenue y pasean de la mano por una ciudad que, aunque distinta, recuerdan haber soñado alguna vez.
https://lalevitadellagarto.blogspot.com/2018/10/viernes-creativo-elmar-geiler.html
DESEANDO «HORARTE»
Cambié de hora, de vida, de segundero en la estación marcada por el infortunio. Cambié mi dirección, el horario del invierno, la luz ahorrada a una suma de desdicha. Cambié el huso de su encuentro, la aguja que atentaba contra mi cuerpo. Cambié la vida por la muerte…
Hoy me obligo a que la luz entre por la ventana, que el desasosiego se enrolle en la persiana, que sea el tiempo quien decida la tonalidad de mi piel.
Hoy he decidido que suprimo todo programa que no venga con un manual de instrucciones, que no me imponga un argumento que atente a mi raíz.
Hoy mi ciclo se nutre de un despiece brutal, de un brote de alas, de un cesto que reniega pudrirse en el reposo de unas palabras inconclusas en la pureza de mi alma…
Hoy cambié de hora, de vida, de segundero, de estación…
EL HOMBRE AGUJERO NEGRO
El tiempo se detuvo desde que te conocí. Caí atrapada por tus falsos destellos. Apagaste mi ser. Incluso, los silencios de mi mente dependían de ti. Tú lo ocupaste todo, eras mi principio y fin. Me absorbiste tanto que, cuando quise darme cuenta, ya no era nada.
Al cansarte de mí, me abandonaste como un juguete roto. Quedé deambulando en un espacio sin tiempo. Entonces, descubrí que lo mejor era estar a años luz de ti.
PARALELISMOS
En el centro de la esfera del reloj podía leerse la leyenda que le recordaba el lugar donde lo había comprado: Grand Central Terminal – New York. La última vez que había visitado la ciudad lo había hecho con Lucía. Ahora ya no estaba a su lado. Su relación había comenzado ha resquebrajarse al mismo tiempo que el reloj había dejado de funcionar.
Al principio no se dio cuenta del paralelismo que existía entre su relación con Lucía y el funcionamiento del reloj. Primero dejó de marcar las horas con puntualidad: o bien se adelantaba o bien se atrasaba, pero rara vez marcaba la hora que debía. Más tarde terminó por dejar de funcionar por completo. Ahí es cuando las discusiones con Lucía fueron cada vez más frecuentes y con mayor intensidad.
Una mañana al despertarse se dio cuenta de que al reloj le faltaban las manecillas. Tanto la aguja de las horas como el minutero o el segundero habían desaparecido. La esfera blanca resplandecía con sus doce números perfectamente ordenados sin que nada impidiera su visión. La noche anterior Lucía había decidido abandonar el piso que compartían.
Decidió, entonces, desmontar por completo el reloj. No podía dejarlo peor de lo que estaba así que por qué no intentar arreglarlo. Lo primero que haría sería buscar dónde podía comprar otras manecillas. Una vez que las tuviera, las instalaría de nuevo sobre la esfera numérica. Puede que, a lo mejor, cuando consiguiera que el reloj volviera a funcionar marcando el tiempo que pasa consiguiera también que Lucía le diera otra oportunidad volviendo a casa.